ALEJANDRO
SAWA
(Crónicas
de la bohemia)
Bohemia
significaba, entre otras muchas cosas, repudio del mundo burgués convencional,
aspiración y originalidad, cosmopolitismo y paradoja, paraísos artificiales,
esteticismo y búsqueda de nuevas formas de afirmación en un creciente mundo
europeo finisecular. Los oscuros, los excéntricos, los que padecen suplicios
sin gloria, los desconocidos, que la sociedad deja morir en lenta muerte, los
malditos, en realidad, víctimas anónimas de la sociedad. La segunda bohemia del
XIX fue, en realidad, un estado espiritual y su capital, obviamente, París;
bohemia triste, frente a una primera galante, bautizada por Nerval y descrita
por Murger. En España, por entonces, se hablaba de tumulto, paradoja,
conciencia, paraísos artificiales, búsqueda de nuevas formas de afirmación,
reflejo de ese mundo europeo finisecular señalado. En este panorama, escribe
Iris M. Zavala, unos jóvenes, fundamentalmente de la periferia, se reúnen en
Madrid o lo consideran su centro de convergencia. Allí discuten, leen y opinan
acerca de Bakunin, Kropotkin, Tolstoi, Nietzsche, en fogosas y acaloradas
tertulias, mientras el sevillano, Alejandro Sawa, habla de Verlaine, Whitman,
Baudelaire o Poe. Junto a él, Enrique Gómez Carrillo y Eduardo Zamacois que
como el joven escritor aspiraban a fomentar el espíritu alerta y propagar las
ideas innovadoras por medio de sus libros, en periódicos y en folletos, porque
en letra impresa valdría cualquier instrumento. Con este motivo surgieron
infinidad de revistas que unieron sus fuerzas; Don Quijote (1892-1903), Germinal
(1897-1899), Vida Nueva (1898-1900), La Vida Literaria
(1899), Alma Española (1903-1904), Helios (1903-1904) y La Anarquía Literaria
(1905).
Alejandro Sawa nació un sábado,
15 de marzo de 1862, en Sevilla, donde pasaría
sus primeros años, aunque también consta que residió en Málaga, donde
aprendió francés, y pasó por Granada, pues en el curso 1877-1878 obtuvo
matrícula extraordinaria en la
Facultad de Derecho de la ciudad. Parece que el joven
inconformista llegó a Madrid en la década de los ochenta y allí permaneció
durante algún tiempo, para luego viajar a París, Bruselas, el sur de Alemania e
Italia, aunque siempre estaba de vuelta en la capital francesa. En su obra Iluminaciones
en la sombra (1910), su libro de impresiones, recuerdos y semblanzas,
confirma que residía en París en 1896 y allí se ganaba la vida a salto
de mata, asiduo de las reuniones de La
Plume, revista que el 15 de mayo de 1892 reproduce un
grabado del sevillano. Sobre su vida circularon versiones dispares de amigos y
enemigos; entre sus amigos: Valle-Inclán, Zamacois, Darío, Bark, Nakens,
Cornuty, Rueda y Gómez Carrillo. Literariamente, el francés de la barojiana Aurora roja (1904), es Sawa, y sobre
todo, el Max Estrella de Luces de bohemia (1920), de Valle-Inclán. En la
revista Germinal se le presenta en mayo de 1897, cuando regresa a
España, como el más naturalista de los españoles junto a Joaquín Dicenta,
cuando ya había publicado Crimen legal (1886), Declaración de un
vencido (1887) o Noche (1889). Extraño personaje recordado por
Baroja como «un pobre hombre sin ninguna penetración, moreno, con cierto aire
apostolar, melenas y barbas negras»; y Manuel Machado lo recuerda como un
bohemio incorregible: «volvió entonces de París hablando de parnasianismo y de
simbolismo, y recitando por primera vez en Madrid versos de Verlaine. Pocos
estaban en el secreto». Herman Bahr había publicado un texto certero sobre
Sawa, a quien había conocido en 1889, durante un viaje realizado por el alemán
por España. «Nunca he encontrado en mi vida una figura juvenil más hermosa, un
Byron del proletariado, el beau ténébreux del romanticismo hecho
mendigo», afirmará en el Deutsche Zeitung. Más adelante, Bahr escribe que
en 1889 la fama de Sawa corría de boca en boca e incluso llegaba a los pequeños
rincones. Sawa es un moderno; un español moderno en frenéticos amores
imposibles, furiosos y terribles. Alma robusta en gloriosa búsqueda de lo
absoluto; cima y justificación de los grandes, solo comparable a Goya y Ribera.
Sin embargo, otras opiniones fueron menos generosas, como la de Azorín
que en 1897 escribía al respecto, «Alejandro Sawa me parece un flat —lo
digo en francés porque él finge que se le ha olvidado el castellano, hasta el
punto de que continuamente está haciendo esfuerzos por encontrar una palabra»—;
opinión a propósito de un artículo publicado en el Heraldo. Zamacois lo
recordará en Años de miseria y de risa (1916), como el «divino»
Alejandro, de alma inflamada y espíritu superior.
Murió
ciego, el 3 de marzo de 1909,
a la una menos cuarto de la madrugada. Alienado, llevaba
mucho tiempo viviendo en otros mundos porque, como señalaría, Fabián Vidal, ya
en París el escritor hubo de realizar verdaderos prodigios para vivir una vida
incierta y dura; allí agotaría el caudal abundantísimo de sus energías vitales.
A lo largo de la década de los
ochenta, a finales del extraordinario siglo XIX, el naturalismo había triunfado
y se habían publicado algunas de las novelas más singulares del movimiento, La
desheredada (1882), de Pérez Galdós, La cuestión palpitante (1883),
de Pardo Bazán, y el naturalismo encuentra eco en los círculos intelectuales.
Será entonces cuando en Madrid aparece La mujer de todo el mundo (1885),
de Alejandro Sawa, una novela de realismo ingenuo, pero con un asunto muy
apropiado de la época: la prostitución. En realidad, a lo que apostaba Sawa era
suponer que «vivir podría ser eso: luchar en todas las formas con las
fatalidades naturales, hasta marearse, hasta aturdirse». Esta novela, de un
narrador casi juvenil, fue un éxito en los círculos anarquistas. En 1886
publicará Crimen legal, de corte, también, naturalista y con un tema no
menos escandaloso: la decisión de salvar a una madre o a su hijo en un embarazo
complicado. Supuso, sobre todo, un conflicto entre Iglesia y Ciencia. En 1887
aparece Declaración de un vencido, que contiene una nota al lector que
supone, en realidad, una especie de confidencia autobiográfica porque cuenta la
historia de esos jóvenes que llegaban a la capital y no tenían otro empuje
salvo su talento, un drama particular, una novela, una carta de recomendación,
en realidad, la historia de un vencido, sin duda, el mismo Sawa, un narrador
del que se apropiará el escritor para entablar ese proceso formal contra una
sociedad contemporánea que aniquila al artista. El libro, como señala Zavala,
es su testamento y con él vence; la sociedad será la única responsable de la
destrucción de la pureza y de los sueños. Al año siguiente publica Noche (1888), una nueva novela
con sombríos augurios sobre el matrimonio y la Iglesia. Una vez más,
el tema de la prostitución de la burguesía media española y Madrid como imán
que atrae la marejada de todos los vicios. Y ese mismo año, Criadero de curas
(1888), un durísimo documento anticlerical: viejos seminaristas y jóvenes que
se rebelan contra un orden establecido. Después vendría su traslado a París
donde frecuenta tertulias y apura las noches explorando las nuevas fronteras
literarias en boga. Hacia 1908 tenía concluido Iluminaciones en la sombra
y había publicado algunos de sus textos en Helios en 1903-1904,
mientras, intentaba reeditar algunas de sus obras para aliviar su indigencia
desde varios años atrás, sobre todo desde que perdió la vista en 1906. Fueron
años duros, solitarios, en compañía de Jeanne Poirier, su esposa, aunque,
también, sufrió el olvido de algunos de sus amigos, el caso más notable, Gómez
Carrillo. Sawa es un escritor desdichado, escarnecido que, como señala Zavala,
odia la rutina y maldice la pesada carga de la vida. En 1910, la Biblioteca Renacimiento,
de Madrid publica Iluminaciones en la sombra, su libro póstumo, con
prólogo de Rubén Darío y un «Epitafio» de Manuel Machado. Las imágenes de Sawa
en este libro son melancólicas y los caminos y figuras, ilusorios. Su prosa
ahora más modernista, exaltará los valores del subjetivismo y la intuición para
conseguir así una realidad más multidisciplinar y cambiante, en palabras de
Iris M. Zavala.
Durante
la etapa final de su vida, Alejandro Sawa, desde su regreso de París, alrededor
de 1896, inicia una dedicación casi exclusiva al periodismo, colaboraciones mal
retribuidas pero uno de los pocos medios para sostener a su pequeña familia.
Muchas de estas colaboraciones serían seleccionadas por el desdichado escritor
para su libro Iluminaciones en la sombra y, sobre todo, resulta
esclarecedora una nota suya publicada en Nuevo Mundo, el 22 de agosto de
1907 con el sugerente título de «El cuarto poder», hablando de la prensa y de
la dura tarea del periodista. La prensa, afirma Sawa, marca el estado de
cultura de los pueblos y añade, «aquel país donde la prensa es clamorosa y
ardiente y suelta, es un país de redención. Donde no, el cielo está cuajado de
tinieblas». Phillips señala en la monografía citada sobre el escritor sevillano
que muchas de las colaboraciones no habían podido ser consultadas por él,
sepultadas en diarios y revistas de época, hecho que en estos días queda
resuelto por la publicación de Alejandro Sawa. Crónicas de la bohemia, en
edición e introducción de Emilio Chavarría, con un estudio preliminar de Iris
M. Zavala. Conviene señalar que la prosa periodística de Sawa es bastante
variada en lo que respecta a sus temas y fluctúa, especialmente, entre dos
formas: la crónica y el ensayo breve. La sustancia intelectual del ensayo,
sostiene Phillips, y su brillo expresivo se combinan con el arte del ingenioso
comentario, que abarca hechos de la actualidad implícitos en la crónica. Sawa
no solo es intérprete de los problemas de su tiempo, sino que cultiva otras
formas de la prosa, con mucho acierto, como son la semblanza literaria y el
cuento. Su prosa tampoco resulta lírica, sino que constituye un vehículo para
la expresión de sus ideas, aunque su estilo no resulte por ello preciosista ni
se entregue a efusiones expresivas o a frivolidades exquisitas. En su última
etapa, convencido idealista, se aleja del naturalismo de la década de los
ochenta y su prosa es afirmativa y enfática.
Emilio Chavarría recopila toda
la información disponible acerca de los artículos periodísticos del sevillano
y, aunque hace obligadas referencias a Allen W. Phillips e Iris M. Zavala,
trata de situar histórica y biográficamente las nuevas crónicas en diferentes
apartados: el primero, se refiere a la crónicas
inéditas publicadas entre los años 1877-1878 en periódicos malagueños, y
algunas cartas dirigidas a amigos de la época; el segundo apartado, se refiere
a los artículos de su segunda etapa madrileña, entre 1896-1909; y, en el
tercero, aquellas colaboraciones publicadas en La Nación de Buenos
Aires, aparecidas bajo la firma de Rubén Darío y que Sawa reclama como suyos en
una polémica carta de 1908. En los tres grupos se muestra el interés del
escritor por cuestiones culturales y literarias del momento y, de alguna
manera, representan su período de formación: el modernismo; pero el grupo
representado por temas políticos y sociales, concretado en los barrios de
miseria, en un Madrid capitalista, resulta quizá más interesante y muestra la
parva industrialización de la sociedad de fin de siglo. De cualquier forma,
señala Chavarría, esos grupos están
plenamente representados en su obra Iluminaciones en la sombra y, de
alguna manera, conforman la estructura de base de la obra periodística de Sawa,
comentarios sobre autores y obras literarias del modernismo, la corrupción
política, la miseria y la pobreza social y algunos otros que reflejan el diario
más íntimo, de corte naturalista, que publicaría J.R. Jiménez en su revista Helios.
Alejandro Sawa
concebía la crónica periodística como la historia cotidiana de los
acontecimientos, y al cronista como su historiador; es decir, el reflejo
escrito de la vida. Y la prensa fue para él importante porque dio a conocer su creación artística.
¡¿Qué sabrá alguien de hoy de lo que fue la Bohemia!?.... Esa bohemia idealizada que nunca existió,porque la bohemia auténtica fue también--y mucho más--, dolor, frustración, melancolía pueril de anhelos imposibles, pobreza y penuria material y sobre todo intelectual. Otra cosa es los que "jugaron" a ser bohemios con el "riñón" más o menos cubierto por un trabajo, o una herencia o el éxito, o unos padres sacrificados... Esta sí es una Bohemia más cercana a la realidad (al menos en España). Los Sawa abundaron poco, y él mismo aunque posea páginas acertadas nunca llegaría a la altura de Unamuno,Baroja (quien por cierto la reflejó bastante bien) o Cansinos Asens (quien la reflejó aún mejor), entre otros entre los que no podría faltar ese "falso" bohemio genial que fue Emilio Carrére, al que todavía hoy muchos indocumentados culturales le niegan el "pan y la sal".... Todos, y otros más, "interpretaron en algún momento de sus vidas o en toda el papel de "bohemios", pero ellos al menos tenían las "lentejas" más o menos aseguradas. Lo que tampoco es que sea malo; y todos o la mayoría tuvieron algo que hoy escasea tanto que ya nadie sabe si alguna vez existió: ¡TALENTO!........
ResponderEliminar¡¿Qué sabrá alguien de hoy de lo que fue la Bohemia!?.... Esa bohemia idealizada que nunca existió,porque la bohemia auténtica fue también--y mucho más--, dolor, frustración, melancolía pueril de anhelos imposibles, pobreza y penuria material y sobre todo intelectual. Otra cosa es los que "jugaron" a ser bohemios con el "riñón" más o menos cubierto por un trabajo, o una herencia o el éxito, o unos padres sacrificados... Esta sí es una Bohemia más cercana a la realidad (al menos en España). Los Sawa abundaron poco, y él mismo aunque posea páginas acertadas nunca llegaría a la altura de Unamuno,Baroja (quien por cierto la reflejó bastante bien) o Cansinos Asens (quien la reflejó aún mejor), entre otros entre los que no podría faltar ese "falso" bohemio genial que fue Emilio Carrére, al que todavía hoy muchos indocumentados culturales le niegan el "pan y la sal".... Todos, y otros más, "interpretaron en algún momento de sus vidas o en toda el papel de "bohemios", pero ellos al menos tenían las "lentejas" más o menos aseguradas. Lo que tampoco es que sea malo; y todos o la mayoría tuvieron algo que hoy escasea tanto que ya nadie sabe si alguna vez existió: ¡TALENTO!........
ResponderEliminar¡¿Qué sabrá alguien de hoy de lo que fue la Bohemia!?.... Esa bohemia idealizada que nunca existió,porque la bohemia auténtica fue también--y mucho más--, dolor, frustración, melancolía pueril de anhelos imposibles, pobreza y penuria material y sobre todo intelectual. Otra cosa es los que "jugaron" a ser bohemios con el "riñón" más o menos cubierto por un trabajo, o una herencia o el éxito, o unos padres sacrificados... Esta sí es una Bohemia más cercana a la realidad (al menos en España). Los Sawa abundaron poco, y él mismo aunque posea páginas acertadas nunca llegaría a la altura de Unamuno,Baroja (quien por cierto la reflejó bastante bien) o Cansinos Asens (quien la reflejó aún mejor), entre otros entre los que no podría faltar ese "falso" bohemio genial que fue Emilio Carrére, al que todavía hoy muchos indocumentados culturales le niegan el "pan y la sal".... Todos, y otros más, "interpretaron en algún momento de sus vidas o en toda el papel de "bohemios", pero ellos al menos tenían las "lentejas" más o menos aseguradas. Lo que tampoco es que sea malo; y todos o la mayoría tuvieron algo que hoy escasea tanto que ya nadie sabe si alguna vez existió: ¡TALENTO!........
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