SAMUEL
ROS
(La
recuperación de un escritor)
Samuel
Ros fue un romántico del siglo XX —escribe Medardo Fraile —y, además, un hombre
de su tiempo, lo que no es tan extraño, si pensamos en la Guerra Civil
española, en el gran «réquiem»—de camisas azul mahón, uniformes negros,
idealismo y caídos —de nuestra década de los años cuarenta, y en la
preocupación por todo eso que puede advertirse en novelas, artículos y ensayos.
La figura de Samuel Ros (Valencia, 1904-Madrid, 1945) es hoy la de un personaje
olvidado, como la de tantos escritores, que durante las primeras décadas del
pasado siglo figuraron como primeros nombres en el panorama literario y
periodístico español. Su temprana desaparición poco después de la contienda, o
tal vez su militancia falangista y su posterior adscripción al régimen
franquista, han hecho que su amplia labor periodística en Arriba y la
revista Vértice, medios del Movimiento, haya quedado en el olvido, así
como el resto de su obra: teatro, cuentos y novelas, muy someramente reeditados
en la década de los noventa.
En La rueda de los ocios
(1957), Camilo José Cela incluía un artículo sobre el escritor, titulado
«Samuel Ros» y escribía: «Es, posiblemente, Samuel Ros uno de los
escritores, con Clarín y, sobre todo, con Ganivet, en los que con mayor
claridad se ha podido asistir al espectáculo dantesco de un cuerpo convertido
en campo de batalla de dos espíritus: el travieso saltarín e iluminado espíritu
de la más pura ficción, de la más desnuda poesía, con el frío, matemático e
implacable espíritu de la crítica más estricta, más denodada, más cruel.
De esta prueba, que nosotros
sepamos, no ha salido victorioso, desde que el mundo es mundo, nadie, excepción
hecha de Goethe».
Andrés Trapiello cuando rememora
la figura de Dionisio Ridruejo en Las armas y las letras (Literatura y
guerra civil, 1936-1939), (1994), señala que el escritor falangista en sus Casi
unas memorias (1976) aparecidas poco después de su muerte en 1975,
recordaba generosamente a algunos de sus compañeros y amigos, entre ellos, a
«Samuel Ros, el escritor vanguardista que dirigía Vértice, (a quien)
admiraba profunda y fraternalmente».
Antonio
Iglesias Laguna cuando hace recuento en su obra, Treinta años de novela
española (1938-1968), (1970), recuerda el panorama novelístico español en
1936 y a los noventayochistas, los novecentistas, los artistas puros y, al
influjo de los realistas, a una generación de autores nuevos de audiencia
minoritaria, entre los que se encontraban, Samuel Ros, Juan Antonio Zunzunegui,
Ramón Ledesma Miranda, Rafael Sánchez Mazas y Felipe Ximénez de Sandoval. Sobre
Samuel Ros escribe que fue «un genio malogrado que ya descollara en 1928 con
los cuentos de Bazar. Hasta la guerra civil escribió para una minoría
sensible. En 1944 lanza Los vivos y los muertos, obra extraña donde lo
onírico y lo supraterreno se mezclan con la vulgaridad cotidiana. El humor de
Samuel Ros está en la vena del pesimismo radical de la picaresca, pero sus
personajes no son pícaros, sino alucinados. El libro describe la vida diaria de
un cementerio, las ilusiones, presunciones y nostalgias de los vivos que van a
preocuparse por los difuntos, los cuales tienen intereses ajenos a las lápidas,
lámparas, mármoles y perifollos. De ahí la caricatura de unos sentimientos
nobles desgastados por la costumbre».
Medardo Fraile, ha realizado la
edición de Samuel Ros. Antología y además de seleccionar sus
cuentos, una novela, una obra de teatro y numerosos artículos de prensa, dedica
todo su esfuerzo por recomponer la vida de Ros en la extensa y pormenorizada
«Introducción» que escribe para la ocasión y que incluye, además, de abundantes
notas aclaratorias, una pormenorizada bibliografía del escritor, incluidas las
antologías, las recientes reediciones y un amplio corpus bibliográfico crítico.
Ya en 1972, editado por Prensa Española, había publicado una importante
monografía sobre el escritor valenciano, titulada Samuel Ros (1904-1945),
hacia una generación sin crítica, que recogía buena parte de la tesis
doctoral leída por el escritor madrileño en la Universidad de Madrid
en 1968.
Samuel
Ros Pardo nació en Valencia el 9 de abril de 1904. Sus padres regían un
importante negocio de tejidos. Fue al colegio de los jesuitas de San José y muy
pronto, a los diez años, escogió la profesión de novelista. La muerte del padre
en enero de 1917 impresionó tanto al joven inquieto que, seis años más tarde,
le dedicaría su primera novela Las sendas (1923). Cuando terminó el
bachillerato, a los quince años, conoció a Vicente Calvo Acacio, antiguo amigo
de su padre, periodista y autor de cuentos, que le tendió la mano para poder
colaborar en Las Provincias, un magnífico periódico ilustrado de
Valencia. Conoce, también, al joven Rafael Ferreres. Realizó un largo viaje por
Europa, Francia, Alemania, Inglaterra, con estancia incluida en París. El
Liberal de Madrid le premia un cuento en 1923; en ese momento decide irse a
vivir a la capital donde conoce a Eugenio Montes; estudia Derecho en la Universidad Central,
realiza el doctorado en 1928 y prepara oposiciones para el Cuerpo Diplomático.
Ese mismo año publica un libro de cuentos, Bazar, cuyo éxito le hace
olvidarse de las pretensiones a opositar. Asiste a la «Cripta de Pombo» y se
relaciona con Jardiel Poncela, López Rubio, Manuel Abril, Espina, Andrés
Álvarez y, sobre todo, con Ramón. Muchos de sus títulos recuerdan al genio del
autor de las greguerías: Bazar (1928), El ventrílocuo y la muda
(1930), Marcha atrás (1931) y El hombre de los medios brazos
(1932).
Empieza a colaborar en ABC e
inicia una profunda amistad con Miguel Pérez Ferrero, quien le presentará a la
mujer que siempre estará asociada al nombre de Ros; se trata de Leonor Lapoulide, «una muchacha de
alegría irradiante, rubia, flexible, algo llena de cara». En 1933 se hace
falangista y Leonor le sigue colaborando con su trabajo en las oficinas de
Falange. Asiste al discurso fundacional de José Antonio Primo de Rivera en el
teatro de la Comedia
el 29 de octubre de 1933. Colabora en F.E. hasta su desaparición. Una
tremenda desgracia cambió la vida del escritor: Leonor muere el 4 de julio de
1935. Al estallar la guerra es perseguido y se refugia en la Embajada de Chile de
donde saldrá el 14 de abril de 1937, rumbo al país sudamericano. Tras la muerte
de su amada y en su recuerdo trbajó en un nuevo libro, Los vivos y los
muertos, que aparecería en Ediciones Nascimiento, Santiago de Chile, en
1937. Samuel Ros y Eugenio Montes vuelven a España el 20 de agosto de 1938.
Tras la guerra se incorpora al primer periódico que sale en la capital, Arriba,
dirigido por José María Alfaro. En noviembre de 1939 le encargan en el diario
la crónica del traslado de los restos de José Antonio. De la experiencia surge
su libro, A hombros de la
Falange de Alicante a El Escorial (1940). En enero de ese
mismo año sustituye a Manuel Halcón como director de la revista Vértice, medio
que dirigió durante dos fructíferos años. Siempre mantuvo viva la ilusión de
escribir teatro. Este hecho estaría ligado a la posterior carrera y vida de la
actriz María Paz Molinero. Adapta para ella la obra, Aurora Clara Boothe,
norteamericana, que titula Mujeres, y se estrena el 12 de septiembre
de 1940 en el Teatro Alcázar y, una obra más, poco después, En el otro
cuarto, tragedia en un acto y tres mutaciones. Este mismo año publica un
nuevo libro, Cuentos de humor. En 1941 se publica la primera edición
española de Los vivos y los muertos y estrena la obra, Víspera,
que protagonizaría la actriz Mercedes Prendes porque María Paz Molinero
esperaba el único hijo de Samuel: Fernando Samuel Ros, que moriría muy joven,
en 1971, en Madrid. Durante todo este año desarrolla una intensa actividad en
el periódico Arriba. Ros escribe sobre la ingratitud, la injusticia, la
enfermedad, la desdicha. En abril de 1942 publica Cuentas y cuentos, una
selección de sus relatos escritos entre 1928 y 1942. A lo largo de 1943
Ros persigue el éxito en el teatro, bien con obras originales, conferencias o
artículos sobre el tema. En febrero de ese mismo año, Lola Membrives, estrena Otra
vez vivir y consigue los aplausos del público que obligan a Ros a salir a
escena. En febrero de 1944 recibe el Premio Nacional de Literatura por su
colección de cuentos, Con el alma aparte. Se le concedió un accésit a
José María Sánchez Silva por otra colección de cuentos titulada Hasta el
límite. El libro de Ros no llegó a publicarse. En marzo de 1944 crea una
nueva sección en el periódico Arriba que tituló, «Arriba y abajo», una
columna diaria en la que—en palabras de Fraile—«derrochó, con enorme
talento, profundidad, originalidad, humor, sentimiento, experiencia, poesía,
gracia... y se convierte, así, en una autobiografía no rigurosa sino recreada,
novelesca». Uno de sus últimos artículos lo dedicó a la obra poética
reunida de González Ruano. A finales de diciembre de 1944 el doctor Blanco
Soler le diagnostica una apendicitis, el 27 Arriba da la noticia de la
operación de Ros. La noche del 6 de enero de 1945 a las dos de la mañana
Blanco Soler acude a ver a su cuñado que, en su agonía, nombraba a Leonor y le
dijo, «... tengo tantas cosas que contarte, ¡Voy!» El cadáver fue
trasladado al día siguiente a Valencia, su tierra natal, y al sepelio
asistieron en Madrid, José María Alfaro, José Ibáñez Martín, Ministro de
Educación, José Arias Salgado, Javier de Echarri, Eugenio Montes, Eugenio
d´Órs, Joaquín Calvo Sotelo, Pedro Laín Entralgo, Manuel Halcón y un sinnúmero
de viejos y nuevos escritores.
En Cuento español de
posguerra (1994), Medardo Fraile, afirma que Ros «era de piel pálida, su
pelo, su traje y su corbata de riguroso luto». Sus temas fueron el Amor y la Muerte, el Destino y el
Sino. En su prosa se mezclan «con raro encanto, desesperación y amor, ironía
amarga y ternura». Sobre sus cuentos, el propio Samuel Ros, escribió: «Todo
me lo podrán negar los demás, todo menos mi conciencia y mi vocación de
cuentista. Posible es, que esto ni signifique nada ni valga nada... Pero una
vez comencé siendo muy niño y desde entonces todo lo he convertido en cuentos».
No hay comentarios:
Publicar un comentario