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MASCOTAS
Aunque ocurran cosas extraordinarias,
aquellas que suponemos rompen las leyes naturales y nos encontremos ante hechos
difíciles de explicar, aunque esta colección de cuentos se sirva de imágenes
alegóricas, de universos paralelos y, como lectores, nos veamos obligados a
elaborar algunas posibles hipótesis sobre lo leído, conjeturas que difícilmente
pueden resultar definitivas, y cuando en estos trece cuentos se nos muestre que
la realidad no es tan estable y sólida como parece, sino que forma parte, al
menos, de dos planos diferentes: lo real y la sorpresa; sobresale, en ellos, la
imaginación de Patricia Esteban Erlés (Zaragoza, 1972), característica que no
surge de una proyectada evasión de la realidad, más bien profundiza en ella.
Estas y otras cualidades, llamaron la atención de la crítica hace un par de
años en sus dos libros de relatos anteriores, Abierto para fantoches (2008)
y Manderley en venta (2008), el último como ensayo de una colección de
interesantes relaciones duales, con unas deliberadas comunicaciones
inequívocas, incluso con un cierto sentido de culpabilidad en la mayoría de sus
historias pero, sobre todo, con una trama secreta que, de alguna manera,
convertía un espacio cerrado en cómplice de esas otras muchas posibilidades de
relaciones que la aragonesa se permitía con sus personajes, otorgándole a sus
cuentos el beneficio de una trama enigmática que transportaba a los lectores a
otra dimensión, a ese lugar donde lo superfluo y las complacencias brillaban
por su ausencia, hecho que demandaba una lectura atenta, capaz de discernir las
oportunidades que ofrecía un libro bien escrito como Manderley en venta.
El poeta André Chérnier afirmaba
que el dolor reclama soledad, la tristeza comparece en igual proporción, levanta un
muro entre dos mundos, sentencia que nos viene a la mente tras la lectura
de Azul ruso (2010), la nueva colección de cuentos de Esteban Arlés,
cuyo sentido último se concreta en la crónica de una decadencia actual, en la
abolición de un mundo reconocible porque sus criaturas comparecen en la escena
como auténticas prisioneras, le ocurre a Emma Zunz («Azul ruso»), la protagonista
de uno de sus cuentos más extensos, que habita en un edificio de la calle
Klementina, 12, convive con sus gatos, ancestralmente, animales misteriosos,
muy independientes, en ocasiones traidores y poco previsibles. Este misterioso
personaje sobrevive a la melancolía que le proporciona el color azul que, en
gran medida, vertebra su vida. El universo de la mujer sobrevive en estos
cuentos, cuya vida subterránea, paralela, tan aislada como real, se muestra en
sus relatos más significativos, y así Zunz vive al margen, es una especie de
hechicera o mujer-gatuna, felina en sus actuaciones y, por consiguiente, sin
corazón. La narradora crea un mundo a su alrededor para que sus historias
tengan cierta consistencia, un espacio donde sus variopintos personajes, una
cajera, una adúltera, un superhéroe («Superwind»), envejecido y gordo, un
maquillador de cadáveres («La chica del UHF) o una pareja de jóvenes
(«Mudanzas») que se replantea su relación por problemas con una iguana
abandonada, sobreviven en una realidad cotidiana, inamovible, porque es verdad
que lo tangible siempre esconde los pliegues de una irrealidad, de una fantasía
que basamos sobre una experiencia y que optamos por olvidar. Muchos de estos
cuentos ocurren en habitaciones cerradas cuyo significado último atisbamos solo
con la imaginación, o cuya realidad se muestra distinta tanto para quien lee
como para escribe, porque algunas de estas mascotas de las que nos habla
Esteban Erlés surgen en el espacio vacío de un interior no menos desocupado. En
estos cuentos sobresale, en igual proporción, el revés oscuro de las relaciones
humanas, un hecho que le proporciona a la narradora maña un mecanismo de
lectura muy alejado de esa realidad esgrimida, que ya surgía como propuesta
posible en anteriores entregas suyas; ahora es otra la realidad que recrea y
alimenta estas nuevas historias. Sobre todo porque, nunca sabemos si las cosas
que se narran ofrecen la fiabilidad que se le supone siempre, o más bien
vislumbramos imposibilidades susceptibles de ser tenidas tan solo en cuenta. La
línea que separa lo real de lo fantástico, incluso de lo imaginario es, en
ocasiones, tan débil como perceptible. Estos cuentos postulan referentes que
provocan en el lector alguna duda y, por supuesto, reacciones inexplicables a situaciones
menos razonables, porque en la mayoría de ellos, en realidad, este, y otros
hechos, consiguen mostrarnos una visión inquietante.
Lo mejor de Azul ruso, la
opresiva soledad e incomunicación que suele estar detrás de un notorio registro
repleto de ironía, de un profundo sentido del humor, carcajada incluida, y un
tono tan sarcástico que cualquiera pudiera pensar en un mundo totalmente
diferente.
Patricia
Esteban Erlés, Azul ruso, Madrid, Páginas de Espuma, 2010; 131 págs.
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