Desayuno con
diamantes, 40
LA ÉTICA
LITERARIA DE CYNTHIA OZICK
En Cuentos reunidos (Lumen, 2015), hombres y mujeres
pueden parecer patéticos, pero en el fondo conservan y muestran su dignidad.
Cynthia Ozick, contemporánea
generacional de John Updike y Philip Roth, ha vivido gran parte de su vida para
leer y escribir; sin embargo, empezó a publicar poco antes de cumplir los
cuarenta, un hecho que le ha marcado, y convertido en víctima de esa anatomía
del fracaso que siempre ha padecido, aunque en los últimos años su prestigio y
reconocimiento han sido notables, finalista del Premio Internacional Man Booker (2005), el National Book Critics Circle Award for Criticism (2006), su obra
está traducida a más de trece idiomas, y su novela The Shawl ( El chal,
1989), constituye una referencia académica de la literatura del Holocausto,
junto a las obras de Elie Wiesel y Primo Levi. En la narrativa norteamericana
del último medio siglo una serie de constantes se repiten y hablan de una
“novelística judía” o del “factor judío”, perceptible en autores como Saul Bellow o Philip Roth, tanto en la construcción de la psicología de sus
personajes como en el análisis de ambientes y vivencias individuales y
comunitarias. Para Ozick escribir se convierte en un auténtico acto de valor,
pelea con cada frase, sílaba a sílaba, y como ella misma manifiesta, define
minuciosamente a los personajes, y así confirma su habilidad para el diálogo, o
crea una fábula sobre los misterios del talento poético, o los riesgos de la
usurpación de personalidad. “Creo que las
historias deben juzgar e interpretar el mundo”, afirma, y se libera de la
tiranía de la subjetividad, se concentra en crear historias que se desarrollan
a partir de la “impresionante permutación del mundo objetivo” y de los innumerables
textos literarios precedentes.
Una
obra singular
A
lo largo de toda su obra, Ozick se refugia en una especie de resistencia
cultural, tanto ética como estética. En sus ensayos tiende a ese sentido de
lealtad a la palabra escrita y pasa por mantener sus propios niveles de
exigencia, o no se rinde ante esa ideología del kitsch que parece haberse apoderado de los medios de
comunicación y de la escritura en general. En estos últimos cincuenta años no
ha dejado de ser una narradora y ensayista minoritaria, su literatura gira en
contra de cualquier banalización, y cree que aun es posible “leer a Nietzsche,
o a Gibbon, y la historia judía, y a George Eliot, a E. M. Foster, a Chéjov y a
otros muchos, sin que sea necesario tener en cuenta la cultura pop o, incluso al rap”, porque aun debemos diferenciar
entre lo efímero y lo perdurable y sostener que el intelecto, y la vida ética,
requieren de distinciones, en un amplio sentido. En 1966 publica la novela Trust, un texto intrincado y metafórico
cuyos personajes, como los de Henry James, están atrapados en un proceso de
autodescubrimiento, y donde aborda el tema convencional de la búsqueda de la
identidad desde la perspectiva femenina, que a ella le sirve para definir las
diferentes actitudes, del gentil y del judío, ante la historia, y el Holocausto
se convierte en la piedra de toque de la conciencia histórica y la sustancia
moral de esta novela.
Una vida
Cynthia Ozick nació el 17 de abril de
1928 en Pelham Bay, en el Bronx (N.Y.), en el seno de una familia judía, aunque
sus padres procedían de Lituania, y creció en una tradición que abogaba por un
escepticismo y un racionalismo opuestos a la exuberante comunidad jasídica.
Experimentó el antisemitismo en el barrio y en la escuela pública, entonces se
refugió en la literatura. Estudió a los poetas latinos en la Hunter High School, y
se licenció en la New York
University, donde descubrió a algunos de sus “dioses”, Mary McCarthy, Elizabeth
Hardwick, Irving Howe, Delmore Schwartz, Alfred Kazan, Clement Greenberg, Saul
Bellow, Karl Shapiro, Simone de Beauvoir o George Orwell. Se doctoró con una
tesis sobre la obra de Henry James en la Ohio State University; se considera básicamente
una autodidacta que cimentó las bases de su formación entre la adolescencia y
la primera juventud, cuando pasaba leyendo unas dieciséis horas al día.
En 1952, con 24 años, se casó con el
abogado Bernard Hallote; y como sus ambiciones fueron más literarias que
académicas se entregó por completo a la escritura. En ese periodo se produce en
ella una gran transformación, derivada de la lectura de dos libros que le
influirán definitivamente: History of the
Jews, que enfatiza el sufrimiento del pueblo judío y subrayaba las
aspiraciones nacionales judías y la devoción por la Torá, y el ensayo Romantic Religion, guía espiritual del
judaísmo liberal moderno. En 1971, recibió el Ozick Premio Wallant Lewis Edward
por su colección de cuentos, El Rabino
Pagan y otros cuentos. En 1997, recibió el Premio Diamonstein-Spielvogel
para el arte del ensayo de la Fama y la locura (1996).
Cuentos
La editorial barcelonesa Lumen ha venido
rescatando para un público lector más amplio, obras descatalogadas de la
narradora judía-neoyorkina, Los últimos
testigos (2006) y Cuerpos extraños
(2013), y ahora, Cuentos reunidos
(Lumen, 2015), que ofrece una excelente muestra del quehacer breve de la
narradora. De los diecinueve textos escritos entre 1971 y 2008, algunos
contienen la esencia de su escritura: “El rabino pagano”, ejemplifica el
judaísmo que se establece como fuerza dominante en su obra, y su protagonista
el rabino, Isaac Kornfeld, tras haber abrazado la herejía de Spinoza, y haberse
visto forzado a elegir entre valores judíos y gentiles, acaba por ahorcarse con
un talit. Sus relatos ejemplifican el ser judío y su trascendencia, señala su
compromiso con un punto de vista predominantemente religioso y ético, según el
cual el arte se convierte en escenario de confrontación de ideologías. Otra de
las claves de su narrativa es la alternancia entre desenlaces más cotidianos y
los ligados a la fantasía como el asombroso final del “El rabino pagano”, o
recurre a escenas surrealistas, en las que, a través de los ojos de los
personajes, los hombres se convierten en chivos y las mujeres en sirenas o
dríades, o incluso dominan al protagonista como en “La bruja de los muelles”.
Y, sobresale, una fuerte crítica hacia los hombres que no permiten que las
mujeres accedan a la educación o a un empleo, restringiéndolas al matrimonio, y
significativa la denuncia que la autora hace de la segregación que sufrieron
las personas de color en Estados Unidos, ejemplificada en la consulta del
doctor en el relato “La mujer del médico”. O “Virilidad” que es una narración
satírica sobre el arte de la poesía que termina adentrándose en los pilares medulares
de nuestra sociedad: la emigración, las clases, la memoria histórica, la
identidad y las desigualdades de género. En un futuro donde la literatura y el
arte se han extinguido, un periodista centenario, pasea por un cementerio en
busca de la tumba de un poeta: Edmundo Gate, seudónimo de Elia Gatoff. Allí,
rememora el momento en que le conoció y los años posteriores hasta su temprana
muerte. “Levitación”, señaló Foster Wallace, es un ejemplo de lo mágico de la
ficción, y vuelve al tema de la identidad judía, sus matices, manifestaciones y
significados. La rica narrativa de esta autora, se adereza con dosis de
ironía y surrealismo, resultan relatos innovadores, logran sorprender al lector
o incluso dejarle pasmado con sus rarezas, como en “Del cuaderno de notas de un
refugiado”. Ozick, no tiene interés literario por lo nuevo ni le motiva la
ruptura con lo antiguo, sino el hecho de seguir indagando en el eterno enigma
humano; insiste en lo genuino, y defiende lo bien hecho, eso sí, sin defecto
estructural alguno.
Cynthia Ozick;
Cuentos reunidos; Barcelona, Lumen, 2015; 720 págs.
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