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jueves, 13 de agosto de 2015

Los olvidados



ESTEBAN SALAZAR CHAPELA
(Reseñas, artículos y narraciones)



   El malagueño Ernesto Salazar Chapela (Málaga, 1900- Londres, 1965), uno de esos casos de olvido literario durante muchos años, vivió aquella época de exaltación de todo lo nuevo, de la militancia estética, de esa aparente desatención de la realidad que llevaron a pensar, de nuevo, en un individualismo del intelectual y del artista. Cronológicamente, como señala, la editora Francisca Montiel Rayo, pertenece a la llamada generación del 27, pero su «espíritu lúcido e independiente» no le dejó nunca encasillarse en grupos, capillas o sectas. Ignacio Soldevilla Durante lo incluye en el apartado de los autores vanguardistas de su obra Historia de la novela española (1936-2000), calificándolo, junto a Paulino Masip, como uno de los renovadores del realismo y de ese nuevo periodismo, del que procedían algunos autores significativos, que por los años 30 vuelven a un concepto de literatura responsable, aprovechando, sobre todo, la libertad expresiva y la ruptura del canon realista-naturalista cuyo lastre fue relegado por los vanguardistas. Su prestigio de escritores «serios», como señala Soldevilla Durante, contribuyó a olvidar muy pronto el clasicismo de una linealidad y de una prosa maciza, donde las hubiera. Juan de Dios Ruiz Cope incluye a Salazar Chapela también en su libro La otra generación del 27 (2002), donde analiza sobre todo su producción narrativa, aunque añade notas y curiosidades como la razón de ese olvido cuando afirma: «Escritor decididamente minusvalorado de entre los que vivieron ese exilio, tres circunstancias entre otras explican, pero no justifican, ese minusvalor (...): carecer de una obra de cierta solidez literaria antes de su exilio en 1938; haber publicado su obra, ya de cierta entidad novelística, fuera de España, en Londres y por editoriales hispanoamericanas y verse sometido a la omisión que, por razones políticas, impuso el largo proceso de la posguerra al control administrativo de la censura (...)».
        Políticamente, Salazar Chapela siempre se mostró consecuente; afiliado al Partido Radical Socialista y luego en Acción Republicana, de Manuel Azaña, se integró en la posterior Izquierda Republicana. Mostró, en reiteradas ocasiones, su disconformidad con la dictadura de Primo de Rivera y apoyó, de  forma entusiasta, el triunfo de la Segunda República y la nueva coalición de gobierno. Ligó su actividad profesional, en los años de la guerra civil, al servicio de la República que lo convertiría, como tantos otros, en un escritor exiliado junto a compañeros como Arconada, Buñuel, Torre y otros jóvenes amigos de su tiempo.
        Como crítico literario, como articulista y como narrador, Salazar Chapela, vivió la España de los últimos lustros de la Edad de Plata pero, acabada la guerra civil, su visión de desterrado se convirtió para siempre en una doble vida: exiliado y nostálgico de un tiempo pasado, a caballo entre el ayer y el hoy. En tan difíciles circunstancias, como tantos otros, se vio obligado a sobrevivir en su país de adopción cultivando los géneros a los que había consagrado su vida, aunque ya habían dejado de tener la importancia suficiente para él como para perpetuar su imagen de literato comprometido; sin embargo, fue en Gran Bretaña donde compuso la mayor parte de su obra narrativa: Perico en Londres (1947), Desnudo en Picadilly (1959), Después de la bomba (1966) y En aquella Valencia (redactada en 1963, apareció en España en 1995); en alguna ofrece su visión de transterrado, una visión histórica de los emigrados españoles en Inglaterra, o la experiencia de los usos y abusos del anglosajón.

        Esteban Salazar Chapela publicó centenares de artículos. Según Montiel Rayo,  hoy se recuerdan muy pocos, aquellos que de alguna manera arrojaron cierta luz sobre tendencias o autores de la literatura de la preguerra, como el señalado en su «Introducción», titulado «Literatura plana y literatura del espacio», publicado en Revista de Occidente con motivo de la aparición de las novelas El profesor inútil, de Jarnés y Pájaro pinto, de Espina. O el comentario dedicado a Perfil del aire, de Luis Cernuda. Para él, la crítica literaria «debía tener un valor educativo, una trascendencia cultural» y por eso conviene orientarla en un sentido afirmativo y dirigirla, más que a corregir al autor, a dotar al lector de un órgano visual más perfecto; algo parecido a lo que venía haciendo y pensando Enrique Díez Canedo, a quien se refería el malagueño con el respeto que se debe al maestro. Se ocupaba de las obras que leía a conciencia, las ponía en relación con la producción del autor y de su tiempo y formulaba, finalmente, fundados juicios de valor con los que no siempre era posible estar de acuerdo. Salazar Chapela tuvo que ajustar sus convicciones y su proceder, como era habitual, a la línea editorial de las publicaciones en las que colaboraba, como  en Revista de Occidente, una empresa siempre alejada de cualquier polémica o en La Gaceta Literaria en la que siempre mostró su intención comunicativa más que crítica a la hora de escribir sus reseñas. Por sus reseñas publicadas en El Sol puede hoy componerse un interesante mosaico de la producción española desde 1927 hasta bien entrada la década de los treinta, sobre todo desde su sección «Revista de libros» donde atendió a la nueva literatura, moviéndose en la valoración comparativa de lo nuevo y lo viejo. Su mirada crítica se detuvo sobre todo en los poemarios que vieron la luz en aquel tiempo, publicados, especialmente, por los amigos de Litoral, Prados y Altolaguirre, como Canciones, de García Lorca, Ámbito, de Aleixandre, Cántico, de Guillén, con admiración profunda a Salinas Alberti, hasta que este se consagró, en 1931, como el poeta proletario por excelencia. Pero fue en el género narrativo de otros donde Salazar Chapela tuvo ocasión de señalar el número de autores que habían adoptado una postura social o socializante, Arconada, Ayala, Ros,  celebrando la aparición de Natacha, de la joven Luisa Carnés; pero se ocupó, en igual proporción, del ensayo, género muy importante en la época.  Siempre halló en el artículo y en el ensayo breve el espacio que necesitaba para reflexionar y exponer sus ideas estéticas; siendo aún muy joven se ocupó de los libros de su admirado Ortega y Gasset, de quien prefería las Meditaciones del Quijote y la primera entrega de El espectador, y mostró también evidente predilección por la poesía de Juan Ramón Jiménez, cuyo Diario de un poeta recién casado le había parecido y siguió siendo para él «la verdadera Biblia poética moderna, el libro genial de la poesía española contemporánea». En abril de 1931, unos días después del triunfo republicano, el escritor presagiaba para las letras españolas un horizonte tan fecundo y plural como el que debería haber tenido España a partir de entonces, creyendo que «A buena política, mejor literatura». Desde Glasgow envió una única colaboración a El Mono Azul, la Hoja semanal de la Alianza de Intelectuales Antifascistas por la Defensa de la Cultura, cuyo promotor fue, como se sabe, Rafael Alberti.   
        Salazar Chapela, comprendió en el exilio que debía volver al periodismo de opinión que había practicado en La Voz aunque las circunstancias habían cambiado por completo y separado, como estaba, de su ambiente social, del que nutría sus columnas, habían perdido todas las posibilidades él y sus lectores. Desde Gran Bretaña actuaría como corresponsal para toda Hispanoamérica, escribiendo sobre las costumbres y la estabilidad política de un país de tradición parlamentaria y liberal. Ejemplos de sus crónicas y columnas encontramos en Excélsior y El Nacional, de México, El Nacional, de Caracas, Información, de La Habana o La Nación, de Santiago de Chile; a España, solo llegaron algunos artículos de tema literario a la revista Ínsula, pero firmados con el seudónimo de Antonio Mejía, entre los años 1951 y 1954. Al día a día de la política británica, sobre todo en aspectos sociales y económicos, dedicó Salazar Chapela sus esfuerzos, con aspectos también sobre la monarquía, las elecciones generales, las visitas de políticos de otros países o la situación real de la isla con respecto al resto de Europa. En alguna ocasión se ocupó de la actualidad literaria y cultural y cuando alguien conocido lo visitaba en Londres, lo recibía, charlaba con él y le mostraba la ciudad; ocurrió con Max Aub, Francisco Ayala, que lo había descrito como «un malagueño muy inteligente, generosísimo y desafortunado», Ramón J. Sender y Américo Castro.

        Salazar Chapela se consideró siempre como un novelista del exilio; así se lo manifestó a José Ramón Marra-López en una carta fechada el 31 de octubre de 1960, porque aunque había escrito La burladora de Londres (1929) y Pero sin hijos (1931), los consideraba de su prehistoria literaria y apenas si les tenía aprecio. Pero en ambas novelas se muestran algunas de las preocupaciones que desarrollaría posteriormente en su narrativa más extensa, como por ejemplo una actitud mesuradamente realista,  amena y fluida. Ruiz Copete repasa la producción del malagueño en, La otra generación del 27, y en Perico en Londres (1959), la primera obra que escribe en el exilio, cuenta las vicisitudes de un grupo de exiliados españoles que después de escapar de los campos de concentración franceses llega a Londres; del grupo, Perico Mejía, un arquitecto madrileño, se erige en protagonista y asume  el desarrollo del relato; Desnudo en Picadilly (1959), ambientada, también, en Inglaterra, cuenta la historia de Charles Pim, gordo hasta lo grotesco, tímido hasta la ridiculez que, como consecuencia de un bombardeo en Alemania, sufre heridas que desfiguran su aspecto y lo hacen en irreconocible; es un relato muy imaginativo, con  algunas claves humorísticas de la sociedad inglesa; Después de la bomba (1966) aparecida un año después de la muerte del autor, tiene rasgos más anglosajones y es, como señala Ruiz Copete, no un relato de ciencia ficción, al menos de anticipación, porque se adelanta imaginativamente a los efectos destructivos de la moderna técnica. El milagro del Támesis, ha quedado inédita.
        La antología, Reseñas, artículos y narraciones (2007), con introducción y selección de Francisca Montiel Rayo, que ahora publica la Fundación Santander Central Hispano en su «Colección Obra Fundamental», recoge reseñas de crítica literaria, como las dedicadas a Cernuda, Prados, García Lorca, Aleixandre o Guillén, estudios y reportajes concernientes a Jarnés, Giménez Caballero y Fernández Almagro; artículos y ensayos de los años veinte y la Segunda República; aspectos sobre la guerra civil o el exilio republicano y algunas semblanzas de escritores e intelectuales desterrados, y fragmentos de las novelas citadas. También los cuentos, «El sueño de África» y «Destino y casualidad», del puñado de relatos citados en el estudio preliminar por Montiel Rayo.
        Salazar Chapela nunca renunció de su origen ni se desvinculó de su patria o de su tierra. En una carta, fechada en Londres el 5 de octubre de 1960, escribe: «En efecto, vi la luz (y qué luz) en Málaga. Todos mis antepasados, hasta mediados del XVIII, vienen de allí, no obstante el vasquismo y el navarrismo de mis apellidos. Los sitios que usted menciona, hotel Miramar, paseo de Reding, casa Félix Sáenz, me echan aquello encima. Es algo más extraño y más fuerte que un nuevo recuerdo. Hay tanto acontecimiento y tanto cambio espiritual de por medio que aquello corresponde como a algo así como a otra vida que uno hubiera vivido con otro cuerpo, a otra encarnación...»
 

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