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Teoría y
práctica
“La realidad avasalla cualquier teoría”.
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VIAJES CON CHARLEY
En 1962, un John
Steinbeck, de 58 años, se puso en la carretera y recorrió su país, Estados
Unidos, de punta a punta. A lo largo de tres meses hizo los dieciséis mil
kilómetros por las carreteras secundarias de treinta y cuatro estados. Viajaba
con Charley, un caniche francés, y en Rocinante, la autocaravana que compró
para la ocasión y que llevaba su nombre escrito en un costado con caligrafía
española del siglo XVI. Según cuenta el Nóbel sureño, durante todo ese tiempo
nadie le reconoció ni una sola vez. El resultado, Viajes con Charley. En busca de Estados Unidos (que ahora publica, Nórdica Libros, 2014).
“Cuando yo era muy joven y tenía
dentro esa ansia de estar en otro sitio, las personas mayores me aseguraban que
al hacerme mayor se me curaría este prurito. Cuando los años me calificaron de
mayor, el remedio prescrito fue la edad madura. En la edad madura se me aseguró
que con unos años más se aliviaría mi fiebre, y ahora que tengo cincuenta y
ocho, tal vez la senilidad realice la tarea”. El relato del viaje resultó un
texto muy personal, y es que ciertas historias hay que leerlas no solo para
conocer sus paisajes, sino para entender al autor y para saber más sobre sus
circunstancias personales y su época. Steinbeck va contando, a lo largo de todo
el libro, como a medida que deja atrás kilómetros encuentra un país cambiante,
donde las aldeas se van convirtiendo en pueblos y los pueblos en ciudades,
también cómo los negros comienzan a integrarse en los estados del sur, y el
racismo blanco se opone con auténtica fiereza, y averigua que la gente se ve
obligada a comprar autocaravanas donde vivir para poder aprovechar una
oportunidad de trabajo lejos de casa.
Un país enorme, raro y lleno de
matices que, al margen de Steinbeck, hemos ido conociendo en la abundante
literatura publicada hasta el momento, en los numerosos testimonios escritos o
en los filmes de época que durante los últimos cincuenta años han invadido
nuestras casas o salas de proyección. Pero, lo mejor de este libro como asegura
el escritor, para conocer un país es necesario haber contemplado sus paisajes y
caminos o, sobre todo, charlar y compartir con sus gentes, y esa no otra fue su
idea al comienzo del mismo. En el camino se encontró con vendedores, granjeros,
camioneros, campesinos, y gentes que, como él, que iban siempre de paso. Y lo
que queda patente y claro es que aquella uniformidad muchas veces atribuida al
mundo norteamericano, desde una visión europea, no es más que una distorsión
grotesca, y su forma de ser, incluso su vida cotidiana es algo más diverso y
complejo que cualquiera de las sociedades del viejo continente. Algunos de los
problemas que Steinbeck encontró en su viaje de entonces no han desaparecido
actualmente, entre ellos las curiosas, laberínticas y en muchas ocasiones
absurdas leyes que rigen la entrada en cualquier país, como a él le ocurriera
al intentar cruzar la frontera entre Nueva York y Ontario, o sea, entre Estados
Unidos y Canadá, obligado a dar marcha atrás por no llevar el certificado de
vacunación de su perro, Charley. Lo curioso es que podía pasar tranquilamente
en Canadá, pero en la aduana canadiense le advirtieron que, tal vez, no podría
volver a entrar en Estados Unidos, aunque el periodo de estancia en el país
vecino apenas fuera de unas horas, lo suficiente para recorrer el camino más
corto entre Niagara Falls y Detroit. Al dar media vuelta, sin embargo, fue
detenido en la garita de entrada a los Estados Unidos. Leemos, pues, esas
sensaciones que todos sentimos cuando en una aduana se nos invita amablemente a
abrir nuestras maletas, o peor aun cuando alguien nos invita a acompañar al
funcionario a otra habitación, ese desasosiego, como única percepción de que
algo malo estemos haciendo.
Al hilo de un relato curioso,
bien escrito que se lee con amenidad, salpicado de un rico anecdotario de las
abundantes virtudes y defectos de los estadounidenses, las páginas fluyen, y
sobresalen los juicios y amenas charlas con Charley, en quien confía, a quien cuida
y le sirve de excusa para entablar conversación con los lugareños cuando llega
a una población desconocida, puesto que generalmente por esas tierras no han
visto un perro de anatomía y pelambrera tan curiosa y, sobre todo, tan viejo y
que resulte tan buen compañero. Cuando Steinbeck recorre el sur, en las últimas
etapas de su viaje, el valor del testimonio aportado es mucho mayor. Observará
y nos dejará escritos algunos actos racistas en Nueva Orleáns, y en ese mismo
sentido le suceden numerosas anécdotas que demuestran su templanza y su
humanidad, como por ejemplo cuando un grupo de mujeres, de pie frente a un
colegio de la ciudad sureña, dedicaban las tardes y las mañanas a abuchear a
tres niños negros que estudiaban allí. El escritor observa el espectáculo
sorprendido y, a medida que seguimos leyendo, de nuevo en algún poblado del
sur, conoce a un hombre que, entre otras cosas, confunde a Charley con un
negro, este hombre le pide que lo acerque a un pueblo cercano y Steinbeck,
siempre amable, acepta, mientras conversan, y surge el tema del rechazo a los
negros, o “Niggers”, como sugiere el hombre que los llama los hombres blancos
de modo despectivo.
VIAJES
CON CHARLEY
EN BUSCA DE
ESTDOS UNIDOS
John Steinbeck
Trad., de José
Manuel Álvarez Flórez
Madrid, Nórdica Libros, 2014; 285 págs.
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