Antón Castro
El último
libro de Antón Castro, La leyenda de la ciudad sumergida (Nalvay, 2014), es un
homenaje a Galicia, a aventura, al sueño y al mundo infinito de los libros.
Foto Olver Duch
Antón Castro nació en Lañas (Arteijo), La Coruña, 25 de agosto de
1959. Es un escritor, dramaturgo y periodista cultural. Desde 1978 vive en
Zaragoza. Dirige desde 2001 el suplemento Artes y Letras del Heraldo de Aragón.
Presentó y dirigió varios programas de televisión. Desde el año 2000 dirige los
Encuentros Literarios de Albarracín. Su obra literaria es variada y variopinta,
Mitologías (1987), El testamento de amor de Patricio Julve (1995).
Los seres imposibles (Destino, 1998), y obras para niños, Jorge y las
sirenas (2009), El niño, el viento y el miedo (Nalvay, 2013) y La
leyenda de la ciudad sumergida (Nalvay, 2014),
Ilustrados de Javier Hernández, libro de cuentos fantásticos de la
infancia del autor en Galicia.
Déjeme
preguntarle, ¿su vida es cultura, o la cultura forma parte de su vida?
Quizá las dos cosas. Me apasionan las pequeñas cosas
de la vida, que también son una forma de cultura, y la cultura es una de las
razones que alimenta mi vida: la literatura, la música, el cine, el arte, la
fotografía, el teatro, la conversación, el debate, la pasión por escuchar a los
otros.
¿Cuándo se
consideró que la cultura era algo fundamental en un país como este?
Imagino que con la ilustración, durante la II República, y
cuando se entendió que la cultura son las maletas del viajero, del creador, del
hombre cotidiano: ahí viaja la sensibilidad, el sentido crítico, la curiosidad,
el deseo de saber, el respeto, ese viaje interior que se llena de experiencias,
de poemas, de libros, de partituras, de sueños..., las armas de la convivencia
y la libertad. Ahora, como decía el otro día Rafael Argullol, parece que la
cultura y la lectura están más desprestigiadas que nunca; si fuese así, y quizá
lo sea, sería una forma de corrupción y de fracaso.
¿Cómo
hemos cambiado en estos últimos años en la forma de hacer periodismo cultural?
Aunque ahora no estamos en el mejor de los momentos de
la consideración cultural, en la democracia el periodismo cultural ha sido
fundamental. Se ha creado mucho, en todas las dirección, se ha programado
mucho, ha habido avances decisivos, grandes proyectos, y el periodismo cultural
ha estado ahí, con entusiasmo y sentido crítico, para impulsarlos, criticarlos,
elogiarlos y fijar el foco sobre ello. Y hablo desde el ‘Inventario de otoño’
de Manuel Vicent a la ‘Galería de imprescindibles’ de Manuel Hidalgo, desde las
entrevistas y los reportajes a las críticas de cine, arte, libros o fotografía.
Foto José María Odé
Hábleme de
sus experiencias en el mundo del papel y en las nuevas tecnologías.
Me encanta el papel y los soportes digitales. Tengo la
casa como un mar desordenado de recortes y periódicos y libros, que le lleva a
decir a mi suegra si no padeceré el síndrome de Diógenes, y a la vez, sin
ansiedad, me he asomado al blog, al facebook y quizá hoy mismo al twitter.
De su
variada faceta como escritor, ¿de cuál se siente más satisfecho?
No sabría decirle. El periodismo ha sido mi escuela de
formación, pero en realidad me siento narrador, contador de historias. Y a la
vez, poeta. Un poeta de demasiadas palabras todavía y algo tardía. Desde 2010
para aquí he publicado cuatro libros de poesía.
¿Solo en
la realidad se encuentra la auténtica literatura? La pregunta viene por su
faceta de escritor de un maravilloso mundo de fantasía.
La literatura se hace de realidad, de imaginación, de
sueño y lenguaje. A mí siempre me ha atraído mucho la dimensión mágica o
inesperada de la vida, aquello que parece soñado. Lo han dicho muchísimos
antes, y se seguirá diciendo muchas veces más, pero a mí las cosas más
inverosímiles, mágicas, fabulosas, sorprendentes y conmovedoras me han ocurrido
en la realidad. O suceden en la realidad. La realidad es una formidable máquina
de maravillas que parecen irreales e imposibles.
Primero
fue, Jorge y las sirenas (2009), un libro para más pequeños, ¿fruto de
ese mundo donde la fantasía es tan importante?
Desde luego. Soy un enamorado de las sirenas, desde
hace muchos años, casi tanto como Carlos García Gual. He escrito bastante de
ellas. Pero esa también es una historia que me dictó la realidad: ahí le
inventé una sirena a un niño enfermo gravemente al que le apasionaban los
sencillos dibujos que hacía yo en las dedicatorias de mis libros. Durante su
convalecencia, decidí escribirle dos microcuentos de sirenas en el periódico
(apenas quince líneas, 900 caracteres cada uno) para que supiese que me
acordaba de él y mis sirenas también... Se curó. Y me gusta pensar que es un
milagro de la ciencia, a la que le estoy muy agradecido, y de la literatura.
Foto, José Miguel Marco
El niño, el viento y el
miedo (2013), ¿es una colección de
leyendas o cuentos con una mayor proyección?
No son leyendas, aunque pueda parecerlo. Todo lo
cuento es más o menos real: quiero decir que yo lo viví así en mi infancia o
que mi propia madre me contaba las cosas como yo las cuento. Aunque parezca
sueño casi todo el real. Salvadas las distancias, yo tuve una infancia
fantástica y llena de miedos y de poesía como la que cuenta, en cierto modo,
Marc Chagall. Los aparecidos volvían con la lluvia; los mendigos exigían
limosna de pan con beso y podían bailar una muiñeira; el viento encendía un
acordeón bellísimo y lastimero que provocaba pánico; la dama de los bosques
irrumpía y provocaba desastres ambientales y en algunos hombres, y eso me lo
confirmaba incluso la mujer viuda que me cuidaba algunas mañanas. Las brujas,
ya se sabe, haberlas haylas.
En La leyenda de la ciudad sumergida (2014) parece como si usted llevara a Galicia en su corazón, ¿es así?
Por completo. Ese libro es un homenaje a Galicia, a la
naturaleza, a una topografía que conocí de niño y adolescente, y es un homenaje
al viaje, a la aventura, al sueño y al mundo infinito de los libros.
En esta
historia se suceden las aventuras y, además, ofrece un auténtico homenaje al
mundo del libro, ¿quiso usted combinar ambos aspectos para educar a jóvenes
lectores?
Por supuesto. Siempre les digo a los niños que la
aventura y los libros van de la mano y que una de las experiencias más hermosas
que existen es la de la lectura, si es en voz alta aún mejor. Una experiencia
tan decisiva como la amistad, el amor, el descubrimiento del mar o de una
canción que se convierte en la banda sonora más íntima de tu vida. A los niños
siempre les gusta que pasen cosas.
Ofrece aun
mucho más, el poder de la fantasía y de la imaginación, ¿seguimos teniendo
necesidad de otorgarle el valor suficiente a lo maravilloso y extraño?
Por supuesto. En el fondo, uno de los estados más
excitantes es la sensación de estar de tránsito o de vuelo. La fantasía te
permite ser pájaro o nube, ser un caballero medieval y descubrir el corazón
oculto de las palabras, que son –como suele decir el poeta Ángel Guinda- seres
vivos.
La bondad
y la maldad, ¿trata usted estos sentimientos con una especial sutileza?
No me resulta fácil crear personajes malos, o repletos
de maldad, pero la bondad también adquiere su valor, su intensidad, por
oposición a la maldad. Intento no ser moralista; dicen algunos que los malos
son más divertidos. Uno los acepta mejor en la ficción que en la vida.
¿Cada escritor
tiene su propio bestiario? ¿El suyo es original o fruto la tierra?
Las dos cosas. Fabulo un poco a partir de consejas,
invento y recreo. En el fondo, he creado mi propio bestiario: muchos de mis
paisanos no reconocen a los animales de los que les hablo. O, al menos, no han
oído hablar mucho de ellos, pero han dejado hilillos de fábula, ecos borrosos,
rastros de oro y fantasía. Soy un gran enamorado de los bestiarios, en la línea
de Ambroise Paré, Borges, Horacio Quiroga, Cunqueiro, Perucho, Kafka, Rafael
Pérez Estrada, etc. Uno de los libros que más me marcó fueron los cuentos de Bestiario
de Cortázar.
El miedo
es un componente en sus libros juveniles, ¿a qué tenemos miedo?
A lo que desconocemos, a lo que presentimos
incontrolable: el viento, la noche, los fantasmas, algunos animales, las
presencias, los lobos (eso nos decían de niños), el demonio, los sapos que
podrían orinarte en los ojos, la soledad en el monte oscuro, tememos al
desamparo, al error, a que no te quieran...
¿Qué le
resulta más fácil, escribir para jóvenes o para adultos, si me permite y se ha
planteado dicha dicotomía?
Me lo planteo de la misma manera: intento encontrar un
lenguaje, historias, personajes, y ofrecerles lo mejor de mí mismo. A veces un
libro para jóvenes llega a los adultos y al revés. Uno no debe pensar nunca que
los niños son analfabetos o estúpidos y que se les puede dar gato por liebre.
Y una
última pregunta, ¿los dibujos de Javi Hernández complementan la visión de las
aventuras de Esteban?
He trabajado con muchos artistas: José Luis Cano,
Natalio Bayo, Alberto Aragón, Santiago Arranz, Juan Tudela, Alberto Torró. Y
con Javier Hernández me ha pasado algo especial: él es narrador también,
cuentacuentos, adora la música. Y ha cogido a la primera la atmósfera de mis libros:
se siente cómodo, crea, improvisa, completa las acciones y tiene total
libertad. A mí me encanta trabajar con él. Es delicado, sutil, posee un trazo
fino, tocado por ese color verdoso y dorado, compone muy bien y es atrevido. Le
encanta probar, medirse y sabe que tiene toda mi confianza. Veo lo que hace y
me siento complementario suyo y siento que él ha creado una obra suya,
personalísima, poderosa y poética. Lo que ha sucedido con El niño, el
viento y el miedo y con La leyenda de la ciudad sumergida.
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