Se nos ha ido sin apenas darnos cuenta, un buen escritor, un amigo con quien en repetidas ocasiones disfrutamos de amenas charlas y de literatura, Gregorio Morales (Granada, 1952- 2015), de quien escribí en varias ocasiones y cuya literatura me interesó y, en ocasiones, me fascinó. Como el caso de Por amor al deseo (2006), cuya reseña, publicada en Cuadernos del Sur, reproduzco; aunque antes fueron sus espléndidos La cuarta locura (1989) o El pecado del adivino (1992).
EL EROTISMO COMO POSIBILIDAD
Libro deslumbrante, curioso y
audaz, Por amor al deseo. Historia del erotismo (Espasa,2006)
que el granadino Gregorio Morales entrega y con el que propone sumergirnos en
lo más variado del mundo del erotismo, en cuanto a imaginación y realidad.
No resulta nada fácil escribir y
teorizar sobre la variedad de las prácticas sexuales o acerca de las
curiosidades del mundo del erotismo. Gregorio Morales (Granada, 1952), autor de
un completísimo libro anterior titulado El juego del viento y la luna.
Antología de la literatura erótica (1998), y de numerosos trabajos sobre
sexo y erotismo, publica ahora Por amor al deseo. Historia del erotismo
(Espasa, 2006), un extenso ensayo donde desglosa la historia del erotismo desde
puntos de vista tan curiosos para poder vislumbrar aspectos tan comunes
como «La historia de la mamada» o
la «Historia del 69» y se incluyen,
entre otros interesantes capítulos, un repaso documentado de las grandes
ninfómanas de la historia, el curioso mundo de los sex-shop, las lolitas
o las chicas de calendario o se describe el mundo de los susurros, los suspiros
y los jadeos que pueden rastrearse en las grandes obra de la literatura, como
el oportuno apartado dedicado al erotismo en El ingenioso hidalgo don
Quijote de las Mancha. Morales sostiene en su libro que, en la actualidad,
hay un exceso de pornografía y una gran escasez de erotismo y afirma que lo
afrodisíaco constituye la esencia de cuanto nos rodea. El cine X o la Historia de la Literatura Erótica,
también, forman parte de otros de los más interesantes capítulos de este
volumen.
¿Qué
es erotismo?
Se pregunta el autor al comienzo mismo del
tratado para situar al lector desde las primeras líneas y en el prólogo mismo
acerca de lo esencial de su libro. Para Morales el erotismo no es acto, sino la
pura potencialidad del mismo y, al mismo tiempo, la posibilidad. Reside, por
tanto, en lo invisible, en aquello que no se ve y se agota cuando puede verse y
medirse. Y responde por consiguiente a:
erotismo o verdad, imaginación o realidad y deseo o fisiología. El erotismo se
convierte en un juego, como afirma el autor, si por jugar entendemos la
capacidad de fabular, de ensayar por medio de la ficción otros mundos y otros
lugares. La historia del erotismo nos da los suficientes ejemplos de hasta qué
punto hombres y mujeres de todas las épocas han centrado su atención en el
otro, porque el deseo nos lleva a cifrar nuestros anhelos en otras personas.
Gregorio Morales llega a la conclusión de que el hombre occidental está tan
falto de erotismo como de amor y esta Historia del erotismo, que él
mismo escribe y presenta, es una oportunidad para aunar con la propia
experiencia el bagaje que va desde los antepasados de todos los tiempos hasta
la más absoluta contemporaneidad, reavivando siempre una fuente en plena
efervescencia.
Ninfomanía
Cantidad, compulsividad,
insatisfacción, fuerza irreprimible de deseo, transposición de los límites,
larvada o patente potencia..., así queda calificada por el autor la ninfomanía
de la que escribe un interesante capítulo dedicado a las grandes ninfómanas de
la historia, empezando por María Magdalena y ese concepto esgrimido por la Biblia de ser una mujer
habitada por siete demonios que ungió los pies de Cristo. Pero será Mesalina la
ninfómana por antonomasia, casada con el emperador Claudio a los dieciséis años
se dio a todo tipo de excesos y buscaba a los hombres con las artes propias de
una meretriz hasta el punto de que muchos de los varones de Roma llegaron a
temer por su seguridad y la de sus familias o el caso de Anula, la «viuda
negra», reina del antiguo Ceilán durante los años 48-44 a.C., cuya principal
actividad, además de la ninfomanía, fue la de ir envenenando a los distintos
reyes con quienes se casaba: príncipes, guardias de palacio, carpinteros,
leñeros incluso un sagrado brahmán, todos ellos sucumbieron al excesivo apetito
sexual de una reina que nunca tuvo suficiente con un solo hombre. Algo
semejante se puede afirmar de Cleopatra que llegó a tener un templo especial
donde residían vigorosos jóvenes, cuya misión consistía estar al servicio
sexual de la reina, y la lista que Morales añade a este capítulo sigue en
Catalina la Grande,
Gala y su castillo de Púbol, lady Jane Ellenborough, la actriz Vivien Leigh,
sin olvidar algunas jóvenes en la actualidad como Annabel Chong, Jasmine St.
Clair, o una tal Houston que ha batido el récord hasta el momento: seiscientas
veinte veces ininterrumpidamente.
Sex-Shop
La curiosidad de los sex-shop
data de los años sesenta, pero parece ser que, ciertos artículos eróticos, se vendían
de los tiempos más inmemoriales: fundas, aumentadores, anillos, y preservativos
de toda clase y especies. Y aún más antiguos, muñecos, filtros de amor,
cinturones de castidad o consoladores de la antigüedad griega y romana o la Edad Media. Está constatado
cómo a partir del siglo XIX las principales capitales europeas albergaban
lujosos prostíbulos que se servían de abundante material erótico, por ejemplo,
las «sillas del amor» donde era posible practicar algunas de las posturas más
inusuales. Hoy se utilizan piercings, cremas y ampollas y, cada vez más,
los artículos de lencería que ocupan un lugar primordial con atrevidos,
fantásticos y afrodisíacos diseños. Y sobre todo en los modernos shops
abundan los artículos para homosexuales, sin olvidar ese tipo de artilugios que
se concretan en bozales, fustas, correajes, esposas, máscaras, cadenas que dan
lugar a lo que moderna y comúnmente se denomina como erotismo colectivo.
Aún cabe esperar más del
desarrollo del cibersexo, un proceso parecido al que llevaron a cabo las
cabinas privadas y que nos trasladarán a realizar nuestros caprichos
virtualmente y nos transportarán a nuevas experiencias, aunque como señala el
autor, lo interesante de todo este proceso es que tiendas y objetos seguirán
cumpliendo ese objetivo propuesto que constituye incentivar nuestra fantasía,
quizá el motor más importante del erotismo.
Lolitas
¿Qué es una lolita? se
pregunta Gregorio Morales en uno de los más interesantes capítulos de Por
amor al deseo. En realidad, es una preadolescente que desgarra los
corazones de los hombres maduros. Fundamentalmente de la novela de Nabokov, Lolita, publicada en 1955,
proviene, realmente, el término y, sobre todo, el escándalo que produjo la obra
y las prohibiciones que se sucedieron con respecto al nombre de la
protagonista, la niña de once años. Pero en realidad, fue Lewis Carroll uno de
los primeros varones atraídos por lolitas y lo mismo le ocurrió al rey
David, eclipsado por la belleza de Abisag o Mahoma cuando vio por primera vez a
Aixa, una niña de siete años. El cine
moderno ha alimentado el mito durante estos últimos años y a las versiones de
la obra de Nabokov, la filmada por Kubrick en 1962 y Lyne en 1997, el tema se ha
repetido una y otra vez, vuelve en Taxi Driver (1976), de Scorsese, en Pretty
Baby (1978), de Malle, Las edades de Lulú (1990) o American
Beauty (1999). A parte de la explicación jungniana del anima
masculino y el animus femenino, existe una explicación mitológica, según
la cual el complejo de lolita estaría relacionado con el mito del
vampiro, y esa suerte de dráculas que, agobiados por los años, tienen esa
continua necesidad de sangre fresca. O una explicación biológica, cuando uno
descubre pelo, piel suave, grandes ojos, mejillas sonrojadas, nariz pequeña que
nos atrae por los recuerdos del bebé y nuestra inclinación biológica a amar por
encima de todo; una antropológica que nos remonta a la historia de la humanidad
y esos matrimonios celebrados en la adolescencia, entre los doce y quince años;
y una final, psicoanalítica que habla, en realidad, de una homosexualidad
disfrazada, ya que lo que realmente amarían sería al andrógino o efebo.
Un repaso interesante por las
«chicas de calendario» calificadas de simpáticas, guapas, pícaras, hospitalarias,
frágiles, alocadas, maternales y tentadoras. Calificadas, también, como pinups
, así se definen como esa chica de quince años en un cuerpo de veinte.
El
cine X
Unas semanas después de las
primeras proyecciones de los hermanos Lumiére en 1895 se rodó una película Bain
(1895) protagonizada por una bailarina de striptease, la francesa Louise
Willy. Desde esta fecha hasta la Segunda Guerra Mundial no existió la censura en
Europa y el cine vivió su época dorada hasta que el 1975 fue relegado a las famosas
salas X. El porno vivió en la
clandestinidad y durante años fue impulsado y distribuido por verdaderas
mafias, pero los tiempos cambiaron y poco a poco la pornografía se legalizaría
en Austria, en Dinamarca, en Estados Unidos y en España, finalmente en 1983. El
capítulo extenso que dedica Morales al tema es lo suficiente ilustrativo como
para no reproducirlo aquí, y está lo suficientemente documentado como para que
el lector pueda tener una idea clara al respecto. Quizá una última y valiosa
reflexión debida a Patricia Highsmith que no duda en afirmar que, en su
opinión, «la pornografía ha sustituido a las religiones».
Términos como «kiki», «fast
web», «aventura», «cipote de Archidona» son explicados con esa gracia que aboga
por una vida sexual plena. Incluso la literatura no queda al margen del
análisis de Gregorio Morales que, resulta obvio, dedica en un extenso capítulo
a la figura y obra de Don Quixote. El ensayista Alexandrian en su Historia
de la literatura erótica (1989) reflexionaba sobre numerosos textos con
indicaciones biográficas que subrayaban la psicología de sus autores y el
objeto que planteaba al evaluar dicha literatura. Sin olvidar que esta había
nacido en Europa precisamente importada de Oriente de donde había llegado tras
otorgarle un sentido profano. Existen, pues, obras maestras griegas, latinas,
francesas, italianas, inglesas y alemanas porque la censura de la Inquisición en España
relegó el género a la literatura sentimental y caballeresca. El libro de
Alexandrian hace un minucioso recorrido por el arte de amar en la antigüedad,
la lujuria en la Edad Media,
el Renacimiento, la
Ilustración y la edad de oro del libertinaje, o los grandes
libros clandestinos del XIX, incluida la literatura erótica femenina hasta
llegar al erotismo surrealista. Morales añade, también un somero repaso por
«Historia de la literatura erótica» para terminar con el curioso capítulo de la
«Historia del cinturón de castidad», ese invento u objeto del que se empezó a
hablar, precisamente, en la
Edad Media, cuando el flujo de hombres a las cruzadas dejó a
cientos de mujeres que podían ser violadas o entregarse a sus furores eróticos.
Un documentado «Diccionario del
Erotismo» cierra el curioso libro Por amor al deseo, con entradas tan
variadas que recogen nombres propios relativos al mundo del erotismo, películas
famosas y actores o simplemente voces que explican ese sentido que no se les da
en los diccionarios al uso.
El mundo erótico o la
literatura, pese a lo esgrimido por numerosas voces, no es síntoma de
decadencia porque como es sabido ha florecido en los grandes períodos de
nuestra civilización, el siglo de Augusto, el Quatrocento, el Siglo de las
Luces, incluso no se puede calificar como un signo de inmoralidad o abyección
puesto que numerosos autores, entre otros el cristiano Ausonio, lo cultivaron
sin remordimiento alguno. Nos quedaría quizá pensar en si, todo lo relativo a
lo erótico, tiene algo de corruptor puesto que este siempre fue el motivo
invocado para pasar a la proscripción. Que cada cual juzgue tras la lectura de
este interesante libro y practique, en la medida de lo posible, la fantasía de
su propia sexualidad.
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