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lunes, 31 de agosto de 2015

Desayuno con diamantes, 50



EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS



     El pasado 3 de diciembre se cumplían 150 años del nacimiento de Joseph Conrad, uno de nuestros escritores universales. Autor, entre otras, de las novelas El corazón de las tinieblas (1899), Lord Jim (1904), Nostromo (1904) o El agente secreto (1909). En alguna de las muchas páginas dedicadas a Conrad se le ha considerado un autor de novelas de aventuras de, eminente, carácter exótico. Aunque, repasando su bibliografía, pudiéramos encasillarlo como tal, nunca deberíamos olvidar que sus aventuras no se ajustan al canon de esas peripecias exclusivamente exóticas. Sin embargo, su biografía despeja cualquier sombra de duda porque para la localización de sus novelas, siempre en busca de riquezas, le llevará a recorrer buena parte de muchos de los continentes y territorios, exóticos o no. Baste el ejemplo de una de sus mejores novelas, El corazón de las tinieblas (1899), ambientada en África, e incluso las siguientes, Tifón (1899), en el Mar de China, Lord Jim (1900), en Malasia,  Nostromo (1904), transcurre en América Latina, El agente secreto (1909), en Londres, Una sonrisa de la fortuna (1910), en el Océano Índico, Bajo los ojos de Occidente (1911), con escenarios suizos y rusos, y Victoria (1925), en el Pacífico. 



     Para Conrad  los temas fundamentales  no son la aventura, sino más bien el exilio experimentado por sus personajes:  héroes de un mundo moderno, con sus conflictos, el dato del momento histórico, con la aventura colonial como trasfondo, y sobre todo esa caducidad que se produjo tras la eclosión y la importancia de los ideales románticos por toda Europa, hasta llegar a esa disociación que planteaba el conflicto entre la conciencia del ser humano y la realidad de sus actos. Quizá por eso, el paisaje en el autor, el mar, las islas por las que pasará, los puertos, las selvas, las ciudades que visita, significan siempre esa alegoría de la propia aventura de sus personajes. Se ha llegado a afirmar que su propia biografía es, en algunos aspectos, una novela que repite, una y otra vez, con los elementos emblemáticos de su creación literaria y sus argumentos variaciones sobre su propia vida, es decir, la del hombre que jamás pudo vivir en su tierra y se vio forzado a elegir un idioma diferente, el inglés, porque también carecía de memoria lingüística propia. Su biografía es tan apasionante y accidentada: Józef Theodor Konrad Nalecz-Korzeniowski nació el 3 de diciembre de 1857 en Berdyczów, en la actual Ucrania, aunque fue educado como polaco bajo el dominio ruso. Su padre un aristócrata arruinado, romántico de convicción y hechos, pronto tomó partido por la revolución polaca, fue detenido y condenado a trabajos forzados en Siberia. Huérfano de padre y madre, fue educado por un tío de costumbres más conservadoras, Thadeo Bobrowski. A los diecisiete años, en 1873, el joven «airado» manifiesta su deseo de convertirse en marino y abandona su educación para embarcarse en la marina francesa e iniciar una vida de aventura. Viaja a Marsella, para verse envuelto en tráfico de armas o conspiraciones políticas. Las experiencias de estos años se recogerán más tarde de diferentes maneras en su obra literaria, posibilitando dos lecturas de las mismas, una complementaria de la otra. La familia polaca Chodzco, exiliados en Francia desde una generación anterior,  acogerá al joven que verá cómo dos miembros de esta familia, Víctor, el primogénito, también marino, y Teresa, la hermana, formarán parte de su vida. La desaparición de la joven, al parecer por suicidio, se convertirá en un obsesivo personaje femenino atormentado y romántico en su obra. Su vida transcurre de barco en barco y, entre 1874 y 1878, embarcará en el «Mont Blanc» para recorrer las Antillas, en el «Skimmer of the Seas», rumbo a Constantinopla. Supera el examen de teniente y entre 1881 y 1882 viaja en el «Palestina» que abandonará tras no pocos problemas y un penoso incendio, episodio que inspirará parte de una de sus famosas novelas, Lord Jim (1900). Después, en 1883, se enrolará en el «Narciso» que, igualmente, le inspirará otra obra conocida, El negro del Narciso (1897). Javier Marías afirma que «los libros marinos de Joseph Conrad son tantos y tan memorables que siempre se piensa en él a bordo de un velero...». Para evitar el servicio militar ruso se enroló en un mercante inglés y, muy pronto, aprendió el suficiente inglés para iniciar su carrera literaria. De él escribió H.G. Wells que «el inglés oral de Conrad era muy torpe. El escrito, que es el que importa, es admirable y fluye con delicada maestría». En 1884 obtuvo la nacionalidad británica y pisó un puerto inglés, Lowestoft, en Suffolk. Se trasladó a Londres, donde vivió algunos años y después se asentó en Canterbury, en Kent. Su vida deambuló por los puertos de Bangkok, Sidney, Melburne o Puerto Adelaida. Su trabajo como segundo en el «Torrens» le llevó en 1894 a su último trabajo en el mar y el primero como novelista. La muerte de su tío y mentor, Thadeo, le obliga a llevar una segunda e imaginaria vida, la del Conrad  narrador. A partir de 1898 se inicia una fecunda carrera en la que irán apareciendo sus mejores títulos. En los últimos años de su carrera, su prestigio está plenamente consolidado sobre todo porque sus novelas se editan y distribuyen en Estados Unidos y sobre todo La línea de la sombra (1917) se convierte en el paradigma de la obra conradiana. Aunque se trata de una obra menor convergen en ella lo más distintivo del estilo del autor.  El Times Literary Suppement califica a Conrad de «autor entre los más grandes del mundo»; en realidad, esta novela en una metáfora de todo el proyecto novelístico del autor. Cuenta cómo la tripulación de una pequeña embarcación, al mando de un capitán desconocido, se ve obligada a aunar esfuerzos por mantener el barco en la dirección prevista, ya que una especie de fuerza misteriosa parece mantenerlo fuera de control. El protagonista de la novela debe hacerse cargo del barco mientras el segundo sufre un acceso de enajenación que nadie se explica. El relato plantea una serie de interrogantes sobre esas fuerzas que intervienen en el cumplimiento de un destino, concebido como una maquinación a la que el hombre opone todos sus recursos. 



     Visitó África en 1889, cumpliendo así uno de sus grandes sueños. Pronto se dio cuenta de las atrocidades que los colonos cometían contra la población nativa que, entre otras muchas cosas, propició el acuerdo del Estado Libre del Congo, y sobre todo, una de sus novelas más emblemáticas, El corazón de las tinieblas (1889). En realidad, con esta novela que ahora Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores edita en la magnífica traducción de Sergio Pitol e ilustrada por Ángel Mateo Charris, excelente pintor cartagenero que con sus dibujos capta el horror de algunos de los episodios narrados, el narrador crea un mito o una leyenda que va más allá de ese arquetipo del comportamiento humano. Conrad  no sitúa el corazón de las tinieblas en el Congo visitado, ni siquiera su personaje principal, el coronel Kurtz, se parece a una persona real, sino que afronta su relato desde la visión misma del mito. La novela cuenta como los «representantes de la civilización» cuando visitan una sociedad primitiva piensan en convertirse en reyes de la creación y finalmente, en dioses.
        El viejo marinero Malow busca en un travesía por el río Congo a Kurtz, jefe de una explotación de marfil. El viaje de Marlow es una auténtica odisea: el barco en el que navegan es viejo, el río peligroso, acechado por nativos que atacan en los recodos, el calor insoportable... Marlow avanza obsesionado por Kurtz, del cual se va formando una imagen contradictoria y mitificada. Otros empleados le van describiendo los rasgos y atributos del agente: una voz profunda y potentísima, de elevada estatura, ojos fulminantes, mente lúcida y una voluntad  indomable que le permite  recolectar  más marfil que todos los demás agentes juntos. Cuando por fin lo encuentra enfermo, en una choza cercada de cabezas humanas empaladas, adorado por tribus indígenas a las que subyuga con el terror. El extraordinario personaje modelado por la imaginación de Marlow se erige ahora en símbolo de la corrupción y la entrega a la barbarie ancestral, impulsado por un ansia ilimitada de poder y riqueza, enfrentado consigo mismo en la soledad de la selva y vencido por la influencia de lo salvaje: «La selva había logrado poseerlo pronto y se había vengado en él de la fantástica invasión de que había sido objeto. Me imagino que le había susurrado cosas sobre él mismo que él no conocía, cosas de las que no tenía idea. Al quedarse solo en la selva había mirado a su interior y había enloquecido. El denso y mudo hechizo de la selva parecía atraerle hacia su seno despiadado despertando en él olvidados y brutales instintos, recuerdos de pasiones monstruosas». Kurtz se convierte en un depredador que somete a castigos brutales a los nativos rebeldes y su mundo solo conoce ya «el horror. En el encuentro de ambos se pone de manifiesto esa sensación que le produjo al propio Conrad su vista a África, sobre todo esa aspiración colonialista que provocó el rey Leopoldo II de Bélgica.
        La novela puede leerse (y lo es en parte) como un alegato contra la colonización del Congo, pero su reflexión moral va más allá de una situación histórica concreta. Kurtz llega a África iluminado de ideales de progreso, incluso redacta una guía para orientar el recto diseño del comercio y la tarea civilizadora de los europeos. El viaje de Kurtz (que Marlow reproduce en su relato) es un viaje a los infiernos, un descenso por el río del olvido: «Remontar aquel río era como volver a los inicios de la creación cuando la vegetación estalló sobre la faz de la tierra. Una corriente vacía, un gran silencio, una selva impenetrable. El aire era caliente, denso, embriagador...». Marlow, es uno de esos personajes de Conrad (como el arquetípico Lord Jim) que edifican su vida sobre la estricta dignidad y el deber y que forma parte de la raza de los hombres íntegros, consigue salir entero de este infierno, pero no sucede lo mismo con el personaje Kurtz. No ha sido capaz de mantener la fatigosa disciplina necesaria para conservar su conciencia moral, su entidad humana, y en su búsqueda de la luz ha llegado a un territorio en el que late sin cesar, como los tambores caníbales que baten en la selva, el verdadero corazón de las tinieblas, el oscuro corazón del hombre. La fuerza visionaria de la novela de Conrad se hizo evidente en los años 60 del siglo XX, cuando durante los procesos de descolonización aparecieron de nuevo cruentas narraciones de las actividades de los mercenarios blancos en el Congo, descritos en periódicos y reportajes como «genios diabólicos sacados de un anacrónico y desagradable mundo medieval». El juego de luces y de sombras impuesto por el escritor Conrad a una historia breve que, pese a todo, mantiene la tensión desde el principio hasta el fin mismo, contribuye de una manera decisiva a percibir el carácter simbólico de la novela, es decir, el corazón de las tinieblas es, en realidad, el corazón del hombre. 










EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
Joseph Conrad
Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, Barcelona, 2007; 158 págs.

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