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lunes, 6 de abril de 2015

Desayuno con diamantes, 30



CUENTOS COMPLETOS DE RAYMOND CARVER             
Se publican los últimos cinco cuentos minimalistas de Carver


    Raymond Carver contó mejor que nadie la vida cotidiana de los norteamericanos, la de una América de colores cambiantes, a medio camino entre lo mezquino y lo comprensivo. No podemos pensar en él como en un escritor de fácil lectura  y, a menudo, sus narraciones resultan toscas pero en ocasiones se empeña en demostrar que esas personas desgraciadas e insensibles también tienen sus sentimientos. El proceso narrativo en este escritor se concreta en su inquebrantable esfuerzo por transformar nuestra percepción humana, pensando que quizá lo que uno no es capaz de hacer no puede verse de otro modo; pero considerando este hecho desde una distancia prudente, ese problema que llega a preocuparnos tanto puede ocupar «su lugar» en medio de otras tantas cosas que nos ocurren a diario. Esta es la filosofía que inunda los relatos de un Carver cuya esencia literaria misma de funde con la herencia del realismo americano. Un cambio de estética propicio que, en los años 70 y 80, abominaría el exceso de un postmodernismo y el experimentalismo en favor esas formas realistas caducas, aunque renovadas que volverían a ensayar muchos de los más destacados escritores que empezaban a publicar por entonces: Frederick Barthelme, Tobias Wolff, Bobbie Ann Mason, Ann Beattie, Richard Ford, Mary Robinson, Alice Adams, Jay McInerney , Alice Walker y el propio Raymond Carver, todos en esa búsqueda de  un mundo diario como si de una entidad cambiante y fabulosa se tratara, un mundo cuya descripción exigía una definición de «realismo» lo bastante flexible como para acomodar todas las reivindicaciones de los objetivos realistas que planteaban en sus obras unos escritores tan distintos como Robert Coover, Raymond Carver, Joyce Carol Oates o Toni Morrison.
      Carver fue amigo de Ford y de Wolff, calificados por la crítica como los tres escritores norteamericanos de más talento de su generación. Carver escribió un breve ensayo que tituló, precisamente, «Amistad», donde describía, observando una foto hecha en Londres con motivo de una visita de los tres amigos al Centro Nacional de Poesía, su conocimiento y grado de similitudes entre los escritores y el concepto minimalista de la escritura, «es verdad—afirmaba con esa instantánea en la mano—que son amigos. También es verdad que comparten algunas de las mismas preocupaciones por el mundo. Y conocen a muchas de las mismas personas y a veces publican en las mismas revistas. Pero no se consideran pertenencia ni avanzadilla de ningún movimiento. Son amigos y escritores que lo están pasando bien juntos y aprecian lo que tienen»; ese desprecio manifiesto por un movimiento literario, se tradujo en el «realismo sucio», una evidente  ruptura de los sistemas conceptuales existentes. El minimalismo se convirtió en la perfecta excusa o disfraz para la ironía, en una forma de exposición tersa y rígidamente controlada, que tiene mucho en común con el estilo altamente estilizado y meticulosamente esculpido por el norteamericano Hemingway y el ruso Chejov, que permite la construcción económica de escenas de gran viveza y la profundidad emocional, sin requerir para ello un revestimiento intrusivo e inapropiado de un mayor análisis. Buena muestra es la colección de cuentos de Carver, De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981), considerada hoy  la obra maestra de esta actitud, porque en ella se muestra ese énfasis en las tramas ligeras, el desarrollo elíptico de conflictos dramáticos y la recreación meticulosa de caprichosos patrones lingüísticos locales, al tiempo que ensaya aspectos de una estética realista.



    La narración minimalista elabora sus resonancias a partir de la simplicidad del significado, posee una estructura que hace del todo algo más que la suma de las partes. Los significados de una narración lineal, elaborada con sencillez, son verosímiles y los personajes de estas historias, relatos o novelas, se ven acosados por toda una variada gama de problemas, — personales en su mayoría—, que los une a una realidad percibida por los lectores en el mundo. Se trata de una tendencia capaz de crear una inquietante atmósfera que se traslada a esos personajes cuya vida se debate en continuos interrogantes. Pero «el minimalismo—en opinión de Lindsay Abrams, también—supone un menoscabo de lo humano, una ruptura de los sistemas conceptuales, una pasividad literaria ante la confusión moral existente».            

¿Qué queréis leer?

     Los relatos de Carver tienen en común una especie de desconcierto, sólo justificado por el hecho de encubrir una problemática misteriosa. El autor tiene gran debilidad por lo sentimental y lo efectista, su don está en escribir historias que crean sentido a través de la forma y así se ha llegado a prestar mucha atención a la precisión de su prosa y a su preocupación por toda esa variedad de tipos de la vida corriente norteamericana: los divorcios, las rupturas, las tristezas y la ingrata tarea de mendigar trabajos para redondear unos ingresos en ocupaciones tan irrelevantes como antipáticas. Pero las anécdotas de sus historias, vislumbradas e intraducibles como si se tratase de sueños, aparecen tan extensamente como para sugerir que en realidad son analogías de la propia ficción y, de igual manera, de la conciencia; en sus relatos se repite, una y otra vez, el hecho de poder imaginarse otra vida, siempre tan semejante a la del narrador o la propia del protagonista que en él se convierte en expresión del yo, por otra parte, un espectro aturdido. En realidad, sus cuentos pueden calificarse de abiertos aunque concluyen al borde mismo del abismo, con un estilo directo, donde sus protagonistas parecen estar huyendo siempre de algo. El escritor minimalista utiliza un reducido mundo para generar unas configuraciones que trascienden más de lo que viene a expresar por medio de su escritura y que, evidentemente, no podían ocurrir en un mundo más amplio. Su impulso hacia una mayor simplificación se ha interpretado como un claro intento de crear una atmósfera de silencio, generadora de una audición mucho mayor. En Vecinos (un excelente cuento que se incluía en ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? Anagrama, 1988), los Miller, unos jóvenes cuidan del apartamento de una pareja vecina mientras éstos están fuera. Lo curioso y significativo es que el apartamento seduce a los Miller desde el principio, aunque en realidad se trata de un lugar corriente que se caracteriza por los recuerdos que sus moradores han ido acumulando en sus vacaciones, algo que les hace ver a los Miller que la vida de estos vecinos es más plena y satisfactoria que la suya propia. La intimidad del apartamento atrae a los Miller y lo que ellos experimentan equivale a una objetivación de su propia vida que, de golpe y porrazo, se ve endulzada por cosas tan accesibles como pequeñas baratijas.
   En ¿Por qué no bailáis? (incluido en De qué hablamos cuando hablamos de amor (Anagrama, 1987), un hombre, con un matrimonio roto a sus espaldas, pone sus muebles en venta justo delante de su casa y los dispone como si estuvieran en el interior, incluso extiende un cable para que la televisión y el tocadiscos funcionen. Aparece una pareja de jóvenes y observan, atentamente, los muebles, se quedan a tomar una copa y luego, a sugerencia del hombre, bailan juntos en el camino de la casa. La intimidad del matrimonio queda, con esta simple acción, anulada y al descubierto. El relato, Tanta agua tan cerca de casa (incluido en el mismo libro), trata del matrimonio de un hombre aterrorizado por su propia insensibilidad y cuya mujer, que es muy frágil emocionalmente, teme la violencia no exteriorizada de su marido. Stuart, que así se llama el esposo, se ha visto involucrado en un incidente en el que, aunque no ha tenido nada que ver y no incurre en una culpabilidad legal, a su mujer le afectará profundamente. La historia se resume en una escapada que el marido ha hecho a las montañas con tres de sus amigos y mientras están pescando descubren el cuerpo de una mujer joven flotando boca abajo en la corriente. Después de pensarlo un poco, deciden atar, por una de las muñecas, el cuerpo sin vida a un árbol, dejándolo tal y como lo habían encontrado durante los tres días que permanecen acampados. La historia la cuenta la mujer de Stuart que imagina a estos hombres y las sugerencias que pueden derivarse de su actitud ante semejante pesadilla, pero por la historia fluyen todo tipo de interpretaciones, como la identificación femenina con la víctima que deriva en un mayor aislamiento de la pareja a medida que pasa el tiempo, y el marido comprende que el estado de ánimo de su mujer degenera en una nueva enfermedad y finalmente el temor, incluso, del hombre que ha asumido su grado de culpabilidad por la evidente incomprensión de su pareja. 



     Carver está obsesionado con el matrimonio y nunca trata su ruptura con ligereza, en el relato Intimidad (incluido en Tres rosas amarillas, Anagrama, 1988), un escritor visita a su primera mujer, enfurecida porque su vida con él haya sido descuartizada para convertirla en ficción, y de que él haya obtenido un gran éxito al publicar los pasajes más oscuros de su matrimonio; es consciente de que le está dando nuevo material, pero él cae de rodillas en la sala de estar y se queda allí inmóvil hasta que a ella se le ocurre decirle que le perdona. Entonces puede echarle. El divorcio, como apuntamos, nunca llega a cuajar en los relatos de Carver, porque, en esencia, el matrimonio es una amistad inocente, desesperadamente vulnerable a los trastornos de la vida y a la mala suerte de ésta, pero siempre valiosa, la suma de unos placeres perdidos que siempre son recordados con fidelidad. 

Si me necesitas, llámame
     Cuando se cumplían diez años de la muerte de Carver aparecieron en unas carpetas—como afirma su viuda Tess Gallagher—cinco relatos inéditos, tres en la casa de Washington donde el narrador había pasado los últimos meses de su vida y dos más entre los papeles que se conservan de él en la Universidad de Ohio. Tres de ellos fueron publicados en la revista Esquire entre 1999 y 2000, y uno de los encontrados en la biblioteca de la universidad en Granta, en el invierno de 1999; la colección completa fue publicada en Estados Unidos en el  2000 y ahora se publica en España con el título del último relato de la colección Si me necesitas, llámame (Anagrama, 2001). Los cinco relatos se suman al resto de la obra de Carver y en ningún momento habría que pensar que se trata de manuscritos desechados por el autor o abandonados a medio escribir; en todos ellos se percibe la huella de los temas empleados por el autor a lo largo de su narrativa breve, aunque en alguno de estos sí se percibe un atisbo de autobiografía que bien podía haber hecho que el autor renunciara, inicialmente, a su publicación, ocurre con el titulado Leña, en realidad, según se desprende de su lectura, el drama de una huida ante la angustia que siente un escritor cuando no se le ocurre nada. El protagonista llega a una casa donde le alquilan una habitación y allí se propone cortar un camión de leña con la esperanza de que esta actividad le ayude a superar el alcoholismo, su ruptura matrimonial y su angustia creadora como narrador. En ¿Qué queréis ver? y Si me necesitas, llámame vuelven a recrear el ambiente de rupturas matrimoniales, tema tan habitual en Carver, en Sueños, uno de los más autobiográficos, la acción parece diluirse en una especie de claroscuro, como su propio título indica y la presión a la que son sometidos los personajes recorre buena parte de la obra del narrador norteamericano más genial. Y finalmente en, Vándalos, el calado es tan profundo, la psicología descrita en tan espléndida que bien puede remontarse a escritores de la talla de Faulkner, McCullers, O´Connor, mostrando lo más hondo del corazón de los hombres.

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