PECADORES
Muchos
de los nombres, que configuran hoy la extensa nómina de la mejor narrativa
breve mejicana, iniciaron su andadura en la década de los 70, aunque su labor
literaria, tan variada como rica, se acrecentaría en la siguiente, con una
característica común: la fuerza de una individualidad que les llevaría a
ensayar posturas literarias que supusieron una ruptura con todo lo anterior,
pese a que algunos jóvenes volvieron la vista a la sabiduría de maestros como José
Agustín, Gustavo Sáinz o Parménides García Saldaña. Quizá por esto, de la
amplia muestra surgida, muchos de ellos reivindicaron la recuperación de los
procedimientos del cuento clásico, la economía anecdótica, la concreción y la
intensidad final en la historia narrada, además de esa experimentación que
llevó a reproducir, entre otros aspectos, una interesante adecuación del
lenguaje popular con una clara denotación al ambiente social o la mentalidad
fragmentada de aquellos barrios populares, en zonas periféricas de las grandes
ciudades, incluso denotar ese lado oculto de una prosa mejicana que desvela
aquella otra realidad. Por consiguiente, la mayoría de los cuentos publicados
por entonces se caracterizaban por una libertad de imaginación y de construcción
que, décadas después, patentiza ese afán de experimentación o la capacidad de
dinamizar un género que se debate, desde siempre, en permanentes conflictos
conceptuales. Muy alejados de los temas convencionales del realismo social, el
tipismo de ciertos personajes pintorescos, los temas de la Revolución o una
intención política, la mayoría de estos narradores, David Toscana, Juan
Villoro, Ignacio Padilla y Jorge Volpi, provienen de una formación social e
intelectual distinta que incluye, el cine y la televisión.
El caso de Juan Villoro (Ciudad de
México, 1956) es significativo por la proporción que ha ido alcanzando su obra,
tan rica como variada: cuento, novela, ensayo e incursiones en el mundo de la
narrativa infantil y juvenil. Sus primeros libros recibieron muestras de
admiración y reserva por parte de la crítica mejicana porque, en algunos de sus
textos, permanecían vivas algunas de las huellas de la literatura de la Onda, aunque como ha
demostrado más tarde, sólo se apreciaba esto indirectamente en la temática
juvenil, algo que el autor promovía con respecto al tratamiento psicológico de
algunos de sus personajes. Sus cuentos, no obstante, logran crear una atmósfera
sugestiva y están repletos de alusiones y elipsis que conducen a un estilo
mesurado que lleva a su narrativa al virtuosismo más pleno. Otra de las
singularidades de su narrativa breve es su voluntaria caracterización por
ofrecer individualidades, personajes
solitarios que pueblan, con su actitud, un universo muy variado. Se mueven en
escenarios tan reconocibles como alternativos, aunque la segunda, y más
importante, caracterización para su prosa sería su extraordinaria capacidad
para dotar con esa voz única unos relatos que se articulan en un mismo sentido
literario, la reflexión, en primera persona, para explorar, cómo podrían hablar
en cada momento estos seres inventados.
La producción cuentística de Villoro
refleja esa dedicación del escritor al género y la madurez con que ha llegado
en su última entrega Los culpables (2008). En sus anteriores
colecciones, El mariscal de campo (1978), La noche navegable
(1980), El cielo inferior (1984), Albercas (1985), Tiempo
transcurrido (1986), la selección La alcoba dormida (1992) y La
casa pierde (1999), Villoro se
negaba a buscar la trascendencia a través del acto puro de contar historias; es
decir, no se deben narrar grandes verdades, ni crear grandes héroes explícitos
o implícitos, los personajes son meras caricaturas de falsos héroes porque los
protagonistas de sus historias se enfrentan diariamente al aburrimiento, al
fracaso y al vacío. «Cambio de estado y ansiedad metafísica», son dos de las
características señaladas por Álvaro Enrigue a propósito de los cuentos de
Villoro, o la aseveración formal de que
«todo tránsito supone una voluntad de liberación». En los seis cuentos
de Los culpables pueden rastrearse muchas de estas características
señaladas, sus personajes vuelven a estar solos, han dejado de ser quienes
eran, muestran esa división que les conducen a reintegrarse en una sociedad jerarquizada,
así se cuentan los pecados de un cantante de rancheras que debe reconciliarse
con su sexualidad, un agente, transeúnte habitual de los aeropuertos, debe
alcanzar su estabilidad emocional no perdiendo más vuelos, un futbolista
mediocre sacrifica a su equipo por una amistad, dos hermanos enfrentados se
salvan de un amor escribiendo un guión que los convertirá en monstruos, un
viajero adopta una iguana y paga una antigua deuda sexual, y un limpiador de
cristales tiende, inexcusablemente, al suicidio; y, en el séptimo, en realidad,
una nouvelle «Amigos mexicanos» un periodista yanki vuelve
a México para escribir sobre la esencia misma del país, para ensayar una vuelta
de tuerca, porque Villoro juega y distorsiona esa visión de lo «mexicano» que
se tiene desde el exterior, ofrece la mirada ajena que le proporciona al
escritor la excusa para contar, desde otra perspectiva, el morbo con que se
buscan otras historias en su país, como por ejemplo, la violencia.
Villoro
levanta con Los culpables ese vuelo metafórico que ha caracterizado a su
literatura breve, la complejidad de su estilo deja paso a una estructura menos
esotérica, acelera el ritmo de sus textos que se vuelven más concretos, precisa
el sentido con que quiere matizar las cuestiones planteadas, aunque reflexiona
y explora y, sobre todo, transforma su lenguaje, imprime ese matiz de oralidad
señalada, emerge una voz narrativa fuerte en primera persona y, a través de su
prosa caracterizada de metonimia poética, favorece la actitud de sus personajes
hasta envolverlos en una espiral de preguntas y respuestas que se concretarán
en la realidad de unas casualidades, porque, entre otros muchos contratiempos,
todos han pasado por unos momentos de transición y consiguen desprenderse de
ese pecado cometido, del que la sociedad los absolverá definitivamente.
Como en otros casos anteriores, en la
mayoría de estos relatos, el sentimiento de amargura es una estrategia y un
acierto en la prosa de Villoro, esa suma de sutilezas alcanza a unos personajes
que, ahora, necesitan descubrir una verdad y, el autor, aunque se trate de un
gesto ridículo, debe al menos salvarlos. Los culpables, esos mejicanos que
viven una realidad actual, sobreviven, gracias a la literatura, en otra
dimensión paralela que al lector nos sirve para dejar constancia de los
encuentros y desencuentros de su propia existencia.
Juan
Villoro, Los culpables; Barcelona, Anagrama, 2008.
Lo lei y releí hace poco tiempo y me pareció maravilloso
ResponderEliminarEs verdad, Antonio, la prosa de este mejicano sorprende con cada entrega.
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