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domingo, 31 de mayo de 2015

Hoy tomo café con…



Antón Castro
El último libro de Antón Castro, La leyenda de la ciudad sumergida (Nalvay, 2014), es un homenaje a Galicia, a aventura, al sueño y al mundo infinito de los libros.

 Foto Olver Duch

Antón Castro nació en Lañas (Arteijo), La Coruña, 25 de agosto de 1959. Es un escritor, dramaturgo y periodista cultural. Desde 1978 vive en Zaragoza. Dirige desde 2001 el suplemento Artes y Letras del Heraldo de Aragón. Presentó y dirigió varios programas de televisión. Desde el año 2000 dirige los Encuentros Literarios de Albarracín. Su obra literaria es variada y variopinta, Mitologías (1987), El testamento de amor de Patricio Julve (1995). Los seres imposibles (Destino, 1998), y obras para niños, Jorge y las sirenas (2009), El niño, el viento y el miedo (Nalvay, 2013) y La leyenda de la ciudad sumergida (Nalvay, 2014),  Ilustrados de Javier Hernández, libro de cuentos fantásticos de la infancia del autor en Galicia.

Déjeme preguntarle, ¿su vida es cultura, o la cultura forma parte de su vida?
Quizá las dos cosas. Me apasionan las pequeñas cosas de la vida, que también son una forma de cultura, y la cultura es una de las razones que alimenta mi vida: la literatura, la música, el cine, el arte, la fotografía, el teatro, la conversación, el debate, la pasión por escuchar a los otros.
  
¿Cuándo se consideró que la cultura era algo fundamental en un país como este?
Imagino que con la ilustración, durante la II República, y cuando se entendió que la cultura son las maletas del viajero, del creador, del hombre cotidiano: ahí viaja la sensibilidad, el sentido crítico, la curiosidad, el deseo de saber, el respeto, ese viaje interior que se llena de experiencias, de poemas, de libros, de partituras, de sueños..., las armas de la convivencia y la libertad. Ahora, como decía el otro día Rafael Argullol, parece que la cultura y la lectura están más desprestigiadas que nunca; si fuese así, y quizá lo sea, sería una forma de corrupción y de fracaso.

¿Cómo hemos cambiado en estos últimos años en la forma de hacer periodismo cultural?
Aunque ahora no estamos en el mejor de los momentos de la consideración cultural, en la democracia el periodismo cultural ha sido fundamental. Se ha creado mucho, en todas las dirección, se ha programado mucho, ha habido avances decisivos, grandes proyectos, y el periodismo cultural ha estado ahí, con entusiasmo y sentido crítico, para impulsarlos, criticarlos, elogiarlos y fijar el foco sobre ello. Y hablo desde el ‘Inventario de otoño’ de Manuel Vicent a la ‘Galería de imprescindibles’ de Manuel Hidalgo, desde las entrevistas y los reportajes a las críticas de cine, arte, libros o fotografía.

 Foto José María Odé

Hábleme de sus experiencias en el mundo del papel y en las nuevas tecnologías.
Me encanta el papel y los soportes digitales. Tengo la casa como un mar desordenado de recortes y periódicos y libros, que le lleva a decir a mi suegra si no padeceré el síndrome de Diógenes, y a la vez, sin ansiedad, me he asomado al blog, al facebook y quizá hoy mismo al twitter.

De su variada faceta como escritor, ¿de cuál se siente más satisfecho?
No sabría decirle. El periodismo ha sido mi escuela de formación, pero en realidad me siento narrador, contador de historias. Y a la vez, poeta. Un poeta de demasiadas palabras todavía y algo tardía. Desde 2010 para aquí he publicado cuatro libros de poesía.

¿Solo en la realidad se encuentra la auténtica literatura? La pregunta viene por su faceta de escritor de un maravilloso mundo de fantasía.
La literatura se hace de realidad, de imaginación, de sueño y lenguaje. A mí siempre me ha atraído mucho la dimensión mágica o inesperada de la vida, aquello que parece soñado. Lo han dicho muchísimos antes, y se seguirá diciendo muchas veces más, pero a mí las cosas más inverosímiles, mágicas, fabulosas, sorprendentes y conmovedoras me han ocurrido en la realidad. O suceden en la realidad. La realidad es una formidable máquina de maravillas que parecen irreales e imposibles.

Primero fue, Jorge y las sirenas (2009), un libro para más pequeños, ¿fruto de ese mundo donde la fantasía es tan importante?
Desde luego. Soy un enamorado de las sirenas, desde hace muchos años, casi tanto como Carlos García Gual. He escrito bastante de ellas. Pero esa también es una historia que me dictó la realidad: ahí le inventé una sirena a un niño enfermo gravemente al que le apasionaban los sencillos dibujos que hacía yo en las dedicatorias de mis libros. Durante su convalecencia, decidí escribirle dos microcuentos de sirenas en el periódico (apenas quince líneas, 900 caracteres cada uno) para que supiese que me acordaba de él y mis sirenas también... Se curó. Y me gusta pensar que es un milagro de la ciencia, a la que le estoy muy agradecido, y de la literatura.

 Foto, José Miguel Marco


El niño, el viento y el miedo (2013), ¿es una colección de leyendas o cuentos con una mayor proyección?
No son leyendas, aunque pueda parecerlo. Todo lo cuento es más o menos real: quiero decir que yo lo viví así en mi infancia o que mi propia madre me contaba las cosas como yo las cuento. Aunque parezca sueño casi todo el real. Salvadas las distancias, yo tuve una infancia fantástica y llena de miedos y de poesía como la que cuenta, en cierto modo, Marc Chagall. Los aparecidos volvían con la lluvia; los mendigos exigían limosna de pan con beso y podían bailar una muiñeira; el viento encendía un acordeón bellísimo y lastimero que provocaba pánico; la dama de los bosques irrumpía y provocaba desastres ambientales y en algunos hombres, y eso me lo confirmaba incluso la mujer viuda que me cuidaba algunas mañanas. Las brujas, ya se sabe, haberlas haylas.

En La leyenda de la ciudad sumergida (2014) parece como si usted llevara a Galicia en su corazón, ¿es así?
Por completo. Ese libro es un homenaje a Galicia, a la naturaleza, a una topografía que conocí de niño y adolescente, y es un homenaje al viaje, a la aventura, al sueño y al mundo infinito de los libros.

En esta historia se suceden las aventuras y, además, ofrece un auténtico homenaje al mundo del libro, ¿quiso usted combinar ambos aspectos para educar a jóvenes lectores?
Por supuesto. Siempre les digo a los niños que la aventura y los libros van de la mano y que una de las experiencias más hermosas que existen es la de la lectura, si es en voz alta aún mejor. Una experiencia tan decisiva como la amistad, el amor, el descubrimiento del mar o de una canción que se convierte en la banda sonora más íntima de tu vida. A los niños siempre les gusta que pasen cosas.

Ofrece aun mucho más, el poder de la fantasía y de la imaginación, ¿seguimos teniendo necesidad de otorgarle el valor suficiente a lo maravilloso y extraño?
Por supuesto. En el fondo, uno de los estados más excitantes es la sensación de estar de tránsito o de vuelo. La fantasía te permite ser pájaro o nube, ser un caballero medieval y descubrir el corazón oculto de las palabras, que son –como suele decir el poeta Ángel Guinda- seres vivos.

La bondad y la maldad, ¿trata usted estos sentimientos con una especial sutileza?
No me resulta fácil crear personajes malos, o repletos de maldad, pero la bondad también adquiere su valor, su intensidad, por oposición a la maldad. Intento no ser moralista; dicen algunos que los malos son más divertidos. Uno los acepta mejor en la ficción que en la vida. 

¿Cada escritor tiene su propio bestiario? ¿El suyo es original o fruto la tierra?
Las dos cosas. Fabulo un poco a partir de consejas, invento y recreo. En el fondo, he creado mi propio bestiario: muchos de mis paisanos no reconocen a los animales de los que les hablo. O, al menos, no han oído hablar mucho de ellos, pero han dejado hilillos de fábula, ecos borrosos, rastros de oro y fantasía. Soy un gran enamorado de los bestiarios, en la línea de Ambroise Paré, Borges, Horacio Quiroga, Cunqueiro, Perucho, Kafka, Rafael Pérez Estrada, etc. Uno de los libros que más me marcó fueron los cuentos de Bestiario de Cortázar.

El miedo es un componente en sus libros juveniles, ¿a qué tenemos miedo?
A lo que desconocemos, a lo que presentimos incontrolable: el viento, la noche, los fantasmas, algunos animales, las presencias, los lobos (eso nos decían de niños), el demonio, los sapos que podrían orinarte en los ojos, la soledad en el monte oscuro, tememos al desamparo, al error, a que no te quieran...

¿Qué le resulta más fácil, escribir para jóvenes o para adultos, si me permite y se ha planteado dicha dicotomía?
Me lo planteo de la misma manera: intento encontrar un lenguaje, historias, personajes, y ofrecerles lo mejor de mí mismo. A veces un libro para jóvenes llega a los adultos y al revés. Uno no debe pensar nunca que los niños son analfabetos o estúpidos y que se les puede dar gato por liebre.

Y una última pregunta, ¿los dibujos de Javi Hernández complementan la visión de las aventuras de Esteban?
He trabajado con muchos artistas: José Luis Cano, Natalio Bayo, Alberto Aragón, Santiago Arranz, Juan Tudela, Alberto Torró. Y con Javier Hernández me ha pasado algo especial: él es narrador también, cuentacuentos, adora la música. Y ha cogido a la primera la atmósfera de mis libros: se siente cómodo, crea, improvisa, completa las acciones y tiene total libertad. A mí me encanta trabajar con él. Es delicado, sutil, posee un trazo fino, tocado por ese color verdoso y dorado, compone muy bien y es atrevido. Le encanta probar, medirse y sabe que tiene toda mi confianza. Veo lo que hace y me siento complementario suyo y siento que él ha creado una obra suya, personalísima, poderosa y poética. Lo que ha sucedido con El niño, el viento y el miedo y con La leyenda de la ciudad sumergida.


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