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EL DIABLO DE LA BOTELLA
Robert
Louis Stevenson es el escritor que ofreció el fascinante estudio de los hombres
que llegan a mantenerse vivos por una especie de fuerza sobrenatural, que no
llegan a morir porque rechazan, una y otra vez, la muerte. Abandonó Inglaterra,
de una forma definitiva, en 1887, para establecerse en las regiones invernales
de los montes Adirondacks, en el límite de las fronteras canadiense y
norteamericana. Un año más tarde, emprendería un largo viaje por el Pacífico
Meridional, uno de sus grandes sueños, atraído por el clima, la vida exótica y
lo primitivo de las islas polinesias: Waikiki, una de sus primeras estancias,
distaba cuatro millas de Honolulu. «Este clima, estos viajes, estas
recaladas al amanecer; nuevos puertos boscosos, nuevos sobresaltos de temor al
chubasco o la marejada; nuevas muestras de simpatía de los gentiles indígenas:
la historia de vida es mejor para mí que ningún poema», —escribiría el
autor en alguna de sus Cartas—, paisajes y vivencias que le llevaron a
instalarse, definitivamente, en Samoa, en la isla de Upolu, donde construyó
«Vailima, su casa grande», en 1891, frente al mar, rodeada de primitivos
bosques y, donde el escritor, pasó los tres últimos años y medio de su vida.
Durante todo ese tiempo, Stevenson, encontró una extraña serenidad que quienes
convivieron con él pudieron describir, difícilmente; en semejante estado pudo
argumentar que, «un escritor que aspira a algo está constantemente muriendo
y resucitando». Su trabajo de creación fue tan abundante y significativo
como siempre había sido y deambular por los Mares del Sur le llevaría a
escribir en numerosas ocasiones sobre el tema, Diversiones de las noches
isleñas (1892), Una nota a pie de página de la Historia (1892) o En
los mares del Sur (1893). Clasificado por Henry James de escritor exquisito
y de ensayista de prosa calculadamente rítmica, el novelista neoyorquino
escribiría de él en semejantes términos: «Es un lujo en esta época inmoral, encontrar
a alguien que sí escribe, que conoce realmente ese dicho arte».
El diablo de la botella fue
publicado por entregas en el Sunday New York Herald desde el 8 de
febrero hasta el 1 de marzo de 1891, y en Black and White, un periódico
literario inglés, entre el 28 de marzo y el 4 de abril; dos años después, lo
incluyó junto a los relatos La isla de las voces y La playa de Fulesá
en su libro citado, Cuentos de los Mares del sur (1893). En realidad,
Stevenson, según llegó a comentarse en la época reelaboraría una leyenda
indígena que había oído en los primeros días de su estancia en la isla, aunque
parece ser que el propio autor desmintió semejante afirmación en una nota que
debería publicarse con su relato, aunque el Sunday omitió la aclaración
de Stevenson y provocó un aluvión de malas interpretaciones al respecto,
incluso la acusación de plagio. El escritor nunca desmintió la deuda que tenía
con un melodrama que había sido representado con éxito en Inglaterra, una obra
teatral titulada, The Bottle Imp, basada al mismo tiempo en un relato
popular del norte de Europa, impreso en 1810 bajo el título de Das
Galgenmännlein, una fábula posteriormente recopilada por los hermanos Grimm
y otros autores alemanes a lo largo del XIX. Lo cierto es que, como señalaba
Graham Balfour, el mejor biógrafo del escritor, la casa de Vailima se parece a
la casa de Keawe, protagonista de su relato, dos ídolos birmanos montaban
guardia a ambos lados de la escalera que llevaba al piso superior, en una de
las esquinas del gran salón, había una caja de caudales que apenas contenía
nada pero que, a los nativos, hacía creer que en aquel lugar estaba encerrado
el diablo y que era este quien le había proporcionado al escrito el dinero para
construir aquella gran casa.
Keawe es un joven marino hawaiano cuyo
barco recala un día en la hermosa ciudad de San Francisco y cautivado por su
belleza visita una colina cubierta de palacios, así que en ese mismo instante
decide gastar su dinero en hacerse una casa, suntuosa y elegante, como las que
allí estaba contemplando. En aquel mismo lugar, un anciano pretende venderle
una curiosa botella con un demonio dentro que cumple todos los deseos, aunque
cuando haya conseguido cuanto quiera debe vender la misma por una cantidad
menor, de lo contrario su alma caería en el mismísimo infierno. Keawe compra la
botella y convierte en realidad a sus sueños, incluso consigue deshacerse de
ella sin dificultad alguna. Muy pronto conoce a una joven y consigue la
felicidad plena aunque inesperadamente enferma y decide, entonces, comprar de
nuevo la botella sin que su joven esposa sospeche nada. Cuando Kokua descubre
los poderes de la botella y la dificultad para deshacerse de ella, en su
desesperación ambos están dispuestos a sacrificar sus almas por el amor. Hasta
aquí, sin desvelar más, el argumento de la obra cuyo tema central es
inicialmente la ambición, y también el sacrificio, aunque sobresale, la mágica,
paradisíaca visión de las islas y el misterio que rodea a la botella.
Stevenson, según Bacil F. Kirtley, consigue darle trama a su texto ensayado por los clásicos
precedentes, consigue así una forma definitiva y lo convierte en una obra
literaria y al igual que Keawe cumple sus sueños, permanece con su amada Fanny
en Vailima, como afirma Federico Villalobos, autor de la presente edición
ilustrada de Traspiés, un texto que, además, se complementa con la magníficas
ilustraciones de Pablo Ruiz.
El 3 de diciembre de 1894, al atardecer,
cuando estaba dictando unos fragmentos de su nueva obra, Weir, a su
hijastra, gritó de repente: «Mi cabeza, oh, mi cabeza» y quedó
inconsciente. Un grueso y rechoncho, pequeño doctor alemán, cuyos servicios
fueron solicitados apresuradamente, dictaminó que el escritor estaba
agonizando. Hacia las 20´10, tan solo media hora después de sus últimas
palabras, Robert Louis Stvenson, fallecía recién cumplidos los cuarenta y
cuatro años. Su deseo de reposar en el Monte Vaea, a cuatro mil metros de
altura, se convertiría en el reto más inmediato para su hijastro Lloyd, quien
desde el amanecer del día siguiente, y con un pequeño ejército de hombres,
iniciaba la apertura de un sendero que conduciría desde Vailima hasta la cima
de la montaña, cumpliéndose el deseo de Tusitala, el «narrador de cuentos»,
como le llamaban los nativos. Sobre su tumba aun pueden leerse los siguientes
versos: «Aquí yace donde quiso yacer/ de vuelta del mar está el marinero,/
de vuelta del monte está el cazador», un epitafio escrito por el propio
Stevenson, recogido en su libro Underwoods (1887), que contiene el poema
titulado, «Requiem», cuyos tres últimos versos se reproducen.
EL DIABLO DE LA BOTELLA
Robert
L. Stevenson
Ilustraciones
de Pablo Ruiz
Prólogo,
traducción y notas de Federico Villalobos
Granada,
Ediciones Traspiés, 2011; 64 págs. (Col. Vagamundos).
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