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FÁBULA PARA DEGUSTAR
El escenario de esta novela se localiza
en un mapa de Chile. El pueblecito de Contulmo y la ciudad de Angol existen,
ambos forman parte de la región de Malleco, al sur del país. Lo mejor —en palabras
del propio autor— es que sobresalen por representar escenarios pequeñitos que
permiten profundizar en el alma de los personajes; en realidad, secundarios en
busca de una oportunidad, y literariamente ofrecen una mayor atención a sus
pasiones. Jacques vive allí, es el protagonista de la nueva novela de Antonio
Skármeta (Antofagasta, 1940, Chile), que, con referencias cinematográficas y
populares, ha titulado, Un padre de película (2010). Aquí el tiempo, tan
esencial como indeterminado, se ha detenido en los sesenta.
El chileno pertenece a esa generación de
escritores en cuya obra el lenguaje prima como materia esencial del arte
narrativo aunque, el cosmopolitismo y el regionalismo, destacan en la evolución
histórica a que el autor ha sometido sus obras desde el comienzo: sus cuentos, El
entusiasmo (1967) o Tiro libre (1974), o las novelas, Soñé que la
nieve ardía (1975) y No pasó nada (1980), porque incluyen
características del resto de la narrativa latinoamericana de los sesenta cuya
conciencia y propuesta cultural son comunes. Skármeta sobresale en su firme
propuesta de ofrecer la visión de un mundo singular, sus personajes muestran
cierta pasividad, en ocasiones abulia, resultan tan inocentes como maduros,
despliega una esencial concepción del habla y del estilo, elabora formalmente
la estructura de sus textos, se distingue en cómo organiza el tiempo, o en la
proyección de sus imágenes, básicas y profundas, que alimentan su postura
final: cada detalle nimio con que nos conmueve, para llegar a una visión
generalizadora que domina sobre el conjunto.
El autor de Ardiente paciencia
(1985) o El baile de la victoria (2003) nos devuelve con Un padre de
película la nostalgia de algo que se fue o que aún está por llegar, en
realidad, una fábula para degustar, una novela profunda en su contenido, breve
en su planteamiento y extensión. Ahonda en los sentimientos del ser humano,
promueve el pensamiento justo y verdadero de un mundo cuya sabiduría habría que
buscar en lo popular, asume lo coloquial sin escrúpulos, como el protagonista
escribe en las primeras líneas, en una declaración de intenciones: «Compongo mi
vida con rústicos materiales de la aldea: el sonido agónico del tren local, las
manzanas del invierno, la humedad sobre la piel de los limones tocados por la
escarcha de la madrugada, la paciente araña en la sombra de mi cuarto, la brisa
que mueve las telas de las cortinas». Una vez expuesto este propósito, Skármeta
cuenta la historia de un joven profesor de pueblo, que en sus ratos libres
traduce poemas del francés, y explora las relaciones paterno-filiales porque
Jacques se sentirá huérfano de un progenitor francés que un día abandonó a la
familia para regresar a su amado París. Como complemento a su profesión, el
maestro ejercerá de padre con algunos de sus alumnos, el caso de Augusto
Gutiérrez que cumplirá años y le pide a su mentor que, como regalo, lo acompañe
a la cercana Angol para perder en el lupanar su virginidad. En realidad, estos
jóvenes tienden a agostarse en su hipersensibilidad, en su vehemente deseo de
búsqueda del sexo, en la lucidez que muestran en su conciencia. Son
adolescentes irreverentes, cuya sensualidad y metafísica del cuerpo pregonan,
víctimas de su soledad, en mitad de una naturaleza exuberante. El niño Augusto
intentará convencerlo interesando a Jacques en alguna de sus hermanas,
especialmente en Teresa, la más joven, quien asegura le ha escrito una
encendida carta de amor. Antes el maestro, viajará, junto a Cristián el
molinero, a la vecina Angol para experimentar ese complejo paso hacia una
madurez tan deseada por ambos, y allí descubrirá el secreto familiar que
atormenta a la madre, será entonces cuando el proceso de maduración del tímido
profesor se acelerará una vez de vuelta en su pueblo natal.
Skármeta concibe el tiempo de una manera
muy diversa, un período único que irá creciendo con el personaje mismo, aunque
se desenvuelve de una manera rectilínea y continua, con una duración mínima y
una intensidad máxima. El eje temporal de Un padre de familia se
canaliza en torno a la experiencia transformadora (madurez/sexo) que sienten
sus principales personajes. La dispersión terminará por disipar y hacer posible
la certeza de una verdad, que fundamenta la historia completa. Se evoluciona
desde el encierro y la soledad hasta la conclusión: lo que denominaríamos, la
redención final.
Antonio
Skármeta, Un padre de película; Barcelona, Planeta, 2010; 147 págs.
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