LOS CUENTOS COMPLETOS, DE UNAMUNO
La
editorial madrileña Páginas de Espuma publica los Cuentos completos, de
Miguel de Unamuno, en edición de Óscar Carrascosa Tinoco.
Miguel
de Unamuno ofreció una singular teoría sobre el arte de novelar, bastante
alejada de los presupuestos realistas y naturalistas que precedieron a su
generación, y así su concepto de nívola pretendía borrar las fronteras
entre los distintos géneros literarios,
entre otras muchas pretensiones, quizá por el simple detalle de aspirar
a convertirse, con el paso de los años, en un afamado ensayista, un excelente
filósofo, un innovador novelista, e incluso un dramaturgo y poeta. Gonzalo Torrente
Ballester señalaba en Literatura Española Contemporánea (1966) que «el
autor vasco trajo a la literatura su bagaje intelectual de sabio y
universitario, aunque siempre prevaleció en él su preferencia por el mundo de
las ideas sobre los sentimientos (...) El género que Unamuno señorea, dueño de
todos sus secretos y resortes, es el ensayo; discípulo de Montaigne, el ensayo
constituye su refugio y su triunfo (...) La literatura y el pensamiento
contemporáneos —añade Torrente Ballester—, le son deudores de un buen puñado de
ensayos sobre España, su historia y su cultura, considerados siempre cualquiera
sea la posición a que llegue el pensamiento; —sin duda, se refiere a— La
vida de Don Quijote y Sancho, su particular comentario sobre el Quijote,
el mejor de sus libros, Del sentimiento trágico de la vida, contiene las
mejores páginas de Unamuno, y La agonía del cristianismo, aunque ligero
y superficial, replantea ciertas cuestiones al lector (...) Las obras
narrativas —cuentos, novelas, novelas cortas— plantean crudamente el problema
de las condiciones artísticas de Unamuno, quien cultivó el género narrativo con
insistencia, pretendiendo, además, introducir importantes modificaciones, como
la invención de la palabra señalada, nívola, que, según definición del
propio autor, venía a significar «esqueleto de la novela».
Cuando Miguel de Unamuno
comienza a escribir sus primeros relatos, ya se había producido la renovación
del cuento, las tesis alejadas del XIX proponían textos en la línea del
norteamericano E.A. Poe, creador del canon del cuento literario y quien habló,
por primera vez, de conceptos como brevedad, unidad de efecto, o búsqueda
de la verdad como objetivos esenciales para la originalidad de un relato,
con el tono y el asunto añadidos. El cuento en España, al menos a lo largo del
siglo XIX, se entiende por la cobertura que la prensa le proporcionaría,
anticipándose a la visión crítica del XX y, sobre todo, ese cotejo crítico que
ambos propiciaron. De esta época recordamos publicaciones como Blanco y
Negro, La Esfera,
La España Moderna,
La Ilustración
Artística, La Ilustración Española
y Americana, El Liberal, La Época, El Heraldo, o El
Imparcial, entre otros. Unamuno fue, sin duda, un consagrado autor de
prensa como se demuestra en sus abundantes colaboraciones, con textos de muy
diferente naturaleza, donde entre otros muchos temas escribiría sobre su
concepto narrativo, su asistematismo con respecto a la literatura y las
poéticas del cuento o la novela, puesto que en 1900 ya afirmaba que tanto uno
como otro eran géneros distintos.
En 1961 Harriet S. Stevens se
acercó al estudio de los cuentos unamunianos, concretamente en las páginas de La Torre, núms., 35-36,
y centró su atención, sobre todo, en la relación entre sus textos pequeños y
las novelas, en aquellas en las que el problema del yo resulta patente.
Unos años más tarde, en 1965, Eleanor Krane Paucker publica su estudio Los
cuentos de Unamuno, clave de su obra, en el que sostiene que a Unamuno le
gustaba cierta espontaneidad, de ahí su amor hacia el relato breve como puede
apreciarse en una novela suya como es Niebla, un género que el bilbaíno
consideraba intermedio entre poesía y narración extensa. Unamuno, según,
Paucker, prefería la espontaneidad del relato, sobre todo porque un cuento se
escribe de un tirón. Víctor Manuel Arroyo, en un artículo esclarecedor sobre la
visión de Unamuno por el género, afirmaba que, aparte de lo deleznable de un
clasificación tradicional, para el vasco sus cuentos son también novelas, como
lo puedan ser los poemas homéricos y los evangelios. Aunque es verdad que, en
otras ocasiones, el escritor defendió el cuento como un género distinto a la
novela, posteriormente huyó de este discernimiento y lo emparenta con la poesía
por gestación, alude a su plan preconcebido, defiende su condensación, valora
el poco argumento, no concede importancia al desenlace y establece un carácter
significativo o apertura.
Los
cuentos
El volumen de los Cuentos
completos (Páginas de Espuma, 2011), en edición de Óscar Carrascosa
Tinoco, viene de alguna forma a actualizar el problema del establecimiento
definitivo del corpus unamuniano. En 1920 el propio Unamuno hablaba de un libro
donde reunía tres novelas cortas o cuentos largos, «Dos madres», «El marqués de
Lumbría» y «Nada menos que todo un hombre» que, en realidad, se había publicado
con el título de Tres novelas ejemplares y un prólogo, pero tal vez en
aquellos momentos el propio autor no conociera sus cuentos publicados, los
inéditos, y mucho menos fechas y publicación de muchos de ellos. Queda
constancia de veintisiete relatos publicados con el título de El espejo de
la muerte (1913) y el resto se dispersan, perdidos o rescatados por Ricardo
Senabre (1995), aunque sí queda claro, desde el principio, que el primer cuento
publicado data de 25 de octubre de 1886, aparece en El Noticiero Bilbaíno y
se titula, «Ver los ojos» que encabeza la presente edición. Fue Manuel García
Blanco (1967-1971), discípulo de Unamuno, el primer estudioso en ocuparse de
reunir y publicar los cuentos: ofreció un corpus de setenta y cinco cuentos
organizados en dos grandes bloques, «El espejo de la muerte» (en realidad,
novelas cortas) y «Relatos novelescos (1886-1932», además de un «Apéndice a los
Relatos novelescos (varios cuentos inéditos sin fecha)». De esta recopilación
queda fechados cincuenta y cuatro, el resto sin un dato o forman parte de El
espejo de la muerte. Senabre edita por primera vez, Nueve cuentos,
fechados entre 1889 y 1894; todos se reproducen en la presente edición, aunque
también es verdad que el listado de los cuentos de Unamuno se ha visto
incrementado en ocasiones por textos que no eran realmente cuentos o nunca lo
pretendieron, como por ejemplo hizo Paucker, algunos incluso sacados de
capítulos de la novela Niebla, ejemplo, «Historia de V. Goti» que nunca
fue considerado por L. Robles que no aparecen en la edición de García Blanco.
Una sucesión de fechas se han
sucedido con el paso del tiempo para establecer el corpus definitivo con
respecto al estudio de los cuentos unamunianos de una forma definitiva, poca
relación existe entre los trabajos de Robles y Senabre, además de toda una
serie de descubrimientos como los realizados por R. Osuna en 1982 argumentando
que no había sido tenido en cuenta por García Blanco o Senabre, curiosamente,
un relato titulado «El amor inmortal» (1901) que más tarde el propio Unamuno
emplearía como fragmento en su novela La tía Tula (1921), un dato que
añade aun más confusión al computo general de los Cuentos completos,
aunque Óscar Carrascosa coteja y resume los logros de Osuna, las ediciones de
García Blanco, Senabre, o los estudios de Paucker, que establece un total de 82
cuentos entre 1886 y 1934. Así, según Carrascosa, una vez establecidas las
fechas definitivas de los relatos que, de alguna manera presentaban
controversia, establece en su edición el listado definitivo de los mismos,
siguiendo la edición de Senabre, algunos inéditos de Robles y suma además,
«Beatriz», «Euritmia» y «¡El amor es inmortal», y quedan incluidos algunos de
los incorporados a los corpus de Robles y Paucker, porque no se trata de
cuentos o bien solo se conoce el nombre y nunca han sido encontrados. Con
respecto a la obra de Unamuno, Laureano Robles asegura que no se tienen las
auténticas obras completas del bilbaíno puesto que su abundante correspondencia
aun daría para quince volúmenes más de más de quinientas páginas. El catálogo
de cuentos de Miguel de Unamuno, según Óscar Carrascosa, ordenado
cronológicamente y conforma el corpus textual de la edición (2011) se establece
en un total de 87, el primero «Ver los ojos», de 25 de octubre de 1886 y el
último, «El fin de un anarquista» (s.f).
El
concepto del cuento unamuniano
Para el narrador vasco toda
narración debe contar con un héroe, porque para Unamuno el personaje es un
campo de experimentación de conflictos basados en la razón o el sentimiento. El
héroe unamuniano es un héroe intelectual porque sus existencia es reflejo de
una preocupación del autor, así nunca intenta salvar el mundo, salvo en
ocasiones como pueda decirse de Manuel Bueno. Otro de los aspectos interesantes
es el argumento, que Unamuno negaba como una se sus principales
características, no solamente de su producción, sino de toda la generación,
como señalaba Zamora Vicente cuando hablaba de la importancia de la
personalidad frente a la importancia del argumento, puesto que imaginar lo que
sucedió realmente exige mayor contracción de espíritu que inventar sucesos
fantásticos y en rigor, siempre según el propio Unamuno, las novelas que
perduran son las que de un modo o de otro tienen un fondo histórico o autobiográfico.
Aunque cuando uno lee sus cuentos, observamos que no siempre mantiene o ejecuta
lo previsto, puesto en algunos de estos textos se percibe una fuerte base
argumental, como señala Carrascosa en «La carta del difunto». No menos curiosa
resulta la definición de escribir textos de forma vivípara cuando estos son
breves, y de forma ovípara cuando la extensión es mayor. Y lo explica para que
no haya duda al respecto: «Hay quien, cuando se propone publicar una obra de
alguna importancia o un ensayo de doctrina, toma notas, apuntaciones y citas, y
va asentando en cuartillas cuanto se le va ocurriendo a su propósito, para ir
ordenándolo de cuando en cuando. Hace un esquema, plano o minuta de su obra, y
trabaja luego sobre él; es decir, pone un huevo y lo empolla. Así hice yo
cuando empecé a trabajar en mi novela Paz en la tierra. En realidad, los
textos unamunianos vienen a señalarnos sus ideas y procedimientos que no son
sino una búsqueda constante con que conformar un adecuado procedimiento para
desarrollar un mismo pensamiento, o para dar cabida a las obsesiones que a
Unamuno le preocupa: el tiempo. Quizá por este motivo, en sus cuentos, señala
el editor, están todas sus ideas, la génesis de posteriores desarrollos, los
núcleos del resto del conjunto de sus obras, y por extensión toda su
heterodoxia, su asistematismo y la coherencia de su pensamiento.
Adolfo Sotelo Vázquez (HCLE,
6/1. Modernimso y 98 (1994), en una espléndida revisión de Miguel de
Unamuno acerca de su figura, su bibliografía y su actualidad literaria,
señalaba que el acontecimiento pasaba por el aniversario de su muerte en 1986 y
que, de alguna manera, su obra se volvió al primer plano a través de
monogrñaficos, estudios acerca de su compleja y multidireccional obra creativa,
aunque echaba en falta una reedición actualizada de sus Obras Completas,
encaminadas resolver aspectos aun poco esclarecidos de su pensamiento
filosófico, religioso y estético-literario. Otros aspectos como el periodístico
o su papel en la crisis de conciencia de los intelectuales del modernismo
español y sus relaciones con el escritor. También ha despertado, un interés
creciente el pensamiento filosófico unamuniano, sobre todo el que refiere a
sopesar las convergencias y divergencias de Unamuno con algunas de las grandes
figuras de la filosofía decimonónica, a fin de subrayar la vertiente creadora
de su filosofía. Pero sobre todo, el
campo que mayor atención ha despertado de la totalidad de su obra ha sido el
aspecto narrativo en sus variadas facetas: cuentos, novelas cortas, y sus nívolas
que han sido reeditadas profusamente, Paz en la guerra (1897), Amor y
pedagogía (1923), Niebla (1914), Abel Sánchez (1928), o Tres
novelas ejemplares y un prólogo (1920), libro que reproduce, en particular,
su personalidad humana, la voluntad, la pervivencia y la muerte, La tía Tula
(1921), San Manuel Bueno, mártir (1931) y, además, Sotelo Vázquez, se
lamentaba del olvido y la necesidad de rescatar las novelas cortas y escribe «los
cuentos siguen siendo los convidados pobres de la bibliografía), que ahora, con
la edición completa de Carrascosa Tinoco, se completa, a la par que se ofrece una visión más amplia de la narrativa
y del mundo unamuniano.
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