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LA VERDAD SOBRE EL CASO SAVOLTA
40º Aniversario de Los soldados de Cataluña
Un joven Eduardo
Mendoza (Barcelona, 1943) justificaba el comienzo de su literatura hecha a base
de collages, volvía su vista a los estilistas
Stendhal y Tolstoi, y a los clásicos norteamericanos, incluida la novela negra,
una fusión simbólica que determinará la trama de sus obras en gran medida y configura
la estructura, sostiene el lenguaje empleado, que se estiliza y convierte en
irónico y paródico; y, finalmente, con respecto al estilo se amalgama en toda
una serie de figuraciones ambiguas, y le otorga al lector la posibilidad de dar
rienda suelta a su propia fantasía. En la novela española contemporánea suele
admitirse, y así debe entenderse como la renovación formal y, aun más, su
transformación se inicia entre 1961 con la publicación de Tiempo de silencio de Luis Martín-Santos y 1975 cuando aparece La verdad sobre el caso Savolta de
Eduardo Mendoza. Una renovación intensa que provoca cambios formales y técnicos
aunque se siga la estela iniciada por el realismo social previo y se reaccione
contra presupuestos del objetivismo; surge entonces la omnisciencia objetiva
del narrador, la alternancia de los puntos de vista y ese heterogéneo
perspectivismo, autor, narrador y personajes. El lenguaje es tan discursivo
como poemático, y de la linealidad se pasa a una complejidad estructural, una
heterogeneidad en las secuencias, y la mezcla personas narrativas, según los
puntos de vista, las tres, incluida la segunda.
El caso Savolta
La
verdad sobre el caso Savolta tiene un curioso planteamiento, según el
propósito del propio Eduardo Mendoza, y bastante sencillo: acercar la
sensibilidad postmoderna a una narrativa previa, establecida sobre cimientos
tradicionales; tras su aparición, unos meses antes de la muerte del dictador,
se convierte en símbolo del más absoluto y nuevo estado de la narrativa del
momento que se alejaba de un realismo y un experimentalismo desmedido para
ofrecer opciones capaces de interesar al lector. Mendoza quiso escribir una
novela comunicativa y amena, convirtió su texto en un relato de acción con
variados y complejos complots, crímenes, violencia y todo tipo de percances; en
realidad, un modelo de relato popular, de novela negra o policíaca que no deja
de lado los rasgos sentimentales casi folletinescos, aunque percibimos que algo
extraño ocurre, suena diferente, un narrador cegado por los curiosos
acontecimientos vividos, y al tiempo evocador, protagonista y acusador de un
crimen, que parece haberse olvidado; lo más curioso, refleja ese nuevo y
corrupto estrato social superior durante los desmedidos años 1917 a 1919 en una creciente
Barcelona industrial y dinámica. Tras unas primeras pesquisas y experiencias,
la novela avanza en una auténtica vorágine de intrigas, maquinaciones,
asesinatos, amoríos y sucesos para intentar resolver el “caso Savolta”, la
fábrica de armas, que suministraba tanto a Francia como Alemania. Obviamente,
es una historia fraccionada, se desarrolla en secuencias dispersas, aisladas y
planteadas desde diversos puntos de vista, y añade materiales diversos,
documentos de una apariencia real. Mendoza recurre a esa mezcla de narración de
corte tradicional y un aire innovador para alejarse de un vanguardismo y
experimentalismo al uso; pronto se convirtió en una novela antigua y moderna
que exige un lector atento por la hondura, la complejidad y la rica disposición
con que el barcelonés aplica tres de sus componentes básicos: relato policiaco,
novela histórica y narración social. Inicialmente, podría pensarse que La verdad sobre el caso Savolta sea,
exclusivamente, un relato criminal porque el mismo título nos remite a la
confusa muerte del industrial catalán asesinado por pistoleros pagados, aunque
los anarquistas se hacen responsables; y curioso, la narración comienza con las
declaraciones de un testigo ante un juez norteamericano en una causa
relacionada con Savolta y sus negocios en un pasado reciente pero solo de una
forma indirecta. Pronto, ese detalle, algo difuminado, se llenará de una trama
mucho más densa que encubre comportamientos delictivos de gran calaje,
protagonizados por muchos personajes que darán pie a una serie de escenas de
violencia y desorden que enmarcan el momento en las luchas encarnizadas entre
la burguesía industrial catalana de comienzos de siglo y los obreros
organizados, aunque subyace la idea de las revueltas entre anarquistas y
socialistas contra el terrorismo empresarial; y como se trata de una recreación
de la Barcelona
del primer cuarto de siglo, se impone la vertiente histórica que Mendoza cuidó
porque se atiene a esa fidelidad que se le suponen a este tipo de obras, e
incluye sucesos de menor importancia que solo se modifican con ligeras
pinceladas narrativas. El retrato de época se asocia con esa dimensión
complementaria que tiene la novela, incluso un alcance político que la censura
del momento ignoró, esa especie de mafia burguesa industrial que imponía su
ley, y esa clase obrera explotada con hambre y miseria, y en igual proporción,
sobresale ese retrato colectivo de la sociedad urbana en su conjunto, otra
forma de denuncia y un alegato social, aunque como el propio escritor ha
manifestado en alguna ocasión, “tan solo pretendía hacer la epopeya del
proletariado”.
40 años después
Cuarenta años después, Eduardo Mendoza
recupera el título original, Los soldados
de Cataluña (2015), que fue presentada al Ministerio de Información y
Turismo. Sección de Ordenación Editorial, el 11 de septiembre de 1973, un
volumen de 379 páginas que editaría Seix Barral y pasó al lector, el 12. El informe se escribe y firma dos días
después, y califica la obra como “Novelón estúpido y confuso, escrito sin pies
ni cabeza (…) el tema son los enredos de una empresa comercial que vende armas
a los aliados y bajo cuerda a alemanes (…) casamientos, cuernos y asesinatos y
todo lo típico de las novelas pésimas escritas por escritores que no saben
escribir (…) no hay religión, ni sexo, y aunque aparecen en al escena de la
novela algunos anarquistas, aparecen más como pistoleros que como políticos y
desde luego no hay nada que parezca propaganda”. Y, a mano, se añade: “El
título no tiene relación alguna con el contenido de la obra”. Se considera
autorizable. Y finalmente, Ordenación Editorial, solo recomienda el 17 del
mismo mes, “El cambio de título”. Curiosamente, la novela se queda en un cajón
de Seix Barral hasta dos años después, y el 17 de abril de 1975 vuelve a la
censura, esta vez con 463 páginas, y cambiado el título, La verdad sobre el caso Savolta, que pasa el mismo día al lector,
no aprecia objeciones en la obra y aconseja su publicación, tachada de “buena
dosis de humor e ironía con lo que llega a rozar los límites de la tragicomedia
clásica”.
Al final de esta nueva edición
conmemorativa del 40º aniversario, y a modo de colofón, la edición reproduce
los informes de la censura sobre el libro, los disparates vertidos por el
lector nº 6, y un segundo lector, nº 4 que, como señalamos, mucho más perspicaz
en sus opiniones; y se añaden los textos de Juan García Hortelano, la
primera crítica de la novela, aparecida en el recién fundado El País y firmada el 5 de mayo de 1976, Manuel
Vázquez Montalbán, el “Prólogo” que escribiera reeditada en Espasa-Calpe, 1992;
y Félix de Azúa, también para una reedición en Seix.Barral, 2003. El propio
Mendoza escribe “La verdad sobre el caso Savolta”, en la misma edición de 2003,
y una anécdota que Llàtzer Moix cuenta en Mundo
Mendoza. Montalbán situaba la historia entre Dostoievski y Groucho Marx,
mientras que Azúa citaba a Valle-Inclán y Baroja. «Su aparición en 1975 dejó un
rastro como el del cometa Halley: no venía de ningún lugar conocido ni se sabía
adónde se dirigía, pero marcaba una dirección». Según Javier Marías, “Mendoza
enseñó a la mayoría de los novelistas que vinieron después qué era escribir con
libertad, sin verse obligado a complacer ni a los colegas ni a los críticos ni
tan siquiera al público”.
Eduardo Mendoza; Los soldados de Cataluña; 40º
aniversario; Barcelona, Seix Barral, 2015; 470 págs.
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