LOS CUENTOS COMPLETOS DE ARTURO BAREA
La
editorial Debate cierra con los Cuentos Completos la edición de las
obras de Arturo Barea que había iniciado con La forja de un rebelde y Palabras
recobradas, ambos libros editados en el 2000.
Arturo
Barea ha sido recuperado, definitivamente, para la literatura española en la
reciente edición de La forja de un rebelde, que contiene la famosa
trilogía, La forja, La ruta, La llama, por la selección de textos Palabras
recobradas y ahora por los Cuentos completos que la editorial Debate
ha venido llevando a cabo desde el pasado año 2000. Barea es uno de los grandes
olvidados del exilio, al que marchó en 1938 y en el que murió, en un rincón
pacífico de la Inglaterra
rural el 24 de diciembre de 1957—según ha escrito Ilsa Barea, su mujer y más
fiel colaboradora. En el exilio llevó a cabo la mayor parte de su obra mientras
sobrevivía como comentarista de la
BBC para Sudamérica. Nigel Townson, un especialista en la
historia de la
Segunda República, sigue siendo quien realiza la edición e
introducción de la obra de Barea en España. Según el estudioso inglés, en un
pormenorizado estudio bio-bibliográfico, en las diferentes ediciones de la
obra, el autor extremeño había manifestado tener ambiciones literarias desde su
adolescencia, pero las necesidades económicas de la familia le llevaron a
abandonar sus propósitos inicialmente, aunque durante el servicio militar en
Marruecos produjo varios textos, concretamente, algunos cuentos como el
titulado «La medalla», fechado en Octubre de 1922 y que hasta el momento no
había sido editado en castellano. Este relato cuenta la vicisitud de una
pequeña medalla y el valor otorgado por el narrador cuando se la entrega a su
novia como regalo y a ésta le parece algo muy insignificante. En una carta, el
autor, desde África, le explica cómo había conseguido la diminuta medalla y el
valor que esta pequeña joya encerraba para él. En realidad, en este primer
texto ya se muestran algunas de las características de la prosa de Barea: su
aparente simplicidad, su poder descriptivo y sobre todo la honestidad que
otorga a las emociones.
Barea y la guerra civil
Tras
licenciarse en el ejército Barea pasó a Madrid donde desempeñó algunos puestos
de responsabilidad en el terreno de las patentes hasta que en 1936 se convirtió
en Jefe de la Censura
de Prensa Extranjera, trabajo que le devolvió su apasionado amor a la
escritura. Desarrolló una intensa actividad como propagandista en La Voz Incógnita
de Madrid, y conoció a escritores como Hemingway o Dos Passos, pero sobre
todo a la activista e intelectual austríaca Ilsa Kulcsar, una excelente
lingüísta que más tarde se convertiría en su esposa. En agosto de 1937 se
publicó en el diario inglés The Daily Express, el cuento «The Fly» que
más tarde formaría parte de su primer libro de cuentos Valor y miedo,
publicado en Barcelona en 1938. El libro
fue editado por Publicaciones Antifascistas de Cataluña y después ha
sido reeditado por José Esteban en 1980, por la editorial Tercero de Barcelona
en 1984 y finalmente, por Plaza &Janés en 1986. Leídos hoy estos relatos
hay que interpretarlos como artículos y sus labor propagandística llevada a
cabo en sus programas de radio, en realidad, narraciones escritas en pleno
conflicto bélico y que se concretan en exaltaciones de la causa republicana,
quizá por ello los textos reflejan un estilo directo, conciso, como señala el
editor Towson, con una agudeza visual muy aguda y una sensibilidad poco
habitual. Por otra parte, el mundo descrito es el de la clase trabajadora y su
lucha diaria por sobrevivir, es decir, el de aquellas gentes que forman la otra
parte de la historia de España.
Los cuentos
En
febrero de 1938, Barea decide abandonar España, viaja hasta París y se refugia
definitivamente en Inglaterra, a donde llega a principios de 1939, con la firme
convicción de dedicarse de lleno a la literatura. Fue en Inglaterra donde
volvió, con denodado entusiasmo, a dedicarse a la literatura y al periodismo
hasta su muerte ocurrida el 24 de diciembre de 1957. Sin embargo, al pisar este
país, el escritor se «sintió desposeído de todo, con la vida truncada y sin una
perspectiva futura, ni de patria, ni de hogar, ni de trabajo..., rendido de
cuerpo y de espíritu». Su primer trabajo literario conocido de la época es el
cuento «Un español en Hertfordshire» que se publica en The Spectator,
ese mismo año y que no había sido recogido en ninguna de sus colecciones hasta
el momento.
Durante su estancia en
Inglaterra, Barea continuó escribiendo relatos que se publicaron en un número
variado de revistas y periódicos y aunque se publicaron en inglés,
preferentemente, francés, alemán, danés, noruego y sueco, esporádicamente lo
hicieron en español, pero jamás se editaron en España. Tras la muerte del
novelista, su viuda Ilsa reunió una selección y consiguió publicarla en España
en 1960, con el título de El centro de la pista. Aparecía, por
consiguiente, el segundo de los libros de Barea en su país, aunque se trataba
de relatos y su obra cumbre se resistía a publicarse. El libro fue reimpreso en Badajoz en 1988. La
explicación que el profesor Townson da a esta publicación quizá se deba a las
anomalías en la censura franquista y sobre todo a esa tenue apertura que se
esbozaba en los sesenta y que propició una evolución gradual del régimen. Los
cuentos nada tienen que ver con la vida del escritor en su país de adopción, de
hecho sólo una parte de «Las islas mágicas» se refieren a Inglaterra, el resto
se ocupa de España, en realidad, el eterno tema de su narrativa, el pasado y las
causas de la guerra civil: el dolor del hombre, la reconciliación, el exilio,
el desarraigo de las raíces... Muchos de estos cuentos tienen un marcado acento
biográfico y otros tantos parecen capítulos desechados de esa obra cumbre que
es La forja de un rebelde. Cuando habla de su biografía sitúa ésta en la
niñez, preferentemente, como ocurre en «La lección» o «Física aplicada». Juan
Luis Alborg en su Hora actual de la novela española (vol.II), da noticia
de la aparición de un nuevo volumen de cuentos en España y afirma lo
siguiente:«El libro El centro de la pista posee el interés especial de
hacernos ver cómo Barea seguía en la distancia alimentándose de la nostalgia
de su país y nutriendo su pluma con restos de recuerdos, restos de aquel
equipaje personal que había metido entero en la maleta de La forja de un
rebelde. Con excepción de dos o tres relatos —«Mr. One», «A la deriva», «Las islas mágicas»—,
que no son los mejores, todos los otros recogen menudos hechos de su vida
española, con preferencia de su niñez y juventud, emparentados con motivos que
ya nos son familiares después de la lectura de sus otros libros. Algunos de estos cuentos —«Madrid entre ayer
y hoy» (magnífico apunte costumbrista del Madrid de antaño), «Física aplicada»,
«La lección»—recogen aspectos de orden más lírico y emocional, inspirados por
esa nostalgia dicha hacia gentes y cosas lejanas, que dejaron en la
sensibilidad del novelista un fondo de emociones entrañables.
Otros
relatos —«El testamento», «El huerto», «El cono», «Agua bajo el puente»— nos
muestran al Barea preocupado por los temas sociales, dispuesto a saltar contra
el abuso del poderoso; en todos ellos se agazapa una moraleja intencionada o
una dura sátira, aunque, en general, los motivos parecen pertenecer a una realidad
social ya desaparecida.
«Bajo la piel», inspirado en
idéntica generosidad reivindicadora, trata de un tema más universal: el odio de
razas. Y el cuento está compuesto con innegable talento y originalidad.
El centro de la
pista, el más importante de todos y que da título al volumen, es un
desahogo biográfico que pudo ser un fragmento de La forja rebelde. Es
importante como confirmación de la inquietud vital del novelista, de sus
problemas, de su incapacidad de adaptación que lo llevó a esa amargura y descontento
a que arriba nos hemos referido. Por sí sólo es un bello cuento, muy alejado de
cualquier vulgar trivialidad; leído al final de toda su obra publicada, puede
ser para el lector una emotiva despedida del hombre contradictorio y difícil
pudo decir una palabra trascendente y no acertó todo».
La
vida misma
Barea tenía, no obstante, escasa
firmeza para la invención narrativa, había poco en él de lo que puede
entenderse como literato profesional. El literato en Barea—ha escrito Alborg—
se concreta en el arte de ver y de animar sus vivencias propias. El autor
apenas si utiliza elementos de ficción, narra tan solo aquello de que es
testigo o que está relacionado directamente con los sucesos de su vida. Traza
en sus prosas escenas y ambientes vivos y animados, oficios y cuadros de
costumbres no sólo del Madrid de su niñez sino de otros períodos de su vida,
como por ejemplo, cuadros de su vida militar, la vida cuartelaria, su estancia
en Marruecos que forjaría su personalidad y explicaría su actitud y sus
sentimientos posteriores. A lo largo de
su trayectoria, tanto en sus cuentos como en sus novelas, Barea supo destacar
el interés humano en esa tarea de reconstrucción que se impuso en su propia
vida y en la de muchos de los personajes con los que convivió. En realidad,
Barea enjuicia el mundo desde supuestos previos, no necesita razonar ni
profundizar, sus vivencias son íntimas y elementales, retrata y enjuicia el
mundo a través de la lente de su propia convicción como ser humano; en él
resulta imposible deslindar lo que sería la crítica política y social con la
sátira de las costumbres, historias de sucesos o el propio rencor y
resentimiento que le llevó a experimentar otra visión distinta de la mezquindad
en el orden humano.
Los Cuentos
misceláneos que incluye la presente edición dedican una importante parte a
contar las miserias de la posterior situación de la guerra civil; el Madrid,
postbélico, las secuelas humanas después del conflicto y algunos de ellos,
analizan la situación franquista del país. La singularidad de Barea al escribir
sus cuentos estribaría en que estos están sacados de la vida misma, de la
interpretación que éste hace sobre ella y de lo que ve a su alrededor, de su
propia biografía, tanto es así que se convierten en documento psicológico e
histórico de una época y de un pasado que nos resistimos a olvidar. Pero ahí
está el valor de los mismos, la realidad con que se confunden estos trozos de
historia, el costumbrismo que arrastran, la noticia que ofrecen, el tipismo de
unos caracteres singulares.
Ya llevo leyendo unos días La forja de un rebelde. Me quedan muchos que disfrutar, todo el verano, pues es largo de cojones, como el Quijote más el de Avellaneda, que no ha mucho los he terminado los dos. Siguiendo con la Forja, también está la serie, que la voy viendo poco a poco y adelantada a lo que leo, y luego reconozco en el texto. Pero es también todo un sufrimiento pues son muchas las penalidades y ya sabemos todo cómo terminó, con el golpe fascista. Y sabemos más: que tras Franco los fascistas no se irían, sino que se quedarían y de rositas, homologados por los aliados, y que siguen (2017), habiendo cambiado algo para que nada cambie.
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