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DE CIVITATE
El hombre siente curiosidad por su
pasado y cuando un narrador mezcla ficción y documentación ofrece, a ese
curioso lector, la posibilidad de abogar por un género literario delimitado, un
concepto que desde el XIX viene otorgando credibilidad a un subgénero: la
novela histórica. Ocurrió en este país en la década de los ochenta, cuando se
ofrecía un renovado interés por recuperar la narratividad en una época de negación
absoluta sobre cualquier realidad pasada; en nuestros días, se vuelve la vista
a la majestuosidad de la
Edad Media, la
Reconquista, la fundación de algunos reinados, sus guerras
contra el invasor o las diferentes visiones sobre Al-Andalus.
El alma de la ciudad, XII Premio
de Novela Fernando Lara 2007, de Jesús Sánchez Adalid (Don Benito, Badajoz,
1962), autor, entre otras, de La luz del oriente (2000), El mozárabe (2001)
o El cautivo (2004), es una novela histórica o al menos un relato con un
excelente decorado que da cuenta, en una primera lectura, de los peligros
morales y físicos de toda una vida, la de Blasco Jiménez, su protagonista,
cuando al final de su existencia, a modo de expiación, recompone el devenir de
sus días mientras viaja, junto a otros cuatro peregrinos, camino de Santiago.
Esta posible interpretación se concreta en una asombrosa caracterización de
quienes acompañan al afligido arcediano: un fraile anónimo, el joven miembro de
una orden de caballería, un mercader y un adolescente; la otra, determina ese
complejo proceso documental que transcurre entre los siglos XII y XIII, el
reinado de Alfonso VIII, las campañas del monarca castellano, las repoblaciones
de sus fronteras con el moro y noticias sobre Ávila, Toledo, Sevilla o la fundación,
argumento de la novela, de Ambrosía, la actual Plasencia, villa de larga
tradición histórica, sueño, sobre todo, de don Bricio, personaje que buscará su
personal De civitate Dei, un legado que proyectará en su mejor creación:
el joven Blasco Jiménez, dueño de una dilatada vida llena de aciertos y de
equívocos, de luces y de sombras, actitudes que solo al final del relato
cobrarán sentido, cuando él mismo dé cuenta de su ambición, comparable a la de
su mentor, incluidos episodios de un
desaforado amor por Eudoxia o el relato del sabio magisterio de su amigo
musulmán, Abasud al-Waquil, realidades que otorgan a El alma de la ciudad la
dimensión definitiva de auténtico relato de ficción.
Tratado de la vida cotidiana porque, las
formas, las relaciones humanas, las costumbres o el pensamiento, se proyectan
hasta nuestros días. Sobresale el tratamiento del tiempo, elemento de fondo,
con ese profundo respeto por la cronología, aunque simbólicamente ensayado
porque asistimos a un tempus histórico y a otro como experiencia vital
de algunos personajes que al final completan la trama contada por el narrador,
ese misterioso concepto de alcance espiritual que se vislumbra tras el propio
fracaso de Blasco, el dolor y sufrimiento manifiestos en su existencia, el posterior
reconocimiento de sus pecados y la redención de los mismos, cuando su alma se
identifique con la de sus compañeros de viaje, como le muestra el fraile
anónimo; su visión despreocupada por los grandes ideales y ejercida como héroe
emprendedor, identificada ahora en el joven de la orden de caballería, incluso
su terrenal preocupación, práctica y cotidiana, por vivir sin problemas que
encarnará el mercader y, finalmente, la visión última de su propia
adolescencia, con la simplicidad e ingenuidad que descubre en el adolescente
Ludwin Marcial, único acompañante a quien se le otorga un nombre, inicio e
inesperado ejemplo de volver a vivir el peligro de un nuevo comienzo.
Jesús
Sánchez Adalid, El alma de la ciudad; Barcelona, Planeta, 2007.
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