TEORÍA DEL CUENTO
Las
«Pequeñas resistencias» de Páginas de Espuma y otras cuestiones a
propósito del nuevo cuento español.
El
cuento aún denominado como «ese extraño género en el que se da la paradoja de
ser, quizás, el más antiguo del mundo y el más tardío en adquirir forma
literaria», en términos que Mariano Baquero Goyanes aclaraba en 1964 y, a
propósito de una antología de cuentos contemporáneos; aunque, insistiendo en
algunas definiciones más acerca del concepto, mucho antes Emilia Pardo Bazán
aseguraba que «el cuento será, si se quiere, un subgénero, del cual apenas
tratan los críticos; pero no todos los grandes novelistas son capaces de formar
con maestría un cuento». Pero «lo único que el cuento tiene de género
menor—escribía Medardo Fraile en Informaciones, el 22 de octubre de
1955—es que ocupa menos espacio, que se gana con él menos dinero y que pregona
menos el nombre de su autor. Todo lo demás—si el escritor acierta,
naturalmente—, es difícil y grande»
No llego a saber muy bien si por
esta acertada opinión de Fraile, sin duda uno de los mejores narradores de
cuentos de la generación realista del 50 y de la actualidad, los cimientos de
la casa de la narrativa breve en este país aún se sacuden. O que, tal vez, cada
cierto tiempo, y por una necesidad de reconsideración, transcurrido un período
lo suficientemente amplio como para tener una perspectiva mejor, algunos
editores sabios, ciertos críticos honrados y, por supuesto, muchos escritores
conscientes, vuelven a la carga con esa revitalización que se presupone, una y
otra vez, en el género cuento o relato y que, evidentemente, no es necesaria
para nada. Puesto que, pese a todo, esta característica forma narrativa sigue
gozando de buena salud como, fácilmente, puede comprobarse en un somero
recuento de las antologías publicadas, por citar algunas a lo largo de las dos
décadas pasadas, y que ofrecen esa variedad, tanto nominal como temática, que
abarcaría, no solamente, a los autores incorporados en estos últimos años, sino
a todo un recuento de más de los cincuenta años últimos que enlazarían, por
supuesto, con las generaciones más jóvenes y, aunque olvidando alguna que otra,
formarían ese corpus importante que fortalece el género, y que son tantas como
las que a continuación se enumeran: Los
niños de la guerra (1983), selección de Josefina R. Aldecoa, Cuento
español de postguerra (1986), edición de Medardo Fraile, El cuento
español (1940-1980) (1989), edición de Óscar Barrero Pérez, Cuento
español contemporáneo (1993), en edición de Ángeles Encinar y Anthony
Percival, Últimos narradores. Antología de la reciente narrativa breve
española (1993), selección de Joseluís González y Pedro de Miguel, Son
cuentos. Antología del relato breve español (1975-1993) (1993), edición de
Fernando Valls, Cuentos españoles contemporáneos (1975-1992), edición de
Luis G. Martín (1995), Cuentos de este siglo. 30 Narradoras españolas
contemporáneas, edición de Ángeles Encinar (1995), Madres e hijas (1996),
edición de Laura Freixas, Páginas
amarillas (1997), con una introducción de Sabas Martín y Los
cuentos que cuentan (1998), edición de J.A. Masoliver Ródenas y Fernando
Valls, o Vidas de mujer (1998), selección de Mercedes Monmany, Relatos
para un fin de milenio, coordinado por Elena Butragueño y Javier Goñi (1998),
Cien años de cuentos (1898-1998). Antología del cuento español en
castellano, selección y prólogo de José María Merino (1998) o Cuentos
eróticos de Navidad, edición de Ana Estevan (1999).
Pequeñas
resistencias
En un breve manifiesto titulado
«La rebeldía breve» imagino que el editor de Pequeñas resistencias.
Antología del nuevo cuento español (Páginas de Espuma, 2002) junto a
algunos de los narradores que integran este volumen, se rebela contra ese
concepto esgrimido por editores, distribuidores, libreros, críticos e incluso,
escritores, ante la falta de responsabilidad que se presupone en afirmaciones
como «no editar cuentos porque no se venden», o tal vez «no se venden cuentos
porque se editan demasiadas novelas», incluso «los libros de cuentos casi nunca
se reseñan» y, aún más, «no reseñamos cuentos españoles porque los buenos
cuentistas son siempre extranjeros y a nuestros narradores se les dan mejor las
novelas», o «no escribimos cuentos porque no quieren publicárnoslos», para
finalizar asegurando «no los editamos porque...». ¿Marketing? Pero leyendo las
primeras líneas de «esta rebeldía», observamos afirmaciones como la presente
«la narrativa breve—aseguran los firmantes—guarda una semejanza natural con el
placer; y—añaden—al ritmo que corren nuestras vidas, los libros de relatos nos
permiten leerlos en cualquier momento, durante un viaje en el metro, en las
largas colas que realizamos ante cualquier ventanilla o el autobús, mientras se
fuma uno un cigarrillo». Estoy de acuerdo con aseveraciones tan categóricas
como verdaderas y, aún más, hay que estar
convencido de la autenticidad del género, de los valores evidentes y
secretos que maneja para atrapar a nuevos lectores cada vez que se publica un
libro de cuentos o una antología.
El concepto «resistir» se ha
convertido, evidentemente, en una de las máximas más esgrimidas durante el
pasado milenio a propósito del género cuento en la literatura española. Esta
aclaración viene, muy a propósito, en un país donde, indiscutiblemente, se
están realizando los mejores ejercicios en literatura breve de todo el panorama
editorial de actualidad. Una década más tarde se insiste, un vez más, y estas Pequeñas
resistencias. Antología del nuevo cuento español (2002) es,
curiosamente, un libro de más quinientas páginas, y reúne a más de treinta
autores seleccionados por Andrés Neuman, excelente narrador, con un prologuista
de lujo como es José María Merino y un editor preocupado, que viene a constatar
esa buena salud de la que goza el cuento en nuestro país. Ésta, junto a las
anteriores señaladas, no es más esa resistencia a que se está acostumbrado el
público lector a propósito de nuevas colecciones de cuentos o relatos y a esa
reiterada reivindicación que se propone desde las más diversas instancias y de
una forma periódica. Pero no se trata, evidentemente, de reivindicar sino más
vez de precisar, de cuantificar y esta amplia antología que la editorial
Páginas de Espuma y su editor Juan
Casamayor pone en las librerías viene al cuento porque es una
buena apuesta y una mejor muestra de ello.
Andrés Neuman reúne, con unos
clarificadores criterios de edición y selección, a autores españoles o a
radicados en España que hayan publicado al menos un libro en la última década y
nacidos a partir de 1960. La antología, expresamente, supone el intento de
cubrir ese espacio específico en lo referente al género. Curiosamente cada
escritor ha sido invitado a incorporar una poética particular que se convierte,
así, en una pieza más del total de los cuentos seleccionados. Hay que destacar
que algunas de estas teorías resultan muy sugerentes porque más que teorizar
juegan con unos conceptos propios que se convierten en una auténtica pieza de
ficción. Merino añade que el panorama generacional presentado establece una
especie de nuevo territorio en el panorama de la realidad actual del cuento
hispánico, es decir, logra acortar esas distancias entre lo latinoamericano y
lo español. Diversidad de tonos y temas, renovación formal, un evidente
realismo tratado desde diversas perspectivas expresionistas, connotaciones
fantásticas y oníricas, mucho de ironía y humor, un lirismo bien distribuido y
sobre todo una constatación de lo evidente y lo cotidiano, son algunas de las
características señaladas por Merino y muy evidentes en la selección.
Repasando las poéticas ensayadas
por los autores, resulta curioso comprobar como muchos de ellos, y así lo
constata Merino, citan a grandes escritores de la literatura universal; parece
obvio, efectivamente que los jóvenes narradores muy alejados de fechas tan
emblemáticas en la cultura española como la guerra civil, la postguerra, el
realismo o el experimentalismo literarios, recurran para hablar de sus
influencias a autores de la talla de Poe, Kafka, Borges, Cortázar o Cheever,
aunque surge también el nombre de Gómez de la Serna, como el autor que les devuelve el sentido
de la pirueta y del humor tan irónico como esperpéntico, pero no resulta menos
curioso que casi nadie o tal vez ninguno haga referencia a la tradición
cuentística española que aporta nombres sobradamente conocidos en el panorama
literario nacional o universal como para ejercer de maestros del género; veáse,
Ayala, Barea o Chacel, de las primeras promociones del siglo, Cela, Zamora
Vicente, Delibes y, sobre todo, Aldecoa, Martín Gaite, Fernández Santos, García
Pavón, Ferrer-Vidal, Laforet, pero sobre todo Fraile, incluido recientemente en
Doce cuentos españoles del siglo XX (Anaya, 2002), Historias
extraordinarias (Editorial Popular, 2002) y Una hoja de otoño en el
parabrisas (Huerga & Fierro, 2002), y maestro indiscutible hoy de todas
las generaciones de escritores de cuentos e incluso, por cercanía, de los más
jóvenes de las generaciones de postguerra, Quiñones, Sueiro, Martínez Menchén,
Berlanga o Torbado por citar los más sobresalientes. En este puñado de cuentos
el lector encontrará, como señala Merino, ficciones bien explícitas, con
desarrollos minuciosos que ponen en ejercicio la imaginación que se supone en
los buenos lectores de cuentos. Sobre esta premisa, de buenos o malos lectores,
teoriza Merino y a él remito en su breve pero preciso prólogo, titulado
precisamente, «Y sigue el cuento», y termina afirmando, además, que pese a todo
«muchos escritores seguiremos escribiendo cuentos, y que un cuentista de raza
jamás engordará la trama de un cuento para convertirla en una novela»
Narrativa breve en el Sur
Intuir una situación, quizá
tener fe en muchas cosas y, a la vez, poseer una decidida vocación de apóstata,
proclama Benítez Ariza, a propósito de su defensa del cuento; el género con el
que interpreto el ritmo de la vida—asegura Guillermo Busutil—, el relámpago de
un destello de la memoria, la fugacidad de un instante... la tensa y hábil
magia con la que el prestidigitador muestra y oculta una ilusión o un hallazgo,
pero quizá la definición más acertada para dejar constancia de lo que pueda ser
un cuento la escribe Andrés Neuman, un joven argentino con decidida vocación de
andaluz que proclama que la brevedad requiere sus propias estructuras y afirma
que jamás hay que satisfacer la curiosidad del lector. Esta última quizá sea la
premisa que más se acerca a una definición para el cuento, ese ecosistema
literario vivo del que hablaba Merino en su introducción.
Nueve del total de autores
relacionados son andaluces, además, algunos de ellos con una excelente
bibliografía como presentación: José Manuel Benítez Ariza, Felipe Benítez
Reyes, Juan Bonilla, Guillermo Busutil, Hipólito G. Navarro, Ángel Olgoso,
Félix J. Palma, Joaquín Pérez Azaústre o Felipe R. Navarro; el resto de
autores, no menos interesantes, vienen a sumarse a ese concepto que Mercedes
Abad proponía desde su poética, la consecución de una trama lo suficiente
insignificante como para armar un buen cuento; una especie de juguetes letales,
aparentemente inocuos e intrascendentes, ligeros y casi triviales, pero que
tienen una formidable pegada y, a menudo te dejan, al acabarlos con la
impresión de un brutal directo. Un buen cuento, termina diciendo la narradora
catalana, es ya bueno en la primera versión aunque luego uno tenga que corregir
ciertos detalles. Pero jamás se puede reescribir un cuento mediocre, que
seguirá siendo mediocre, para desesperación de su autor.
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