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EL
BAILE
Cuando
en su más tierna adolescencia Irène Némirovsky empezaba a balbucear sus
primeros textos adoptó, como forma de escritura, un método inspirado en
Turgueniev, uno de sus maestros más celebrados; es decir, esa doble actitud que
lleva a un escritor a comenzar una novela y, paralelamente, anotar algunas de
las reflexiones que el texto le van inspirando, sin suprimir ni tachar ninguna
anotación a lo largo de todo el proceso de escritura. A medida que se avanza el
autor conoce, perfectamente, todos los personajes creados, incluidos los
secundarios. El estilo surge así cómo única identificación posible en toda la
producción del escritor, tal es el caso de sus primeras novelas publicadas El
niño prodigio (1926), David
Golder (1929), El baile (1930), aunque Suite francesa (2004)
será la novela más ambiciosa de la exiliada rusa en París. El borrador de la
novela estaba muy avanzado cuando los nazis entraron en París y en ella cuenta
cómo durante los últimos meses de su existencia Francia se había convertido en
un país de episódicos acontecimientos. Solo así se entiende por qué el texto
está repleto de personajes secundarios como la propia historia intenta
reflejar. La narradora describe en su voluminoso proyecto los comportamientos
humanos y las circunstancias a que están ligados sus personajes, certeza que
muy pronto se celebra en esta narración porque en Suite francesa esos
comportamientos ante la catástrofe de una guerra, el desamparo y el destino que
sufren los hombres y mujeres de su historia son lo más relevante en una novela
tan memorable. Aunque incompleta como el lector puede leer en el prólogo a la
edición de Salamandra, la novela sigue el esquema clásico de las suites, una
sucesión de movimientos rápidos y lentos, una danza, y una giga como final.
Paradójicamente, la suite es una música alegre, despreocupada, de una brillantez
extraordinaria que en su título muestra la vena más irónica de la narradora.
El baile, entregado solo unos
meses después del éxito de David Golder, es un breve relato de una
medida y una eficacia poco corrientes en este tipo de entregas. En apenas cien
páginas, la narradora cuenta la irritación adolescente de una niña de catorce
años que ha visto cómo durante los últimos tiempos sus padres han prosperado
gracias a un acertado giro bursátil y ahora son una adinerada familia que
pretende formar parte de la alta sociedad francesa en el París del glamour
de comienzos de siglo. Pero, como aún no han conseguido ese reconocimiento, los
señores Kampf organizan un baile de sociedad dejando a Antoinette fuera de ese
acontecimiento o esa ceremonia de iniciación como ella la entiende. Pronto la
joven fraguará un modo de vengarse que provocará una humillación para sus
padres. Lo significativo del relato no es la historia en sí, sino esa
despiadada visión de una sociedad, la situación absurda a que lleva la soberbia
autoafirmación materna frente a ese dolor de rechazo provocado y sufrido por la
adolescente que le llevará a una rabieta transmutada en un odio de
consecuencias tan dramáticas como reveladoras para el curioso lector. Solo
entonces, cuando la joven ve el resultado de su actuación, tras sentir una
especie de desdén, de indiferencia despectiva, comprende que los adultos pueden
sufrir por aquellas cosas más fútiles y pasajeras y en un destello
inaprensible, al fin, adivina la humillación a que ha sometido a la madre en un
mundo, no menos, injusto, malvado e hipócrita. Quizá la propia Némirovsky, de
veintisiete años cuando escribió la historia, pretendiera reproducir esa
difícil relación madre-hija para salvaguardarse de toda esa estupidez humana que había vivido en su adolescencia
parisina y profundizar así en su propia conciencia de adulta.
EL BAILE
Irène Némirovsky
Salamandra,
Barcelona, 2006; 96 págs.
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