Ángel Olgoso
“La brevedad en mi
caso es el triunfo de la querencia sobre la propia voluntad”.
Ángel Olgoso, natural de Cúllar Vega, Granada, 1961, es
autor de numerosos libros de relatos, Cuentos
de otro mundo (1999), Los demonios
del lugar (2007), Astrolabio (2007),
La máquina de languidecer (2009) y Las frutas de la luna (Menoscuarto,
2013). En Los líquenes del sueño
(2010) recogió los cuentos escritos entre 1980 y 1995. Se le considera un
maestro del microrrelato, que cultiva desde finales de los setenta. Acaba de
publicar una nueva colección, Breviario
negro (Menoscuarto, 2015).
Usted se mueve bien contándonos
cuentos de otro mundo, ¿no le gusta el presente?
Curiosamente, la más cruda actualidad está en el origen de
Breviario negro: entre enero y agosto de 2012 -en el punto álgido del
Gran Saqueo- conseguí escribir a destajo los cuarenta relatos de este libro,
trabajar de forma catártica una gramática sombría que intentara describir
algunas pesadillas que, dicen, son grietas por las que se cuela el infierno.
Desde siempre me ha interesado el extrañamiento, el lado nocturno de la
condición humana, los territorios desconocidos, pero veo este libro más bien
como una respuesta imaginativa a un tiempo obsceno en que una minoría sin escrúpulos
avasallaba a una mayoría perpleja. Tengo la sensación de haber visitado la
frontera que separa el mundo del trasmundo, de haber removido los miasmas de lo
real para ver más claro lo que se esconde bajo la zona de sombra.
Su concepto de la brevedad obedece
a su decisión de concebir la esencia de las cosas.
La brevedad en mi caso es el triunfo de la querencia sobre
la propia voluntad. Prefiero las miniaturas a los grandes frescos, inventar
mecanismos narrativos de alta precisión, mostrarme cortés con el lector y no
acumular sobre sus hombros los pesados fardos de genealogías interminables,
tiempos muertos y detalles intrascendentes, destilar alquímicamente una
historia a través de la tensión y la concisión.
Lo excepcional, lo inquietante, lo
inesperado ¿se parecen a la realidad, o es un mero recurso literario?
Creo que la realidad es una ilusión, muy poderosa, pero
ilusión al fin y al cabo, y que lo que vemos y oímos sólo representa una parte
de lo existente. A mí me gusta lo poco común, me encuentro cómodo con lo
extraño, me procura una enorme felicidad estética lo asombroso y lo
inquietante, conseguir atrapar lo inaudito, “lo otro”, lo que está más allá de
las limitaciones del espacio y el tiempo. Intento reinterpretar la realidad,
suplantarla, rebasar la sordidez y banalidad de lo real mediante ensoñaciones y
especulaciones, hacer inventario de mundos, poner a prueba la percepción de lo
familiar, traducir el sentimiento de extrañeza que produce la vida.
Poco a poco ha ido
componiendo una particular visión de lo breve, ¿obedece a un propósito
preestablecido, a su evolución narrativa, o una realidad propia con que
comunicarse?
Creo que esta marca de la casa participa tanto de la
genética como de la evolución. Tengo la sensación de cierta coherencia. Y tras
casi cuarenta años de escritura de relatos en torno a la brevitas, me
parece que con Breviario negro he encontrado por fin la distancia
perfecta para mí, entre dos y tres páginas. Después de los relatos más extensos
de mi anterior libro, Las frutas de la luna, he regresado a la
contención, a urdir microcosmos autosuficientes en pocas páginas.
Un nuevo libro que,
en palabras de Merino, trasciende el género del relato y consigue una
resonancia sombría, ¿qué le pide usted al relato breve?
Tiene razón Merino, este libro es distinto: sus relatos
exploran los límites del género y oscilan entre lo narrativo, lo poemático y lo
filosófico; el origen de su escritura enfebrecida fue el comentario de algunas
miserias de un aterrador presente; y, su método, exacerbar la imaginación,
mostrar más lo que no se ve que lo que se ve, dotar a los textos de un fuerte
contenido simbólico. Al relato breve -una horma narrativa discreta y sin exceso
de equipaje, rigurosa, a menudo cerrada sobre sí misma como una esfera que potencia
hasta el vértigo sus mínimos elementos- le pido la magia de los bebedizos, de
la síntesis, la puntería afinada, la iluminación del detalle, de expresar lo
máximo a través de lo mínimo; le pido una prosa de vibración calculada,
comprometida con la exactitud y la belleza.
Esta colección, Breviario negro ¿confirma su dominio de lo extraño y de lo
fantástico?
Eso lo tiene que decir los lectores, claro. No hago más
que ser fiel a mí mismo y a un par de divisas: la patafísica, “me esfuerzo de
buena gana en pensar cosas en las que pienso que los demás no pensarán”; y la
de Merino, “la literatura debe hacer la crónica de la extrañeza”. La creación
trasluce un modo de ver el mundo, ilumina los rincones en sombra de lo que no
sabemos. Me gustaría pensar que los relatos de este libro, además de
ensoñaciones a la par líricas y espeluznantes, tienen una luz misteriosa al
fondo, evocadora del Romanticismo, de su suma de extrañeza y belleza.
Somos capaces de
soñar, de sumergirnos en lo onírico, para sobrevivir a nuestras realidades, y
convertirlo en un auténtico surrealismo.
La vida se muestra incompleta si en ella no tiene cabida
la imaginación. Hay que erigir una realidad paralela, ansiar un nuevo mundo
contra el mundo, alcanzar ese algo indefinible que caracteriza al arte, un
especie de hierofanía, una experiencia sagrada, la promesa de una revelación,
una percepción de eternidad. Como le digo, soy un romántico rezagado. Mis
relatos parten de una obsesiva búsqueda de lo fuera de lo común y se convierten
en pequeñas dosis de un antídoto que me permite sobrevivir al veneno de la
realidad.
La muerte es otro de
los protagonistas de esta colección, ¿su desarrollo en varios relatos nos
obliga a aceptar este irremediable paso y a meditar sobre él?
Exacto. Aunque nos neguemos a pensar en este enigma
sobrecogedor, en el misterio último, el horror es la esencia de la vida (todo
nacimiento implica muerte). Resultaba inevitable que el libro estuviera
recorrido por un aliento fúnebre, ya que sus relatos son oscuras intuiciones
que hacen visible lo que habitualmente no vemos o es considerado tabú, como la
muerte. Y algunos de las piezas de Breviario negro casi podrían considerarse pequeños cuadros
barrocos del género vanitas. Para un escritor la oscuridad suele ser
nutritiva, y hemos de admitir que la vida es más que sus límites.
Cuando uno termina
de leer Breviario
negro, ese efecto que le infunde a sus
relatos a través de una prosa milimétrica, nos devuelve a su micromundo, ¿qué
valor le otorga al la expresión, al lenguaje en definitiva?
Un valor absoluto. Siempre he trabajado en clave de
orfebre, ejercitando una escritura burilada, buscando sin cesar la palabra más
justa, sugerente, dotada de peso específico,
aunando la precisión y belleza del lenguaje con la singularidad y la
intensidad de la historia. Me parece obvio que el único compromiso del escritor
consigo mismo y con la sociedad pase por el lenguaje. En los orbes en miniatura
de Breviario negro está presente, de nuevo, una prosa elaborada, lírica
y densa, pero a la vez muy ligera, a la caza de la armonía entre idea y
expresión.
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