EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
El
pasado 3 de diciembre se cumplían 150 años del nacimiento de Joseph Conrad, uno
de nuestros escritores universales. Autor, entre otras, de las novelas El
corazón de las tinieblas (1899), Lord Jim (1904), Nostromo (1904)
o El agente secreto (1909). En alguna de las muchas páginas dedicadas a
Conrad se le ha considerado un autor de novelas de aventuras de, eminente,
carácter exótico. Aunque, repasando su bibliografía, pudiéramos encasillarlo
como tal, nunca deberíamos olvidar que sus aventuras no se ajustan al canon de
esas peripecias exclusivamente exóticas. Sin embargo, su biografía despeja
cualquier sombra de duda porque para la localización de sus novelas, siempre en
busca de riquezas, le llevará a recorrer buena parte de muchos de los
continentes y territorios, exóticos o no. Baste el ejemplo de una de sus
mejores novelas, El corazón de las tinieblas (1899), ambientada en
África, e incluso las siguientes, Tifón (1899), en el Mar de China,
Lord Jim (1900), en Malasia, Nostromo
(1904), transcurre en América Latina, El agente secreto (1909), en
Londres, Una sonrisa de la fortuna (1910), en el Océano Índico, Bajo
los ojos de Occidente (1911), con escenarios suizos y rusos, y
Victoria (1925), en el Pacífico.
Para
Conrad los temas fundamentales no son la aventura, sino más bien el exilio
experimentado por sus personajes: héroes
de un mundo moderno, con sus conflictos, el dato del momento histórico, con la
aventura colonial como trasfondo, y sobre todo esa caducidad que se produjo
tras la eclosión y la importancia de los ideales románticos por toda Europa,
hasta llegar a esa disociación que planteaba el conflicto entre la conciencia
del ser humano y la realidad de sus actos. Quizá por eso, el paisaje en el
autor, el mar, las islas por las que pasará, los puertos, las selvas, las
ciudades que visita, significan siempre esa alegoría de la propia aventura de
sus personajes. Se ha llegado a afirmar que su propia biografía es, en algunos
aspectos, una novela que repite, una y otra vez, con los elementos emblemáticos
de su creación literaria y sus argumentos variaciones sobre su propia vida, es
decir, la del hombre que jamás pudo vivir en su tierra y se vio forzado a
elegir un idioma diferente, el inglés, porque también carecía de memoria
lingüística propia. Su biografía es tan apasionante y accidentada: Józef
Theodor Konrad Nalecz-Korzeniowski nació el 3 de diciembre de 1857 en
Berdyczów, en la actual Ucrania, aunque fue educado como polaco bajo el dominio
ruso. Su padre un aristócrata arruinado, romántico de convicción y hechos,
pronto tomó partido por la revolución polaca, fue detenido y condenado a
trabajos forzados en Siberia. Huérfano de padre y madre, fue educado por un tío
de costumbres más conservadoras, Thadeo Bobrowski. A los diecisiete años, en
1873, el joven «airado» manifiesta su deseo de convertirse en marino y abandona
su educación para embarcarse en la marina francesa e iniciar una vida de
aventura. Viaja a Marsella, para verse envuelto en tráfico de armas o
conspiraciones políticas. Las experiencias de estos años se recogerán más tarde
de diferentes maneras en su obra literaria, posibilitando dos lecturas de las
mismas, una complementaria de la otra. La familia polaca Chodzco, exiliados en
Francia desde una generación anterior,
acogerá al joven que verá cómo dos miembros de esta familia, Víctor, el
primogénito, también marino, y Teresa, la hermana, formarán parte de su vida.
La desaparición de la joven, al parecer por suicidio, se convertirá en un
obsesivo personaje femenino atormentado y romántico en su obra. Su vida
transcurre de barco en barco y, entre 1874 y 1878, embarcará en el «Mont Blanc»
para recorrer las Antillas, en el «Skimmer of the Seas», rumbo a
Constantinopla. Supera el examen de teniente y entre 1881 y 1882 viaja en el
«Palestina» que abandonará tras no pocos problemas y un penoso incendio,
episodio que inspirará parte de una de sus famosas novelas, Lord Jim
(1900). Después, en 1883, se enrolará en el «Narciso» que, igualmente, le
inspirará otra obra conocida, El negro del Narciso (1897). Javier Marías
afirma que «los libros marinos de Joseph Conrad son tantos y tan memorables que
siempre se piensa en él a bordo de un velero...». Para evitar el servicio
militar ruso se enroló en un mercante inglés y, muy pronto, aprendió el
suficiente inglés para iniciar su carrera literaria. De él escribió H.G. Wells
que «el inglés oral de Conrad era muy torpe. El escrito, que es el que importa,
es admirable y fluye con delicada maestría». En 1884 obtuvo la nacionalidad
británica y pisó un puerto inglés, Lowestoft, en Suffolk. Se trasladó a
Londres, donde vivió algunos años y después se asentó en Canterbury, en Kent.
Su vida deambuló por los puertos de Bangkok, Sidney, Melburne o Puerto
Adelaida. Su trabajo como segundo en el «Torrens» le llevó en 1894 a su último trabajo en
el mar y el primero como novelista. La muerte de su tío y mentor, Thadeo, le
obliga a llevar una segunda e imaginaria vida, la del Conrad narrador. A partir de 1898 se inicia una
fecunda carrera en la que irán apareciendo sus mejores títulos. En los últimos
años de su carrera, su prestigio está plenamente consolidado sobre todo porque
sus novelas se editan y distribuyen en Estados Unidos y sobre todo La línea
de la sombra (1917) se convierte en el paradigma de la obra conradiana.
Aunque se trata de una obra menor convergen en ella lo más distintivo del
estilo del autor. El Times Literary
Suppement califica a Conrad de «autor entre los más grandes del mundo»; en
realidad, esta novela en una metáfora de todo el proyecto novelístico del
autor. Cuenta cómo la tripulación de una pequeña embarcación, al mando de un capitán
desconocido, se ve obligada a aunar esfuerzos por mantener el barco en la
dirección prevista, ya que una especie de fuerza misteriosa parece mantenerlo
fuera de control. El protagonista de la novela debe hacerse cargo del barco
mientras el segundo sufre un acceso de enajenación que nadie se explica. El
relato plantea una serie de interrogantes sobre esas fuerzas que intervienen en
el cumplimiento de un destino, concebido como una maquinación a la que el
hombre opone todos sus recursos.
Visitó
África en 1889, cumpliendo así uno de sus grandes sueños. Pronto se dio cuenta
de las atrocidades que los colonos cometían contra la población nativa que,
entre otras muchas cosas, propició el acuerdo del Estado Libre del Congo, y
sobre todo, una de sus novelas más emblemáticas, El corazón de las tinieblas
(1889). En realidad, con esta novela que ahora Galaxia Gutenberg/Círculo de
Lectores edita en la magnífica traducción de Sergio Pitol e ilustrada por Ángel
Mateo Charris, excelente pintor cartagenero que con sus dibujos capta el horror
de algunos de los episodios narrados, el narrador crea un mito o una leyenda
que va más allá de ese arquetipo del comportamiento humano. Conrad no sitúa el corazón de las tinieblas en el Congo
visitado, ni siquiera su personaje principal, el coronel Kurtz, se parece a una
persona real, sino que afronta su relato desde la visión misma del mito. La
novela cuenta como los «representantes de la civilización» cuando visitan una
sociedad primitiva piensan en convertirse en reyes de la creación y finalmente,
en dioses.
El viejo marinero Malow busca en un
travesía por el río Congo a Kurtz, jefe de una explotación de marfil. El viaje
de Marlow es una auténtica odisea: el barco en el que navegan es viejo, el río
peligroso, acechado por nativos que atacan en los recodos, el calor
insoportable... Marlow avanza obsesionado por Kurtz, del cual se va formando
una imagen contradictoria y mitificada. Otros empleados le van describiendo los
rasgos y atributos del agente: una voz profunda y potentísima, de elevada
estatura, ojos fulminantes, mente lúcida y una voluntad indomable que le permite recolectar
más marfil que todos los demás agentes juntos. Cuando por fin lo
encuentra enfermo, en una choza cercada de cabezas humanas empaladas, adorado por
tribus indígenas a las que subyuga con el terror. El extraordinario personaje
modelado por la imaginación de Marlow se erige ahora en símbolo de la
corrupción y la entrega a la barbarie ancestral, impulsado por un ansia
ilimitada de poder y riqueza, enfrentado consigo mismo en la soledad de la
selva y vencido por la influencia de lo salvaje: «La selva había logrado
poseerlo pronto y se había vengado en él de la fantástica invasión de que había
sido objeto. Me imagino que le había susurrado cosas sobre él mismo que él no
conocía, cosas de las que no tenía idea. Al quedarse solo en la selva había
mirado a su interior y había enloquecido. El denso y mudo hechizo de la selva
parecía atraerle hacia su seno despiadado despertando en él olvidados y
brutales instintos, recuerdos de pasiones monstruosas». Kurtz se convierte en
un depredador que somete a castigos brutales a los nativos rebeldes y su mundo
solo conoce ya «el horror. En el encuentro de ambos se pone de manifiesto esa
sensación que le produjo al propio Conrad su vista a África, sobre todo esa
aspiración colonialista que provocó el rey Leopoldo II de Bélgica.
La novela
puede leerse (y lo es en parte) como un alegato contra la colonización del
Congo, pero su reflexión moral va más allá de una situación histórica concreta.
Kurtz llega a África iluminado de ideales de progreso, incluso redacta una guía
para orientar el recto diseño del comercio y la tarea civilizadora de los
europeos. El viaje de Kurtz (que Marlow reproduce en su relato) es un viaje a
los infiernos, un descenso por el río del olvido: «Remontar aquel río era como
volver a los inicios de la creación cuando la vegetación estalló sobre la faz
de la tierra. Una corriente vacía, un gran silencio, una selva impenetrable. El
aire era caliente, denso, embriagador...». Marlow, es uno de esos personajes de
Conrad (como el arquetípico Lord Jim) que edifican su vida sobre la estricta
dignidad y el deber y que forma parte de la raza de los hombres íntegros,
consigue salir entero de este infierno, pero no sucede lo mismo con el
personaje Kurtz. No ha sido capaz de mantener la fatigosa disciplina necesaria
para conservar su conciencia moral, su entidad humana, y en su búsqueda de la
luz ha llegado a un territorio en el que late sin cesar, como los tambores caníbales
que baten en la selva, el verdadero corazón de las tinieblas, el oscuro corazón
del hombre. La fuerza visionaria de la novela de Conrad se hizo evidente en los
años 60 del siglo XX, cuando durante los procesos de descolonización
aparecieron de nuevo cruentas narraciones de las actividades de los mercenarios
blancos en el Congo, descritos en periódicos y reportajes como «genios
diabólicos sacados de un anacrónico y desagradable mundo medieval». El juego de
luces y de sombras impuesto por el escritor Conrad a una historia breve que,
pese a todo, mantiene la tensión desde el principio hasta el fin mismo,
contribuye de una manera decisiva a percibir el carácter simbólico de la
novela, es decir, el corazón de las tinieblas es, en realidad, el corazón del
hombre.
EL
CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
Joseph
Conrad
Galaxia
Gutenberg/ Círculo de Lectores, Barcelona, 2007; 158 págs.
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