… me
gusta
LOS CHICOS DEL FERROCARRIL
En ocasiones el
mundo se vuelve del revés, o eso al menos es lo que le ocurre a los tres
protagonistas de Los chicos del ferrocarril
(2015), el clásico más editado de la literatura de fantasía juvenil
inglesa, cuya autora Edith Nesbit (Londres, 1858-1924) lo publicó en 1906, y
desde entonces no ha dejado de reimprimirse.
Como todas las historias para jóvenes
lectores, tiene un final feliz aunque hasta que llega ese momento sus
protagonistas, Roberta, Peter y Phyllis, se ven obligados a darle un giro a su
cómoda existencia por una imperiosa necesidad.
Madre, como suelen llamarla, y ellos dejarán Londres para instalarse en
una casita en el campo, que tiene el curioso nombre, Tres Chimeneas, y donde, pese a iniciales reticencias, los jóvenes
encontrarán muy pronto entretenimiento y auténticas aventuras en una estación
de ferrocarril cercana, y entablan amistad con el jefe de estación, el mozo
Perks y saludan cada día, a las 9.15 en punto, al Señor Mayor que pasa en su
tren, aunque, eso sí a menudo, echan de menos a Padre, un considerado
funcionario, que una noche tras volver de su trabajo es requerido por unos
misteriosos hombres y desaparece sin dejar rastro, y ya no vuelven a saber de
él. Pero algún tiempo después, y por una no menos curiosa circunstancia que
encuentran en su camino, instalados y felices en el pequeño pueblo, averiguarán
la verdad. Madre retoma su trabajo: crea historias, escribe poemas, y cuentos
maravillosos que lee a sus pequeños a la hora de dormir, y alguna vez consigue
que un editor publique alguno de estos cuentos o poemas, y es entonces, solo en
esas ocasiones, cuando lo celebran a lo grande con pastelitos a la hora del té.
Madre consigue un dinero que les viene muy bien, porque su economía va de mal
en peor, ahora son pobres, y los niños se darán cuenta de cuántas comodidades
han dejado en Londres donde, con la presencia de Padre, todo era perfecto.
Nesbit
caracteriza muy bien a sus personajes, sabemos que Bobbie es la hermana mayor,
y tiene la responsabilidad de que los dos más pequeños lleguen sanos y a salvo
a la hora de la cena, es una chica con buenos modales y una sonrisa en la cara.
Dispuesta a ayudar, cuida de que todo vaya bien, eso no quiere decir que no
tenga sus más y sus menos con Peter, el hermano mediano, que manifiesta ser el
hombre de la casa por la ausencia inesperada de Padre. Peter se muestra más
impulsivo y rebelde, y siempre pretende ser el centro de atención cuando sus
hermanas se ponen de acuerdo contra él, pero en el fondo quiere protegerlas por
encima de todo, aunque le cueste reconocerlo. Es el primero en tener un plan
preparado, día a día, y cuando las cosas salen mal, su actitud les sirve de
gran ayuda a lo largo de las muchas y curiosas aventuras que cuenta este libro.
Phyllis, es la peque, siempre lleva los cordones desatados y en el peor
momento, tropieza a menudo y acarrea pequeños problemas. Algo la caracteriza, quieran
sus hermanos o no, ella debe terminar las frases, lleve razón o no.
Este libro se justifica por sí solo, y
en la medida en que un lector adulto se deja llevar por sus páginas, enseguida
percibe su sentido del humor y su capacidad para valorar la personalidad de los
niños en su justa medida, lo que demuestra un tremendo respeto a la
inteligencia de los peques, tratándolos como auténticos protagonistas vivientes
de buena parte de toda una vida. No menos curioso resulta el hecho de que Edith
Nesbit desafiara todos los prejuicios de su época, vivió esos tumultuosos años
finales del siglo XIX y principios del XX, se cortó el pelo, tuvo que hacer
frente a un embarazo no deseado, y junto a su marido, el activista radical
Hubert Bland, fundó la
Sociedad Fabiana, una asociación de filiación socialista y
reformista en la que compartió amistad con George Bernard Shaw o H.G. Wells. Se
caracterizó por su desprendida generosidad y hospitalidad, invitaba a casa a
personas del más variado signo que la llevarían a continuos apuros económicos.
Viajó por Inglaterra, España y Francia, y fumaba incesantemente, hasta que un
cáncer de pulmón la consumió, aunque fue el ejemplo de esa continua lucha
contra la rectitud victoriana de la época.
Cristina Sánchez-Andrade realiza una
modélica traducción de Los chicos del
ferrocarril, ajusta el sentido de cada palabra, párrafo y expresión,
otorgándole esa percepción de cadencia expositiva característica de la prosa
anglosajona, que combina humor, crítica social y realidad ordinaria con
elementos de la mejor magia infantil.
LOS CHICOS DEL FERROCARRIL
Edith
Nesbit
Traducción
de Cristina Sánchez-Andrade
Madrid,
Siruela, 2015; 228 págs.
No hay comentarios:
Publicar un comentario