CELA, YA PARA
SIEMPRE
Camilo José Cela ha sido la figura
más incuestionable de las letras españolas del pasado siglo XX. Escritor
prolífico: novela, cuentos, fábulas, memorias, poesía, teatro, libros de
viajes, artículos, lexicografías y adaptaciones de obras y traducciones,
completan su legado. Trece años después de su desaparición, el 17 de enero,
2002, froma parte de alguno de esos olvidados.
La muerte siempre
nos sorprende, la muerte de un escritor lo convierte, indiscutiblemente, en un
ser inmortal. La historia de la literatura española está plagada de nombres
inmortales, de quienes han traspasado la barrera de lo esencialmente físico
para, a través, de su obra convertirse
en clásicos sobre los que uno siempre se vuelve. La historia de la literatura
es ingrata y a veces olvida e ignora a sus más genuinos representantes. La
muerte de Camilo José Cela (1916-2002) no ha sido una muerte anunciada porque
desde hace ya algunos años se había convertido es un escritor inmortal. Ahora
su adiós no es nada más que la constatación de que su obra ya pertenece a la Historia de la Literatura, con
mayúscula, otra cosa es su vida y lo que se cuenta de ella, su discutida
biografía, sus polémicas declaraciones y actuaciones en prensa y en televisión,
sus improvisadas actuaciones y manifestaciones en contra de esto o aquello. El
premio Príncipe de Asturias en 1987, la concesión del Nobel en 1989 y,
definitivamente, el Cervantes en 1995, lo consagraron como el escritor español
vivo más representativo del siglo XX. Su narrativa ha cubierto ampliamente el
panorama novelístico de los últimos sesenta años, sobre todo tras la guerra
civil y el panorama desolador de las
décadas del 40 y del 50. Cela se ha convertido con el paso de los años en la
autoafirmación de la literatura en su sentido más literal. Sesenta años de
ejercicio avalan toda una vida dedicada al noble arte de hilvanar las letras.
Por eso no ha sido extraño que en los escaparates de las librerías casi siempre
haya aparecido algún que otro libro del novelista gallego, ya fuera reedición o
novedad. Desde siempre se ha ocupado de fabricar una identidad, característica
propia del autor que desde siempre ha tratado de fundir los términos de
literatura y vida en un sólo concepto que desembocaría, con el paso de los
años, en un costumbrismo tan variado y rico, característico de la producción
celiana.
Biografía
Durante los días 5 al 14 de
junio de 1985, Cela se embarca en un Nuevo viaje a la Alcarria (1986),
ahora en un lujoso Rolls-Royce. Este nuevo viaje es también un libro lírico,
profundamente emotivo, de una sencillez impresionante que cala, como el otro,
en el corazón, de prosa sencilla en apariencia, anotada en el camino,
transcrito en el orden en que se realizó el viaje. Publica Cristo versus
Arizona 1988 y año más tarde, tras la concesión del Nobel, su suceden los
homenajes a su persona y a su obra. La cruz de san Andrés en 1994 le
otorgó el Premio Planeta y en 1999 publicó su novela sobre la Galicia marinera titulada Madera
de boj.
De La familia de
Pascual Duarte a La Colmena
Hoy sesenta años más tarde de la
publicación de La familia de Pascual Duarte sería justo separar los
valores ocasionales que la novela pudo contener en la época, de esos otros transitorios que pudieran verse como más
auténticos y duraderos. Fue muy importante el hecho de que la novela arrancase de una acción
bronca, repleta de violencia y desgarro, empleando un lenguaje crudo que sonó
entonces como ensordecedor porque hablaba de unas realidades que no se podían
decir por su nombre. La crítica acuñó muy pronto el término de «tremendismo»,
para calificar a esta novela, un hecho que tuvo admiradores y detractores que
muy pronto se dieron cuenta de que Cela tan sólo había reinventado el término
que ya había aparecido en la literatura española en la década de entreguerras.
En la novela se muestra esa rara habilidad del autor para describir la realidad
humana, la escenografía violenta de una sociedad que ha perseguido a buena
parte de su obra. Sus siguientes obras serán, Pabellón de reposo (1943),
donde se describe la tremenda aventura de morirse, Nuevas andanzas y
desventuras de Lazarillo de Tormes (1944), donde se resucita la actualidad
de un género, hasta llegar a La
Colmena (1951). Cela llega a la plenitud de su narrativa,
con una obra sinfónica, sin protagonistas ni personajes destacados, pues todos
forman un conjunto. En la novela se pretende reflejar el panorama de la vida
española concretada en el Madrid de los primeros años de posguerra y por este
motivo, contiene una ambición ciertamente desmesurada. La Colmena sabe a poco
una vez leída porque ninguno de sus personajes tiene entidad como para que los
lectores podamos intimar con él: son bocetos, siluetas sugerentes que se cargan
de vida a medida que avanzamos en sus páginas, algo que el autor
manifiestamente no se propuso desarrollar puesto que, como si de una auténtica
colmena se tratara, el autor muestra el esquema. En realidad, estos personajes
aparecen y desaparecen a gusto del autor y tan sólo se vislumbra unidad en la
novela por el ambiente en el que se mueven, esto es, por la miseria.
De San Camilo, 1936 a Oficio de tinieblas,
5
Cuando aparece San Camilo,
1936, en 1969, esta obra singular, la crítica ya había hablado del
costumbrismo de Cela e, incluso del fragmentarismo de algunas obras publicadas
en la misma década, Gavilla de
fábulas sin amor (1962), Toreo de salón (1963), Once cuentos de
fútbol (1963), Izas, rabizas y colipoterras (1964), pero sobre todo
en esta novela el escritor se enfrenta al joven que celebra su onomástica
precisamente la víspera de 1936 y, en realidad, está haciendo el relato de toda
una generación en beneficio de otras muchas posteriores. En 1973 apareció Oficio
de tinieblas, 5, en realidad, una obra compuesta de 1194 párrafos sin punto
alguno, de diverso contenido y estructura. En realidad, Cela retrata la muerte,
una muerte domesticada que se adentra en el ánimo de las personas con toda
naturalidad y que lleva a pensar en ésta como si de espectáculo de autocomplacencia
se tratara. Es, por consiguiente, una visión escatológica en el sentido
cristiano del término y también a ese otro sentido de la ultratumba, conceptos
lo suficientemente ensayados como para poder ofrecer una resignación total.
«Una purga del corazón», como señaló el propio Cela ante ese juicio final por
cuyo tribunal pasan todas las miserias de este mundo.
De Mazurca para
dos muertos a Madera de boj
Después de una década de
silencio narrativo, Mazurca para dos muertos (1983) reavivó el panorama
literario en torno a la figura del escritor gallego, sobre todo porque con esta
nueva novela la lengua castellano-galaica alcanza las cotas más altas del
idioma español. De nuevo Cela salpica su obra de barbarie, violencia física,
sexualidad y muerte. El escenario el medio rural, concretado en los límites de
las provincias de Orense, Pontevedra y Lugo con frecuentes incursiones en A
Coruña y como telón de fondo, de nuevo, la violencia que recuerda a su primera
obra La familia de Pascual Duarte. Sobresale en Mazurca el
virtuosismo léxico y sintáctico, una mezcla que se acopla perfectamente para
dar el tono a una narración que precisa impulsos significativos y brillantes. A
lo largo de sus páginas desfilan muchos de los fantasmas familiares de muchos
de los españoles del pasado, quizá porque en realidad el escritor retrata la
envidia, la rivalidad, la mezquindad que se convierte en el odio que termina
por destruir la especie humana. Tal vez Cristo versus Arizona (1988) sea
una novela de más difícil clasificación que las anteriores, indudablemente
porque el espacio elegido por el escritor, el hecho histórico del duelo en el
OK Corral, concretado, además, en los años 1880 y 1920, cuarenta años en la
vida del lejano Oeste americano con alusiones que no nos son familiares. La
cruz de San Andrés, obtenía en 1994 el Premio Planeta y se concreta en la
historia del suicidio colectivo de toda una secta. Y finalmente, la esperada Madera
de boj en 1999, en realidad, el testamento literario del autor desaparecido
y que, de alguna manera, cierra su trilogía de Galicia. Sacristanes, hombres
lobo, alucinados, pescadores de sardinas y cazadores de ballenas, sordomudos,
suicidas, curanderas, fornicadores, sirenas, vírgenes... toda una galería de
vidas y de andanzas que se desenvuelven en un ir y venir por los territorios de
lo que se conoce como el fin del mundo, es decir, el Finis Terrae, que se
localiza en la Costa
de la Muerte
gallega, un lugar que da fe por los numerosos naufragios ocurridos durante los
últimos cien años.
Adiós al gallego
y su cuadrilla
Tal vez nadie como Camilo José
Cela supo instalarse entre las páginas de sus libros como el mejor de los
personajes, nadie supo desde un aspecto tan carpetovetónico ingresar en la Academia, ajustar la
lengua desde su escaño de Senador por designación Real, salpicar nuestro idioma
de diversas enciclopedias y contribuir a la expansión de nuestra lengua por
todo el mundo. Cela deja esa estela que dejan los grandes hombres cuando lo son
y ahora, que ha dejado de ocasionar no pocas polémicas, la crítica, los
estudiosos de la literatura, los lectores, en definitiva, nos corresponde
calibrar su amplio legado literario. Todos los nombres de la narrativa
contemporánea están vinculados, de alguna manera, a la obra de este gallego universal
cuya provocación y genialidad queda patente. A Cela se le ha admirado tanto por
su carácter como por su literatura; se lee a Cela o se le rechaza y se hace,
frecuentemente, por sentimientos, encontrados o no, más que por razonamientos,
sean estos verdaderos o falsos.
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