MEMORIA
DE MARIO LACRUZ
(Barcelona, 13 de julio de 1929 - Barcelona, 13 de
mayo de 2000).
Memoria de un escritor, memoria de un
editor ha servido para reunir en una exposición homenaje, libros, manuscritos,
fotos y originales de Mario Lacruz, un editor que tan sólo consiguió publicar
tres obras a lo largo de su vida, El inocente (1951), La tarde (1953),
la colección de relatos Un verano
memorable (1955), y después de un largo espacio de tiempo dedicado a labores
editoriales publica El ayudante del verdugo (1971). Recientemente
recibía un gran homenaje del mundo de las letras como editor, fue en 2000.
Dos
fechas notables hay que destacar con respecto a la producción literaria
española y que están en la mente de todos los interesados y eruditos en el
tema, de una parte la de 1936 y lo que supuso en la cultura española de la
época y la posterior, esa emblemática fecha de 1945 y lo que de aislamiento
internacional originó hasta bien entrada la década de los 50, ese especie de
deshielo que provocó una alternativa rabia interior y la búsqueda de una
formación y una conciencia para llegar a la expresión de nuevas fórmulas y
mayores libertades. Se trata, no obstante, de una generación ya suficientemente
estudiada en monográficos y manuales que, sin pretender romper, abogaba por
toda una tradición española, los nuevos aires de una nueva narrativa
norteamericana, francesa o un realismo ruso y sobre todo el neorrealismo
italiano de imágenes cinematográficas. Los nombres de los jóvenes que aparecen
en la escena literaria española forman parte de ya de esa promoción que se
denominó como realista, pero la variedad es tanta que en las novelas y relatos
publicados en estos años encontramos oscilaciones tan variables como esas
características que oscilarían entre un lirismo subjetivo y objetivo,
distensiones entre el yo y el mundo o la realidad y el ensueño, aunque en todos
predomina esa orientación realista, crítica y en algunos casos
experimentalista. Todos los jóvenes escritores se incorporaban al panorama literario
por las mismas fechas y haciendo un somero recuento podemos advertir como
entregaban, escalonadamente, sus primeras obras: Matute Los Abel (1948),
Sánchez Ferlosio Industrias y andanzas de Alfanhui (1951), Lacruz El inocente (1951), Goytisolo Juegos de
manos (1953), Fernández Santos
Los bravos (1954) y Aldecoa El fulgor y la sangre (1954),
y más tarde Martín Gaite El balneario (1955) y López Pacheco Central
eléctrica (1957), por no alargar excesivamente la nómina y los títulos más
significativos de la época.
La
labor editorial
Mario Lacruz fue esa persona muy
vinculada al círculo catalán de la generación del medio siglo. Cuando comienza
su carrera de derecho en la Universidad Central de Barcelona entablaría
amistad con José María Castellet, Antonio Senillosa, Francisco Vicens y Ana
María Matute. En 1950 comenzaba a escribir y a publicar primeros cuentos y
artículos y a relacionarse con el mundillo de las tertulias literarias. Había
nacido el 13 de julio de 1929, en pleno Ensanche barcelonés, aunque parte de su
infancia la pasará en Andorra a donde el padre, un comerciante textil, se había
trasladado para regentar un hotel. Después de la contienda la familia se
reinstala en Barcelona y Mario inicia sus estudios en Los Hermanos de la Salle. Llegó a
interesarse por el teatro de vanguardia y pondrá en escena obras de Greene,
O´Neill, Miller y otros. Desde el principio su obra propende a lo poético y a
la profundización psicológica. En 1951 publica El inocente y obtiene el
«Premio Simenón» a la mejor novela policíaca del año y en 1953 su siguiente
novela La tarde con la que obtuvo el Premio Ciudad de Barcelona un año
más tarde.
Entretanto, inicia sus
colaboraciones en labores editoriales para el editor Plaza que le había
publicado en la «Enciclopedia Pulga» una colección de relatos titulados Un
verano memorable (1955), cinco cuentos, al más estilo realista, y que
llevan los títulos de «Un verano memorable», «Ana y los niños», «La comunidad»,
«La mujer forastera y solitaria» y «Los brazos», una curiosa colección que
ahora reedita Debate junto a dos de sus obras más significativas, El
inocente y El ayudante del verdugo, a las que seguirán La tarde,
como manifestaba el director y crítico Constantino Bértolo. Instalado en Plaza
inaugura una colección que traducirá las obras de autores universales como Mika
Waltari, Maxence van de Meersh, Cecil Roberts, Pearl S. Buck, que le
proporcionarán grandes éxitos a la editorial. Poco después se crea Plaza &
Janés y desde 1963 Lacruz lleva a su cargo la dirección editorial. Bajo su
responsabilidad se publican obras como Papillón, ¿Arde París?, Chacal, Juan
Salvador Gaviota y se inician las famosas colecciones “Reno” y “Alcotán”.
Desde 1975 dirigirá la editorial Argos-Vergara y fundaría la colección “Las
cuatro estaciones”, incorporando los nombres de Fernández Santos, Graham
Greene, Ramón J. Sender, Doris Lessing, Francisco Umbral y un largo etcétera.
En 1981 regresa a Plaza &Janés y pone en marcha una nueva colección, “Ave
Fénix”, descubre a Isabel Allende y publica a Marsé, Semprún, Amado, Updike.
Dos años más tarde Planeta le ofrece la dirección de Seix-Barral donde iniciará
una de sus etapas más largas y fructíferas y descubre a Antonio Muñoz Molina, Rosa
Montero, Julio Llamazares, Juan Miñana, Jaime Bayly y publica casi todas las
novelas de Eduardo Mendoza, parte de la obra de José Saramago y sobre todo se
arriesga con Los versos satánicos, de Salman Rushdie. Jubilado de toda actividad en 1988,
recientemente había reiniciado su vocación de escritor, pero la muerte le
sorprendía el 13 de mayo de este mismo año.
La
labor literaria
El profesor Valles Calatrava en
uno de los apartados de su ensayo, La novela criminal española (1991)
destacaba la singularidad de la novela El inocente «al considerar al
sujeto como víctima de la sociedad, el carácter de destino trágico del
protagonista, la crítica a la pérdida de la humanidad y la propia consideración
del entramado social como algo opresivo y corrupto». En realidad, es una novela
negra, con ciertos tintes de novela psicológica y con aires de relato
existencialista. Lacruz cuenta en cuatro partes ( musicales) la investigación
de Virgilio Delise acerca de la muerte de su padrastro para demostrar, sobre
todo, su inocencia. Dominan las frases cortas y el desarrollo de la acción es
vertiginoso. Igual de sorprendente es su siguiente novela, La tarde, en
la que autobiográficamente, un narrador, hace recuento de su vida y cuenta
tanto su pasado como su presente. En realidad, es un soñador pero también un
abúlico traductor de literatura inglesa. En el epílogo anuncia que se va a
casar con ese amor platónico de toda la vida, propósito que según ha podido
deducirse no llevará a cabo. La novela se refuerza con el análisis psicológico
y las actitudes del protagonista del relato. Dieciséis años más tarde entregaba
El ayudante del verdugo (1971) quizá su obra más comprometida, publicada
a destiempo porque por su temática bien podría definirse como esa obra que
hubiera sido clasificada de «realista» en una época en la que se empezaban a distanciar
temas como el conflicto generacional provocado por esa larga postguerra e
incluso «el inicio del desmoronamiento—como señala Ignacio Soldevilla en La
novela desde 1936 (1980)—ideológico de la primera generación con respecto a
los nuevos aires de libertad».
El narrador Ventosa cuenta en
primera persona su vida, retratado como astuto y emprendedor en poco tiempo
conseguirá un gran imperio. Relata su vida retrospectivamente. durante una
velada en la que se distinguirá con una condecoración a su amigo Pardo, en
realidad una ceremonia de autoexaltación porque el protagonista ve cómo después
de tanto tiempo ha llegado a tal grado de corrupción colectiva que está
dispuesto a asumirla. Pero, sobre todo, —como ha señalado Belén
Gopegui—«Ventosa tiene una doble vida. Es empleado de Pardo, la nota de
distinción en esa empresa de ladronzuelos, le hace a Pardo los papeles, a veces
ilegales, soborna para él, despide para él y le sigue el juego acudiendo a
reuniones innecesarias...». A lo largo de la novela se puede percibir cómo
Ventosa se ha convertido en un cínico, algo aún de tremenda actualidad en la
sociedad de hoy con tantos visos de hipocresía.
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