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ESCRITORES CONTRA ESCRITORES
El
prologuista de este pequeño (por el formato), singular y curioso libro, Jordi
Costa, afirma que Escritores contra escritores (2006) dibuja una posible
historia secreta de la literatura a través de rencillas, descalificaciones y
desafíos; por otra parte, añade que, en realidad, su autor Albert Angelo, da
voz a muchos de los tótems que doctas academias le otorgan el calificativo de
clásicos y de esta, única, manera se conocen algunas de las fobias de los más
interesantes escritores de los últimos siglos. Exabruptos y descalificaciones ofrecen al curioso lector la sublimada visión
de rencillas entre quienes se consideran las Blancanieves de todos los
saraos literarios. Visto así el libro brinda, pues, el suficiente aliciente
para que podamos meternos de lleno entre sus páginas porque, cuando nos vamos
al índice, la nómina encontrada desde la
A a la Y
reproduce los nombres de no pocos autores de la literatura universal que
considerados como «Escritores políticamente correctos» muchos de ellos forman
parte de ese Pressing Catch de las Letras, es decir, el club de aquellos
sujetos que durante años han desarrollado un lenguaje fundamentado en la
descalificación, en la puñalada barroca o el exabrupto con filigrana discursiva
o lo que podríamos calificar como «partirse la cara hasta que uno de los dos
muerda la lona que le otorga el oprobio público». Y, aún así, por siempre
jamás, los escritores no dejaran de ser aquellos aduladores que consideran su
ego como el único punto de partida para expresar lo que llevan dentro; sólo
quienes no aparecen en este libro, por uno u otro motivo, seguirán siendo esos
muertos de hambre, esos buscavidas o esos cantamañanas que por mucho que se
afanen seguirán sin lograr vivir del difícil arte de la escritura.
Tampoco hay que olvidar que «en
literatura no hay nada escrito» y aunque no lo parezca, escribir es un arte,
ser escritor es ser un artista y por consiguiente sujeto a esos posibles éxitos
que otorga la vida; quizá por eso, un fracaso, de vez en cuando, cura el ego y
le ofrece a los amigos motivo para la tristeza pero a los enemigos,
indudablemente, más páginas para un libro como el presente. Indudablemente,
también, la literatura, como ha señalado un escritor que no aparece en la
nómina de Escritores contra escritores, sea esa extraña máquina que
traga, que absorbe y convierte a los escritores en vampiros (el escritor citado
es Bernard Henri Lévy). Y, aún insistiendo más, quizá los malos escritores son
los que intentan expresar sus débiles ideas en el lenguaje de los buenos. Ordenados alfabéticamente, no se salvan los
nombres de Isabel Allende, Jane Austen, en reiteradas opiniones de Kingsley
Amis y Mark Twain, quien afirma algo así como, «la simple omisión de los
libros de Jane Austen haría una librería bastante decente de una que no tuviese
un solo libro». O nuestro Pío Baroja, recordado en estos días a los
cincuenta años de su desaparición, sobre quien Ortega y Gasset arremete hasta
el extremo de afirmar que «leemos página tras página y vamos adquiriendo la
condición de que no interesa al autor (...) ni el arte de la novela, ni en arte
en general». Los reiterados ataques de Gore Vidal a Truman Capote de quien
llegó a afirmar que «su muerte fue una buena maniobra profesional». Incluso
nuestro Nobel más polémico, Camilo José Cela, calificado de plúmbeo por Marsé o
chulapo descarado y castizo por Benet; y, tampoco, Miguel de Cervantes ha
escapado a furibundas opiniones de contemporáneos; como por ejemplo Lope que
afirmaba «de poetas, no digo: buen siglo este. Muchos están en ciernes para
el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que
alabe a Don Quijote» y posteriores como la de Nabokov que llegó a escribir,
«Recuerdo con deleite la vez en que, para gran turbación de mis colegas más
conservadores, hice trizas el Don Quijote, ese viejo libro crudo y cruel, ante
seiscientos estudiantes en el Memorial Hall». O, para finalizar, el
inmortal Julio Cortázar a quien su paisano César Aira vapulea y afirma que «el
mejor Cortázar es un mal Borges». Perdón por tanta enumeración, pero al
menos un botón de muestra servirá para abrir el apetito ante semejante festín o
si alguien, por otro lado, piensa que no merece la pena seguir tras esta breve
selección, tal vez el zoológico está ya muy lleno para incluir más fieras, pero
lo de que si estamos seguros es de que, no por ofensivo, resulta menos
excitante, aunque por motivos extraliterarios. No se olviden, tampoco, de
aquello que afirmaba Mauriac: «un mal escritor puede llegar a ser un buen
crítico, por la misma razón que un pésimo vino también puede llegar a ser un
buen vinagre».
Una bibliografía mínima y unas fuentes
sin datos adjuntos, completan el volumen de perlas ensangrentadas como afirma
el prologuista.
ESCRITORES
CONTRA ESCRITORES
Albert
Angelo
Prólogo
de Jordi Costa
El
Aleph, Barcelona, 2006, 174 págs.
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