Raquel
Taranilla
RAQUEL TARANILLA
ABORDA EN ‘MI CUERPO TAMBIÉN’ (LOS LIBROS EL LINCE, 2015) LOS EFECTOS DEL
CÁNCER EN SU VIDA Y ÓMO LOGRÓ SUPERARLO. UN LIBRO LÚCIDO Y VALIENTE.
Raquel Taranilla (Barcelona, 1981) es licenciada en
Derecho y doctora en Filología Hispánica, ha publicado La justicia narrante, o la construcción de la verdad en el proceso
penal. En Mi cuerpo también (2015)
ofrece una biografía que oculta más que cuenta porque prescinde de deleites y
desdichas, aunque se trata de un texto que deslumbra por su inteligencia y la
precisión de su prosa, y oscila entre mitad prosa testimonial y lúcido ensayo.
Actualmente vive en Doha (Catar) donde coordinada el programa de Lengua
Española.
Permítame
preguntarle, ¿ha dominado usted su cuerpo, definitivamente? Y por consiguiente,
¿está más lejos de un sentimentalismo al uso?
En absoluto. Me parece desafortunada la dualidad basada en
una mente (o, en su caso, en un alma) virtuosa que vive encerrada en un cuerpo,
que a la que puede se desliza hacia el pecado o la enfermedad. No creo que haya
un yo al margen del cuerpo, a pesar de que la irrupción de la enfermedad con
frecuencia cree ese espejismo. Antes de recibir el diagnóstico del cáncer, cuando
el dolor me vencía, experimenté esa disociación ficticia. Lo cuento en la
primera parte del libro: “El qué me pasa dejó de ser la pregunta adecuada, para
dar paso a la más atinada qué demonios le ocurre a mi cuerpo, que no me
obedece, que me hiere y me humilla” (Mi cuerpo también, §12). No hay cuerpo
independiente de mí misma al que yo pueda dominar.
Por otro lado, es cierto que me impongo no caer en
sentimentalismos. Y eso responde, de un lado, a un mandato ético (puesto en
contraste con otros sufrimientos, otras injusticias, el cáncer se revela
dolorosamente soportable) y, de otro lado, a una preferencia estética (las
descripciones crudas me parecen más precisas para expresar la tristeza, la pena
insondable, la ferocidad de la vida, que los aspavientos).
Háblenos del antes y el después en
su vida cotidiana hasta hoy.
Desde el comienzo, me impuse negarle al cáncer cualquier
repercusión trascendental en mi vida cotidiana y, en buena medida, lo he
conseguido. En la mitología del cáncer existe la idea de que enfermar
gravemente es un hecho iniciático, una experiencia límite capaz de convertirte
en una mejor persona, capaz de reordenar tus prioridades vitales, revelándote
cuál es la forma de vida buena. Nos cuesta concebir que tanto sufrimiento no
reporte ningún beneficio. La literatura de autoayuda para enfermos (que es
detestable y cínica) se sustenta en esas creencias.
En la introducción a mi relato, explico que concebí el
tiempo de enfermedad como un paréntesis en mi vida. Aunque era arriesgada, esa
representación del cáncer me ayudó a pasar los meses duros del hospital. Si
bien al final de mi historia matizo esa concepción del cáncer como paréntesis,
lo cierto es que hay una continuidad evidente —a veces, autoimpuesta— entre
aquello a lo que me dedicaba antes del cáncer y aquello a lo que me he dedicado
después.
¿Está uno protegido contra la
enfermedad?
De ningún modo. La salud es una presunción: ni estamos
protegidos de la enfermedad ni podemos asegurar que estamos nunca libres de
ella. Los cuerpos enferman, las personas entristecen; existen los conflictos,
la violencia, los dilemas irresolubles. Aceptar lo que somos (aceptar que el
cáncer nos supera como especie, que el cáncer es vida, que el cáncer es
nosotros también) es la única vía para pacificarse con uno mismo.
Se lo pregunto, porque después de
leer Mi cuerpo
también (2015), la perspectiva vital
mejora un 100%, ¿era ese su propósito?
No era mi propósito. No deseo ser ejemplar ni modélica —yo
misma detestaba las historias de enfermos animosos que lucharon y se curaron,
pues siempre son narraciones cursis, moralistas y falaces—. Para mí era
fundamental dejar claro desde el principio que lo que me pasó no es
excepcional.
Mi única intención fue dar réplica al relato que sobre mi
cuerpo y sobre el tratamiento vehicula mi historial clínico. Quise explicar de
modo más exhaustivo la vivencia superabundante que es enfermar de cáncer y
recibir tratamiento. Me propuse mostrar el monopolio ciego de la clínica sobre
los cuerpos y, por encima de todo, reivindicar mi autoridad sobre mí y sobre mi
historia.
Este libro es un auténtico
historial clínico, o una alternativa, casi, narrativamente hablando de todo el
proceso, ¿ha sido esa su voluntad al escribirlo?
Exactamente: en paralelo a la historia oficial de mi
enfermedad, propongo una historia alternativa, empleando mi bagaje intelectual,
ético y estético. Frente al relato de los médicos (que entiendo como un relato
vertical), hago valer mi voz en el hospital (en un relato que es horizontal,
como la posición a la que condenó la terapia a mi cuerpo). Ambos relatos son
complementarios e igual de metafóricos y parciales.
Y sobre la mitología del cáncer,
¿qué puede decirnos?
Como ocurre con todos los hechos socialmente relevantes,
hemos creado una mitología que nos sirve para pensar y discursivizar el cáncer.
Mucho se ha escrito sobre ello. Probablemente El cáncer y sus metáforas, de Susan Sontag, sea el trabajo que
mayor repercusión ha alcanzado, pero la literatura al respecto es ingente. Como
analista del discurso, me interesa explorar los mitos del cáncer, comprender su
arquitectura. Como paciente, por lo común los padecía: son puro cuento,
fabulaciones que no siempre juegan a favor del enfermo.
A medida que uno
lee, no puede dejar de pasar páginas, y no se lo digo como un halago, sino
simplemente por la vertiginosidad de una prosa precisa, e imágenes impactantes,
que nos deslizan por esta especie de diario clínico, ¿es una técnica muy
meditada?
Era imprescindible que mi relato fuese preciso, tanto al
menos como el de los médicos. El discurso literario y el de la investigación
lingüística, que son los que yo manejo, son exactos, milimétricos, y
perfectamente explicativos. No hay jerarquía entre la voz de los médicos y la
de los enfermos. Critico ese elitismo que silencia al paciente, que considera su
relato poco pertinente, vago, poblado de fantasmas.
Dolor y placer. ¿se confunden, o
tal vez se pueden complementar?
Las sensaciones que puede experimentar el cuerpo son
infinitas y no son excluyentes. En el hospital el paciente sufre tormentos
incomparables, pero también vive momentos gratos, ratos de alegría. Mi historia
comienza con un episodio sexual, antes del diagnóstico, justamente para
explicar eso: que el dolor brutal que se irradiaba por toda mi columna entraba
en colisión con el orgasmo.
Y el miedo, ¿ha vencido usted el
miedo?
No. Era miedosa antes del cáncer y lo seré siempre. Lo que
ha cambiado es el contenido de mi miedo. Ahora soy consciente del dolor radical
que trae consigo la enfermedad, la dependencia. Ahora vivo en un mundo plagado
de cánceres sin diagnosticar, de factores de riesgo. Si antes de enfermar tenía
miedo a un intangible, ahora mi miedo es experimentado, carnal, tiene
cicatrices.
La enfermedad como tema narrativo
es frecuente, y usted cita algunos ejemplos conocidos, ¿cómo se aleja usted de
ellos? ¿cómo convierte su texto en original?
Lo que hago es poner mi experiencia de la enfermedad y el
tratamiento en relación con mi formación intelectual: con la lingüística, con
la sociología del derecho, con la teoría narrativa, con la filosofía. Si bien
mi historia es corriente, ese enfoque me parece peculiar. Cada vivencia es
única, aunque todas las narraciones del cáncer sigan patrones semejantes.
Su discurso, el de Mi cuerpo
también, es diferente al clínico, ¿en qué medida?
Mi intención es que el relato oficial de mi enfermedad y
el alternativo sean complementarios, que entren en diálogo. Puestos en
contraste, se hacen evidentes las parcialidades, los silencios, las
contradicciones, las metáforas que ambos encierran; se muestran sus costuras.
Su precisión léxica, su dominio de
la enfermedad, le han llevado a escribir un libro singular, ¿y de aquí en
adelante qué…?
Llevo años dedicada a analizar los discursos del poder, a
escribir sobre su configuración, sobre sus transformaciones. Hasta Mi cuerpo también mi producción había
sido fundamentalmente académica, consagrada al discurso del derecho y las
instituciones de justicia. Pero lo cierto es que existe una línea de evolución
entre mis trabajos anteriores y esta historia sobre mi enfermedad, sobre su
desarrollo clínico.
Me interesa problematizar la sociedad a través de sus
discursos, explorar los límites de lo pensable, de lo decible, de lo asumible.
Para ello empleo materiales discursivos muy heterogéneos; pongo en contacto textos
y géneros que aparentemente se mantienen aislados: por ejemplo, la declaración
política o la ley, con la poesía, que es el terreno por donde transita el
proyecto que ahora tengo en marcha.
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