ESTEBAN
SALAZAR CHAPELA
(Reseñas,
artículos y narraciones)
El
malagueño Ernesto Salazar Chapela (Málaga, 1900- Londres, 1965), uno de esos
casos de olvido literario durante muchos años, vivió aquella época de
exaltación de todo lo nuevo, de la militancia estética, de esa aparente
desatención de la realidad que llevaron a pensar, de nuevo, en un
individualismo del intelectual y del artista. Cronológicamente, como señala, la
editora Francisca Montiel Rayo, pertenece a la llamada generación del 27, pero
su «espíritu lúcido e independiente» no le dejó nunca encasillarse en grupos,
capillas o sectas. Ignacio Soldevilla Durante lo incluye en el apartado de los
autores vanguardistas de su obra Historia de la novela española (1936-2000),
calificándolo, junto a Paulino Masip, como uno de los renovadores del realismo
y de ese nuevo periodismo, del que procedían algunos autores significativos,
que por los años 30 vuelven a un concepto de literatura responsable,
aprovechando, sobre todo, la libertad expresiva y la ruptura del canon
realista-naturalista cuyo lastre fue relegado por los vanguardistas. Su prestigio
de escritores «serios», como señala Soldevilla Durante, contribuyó a olvidar
muy pronto el clasicismo de una linealidad y de una prosa maciza, donde las
hubiera. Juan de Dios Ruiz Cope incluye a Salazar Chapela también en su libro La
otra generación del 27 (2002), donde analiza sobre todo su producción
narrativa, aunque añade notas y curiosidades como la razón de ese olvido cuando
afirma: «Escritor decididamente minusvalorado de entre los que vivieron ese
exilio, tres circunstancias entre otras explican, pero no justifican, ese
minusvalor (...): carecer de una obra de cierta solidez literaria antes de su
exilio en 1938; haber publicado su obra, ya de cierta entidad novelística,
fuera de España, en Londres y por editoriales hispanoamericanas y verse
sometido a la omisión que, por razones políticas, impuso el largo proceso de la
posguerra al control administrativo de la censura (...)».
Políticamente, Salazar Chapela siempre
se mostró consecuente; afiliado al Partido Radical Socialista y luego en Acción
Republicana, de Manuel Azaña, se integró en la posterior Izquierda Republicana.
Mostró, en reiteradas ocasiones, su disconformidad con la dictadura de Primo de
Rivera y apoyó, de forma entusiasta, el
triunfo de la
Segunda República y la nueva coalición de gobierno. Ligó su
actividad profesional, en los años de la guerra civil, al servicio de la República que lo
convertiría, como tantos otros, en un escritor exiliado junto a compañeros como
Arconada, Buñuel, Torre y otros jóvenes amigos de su tiempo.
Como crítico literario, como articulista
y como narrador, Salazar Chapela, vivió la España de los últimos lustros de la Edad de Plata pero, acabada
la guerra civil, su visión de desterrado se convirtió para siempre en una doble
vida: exiliado y nostálgico de un tiempo pasado, a caballo entre el ayer y el
hoy. En tan difíciles circunstancias, como tantos otros, se vio obligado a
sobrevivir en su país de adopción cultivando los géneros a los que había
consagrado su vida, aunque ya habían dejado de tener la importancia suficiente
para él como para perpetuar su imagen de literato comprometido; sin embargo,
fue en Gran Bretaña donde compuso la mayor parte de su obra narrativa: Perico
en Londres (1947), Desnudo en Picadilly (1959), Después de la
bomba (1966) y En aquella Valencia (redactada en 1963, apareció en
España en 1995); en alguna ofrece su visión de transterrado, una visión
histórica de los emigrados españoles en Inglaterra, o la experiencia de los
usos y abusos del anglosajón.
Esteban Salazar Chapela publicó centenares
de artículos. Según Montiel Rayo, hoy se
recuerdan muy pocos, aquellos que de alguna manera arrojaron cierta luz sobre
tendencias o autores de la literatura de la preguerra, como el señalado en su
«Introducción», titulado «Literatura plana y literatura del espacio», publicado
en Revista de Occidente con motivo de la aparición de las novelas El
profesor inútil, de Jarnés y Pájaro pinto, de Espina. O el
comentario dedicado a Perfil del aire, de Luis Cernuda. Para él, la
crítica literaria «debía tener un valor educativo, una trascendencia cultural»
y por eso conviene orientarla en un sentido afirmativo y dirigirla, más que a
corregir al autor, a dotar al lector de un órgano visual más perfecto; algo
parecido a lo que venía haciendo y pensando Enrique Díez Canedo, a quien se
refería el malagueño con el respeto que se debe al maestro. Se ocupaba de las
obras que leía a conciencia, las ponía en relación con la producción del autor
y de su tiempo y formulaba, finalmente, fundados juicios de valor con los que
no siempre era posible estar de acuerdo. Salazar Chapela tuvo que ajustar sus
convicciones y su proceder, como era habitual, a la línea editorial de las
publicaciones en las que colaboraba, como
en Revista de Occidente, una empresa siempre alejada de cualquier
polémica o en La
Gaceta Literaria en la que siempre mostró su intención
comunicativa más que crítica a la hora de escribir sus reseñas. Por sus reseñas
publicadas en El Sol puede hoy componerse un interesante mosaico de la
producción española desde 1927 hasta bien entrada la década de los treinta,
sobre todo desde su sección «Revista de libros» donde atendió a la nueva
literatura, moviéndose en la valoración comparativa de lo nuevo y lo viejo. Su
mirada crítica se detuvo sobre todo en los poemarios que vieron la luz en aquel
tiempo, publicados, especialmente, por los amigos de Litoral, Prados y
Altolaguirre, como Canciones, de García Lorca, Ámbito, de
Aleixandre, Cántico, de Guillén, con admiración profunda a Salinas
Alberti, hasta que este se consagró, en 1931, como el poeta proletario por
excelencia. Pero fue en el género narrativo de otros donde Salazar Chapela tuvo
ocasión de señalar el número de autores que habían adoptado una postura social
o socializante, Arconada, Ayala, Ros,
celebrando la aparición de Natacha, de la joven Luisa Carnés;
pero se ocupó, en igual proporción, del ensayo, género muy importante en la
época. Siempre halló en el artículo y en
el ensayo breve el espacio que necesitaba para reflexionar y exponer sus ideas
estéticas; siendo aún muy joven se ocupó de los libros de su admirado Ortega y
Gasset, de quien prefería las Meditaciones del Quijote y la primera
entrega de El espectador, y mostró también evidente predilección por la
poesía de Juan Ramón Jiménez, cuyo Diario de un poeta recién casado le
había parecido y siguió siendo para él «la verdadera Biblia poética moderna, el
libro genial de la poesía española contemporánea». En abril de 1931, unos días
después del triunfo republicano, el escritor presagiaba para las letras
españolas un horizonte tan fecundo y plural como el que debería haber tenido
España a partir de entonces, creyendo que «A buena política, mejor literatura».
Desde Glasgow envió una única colaboración a El Mono Azul, la Hoja semanal de la Alianza de Intelectuales
Antifascistas por la Defensa
de la Cultura,
cuyo promotor fue, como se sabe, Rafael Alberti.
Salazar Chapela, comprendió en el exilio
que debía volver al periodismo de opinión que había practicado en La Voz aunque las
circunstancias habían cambiado por completo y separado, como estaba, de su
ambiente social, del que nutría sus columnas, habían perdido todas las
posibilidades él y sus lectores. Desde Gran Bretaña actuaría como corresponsal
para toda Hispanoamérica, escribiendo sobre las costumbres y la estabilidad política
de un país de tradición parlamentaria y liberal. Ejemplos de sus crónicas y
columnas encontramos en Excélsior y El Nacional, de México, El
Nacional, de Caracas, Información, de La Habana o La Nación, de Santiago
de Chile; a España, solo llegaron algunos artículos de tema literario a la
revista Ínsula, pero firmados con el seudónimo de Antonio Mejía, entre
los años 1951 y 1954. Al día a día de la política británica, sobre todo en
aspectos sociales y económicos, dedicó Salazar Chapela sus esfuerzos, con aspectos
también sobre la monarquía, las elecciones generales, las visitas de políticos
de otros países o la situación real de la isla con respecto al resto de Europa.
En alguna ocasión se ocupó de la actualidad literaria y cultural y cuando
alguien conocido lo visitaba en Londres, lo recibía, charlaba con él y le
mostraba la ciudad; ocurrió con Max Aub, Francisco Ayala, que lo había descrito
como «un malagueño muy inteligente, generosísimo y desafortunado», Ramón J.
Sender y Américo Castro.
Salazar Chapela se consideró siempre
como un novelista del exilio; así se lo manifestó a José Ramón Marra-López en
una carta fechada el 31 de octubre de 1960, porque aunque había escrito La
burladora de Londres (1929) y Pero sin hijos (1931), los consideraba
de su prehistoria literaria y apenas si les tenía aprecio. Pero en ambas
novelas se muestran algunas de las preocupaciones que desarrollaría
posteriormente en su narrativa más extensa, como por ejemplo una actitud
mesuradamente realista, amena y fluida.
Ruiz Copete repasa la producción del malagueño en, La otra generación del 27,
y en Perico en Londres (1959), la primera obra que escribe en el exilio,
cuenta las vicisitudes de un grupo de exiliados españoles que después de
escapar de los campos de concentración franceses llega a Londres; del grupo,
Perico Mejía, un arquitecto madrileño, se erige en protagonista y asume el desarrollo del relato; Desnudo en
Picadilly (1959), ambientada, también, en Inglaterra, cuenta la historia de
Charles Pim, gordo hasta lo grotesco, tímido hasta la ridiculez que, como
consecuencia de un bombardeo en Alemania, sufre heridas que desfiguran su
aspecto y lo hacen en irreconocible; es un relato muy imaginativo, con algunas claves humorísticas de la sociedad
inglesa; Después de la bomba (1966) aparecida un año después de la
muerte del autor, tiene rasgos más anglosajones y es, como señala Ruiz Copete,
no un relato de ciencia ficción, al menos de anticipación, porque se adelanta
imaginativamente a los efectos destructivos de la moderna técnica. El
milagro del Támesis, ha quedado inédita.
La antología, Reseñas,
artículos y narraciones (2007), con introducción y selección de Francisca
Montiel Rayo, que ahora publica la Fundación Santander
Central Hispano en su «Colección Obra Fundamental», recoge reseñas de crítica
literaria, como las dedicadas a Cernuda, Prados, García Lorca, Aleixandre o
Guillén, estudios y reportajes concernientes a Jarnés, Giménez Caballero y
Fernández Almagro; artículos y ensayos de los años veinte y la Segunda República;
aspectos sobre la guerra civil o el exilio republicano y algunas semblanzas de
escritores e intelectuales desterrados, y fragmentos de las novelas citadas.
También los cuentos, «El sueño de África» y «Destino y casualidad», del puñado de
relatos citados en el estudio preliminar por Montiel Rayo.
Salazar Chapela nunca renunció de su
origen ni se desvinculó de su patria o de su tierra. En una carta, fechada en
Londres el 5 de octubre de 1960, escribe: «En efecto, vi la luz (y qué luz)
en Málaga. Todos mis antepasados, hasta mediados del XVIII, vienen de allí, no
obstante el vasquismo y el navarrismo de mis apellidos. Los sitios que usted
menciona, hotel Miramar, paseo de Reding, casa Félix Sáenz, me echan aquello
encima. Es algo más extraño y más fuerte que un nuevo recuerdo. Hay tanto
acontecimiento y tanto cambio espiritual de por medio que aquello corresponde
como a algo así como a otra vida que uno hubiera vivido con otro cuerpo, a otra
encarnación...»
No hay comentarios:
Publicar un comentario