CUENTO
NORTEAMERICANO CONTEMPORÁNEO
La reciente Antología del cuento
norteamericano (Círculo de Lectores, 2002) realizada por el escritor Richard
Ford recoge la mejor ficción de la realidad literaria breve de Estados Unidos.
Coincide en las librerías españolas con Habrá una vez. Antología del cuento
joven norteamericano (Alfaguara, 2002), que reúne a veinticinco autores nacidos
en los años sesenta y setenta y, además, se publica otra selección de Paul
Auster bajo el genérico título de Creía que mi padre era Dios (Anagrama, 2002).
Recoge ciento ochenta historias que proceden de cuarenta y dos estados y son
contadas por mujeres y hombres que habían participado en un programa de radio
relatando historias verdaderas.
Richard Ford
A lo largo del siglo XIX y principios
del XX, la definición esgrimida muchos años antes por Edgar Allan Poe sobre las
características del relato han servido para que la crítica norteamericana, y
sobre todo los escritores posteriores, pensaran explícitamente que «un cuento
requiere unas reglas como si éste fuera el más volátil de los géneros». Así el
gran narrador norteamericano llegó a afirmar que «un cuento tiende a dejarse
leer de una sentada» y añadía que «las características formales del relato
(incluidos los personajes, la estructura narrativa o el tono) debían conservar
una unidad y subordinarse a conseguir ese efecto preconcebido por el autor
(...). Con ese cuidado y con esa habilidad se logra una imagen y un sentimiento
de plena satisfacción».
Muchos
años después, Richard Ford, sostiene que en la actualidad la «historia del
relato en Norteamérica se concibe más bien como la historia de una actitud que
se manifiesta de distintas formas: inicialmente «siendo que la actitud es algo
crucial acerca de la vida que puede ser imaginado y expresado mejor—más
claramente, más provocadoramente, más bellamente—en los relatos más bien breves
que en los que son un poco largos (...)». Insiste el narrador norteamericano
contemporáneo en que, efectivamente, «no hay en la actualidad ninguna tendencia
estable, lo que hace del género que se muestre vibrante y que el resultado de
las historias que se cuentan resulten buenas».
Cuento norteamericano
El
inicio de la producción narrativa norteamericana tuvo lugar en el primer cuarto
de siglo del XIX, cuando Thomas Jefferson, ese gran animador renacentista de
espíritu libertador y padre de la independencia, convivía con Washington
Irving, gran viajero y escritor singular que había reunido sus relatos en 1820,
en un libro titulado The Sketch Book.
Pero, sobre todo, había contribuido a introducir la importancia de la cultura
europea en la incipiente literatura norteamericana. Desempeñó durante muchos
años misiones diplomáticas en España y de esa época son sus libros Crónica de la conquista de Granada
(1829) y Cuentos de la Alhambra (1832). Hoy
está considerado como uno de las padres de la moderna novela breve en Estados
Unidos. Desde los textos del propio Irving y Hawthorne, Meville o Twain hasta
los de Anderson, Welty, Faulkner, O´Connor, Capote, McCullers, Peter Taylor o
incluso la joven Lorrie Moore, la esencia misma del cuento, proporciona el
ritmo extra que la vida durante todos estos años ha omitido con el paso del
tiempo. No todos los relatos que uno va leyendo a lo largo de su vida
impresionan a los lectores de igual manera —señala Ford en su introducción—, es
más, en la selección que componen Antología del cuento norteamericano, que
cubre unos 175 años de historia del género, encontramos textos tan clásicos
como los de Irving, Hawthorne o el excéntrico Harte hasta los que representan a
los más jóvenes como Coraghessan Boyle, Kincaid o la propia Moore. Eso sí, son
importantes por su esencia narrativa, por sus cualidades, por sus contornos
esmerados, por su brevedad y su capacidad de moderación contra esa idea
esgrimida de decir más cuando es mejor contar menos, fundamentándonos en el
hecho esgrimido en las últimas décadas de que nuestra vida puede ser
minimizada. Según Ford, «estos relatos afirman que en medio del gran tumulto
aparentemente indistinguible de la vida, se puede encontrar lo primordial».
Sesenta y cinco son los autores antologados y cada uno de ellos ofrece la
perspectiva de una extraordinaria visión de la vida en su concepto más
universal. Desde el clasicismo de Irving, Hawthorne, Poe, Melville o Twain, el
realismo de London y O´Henry hasta el comienzo de siglo con Katherine Anne
Porter, Dorothy Parker o Francis Scott Fiztgerald, un autor que con su
literatura encabezaría la denominada «generación perdida» junto con Hemingway,
seleccionado con el cuento «Allá en Michigan». Pasando por Bowles, Cheever,
Malamud, donde lo cotidiano es cada vez más frecuente y se percibe como
técnicamente el lenguaje de los cuentos ha experimentado una evolución hacia la
realidad de la vida misma. Los sesenta están retratados por Vonnegut, Baldwin,
Barthelme, Updike hasta llegar a los setenta y ochenta de cuyo espacio
narrativo son protagonistas Roth, Carver, el propio Ford, Wolff, Beattie y
Moore.
Lorrie Moore
Fue Barthelme quien inició la
denominada literatura minimalista que tan buenos frutos proporcionó a toda una
generación de autores como los señalados Beattie, Wolff, Robinson, Carver,
aunque, también es verdad, que posteriormente los métodos minimalistas han sido
acusados de ser una excusa o un disfraz para ironizar sobre la sociedad
norteamericana. Sin embargo, esta corriente, que tiene mucho que ver con
autores tan universales como Hemingway o Chejov, permite la construcción
económica de escenas de gran viveza literaria y de una profundidad emocional
sin demasiados adornos que sugieran o lleven a un detallado análisis. En
realidad, estamos hablando de un especial énfasis en las tramas ligeras, el
desarrollo elíptico de conflictos dramáticos y la recreación meticulosa y
detallada de lenguajes lingüísticos locales que muestran el aspecto de toda una
estética realista. Actitudes que llevan a sus autores al análisis formal de ese
realismo que pretenden reproducir.
El cuento joven actual
En
Habrá una vez (2002), la antología del cuento joven no queda nada del sueño
americano de décadas anteriores y los jóvenes escritores dejan traslucir en sus
textos el amargo retrato de una sociedad que se descompone por momentos, lejos
ya de ser los líderes de un imperialismo que ha visto sacudidos sus más
entrañables símbolos, incluidas las Torres Gemelas después del famoso 11 de
septiembre. Es ésta una generación que se siente alejada de los mitos de
Hollywood de los 40 y los 50, los famosos presidentes de los 60, de la
posterior guerra fría y de la del Vietnam, y se encuentra, evidentemente, más
cercana a los sucesos del Golfo o de la reciente incursión en Afganistán. Pero
es una generación sabia que hunde sus raíces en la tradición de sus clásicos y
mira con lupa a escritores como Hemingway, Faulkner, los autores de novela
negra, Hammet o Chandler, incluso los narradores más cercanos y que, de alguna
manera, renovaron el concepto del cuento, Carver, Wolf y Ford. Los relatos de
estos jóvenes escritores, como los de D´Ambrosio, Jen, Wald, Udall, Thon,
Piazza, recrean su propia sociedad de los ochenta, con todos sus aciertos y
todas sus miserias, el escándalo del presidente Clinton, la incomunicación
entre padres e hijos, los divorcios, las matanzas escolares, la violencia
callejera que salpica a una sociedad acostumbrada a la angustia, la ansiedad y
la indefensión. Sobre todo resulta curioso que muchos de los protagonistas son
jóvenes inconformes con su forma de vida. En realidad, la antología plantea el
grito común de una juventud que ha perdido sus valores más elementales,
incluida una moralidad que les lleva a replantear su sistema de vida. La
sociedad capitalista corrompe el sistema de vida, el dinero salpica a la vida
política, el egoísmo y la falta de solidaridad, se convierten en el fin de
todos los sueños.
Señala
Juan Fernando Merino en su prólogo a Habrá una vez que, pese a lo que pueda
pensarse, Estados Unidos, ofrece abundantes facilidades para los jóvenes
narradores que una vez demuestran su valía consiguen becas en la numerosas
universidades. En los departamentos se ofertan cursos y talleres de escritura,
así como espacios donde publicar sus primeras obras. The New Yorker, Atlantic
Monthly o Esquire se convierten en las plataformas de prestigio donde publicar
y además con la ventaja de ser revistas de gran tirada que se distribuyen por
todo el territorio. Existe, además, toda una red de excelentes bibliotecas
públicas donde acuden a solicitar sus préstamos numerosos norteamericanos.
Insiste, Merino, como PlayBoy, una revista de alto contenido erótico presta sus
páginas a jóvenes promesas donde la única condición es que los textos sean de
primera calidad. Dos autores de los seleccionados en esta antología han visto
publicados sus cuentos en la prestigiosa revista: Brady Udall y Joshua
Henkin.
Relatos verídicos
En
la primavera de 1999 el escritor Paul Auster fue entrevistado por la Radio Pública
Nacional y a lo largo de la conversación, su presentador Daniel Zwerdling, en
un atrevido acto de espontaneidad, le preguntaba al narrador si estaría
dispuesto a colaborar con ellos en el programa, de una forma sistemática,
leyendo alguno de sus cuentos. El escritor declinó la oferta porque, según él,
a duras penas podía mantener el ritmo de su trabajo como para embarcarse a
escribir relatos por encargo. Sin embargo, fue Siri Hustvedt, su esposa, quien
ante semejante requerimiento le dio la vuelta al encargo y le propuso al propio
Auster incorporarse al programa haciendo una llamada en directo para que los
oyentes escribieran sus propias historias, se las enviaran y él mismo
seleccionara las mejores que más tarde leería en directo. Se trataba de enviar
historias reales que bien pudieran convertirse en una ficción: los relatos
tenían que ser verídicos y breves. «Lo que más me interesaba—señala Auster—era
que las historias rompieran nuestros esquemas, que fueran anécdotas que
revelasen las fuerzas desconocidas y misteriosas que intervienen en nuestras
vidas, en nuestras historias familiares, en nuestros cuerpos y mentes, en
nuestras almas». Se trataba, en realidad, de reunir con la ayuda de todos un
museo de la realidad estadounidense.
La
entrevista al escritor fue emitida en octubre de ese mismo año y desde
entonces, en el plazo de un año, recibió más de cuatro mil relatos, de los que
mensualmente iba seleccionando cinco o seis para ser emitidos. Como «crónicas
desde el frente de la experiencia personal» ha calificado Auster estos relatos
que, en realidad, tratan de los mundos privados de los norteamericanos y se
detectan, obviamente, las inexorables huellas de su historia: la Gran Depresión, la Segunda Guerra
Mundial, la guerra del Vietnam y lo cotidiano, el racismo, el sida, la droga,
las armas, la pornografía o el alcohol. Revelaciones sobre el asesinato de
Kennedy, demandas sobre corporaciones o agencias gubernamentales, incluso
variaciones o exégesis sobre complejas y variopintas interpretaciones de las
Sagradas Escrituras.
Creía
que mi padre era Dios (Anagrama, 2002), contiene 179 relatos y es una selección
representativa, una versión en miniatura del conjunto de los cuentos leídos por
el escritor. Es, por consiguiente, un libro escrito por personas de todas las
edades y de todas las clases sociales. Un cartero, un marino mercante, un
conductor de trolebús, una lectora de contadores de gas y electricidad, un
restaurador de pianos, un especialista en limpiar lugares donde se ha cometido
un crimen, un músico, un hombre de negocios, sacerdotes, reclusos, médicos,
amas de casa, granjeros, ex militares. El colaborador más joven, apenas veinte
años, el mayor, ronda los noventa. La mitad son mujeres y la otra mitad hombres
que viven en zonas tanto rurales como en ciudades y urbanizaciones. Todos viven
en cuarenta y dos estados diferentes.
En
un intento por ordenar sus historias, Paul Auster, optó por clasificarlas en
diez categorías y el contenido oscila entre la farsa y la tragedia y por cada
acto de crueldad y de violencia descritos se puede encontrar el contrapunto de
una amabilidad, de una generosidad o incluso, algo de amor. Imágenes densas,
claras y un tanto ingrávidas, señala el autor como esa especie de foto de
familia que todos llevamos en nuestra propia cartera y que nos acompaña durante
toda nuestra vida.
Am Fe vivo en EE.UU.. En algún momento las cosas que nunca puede
ResponderEliminarimaginar que sucede. yo estaba en una relación estable y
bien remunerado trabajo por tres años luego de repente mi amante
rompió conmigo sin ninguna explicación. yo era
devastada, confundida y el corazón roto, el trabajo que amo
no iba sin problemas también en el punto de darse por vencido
cuando mi amigo que ha estado en África me dijo acerca de
un lanzador de hechizos que puede hacer que tu pareja o trabajo vienen
con usted dentro de 48 horas .En primer acabo de reír sobre él
no pensar mucho en ello entonces vi testimonios de
personas que el mismo lanzador de hechizos Dr Ogbo tiene
ayudé entonces decidí darle una oportunidad. Ahora mi amor
uno está de vuelta y mi trabajo de nuevo en mis brazos. Yo soy sólo
tan feliz ahora y gracias al Dr. Ogbo agradecimiento
gracias por usted ayuda. consejos para los que pudieron
También quiero darle una oportunidad .email>.
drogbohighspiritualspellcaster@gmail.com o número de contacto
+2348058850297