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CHINA PARA HIPOCONDRÍACOS
Trazar
el mapa exhaustivo de un país como China o elaborar un itinerario mínimo de
consulta puede resultarle a cualquier viajero una tarea casi impensable cuando
hablamos de miles de kilómetros de distancia en un imperio milenario, cargado
de historia y de cultura tan ajena y
extraña a los occidentales pese a las conocidas crónicas de extraordinarios
visitantes y la abundante información reciente que, sin embargo, nos descubre
un lugar tan desconocido como inquietante. Por eso, un libro como China para
hipocondríacos (1998), de José Ovejero, Premio Grandes Viajeros 1998, se
puede leer, diez años más tarde, con el mismo interés y la misma fruición de
entonces, pensando que transcurrido este tiempo, la China descrita por el
madrileño haya cambiado, al menos, en los aspectos más negativos señalados
entonces puesto que Ovejero realizaba una perfecta radiografía del lugar, de
sus gentes, de su cultura, de sus costumbres, así como de sus miserias y de sus
grandezas. Este libro no es el resultado de un viaje al uso, todo habrá que
decirlo porque la aventura del escritor en los años noventa resultó ser un
recorrido personal por la China
más desconocida, concretamente por la provincia de Yunnan, lugar que años más
tarde ha resultado ser uno de los lugares más visitados y hermosos del país
asiático.
Las razones del viajero, además de las
explicaciones de las primeras páginas, justifican como Ovejero, alguien
descastado, incapaz de guardar ausencias, cuya fidelidad no se prolonga mucho
más allá de esa presencia y del tiempo invertido, un buen día decide que quiere
visitar China, lugar con el que no tenía la menor relación ni sabía gran cosa
acerca de sus costumbres, su historia e incluso el idioma. Como cualquier otro
posible visitante, compró algún libro, elaboró itinerarios y, puesto que la
lengua iba a ser el gran problema, escribió a algunas universidades de la República Popular
China para aprender el idioma durante algún tiempo, así el viaje se iniciaba en
Bruselas, vía Hong Kong hasta Nanjing, en cuya universidad pasaría el primer
mes estudiando, el segundo recorrería el país por cuenta propia.
Cuando uno inicia la lectura de China
para hipocondríacos debe olvidar que en el país se están celebrando los
Juegos Olímpicos y una visita para disfrutar de semejante espectáculo universal
nada tendría que ver con lo narrado en el libro. La de Ovejero es una China
desconocida, donde el autoritarismo planea sobre una población anclada, en
ocasiones, en sus tradiciones milenarias, la miseria se extiende por casi todo
su territorio, la religión, en cualquiera de sus variantes, sigue siendo
importante y donde el socialismo no ha terminado con la clase de los más
pobres. Quizá por eso, en este libro, eminentemente literario, cobran vida los
paisajes y las ciudades visitadas, sus mercados populares y sus barrios, se
muestra una China cautiva y a medida que vamos pasando sus páginas descubrimos,
un inusual viaje donde lo inesperado es la principal fuente de información para
el escritor. La visita a Nanjing, con abundantes referencias a su historia y
posterior desarrollo, convertida en una importante referencia cultural e
universitaria en la actualidad, la relación del viajero con Cheng, la profesora
y las vivencias que esta impone a su alumno, la visita a Hong Kong, donde
Ovejero pese a que a menudo viaja solo en su búsqueda de un absurdo que resulta
difícil de compartir: encontrarse a sí mismo en algún otro lugar del mundo,
como si fuese el personaje de un cuento de Borges, espera a Renate, su
compañera de los últimos tiempos; y a partir de ese momento, China para hipocondríacos se convierte en una crónica compartida desde Hong Kong a Guilin,
Chengdu, con parada en Guiyang, hasta Leshan para visitar la monumental
escultura de Buda, labrada sobre la roca, y cuya obra se prolongó durante
noventa años. Anécdotas, curiosidades, referencias históricas, abundantes
manifestaciones culinarias que no dejan de sorprender a un hipocondríaco como
el viajero, se suceden a lo largo de estas páginas donde, además, se percibe, y
después se transcribe, la excesiva amabilidad o la animadversión de sus gentes,
campesinos que intentan engañar al visitante en sus compras y cambios de
moneda, la visita a Xichang habitada por una minoría Yi e Hi, de quienes se
habla en algunos documentos con dos mil años de antigüedad; una ciudad perdida
en el tiempo, franqueada por una antigua muralla y un curioso mercado atestado
de gente y por donde ningún otro blanco pasea por sus calles; no menos curiosos
son los abundantes viajes en tren y en autocar que deben realizar los viajeros
hasta llegar a Kunmimg, muy cerca ya de la frontera birmana, sin antes dejar de
visitar Lijiang, cuna de uno de los pocos matriarcados de la China contemporánea, y
admirar las sorprendentes mujeres Naxi con unas prerrogativas que envidiarían
muchas occidentales, un pueblo de origen tibetano, con su propia escritura
jeroglífica y cultivadores de la religión dongba.
Parada y
fonda en Dali, habitada por la minoría Bai, aunque por su ubicación, en la
remota provincia de Yunnan y tan alejada de Beijing, siempre se ha visto
envuelta en revueltas y luchas por su independencia. El largo viaje concluirá
en Kunming, la ciudad descrita por Marco Polo, calificada por el veneciano de
«grande y noble, donde viven muchos mercaderes y artesanos», entre la
fascinación e intimidación por los lugares visitados, aunque al final, todo
viajero a lugares lejanos sufre lo que suele denominarse el síndrome del National
Geographic, cuando este tiende a fijarse únicamente en lo exótico.
El
escritor, al final, se permite un último apunte premonitorio, ¿cuándo vuelva
iré a una China que ya no es la descrita porque el país ha cambiado
vertiginosamente en pocos años porque hay más coches en las calles de las
grandes ciudades, la gente lleva móviles, muchos chinos se han comprado un
televisor...? Una década después, indudablemente, sería la descripción de una
China diferente porque nunca es posible volver a donde uno ya ha estado.
CHINA
PARA HIPOCONDRÍACOS
De
Nanjing a Kunming
José
Ovejero
Premio
Grandes Viajero 1998
Barcelona,
Ediciones B, 1998; 300 págs.
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