CONTAR LAS OLAS
Las
antologías del cuento tienen esa particularidad que no es común al resto de los
libros, es decir, que no agradan en demasía a un sector de la crítica que ve
condicionado el producto a una temática y así, la compilación, se somete a la
censura de unas opiniones que, lejos de servir para constatar la validez de la
obra de los antologados, aprovecha para arremeter, generalmente, contra el
compilador y los autores seleccionados. Mucho me temo que aún en este país se
levantan voces afirmando que se publican demasiadas antologías temáticas o
generacionales que para nada engrandecen el panorama narrativo breve. Creo que
se trata de una opinión que obligaría a un debate en torno al hecho en sí y,
sobre todo, al trasunto que pueda haber tras la publicación. Si las editoriales
montan sus antologías en torno al mar, la navidad, los oficios, los ferrocarriles,
el otoño, la música, los animales, los niños, los abuelos, etc., algo parecido
hacían los autores con sus propias obras en los 50 y los 60 y, si un antólogo
consigue reunir un buen puñado de cuentos, habrá que reseñarlo desde esa
perspectiva, aquella que nos muestra la variedad temática de unos relatos y el
trabajo de unos autores en tanto que el material daría para un sinfín de
antologías que proyectasen variedades tan amplias como interesantes. Y si
queremos buscarle otro sentido a estas compilaciones, entonces lejos de
engrandecer un género denostado de por sí, ayudaremos a que nuestros autores
terminen por desaparecer del mapa literario en un país donde aún se selecciona
poco y todo el mundo publica.
Todo este preámbulo para justificar que
un editor encargue a un antólogo el trabajo de proporcionarle a un lector,
activo o pasivo, la posibilidad de
llevarse a la vista un puñado de cuentos
de temática común pero de factura muy diferente y eso es lo que, a simple,
vista se ha pretendido con Contar las olas. Trece cuentos para bañistas
(2006), reunir, con la temática del mar como fondo, a un grupo de autores, casi
todos, eso sí, bajo el manto de Lengua de Trapo, para refrescar el ambiente del
verano en un país donde la gente descansa, precisamente, en la época estival y
tiene más tiempo para trasnochar en las terrazas y tomar tinto de verano,
alternar con algunas copas en las tertulias de madrugada y si queda algún
resquicio durante el día, ejercer de lectores en la hamaca situada en la terraza
de la casita alquilada o en una playa tranquila frente al mar, mientras los
niños juegan y construyen sus castillos en la arena, y la pareja justifica, un
año más, su estancia en el lugar y ante esas amistades veraniegas, las mismas
que llevan viendo en los últimos años y repiten, siempre, la pregunta oportuna
¡qué estás leyendo ahora! Solo entonces tenemos tiempo para llevarnos un libro
bajo la sombrilla para justificarnos como unos lectores que devoramos aquello
que se nos pone por delante.
Quizá este haya sido el propósito de
Ronaldo Menéndez quien, en el propio prólogo de la antología, escribe un
auténtico relato para justificar que a alguien no le guste el mar y así se
convierte en el único autor que tiene dos textos en su antología. El resto de seleccionados
con técnica, temática, estilo o ese aspecto que reduce al relato a una
digresión, que incluye una síntesis argumental y una condensación narrativa
para exaltar la capacidad de sugerencia y evocación, como perspectivas tan
líricas como narrativas. Además, por supuesto, de esas otras características
del género, como la voluntad y afán por contar una historia, con los buenos
ejemplos de Bonilla, el de F.M. o de Busutil, quienes mantienen esforzados
planteamientos con respecto al cuento; de admirada devoción como Adón,
Monteserín o el propio Menéndez y de una prometedora visión, como ya la tiene,
Cerrada. Casi todos con esa historia, de mar, que sirve de elemento aglutinador
del volumen.Y de paso que alguien vuelva la vista a una idea con ritmo, como se
señala en la contraportada, y de alguna manera eleve ese tanto por ciento de
lectores en la España
que no supera el 50%, cifra aun muy lejos de una Europa devoradora de lecturas
donde todo o casi todo cabe en sus bibliotecas. Lugares de los que, por cierto,
andamos escasos o de una presencia más activa del libro en el núcleo
familiar, si es necesario abaratando
costes en ediciones de bolsillo para que, incluso, nos quepa junto al móvil. Y,
para curiosidad de ajenos, algunos participantes afirman cosas tan variopintas
como las siguientes: «el cuento es un fogonazo, una iluminación», «No pienso
nada sobre los cuentos, me sumerjo en ellos», «es un género predilecto, como
lector y como escritor», «el cuento es un golpe de mano», «un cuento son diez
páginas en prosa» o «¿quién no querría conocer la solución al problema en sólo
dos páginas?», de Vallvey, F.M., Bonilla, Busutil, Monteserín y Cerrada,
respectivamente.
Yo, por el momento, sigo «contando las
olas» y cada cual que aguante el oleaje si, después de todo esto, la tarde se
pone fea.
CONTAR
LAS OLAS
V.V.A.A.
Selección y prólogo de Ronaldo Menéndez
Lengua
de Trapo, Madrid, 2006; 144 págs.
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