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SANTUARIO
En la Introducción
de Santuario (2007), Marta Sanz, habla de la formidable experiencia
de vida de Edith Wharton (1862-1937), la narradora norteamericana, autora de
esta breve novela, además de otras que, como La edad de la inocencia
(1920, Premio Pulitzer, 1921) le han otorgado esa clasificación de clásica.
Completan el conjunto de su producción, El valle de la decisión (1902), La
casa de la alegría (1907), Ethan Frome (1911), Las costumbres del
país (1913), o las historias, Vieja Nueva York (1924). Marta Sanz
escenifica, con su Introducción, todo el proceso llevado por la autora
para enmarcar una historia mínima y ofrecer, sin esa hondura psicológica que
caracteriza a la mayoría de sus restantes novelas, la vida de la joven y madura
Kate Peyton, en la primera y segunda parte de la novela.
Para entender buena parte de la obra de
Wharton debemos situar el concepto de «nueva mujer» en Norteamérica. Acuñado en
la década de 1890, muestra inequívoca de figura —independiente, franca,
iconoclasta— que daría autoridad a la obra de escritoras como Kate Chopin,
Alice James, Charlotte Perkins Gilman, Ellen Glasgow, la joven Gertrude Stein
y, sobre todo, Edith Wharton, con sus ideas e implicaciones temáticas
subversivas, como puede ya verse en los personajes femeninos de Santuario (1903),
el principal, Kate Orme, y esencialmente Miss Verney que, como se manifiesta en
el texto, es «patentemente de la nueva escuela, una mujer joven de
actividades febriles y opiniones lanzadas a los cuatro vientos, cuya propia
versatilidad la hacía difícil de definir». Pero esta novela trata,
fundamentalmente, sobre las verdades humanas y de su trasfondo que es,
precisamente, de lo que quiere salvaguardar la protagonista a su hijo, actitud,
magníficamente, expuesta en la segunda parte de libro.
En las primeras 50 páginas se cuenta la
relación de la joven Orme con su prometido Denis Peyton, y el secreto que
descubre sobre su amado en vísperas de su matrimonio. No obstante, decide
casarse con él y afrontar su destino y el de su descendencia, en un alarde de
extremo coraje, aunque tratará de preservar a su hijo de semejantes vicios
morales. En realidad, según averiguamos, el único pecado que ha cometido el
joven ha sido quedarse con la herencia del hermano muerto e ignorar a una mujer
y su hijo que convivieron los últimos momentos con el moribundo; hecho que, por
otra parte, a la joven Kate le parece el más deplorable de los actos porque su
prometido no hace gala de una moralidad intachable, como a ella le han
enseñado, como tampoco justifica que mujeres puedan vivir a expensas de hombres
por un puñado de dólares.
En la segunda parte, más extensa
y clarificadora, ocurre un salto de veinte años, y entonces la Sra. Orme es madre y
cubre esa maternidad protegiendo a un hijo a quien educa en un esmerado
ambiente para que se convierta en un excelente arquitecto. Dick, será el
protegido y el anhelo de la madre por alejarlo de aquello que tanto le había
asustado. Manifiesta, sin embargo, el empeño de que su hijo triunfe por encima
de todo en la vida, pero pronto se dará cuenta de que tal vez el vástago
experimente cualquier deseo de iniquidad para conseguir sus objetivos. La
angustia de la madre se torna obsesiva porque llega a imaginar que el joven
Dick pueda estar dispuesto a todo para conseguir sus objetivos. Es entonces
cuando los temores de la madre se disparan y la narradora acumula una sucesión
de sentimientos y miedos de su protagonista que, en ocasiones, resultan
excesivamente prolijos. Sobresale, eso sí, el peso de una descripción
psicológica de hondura en personajes creíbles aunque demasiado reincidentes en
sus acciones. Pero en realidad, hablamos de una narradora que se mueve entre el
realismo, el naturalismo, cierto color localista de su entorno, el
sentimentalismo de su obra o la marca de una vida, a caballo entre el XIX y el
XX, y esa vocación europeísta de la que siempre hizo gala, tras sus prolongadas
estancias en Europa, sobre todo en el París de principios de siglo, rodeada de
aristócratas, pintores, princesas, novelistas, hasta su muerte, treinta años
más tarde.
SANTUARIO
Edith
Wharton
Introducción
de Marta Sanz
Traducción
de Pilar Adón
Impedimenta,
Madrid, 2007; 168 págs.
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