DESTINO Y FORTUNA
DE THOMAS BERNHARD.
(25 AÑOS DESPUÉS
DE SU MUERTE)
Los personajes y las vivencias de Thomas
Bernhard producen una destemplanza en el lector, a la vez que un reconocimiento
de esa humanidad manifestada. Y lo que más llama la atención de sus obras, esa
continua crítica a su país, Austria, a la clase política y al conformismo de la
sociedad vienesa. Su lenguaje, rico y lleno de matices, y espléndidamente
traducido por Miguel Sáenz, explicaría por qué Bernhard es uno de los grandes
de la novela europea de los últimos cincuenta años, y hay que pensarlo junto a
escritores como Franz Kafka, uno de esos artistas en que biografía y
fisiología, marcan su trayectoria literaria. Y la sombra que arrojó sobre su
existencia, el hecho de que su madre Herta, soltera, fuera a Heerlen, un pueblo
holandés, a dar a luz, y educado bajo la tutela de sus abuelos, o pasara tiempo
en instituciones sociales y colegios donde el cuerpo y el alma de los niños
salen con profundas cicatrices. El estilo de Bernhard consiguió, no obstante,
la genialidad de convertir el sentimiento en un compromiso social.
Thomas Bernhard murió en Austria el 12
de febrero de 1989, y dejó tras de sí una obra considerable: diecinueve
novelas, diecisiete obras teatrales y otros tantos libros breves o
autobiográficos. En su calidad de testigo de la historia reciente y, en
concreto, de su país, su saga autobiográfica, El origen (1974), El sótano
(1976), El aliento (1978), El frío (1981) y Un
niño (1982), aproxima a la realidad del ser humano doliente y hermético
porque analiza sin piedad el mundo que le ha tocado vivir. De su obra narrativa
sobresale Helada (1964); en Trastorno (1967), un médico y su hijo
visitan a los enfermos de los pueblos de un valle y descubren en enfermedades
no sólo físicas, sino también morales y sociales; en La calera (1970), un marido obsesionado por el estudio del oído
humano asesina a su esposa paralítica, con la que vive aislado en un caserón
perdido; su obra más celebrada, Corrección
(1975), indaga sobre los motivos del suicidio de un arquitecto atacado por un
incurable perfeccionismo, autor de una estructura en forma de cono aislada en
la mitad de un bosque; El malogrado
(1983), se centra en el fracaso de un estudiante de piano en contacto con un
genio, un estudio sobre las limitaciones humanas. Formó parte del llamado
Teatro de la Nueva
Subjetividad, caracterizado por sus irónicos monólogos, sus
textos más conocidos son El ignorante y
el demente (1972), La partida de caza
(1974), La fuerza de la costumbre
(1974) y El reformador del mundo
(1979), una auténtica exploración del absurdo en la vida y de los sentimientos
humanos.
Infancia y
juventud
Indudablemente para conocer al joven
Bernhard recurrimos a la lectura de los cinco libros autobiográficos que por
estilo y contenido resultan hoy la mejor introducción posible a su obra. En una
pequeña nota autobiográfica de 1953 el escritor habla, por primera vez, de su
madre y de su origen: «Mi vida comenzó en febrero de 1931 en un convento holandés.
Mi madre era asistenta y una mujer maravillosa, mi padre carpintero». En otras
ocasiones afirmaría: «Mi madre nació en Basilea. Una hermosa niña. Esa hermosa
niña conservó su hermosura. Yo admiraba a mi madre y estaba orgulloso de ella»
Nicolaus Thomas Bernhard nace el 9 de
febrero de 1931 en Heerlen Países Bajos, algunos meses después, su madre
romperá con Alois Zuckerstátter, quien desaparecerá sin asumir sus
responsabilidades paternales; en 1938, es localizado en Berlín y aunque un
tribunal de primera instancia lo declara deudor de esa paternidad y lo
responsabiliza a pagar los alimentos del niño hasta la edad de dieciséis años,
el padre jamás cumplirá esa obligación. Recurrida la sentencia en 1941, un
abogado de oficio notifica a Herta Bernhard la muerte «accidental» de su
defendido; dejaba una mujer legítima, de la que estaba separado, y una hija,
Hilda, la única hermanastra de Bernhard, quien se enterará de su parentesco con
el famoso escritor, en febrero de 1989, cinco días después de su muerte.
Las circunstancias del fallecimiento de
Alois Zuckerstätter, nunca fueron esclarecidas; estaba borracho y se quedó
dormido mientras fumaba, se produjo un pequeño incendio sin llama; la policía
informó que la muerte le sobrevino por una intoxicación de humo. Este hecho
marcaría la existencia del escritor Bernhard quien vería en este suceso
semejanzas con la muerte de la gran poetisa austríaca, Ingeborg Bachmann,
ocurrida en 1973. En cuanto a la muerte de su madre, acaecida en 1950, de un
cáncer de matriz, motivó actitudes diversas que le llevaron a escribir: «En
el fondo, mi madre no me insultaba a mí, insultaba a mi padre (...) No sólo me
pegaba a mí, sino también al causante de su desgracia, cuando me pegaba».
En su autobiografía, Bernhard se siente incapaz de enfrentarse abiertamente con
el recuerdo de su madre, «con la que, realmente, durante toda mi vida, sólo
pude convivir con el mayor grado de dificultad y cuyo ser no tengo todavía hoy
capacidad para describir...». El niño Bernhard fue confiado a sus abuelos
con quienes pasará varios años de su vida. Su abuelo, Johannes Freumbichler era
un conocido escritor que llegaría a recibir el Premio del Estado Austríaco por
su novela Filomena Ellenhub. En 1947 termina su bachillerato y trabaja
en un almacén de comestibles; un año más tarde contrae una grave pleuresía que
le llevará a un hospital de Salzburgo y a una casa de salud, en Grossmain.
Cuando en 1949 muere su abuelo, el aun joven escritor ingresará, enfermo de
tuberculosis, en un sanatorio de Grafenhof. En 1950 conoce a Hedwig
Stavianicek, una mujer treinta y siete años mayor que él, que se convertirá en
su mecenas y el ser de su vida. Publicará en el Salzburger Volksblatt,
Demokratisches Volksblatt y el Münchner Merkur. En 1957 aparecen sus
primeros poemas, en 1959 sus primeros textos en prosa, y en 1960 su primer
libreto de ópera, Cabezas, y los dramas surrealistas, La inventada y
Primavera. Recibe diversos premios por Helada y en 1964 conocerá en
Hannover a Siegfried Unseld, editor de Suhrkamp.
Madurez y muerte
Helada, su primera obra, recibe
importantes premios, el «Julius Campe» en Hamburgo, Premio de Literatura Libre,
en Bremen, el «pequeño» premio del Estado austríaco, el «Anton Wildgans» y en
1970 el prestigioso, «Georg Büchner», de la Deusche Akademie
für Sprache und Dichtung. Continúa con su infatigable labor como novelista y
dramaturgo con sonados éxitos, La partida de caza (1974), La fuerza
de la costumbre (1974), El Presidente (1975), Immanuel Kant
(1978). En España se publica una primera obra narrativa, Trastorno
(1978). Estancia en Mallorca durante el año 1981, primer encuentro con Krista
Fleischmann con quien realizará una larga entrevista para la televisión
austríaca; estreno de En la meta. En 1983 recibe el prestigioso premio
Mondello y viaja por Andalucía y Madrid. Un año más tarde se prohíbe su obra Tala,
secuestrada por orden judicial. En 1986 aparece Extinción, una de sus
grandes novelas, y vuelve a realizar una larga entrevista para la televisión
con Krista Fleischmann, ahora en Madrid. Estancia en Sintra durante 1987,
publica Elisabeth II, que se estrenará en Berlín, tras su muerte. Un año
más tarde aparecen los siete dramitas titulados, Comida alemana, y el 4
de noviembre de este mismo año Heldenplazt que, además, de un gran escándalo,
le proporcionó el Premio Médicis, en Francia. Pasa una breve temporada en
Torremolinos y vuelve a Austria, donde muere repentinamente. Las relaciones de
Bernhard y la muerte —según Miguel Sáenz— fueron siempre estrechas. De niño, su
abuela lo llevaba a visitar cementerios, depósitos de cadáveres y capillas
ardientes para que viera a los muertos, que a ella le fascinaban, fervor que
transmitió a su nieto, a quien contaba que a los muertos se los enterraba con
una campanilla para que pudieran avisar si resucitaban. A partir de los años
ochenta, Bernhard se sabe ya que es hombre muerto, lo acepta con sumisa
resignación. A Krista Fleischmann le llega a decir, «No pienso en absoluto
en la muerte, pero la muerte piensa continuamente en mí».
Bernhard escritor
Artista de la exageración, maestro de la
nada, monómano incorregible, patriota, sentimental, intrigante, moralista,
aguafiestas, vulnerable, depresivo, desconfiado, cortés, sensible, alegre,
romántico, satírico y contradictorio, son algunos de los epítetos empleados
para describir a este oscuro personaje, de quien se sabía muy poco a finales de
los cincuenta cuando publica su primer poemario, Así en la tierra como en el
infierno (1957) y su primer teatro, La montaña (estrenada en 1970);
su primera novela de 1963, Helada. Y la serie de libros biográficos, y Los
comebarato (1980), Hormigón (1982), El sobrino de Wittgenstein
(1982), El malogrado (1983). En 1986 se publica Extinción, una de
sus grandes novelas escrita unos años antes.
Su prosa caracterizada como de la
condensación, presupone una mezcla entre cotidianeidad y metafísica, un relato
interior con abundantes dosis de descripción autobiográfica para llegar a un
monólogo íntimo que implica al lector y se diluye por toda su obra poética,
narrativa y teatral. Miguel Sáenz ha caracterizado cinco de sus obras como lo
más sólido de su producción, y se refiere a Helada una obra que la
crítica señaló como de un indudable talento, pero de construcción argumental
algo floja; sin embargo, los escritores Zuckmayer y Bachmann se identificaron
con esta obra bernhardiana, una novela donde se apuntan todos los temas
recurrentes de su posterior literatura, la locura, la enfermedad y la muerte.
Lo mismo ocurre con Trastorno, caracterizada por alemán Reich-Ranicki de
excesiva, aunque Peter Handke afirmó: «Y leí, leí, leí...»; La Calera, obra
romántica tardía, que calificaba a su autor como el Beckett austríaco; Corrección,
su novela más perfecta, poco considerada como tal por críticos como Wolfgang
Igneé y Madeleine Rietra que resaltaban una «manipulación de las formas
aceptadas en la novela, a las que sólo se convoca para destruirlas». Y, Extinción,
un homenaje a la ciudad de Roma y a la novelista Ingeborg Bachmann.
Cuando apareció Trastorno en
España (1978) un autor como Javier Marías publicaba en el suplemento de Arte
y Pensamiento de El País una reseña y recibía la obra de Bernhard con
inusitada expectación, tras el estreno de Immanuel Kant y El sótano,
y afirmaba que el mundo de las novelas del escritor era inequívocamente
centroeuropeo, el mismo de Kafka, Canetti, Walser o Musil. La única diferencia
advertida por Marías, el austríaco era capaz de ofrecer el medio para soportar
el horror: muestra su mundo con una prosa cortante, seca y reiterativa; los
temas van surgiendo una y otra vez como una melodía, alternándose, con el
diálogo, afirmando y negándose mutuamente. Corrección apareció traducida
en 1983 y, según Miguel Sáenz, es una novela con claves, aunque quizá solo haya
que hablar de una, la familia Wittgenstein. Amigo personal de Paul
Wittgenstein, el filósofo Ludwig aparecerá insistentemente entre sus páginas:
una gran fortuna familiar dilapidada, la dicotomía Austria/Inglaterra, una
filosofía insólita, el retiro a una aldea como maestro, y la atracción que surge
por las gentes del pueblo.
A finales de los setenta y durante los
ochenta, Bernhard empieza a ser sobradamente conocido, proliferan las
entrevistas en los medios periodísticos y las apariciones en televisión; el
periodista de la ORF
(Radiotelevisión Austríaca), Kurt Hofmann consigue mantener una serie de largas
conversaciones que se desarrollaron en Ohlsdor, entre 1981 y 1988, inicialmente
difundidas por radio, más tarde materializadas en un libro, Conversaciones
con Thomas Bernhard (1988, publicado por Anagrama en 1991, traducido, por
Miguel Sáenz). En realidad, la franqueza con que el escritor respondía a las
preguntas motivó que se tradujeran en una mezcla de declaraciones hechas a lo
largo de los siete años, y se construyeran de una forma temática; Krista
Fleischmann es una de las personas que mejor entendieron al Bernhard humano;
realizó con él toda una serie para la televisión austríaca: en Mallorca (1981),
Viena (1984) y Madrid (1986) que se recogieron en forma de libro en 1991 y se
publicaron con el título de Thomas Bernhard. Un encuentro (Tusquets,
1998). Se trata de un documento inestimable, no sólo por la importancia del
autor, sino por observar la actitud del escritor en España. Bernhard se
encuentra cómodo cuando habla lejos de Austria. El libro leído hoy, resulta una
suerte de resumen de todo ese pensamiento atormentado del escritor, y muestra
la seriedad con que se tomaba las cosas de la vida, incluidas las más banales;
la ironía y el humor ponen de manifiesto esa vena poco difundida y capaz de
hablar de cualquier cosa menos de literatura, aunque en estas Conversaciones
el magisterio del austríaco también esté presente, hasta el extremo de afirmar
que «cada frase que se piensa, se dice o se escribe es al mismo tiempo
verdadera y no verdadera».
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