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lunes, 6 de febrero de 2017

Desayuno con diamantes, 97



DESTINO Y FORTUNA DE THOMAS BERNHARD.
(25 AÑOS DESPUÉS DE SU MUERTE)

     Los personajes y las vivencias de Thomas Bernhard producen una destemplanza en el lector, a la vez que un reconocimiento de esa humanidad manifestada. Y lo que más llama la atención de sus obras, esa continua crítica a su país, Austria, a la clase política y al conformismo de la sociedad vienesa. Su lenguaje, rico y lleno de matices, y espléndidamente traducido por Miguel Sáenz, explicaría por qué Bernhard es uno de los grandes de la novela europea de los últimos cincuenta años, y hay que pensarlo junto a escritores como Franz Kafka, uno de esos artistas en que biografía y fisiología, marcan su trayectoria literaria. Y la sombra que arrojó sobre su existencia, el hecho de que su madre Herta, soltera, fuera a Heerlen, un pueblo holandés, a dar a luz, y educado bajo la tutela de sus abuelos, o pasara tiempo en instituciones sociales y colegios donde el cuerpo y el alma de los niños salen con profundas cicatrices. El estilo de Bernhard consiguió, no obstante, la genialidad de convertir el sentimiento en un compromiso social.
        Thomas Bernhard murió en Austria el 12 de febrero de 1989, y dejó tras de sí una obra considerable: diecinueve novelas, diecisiete obras teatrales y otros tantos libros breves o autobiográficos. En su calidad de testigo de la historia reciente y, en concreto, de su país, su saga autobiográfica, El origen (1974), El sótano (1976), El aliento (1978), El frío (1981)  y Un niño (1982), aproxima a la realidad del ser humano doliente y hermético porque analiza sin piedad el mundo que le ha tocado vivir. De su obra narrativa sobresale Helada (1964); en Trastorno (1967), un médico y su hijo visitan a los enfermos de los pueblos de un valle y descubren en enfermedades no sólo físicas, sino también morales y sociales; en La calera (1970), un marido obsesionado por el estudio del oído humano asesina a su esposa paralítica, con la que vive aislado en un caserón perdido; su obra más celebrada, Corrección (1975), indaga sobre los motivos del suicidio de un arquitecto atacado por un incurable perfeccionismo, autor de una estructura en forma de cono aislada en la mitad de un bosque; El malogrado (1983), se centra en el fracaso de un estudiante de piano en contacto con un genio, un estudio sobre las limitaciones humanas. Formó parte del llamado Teatro de la Nueva Subjetividad, caracterizado por sus irónicos monólogos, sus textos más conocidos son El ignorante y el demente (1972), La partida de caza (1974), La fuerza de la costumbre (1974) y El reformador del mundo (1979), una auténtica exploración del absurdo en la vida y de los sentimientos humanos.
       
Infancia y juventud      
   Indudablemente para conocer al joven Bernhard recurrimos a la lectura de los cinco libros autobiográficos que por estilo y contenido resultan hoy la mejor introducción posible a su obra. En una pequeña nota autobiográfica de 1953 el escritor habla, por primera vez, de su madre y de su origen: «Mi vida comenzó en febrero de 1931 en un convento holandés. Mi madre era asistenta y una mujer maravillosa, mi padre carpintero». En otras ocasiones afirmaría: «Mi madre nació en Basilea. Una hermosa niña. Esa hermosa niña conservó su hermosura. Yo admiraba a mi madre y estaba orgulloso de ella»
        Nicolaus Thomas Bernhard nace el 9 de febrero de 1931 en Heerlen Países Bajos, algunos meses después, su madre romperá con Alois Zuckerstátter, quien desaparecerá sin asumir sus responsabilidades paternales; en 1938, es localizado en Berlín y aunque un tribunal de primera instancia lo declara deudor de esa paternidad y lo responsabiliza a pagar los alimentos del niño hasta la edad de dieciséis años, el padre jamás cumplirá esa obligación. Recurrida la sentencia en 1941, un abogado de oficio notifica a Herta Bernhard la muerte «accidental» de su defendido; dejaba una mujer legítima, de la que estaba separado, y una hija, Hilda, la única hermanastra de Bernhard, quien se enterará de su parentesco con el famoso escritor, en febrero de 1989, cinco días después de su muerte.


        Las circunstancias del fallecimiento de Alois Zuckerstätter, nunca fueron esclarecidas; estaba borracho y se quedó dormido mientras fumaba, se produjo un pequeño incendio sin llama; la policía informó que la muerte le sobrevino por una intoxicación de humo. Este hecho marcaría la existencia del escritor Bernhard quien vería en este suceso semejanzas con la muerte de la gran poetisa austríaca, Ingeborg Bachmann, ocurrida en 1973. En cuanto a la muerte de su madre, acaecida en 1950, de un cáncer de matriz, motivó actitudes diversas que le llevaron a escribir: «En el fondo, mi madre no me insultaba a mí, insultaba a mi padre (...) No sólo me pegaba a mí, sino también al causante de su desgracia, cuando me pegaba». En su autobiografía, Bernhard se siente incapaz de enfrentarse abiertamente con el recuerdo de su madre, «con la que, realmente, durante toda mi vida, sólo pude convivir con el mayor grado de dificultad y cuyo ser no tengo todavía hoy capacidad para describir...». El niño Bernhard fue confiado a sus abuelos con quienes pasará varios años de su vida. Su abuelo, Johannes Freumbichler era un conocido escritor que llegaría a recibir el Premio del Estado Austríaco por su novela Filomena Ellenhub. En 1947 termina su bachillerato y trabaja en un almacén de comestibles; un año más tarde contrae una grave pleuresía que le llevará a un hospital de Salzburgo y a una casa de salud, en Grossmain. Cuando en 1949 muere su abuelo, el aun joven escritor ingresará, enfermo de tuberculosis, en un sanatorio de Grafenhof. En 1950 conoce a Hedwig Stavianicek, una mujer treinta y siete años mayor que él, que se convertirá en su mecenas y el ser de su vida. Publicará en el Salzburger Volksblatt, Demokratisches Volksblatt y el Münchner Merkur. En 1957 aparecen sus primeros poemas, en 1959 sus primeros textos en prosa, y en 1960 su primer libreto de ópera, Cabezas, y los dramas surrealistas, La inventada y Primavera. Recibe diversos premios por Helada y en 1964 conocerá en Hannover a Siegfried Unseld, editor de Suhrkamp.

Madurez y muerte
     Helada, su primera obra, recibe importantes premios, el «Julius Campe» en Hamburgo, Premio de Literatura Libre, en Bremen, el «pequeño» premio del Estado austríaco, el «Anton Wildgans» y en 1970 el prestigioso, «Georg Büchner», de la Deusche Akademie für Sprache und Dichtung. Continúa con su infatigable labor como novelista y dramaturgo con sonados éxitos, La partida de caza (1974), La fuerza de la costumbre (1974), El Presidente (1975), Immanuel Kant (1978). En España se publica una primera obra narrativa, Trastorno (1978). Estancia en Mallorca durante el año 1981, primer encuentro con Krista Fleischmann con quien realizará una larga entrevista para la televisión austríaca; estreno de En la meta. En 1983 recibe el prestigioso premio Mondello y viaja por Andalucía y Madrid. Un año más tarde se prohíbe su obra Tala, secuestrada por orden judicial. En 1986 aparece Extinción, una de sus grandes novelas, y vuelve a realizar una larga entrevista para la televisión con Krista Fleischmann, ahora en Madrid. Estancia en Sintra durante 1987, publica Elisabeth II, que se estrenará en Berlín, tras su muerte. Un año más tarde aparecen los siete dramitas titulados, Comida alemana, y el 4 de noviembre de este mismo año Heldenplazt que, además, de un gran escándalo, le proporcionó el Premio Médicis, en Francia. Pasa una breve temporada en Torremolinos y vuelve a Austria, donde muere repentinamente. Las relaciones de Bernhard y la muerte —según Miguel Sáenz— fueron siempre estrechas. De niño, su abuela lo llevaba a visitar cementerios, depósitos de cadáveres y capillas ardientes para que viera a los muertos, que a ella le fascinaban, fervor que transmitió a su nieto, a quien contaba que a los muertos se los enterraba con una campanilla para que pudieran avisar si resucitaban. A partir de los años ochenta, Bernhard se sabe ya que es hombre muerto, lo acepta con sumisa resignación. A Krista Fleischmann le llega a decir, «No pienso en absoluto en la muerte, pero la muerte piensa continuamente en mí».


Bernhard escritor
   Artista de la exageración, maestro de la nada, monómano incorregible, patriota, sentimental, intrigante, moralista, aguafiestas, vulnerable, depresivo, desconfiado, cortés, sensible, alegre, romántico, satírico y contradictorio, son algunos de los epítetos empleados para describir a este oscuro personaje, de quien se sabía muy poco a finales de los cincuenta cuando publica su primer poemario, Así en la tierra como en el infierno (1957) y su primer teatro, La montaña (estrenada en 1970); su primera novela de 1963, Helada. Y la serie de libros biográficos, y Los comebarato (1980), Hormigón (1982), El sobrino de Wittgenstein (1982), El malogrado (1983). En 1986 se publica Extinción, una de sus grandes novelas escrita unos años antes.
     Su prosa caracterizada como de la condensación, presupone una mezcla entre cotidianeidad y metafísica, un relato interior con abundantes dosis de descripción autobiográfica para llegar a un monólogo íntimo que implica al lector y se diluye por toda su obra poética, narrativa y teatral. Miguel Sáenz ha caracterizado cinco de sus obras como lo más sólido de su producción, y se refiere a Helada una obra que la crítica señaló como de un indudable talento, pero de construcción argumental algo floja; sin embargo, los escritores Zuckmayer y Bachmann se identificaron con esta obra bernhardiana, una novela donde se apuntan todos los temas recurrentes de su posterior literatura, la locura, la enfermedad y la muerte. Lo mismo ocurre con Trastorno, caracterizada por alemán Reich-Ranicki de excesiva, aunque Peter Handke afirmó: «Y leí, leí, leí...»; La Calera, obra romántica tardía, que calificaba a su autor como el Beckett austríaco; Corrección, su novela más perfecta, poco considerada como tal por críticos como Wolfgang Igneé y Madeleine Rietra que resaltaban una «manipulación de las formas aceptadas en la novela, a las que sólo se convoca para destruirlas». Y, Extinción, un homenaje a la ciudad de Roma y a la novelista Ingeborg Bachmann.         
     Cuando apareció Trastorno en España (1978) un autor como Javier Marías publicaba en el suplemento de Arte y Pensamiento de El País una reseña y recibía la obra de Bernhard con inusitada expectación, tras el estreno de Immanuel Kant y El sótano, y afirmaba que el mundo de las novelas del escritor era inequívocamente centroeuropeo, el mismo de Kafka, Canetti, Walser o Musil. La única diferencia advertida por Marías, el austríaco era capaz de ofrecer el medio para soportar el horror: muestra su mundo con una prosa cortante, seca y reiterativa; los temas van surgiendo una y otra vez como una melodía, alternándose, con el diálogo, afirmando y negándose mutuamente. Corrección apareció traducida en 1983 y, según Miguel Sáenz, es una novela con claves, aunque quizá solo haya que hablar de una, la familia Wittgenstein. Amigo personal de Paul Wittgenstein, el filósofo Ludwig aparecerá insistentemente entre sus páginas: una gran fortuna familiar dilapidada, la dicotomía Austria/Inglaterra, una filosofía insólita, el retiro a una aldea como maestro, y la atracción que surge por las gentes del pueblo.         
     A finales de los setenta y durante los ochenta, Bernhard empieza a ser sobradamente conocido, proliferan las entrevistas en los medios periodísticos y las apariciones en televisión; el periodista de la ORF (Radiotelevisión Austríaca), Kurt Hofmann consigue mantener una serie de largas conversaciones que se desarrollaron en Ohlsdor, entre 1981 y 1988, inicialmente difundidas por radio, más tarde materializadas en un libro, Conversaciones con Thomas Bernhard (1988, publicado por Anagrama en 1991, traducido, por Miguel Sáenz). En realidad, la franqueza con que el escritor respondía a las preguntas motivó que se tradujeran en una mezcla de declaraciones hechas a lo largo de los siete años, y se construyeran de una forma temática; Krista Fleischmann es una de las personas que mejor entendieron al Bernhard humano; realizó con él toda una serie para la televisión austríaca: en Mallorca (1981), Viena (1984) y Madrid (1986) que se recogieron en forma de libro en 1991 y se publicaron con el título de Thomas Bernhard. Un encuentro (Tusquets, 1998). Se trata de un documento inestimable, no sólo por la importancia del autor, sino por observar la actitud del escritor en España. Bernhard se encuentra cómodo cuando habla lejos de Austria. El libro leído hoy, resulta una suerte de resumen de todo ese pensamiento atormentado del escritor, y muestra la seriedad con que se tomaba las cosas de la vida, incluidas las más banales; la ironía y el humor ponen de manifiesto esa vena poco difundida y capaz de hablar de cualquier cosa menos de literatura, aunque en estas Conversaciones el magisterio del austríaco también esté presente, hasta el extremo de afirmar que «cada frase que se piensa, se dice o se escribe es al mismo tiempo verdadera y no verdadera».


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