JOSÉ
BERGAMÍN
(Oscuro
corazón de llama)
El que no tiene pasión no tiene
razón; aunque puede tener razones.
La cabeza a pájaros (1933)
José
Bergamín (1895-1983) perteneció a una notable generación de eruditos que, aún
hoy, ocupa un lugar impreciso en las corrientes literarias de los años 20 y 30;
su catolicismo progresista en el momento que la sociedad española luchaba por
una laicización abierta o se afanaba en posturas católicas más retrógradas, le
convierten en otro caso aislado del pensamiento español; hechos que, a estas
alturas del siglo, nos llevan a preguntarnos acerca de su condición de hombre
solitario o a cuestiones como las siguientes: ¿quién era este hombre que aún
comparece como una aparición fantasmal en nuestra literatura reciente? ¿es
verdad que la obra de Bergamín supone una visión inaudita en el conjunto de la
literatura contemporánea o es quizá uno de los poquísimos ejemplares que quedan
en vía de extinción —como subrayaba María Zambrano—, alguien capaz de suscitar
desde siempre esa exclamación que, como tantas otras, se dan en el lenguaje
clásico y popular en forma interrogativa...? Y esto, a propósito de su
condición de pájaro solitario.
Si hemos de pensar en las
palabras de José Esteban, José Bergamín representa una de las figuras más
apasionadas del renacimiento cultural y literario de lo que se ha dado en
llamar la «edad de plata» de la literatura española; protagonista de los
principales acontecimientos políticos de la época: los años de la dictadura de
Primo de Rivera, su incondicional apoyo a la Segunda República
y su denodada oposición a ella en el posterior período de la guerra civil,
relegarían su figura literaria a un largo peregrinar que iniciaba, como si de
un primerísimo exilio se tratara, en el París de 1939 y que más tarde le
situaría en México, en Venezuela, Uruguay y, de vuelta a París en 1954, desde
donde iba a reencontrarse con la patria en esporádicas visitas hasta iniciar
una lenta reincorporación a la vida española a partir de 1958 hasta su
definitiva vuelta en 1970.
Su amistad con Juan Ramón
Jiménez y con Miguel de Unamuno le llevan a publicar en 1923, El cohete y la
estrella, una colección de aforismos que sorprendieron al propio Unamuno y
a Espina, textos que ambos eruditos elogiaron en la prensa y revistas del
momento, y que más tarde sometieron a estudio Azorín, Salinas, y Fernández
Almagro; obra a la que seguirán Tres escenas en ángulo, en 1926 y Caracteres,
en 1927, publicados por Altolaguirre y Prados dentro de las separatas de Litoral.
Hombre de
cultura, político y editor, fundó una de las revistas españolas de más carisma
de la época, Cruz y Raya, órgano de un grupo de católicos liberales
—Miguel Maura, Gregorio Marañón, Valentín Ruiz Senén— que propugnaron,
abiertamente, la creación de una publicación que sirviera para diseminar
ciertos valores espirituales no vinculados a ningún organismo católico oficial.
Bergamín, que acogió la idea con mucho entusiasmo, se vio involucrado, muy pronto, en no pocas dificultades inquietantes
que le llevaron a concebir, generar y publicar una revista con un estilo
propio, con la que iba a actuar sobre los valores del espíritu sin
mediatización alguna que los desvirtuara. A esta incesante labor editorial suya
vamos a dedicar estas notas que subrayan la labor de tan compleja personalidad
y que, desde sus brillantes comienzos, se muestra como el espejo de toda una
generación de escritores.
Cruz
y Raya
Este joven intelectual, en los
meses previos al lanzamiento de la publicación periódica, consultó a quienes él
llamaba sus «mayores y maestros», entre otros a Falla, Unamuno, Antonio Machado
y Ortega y Gasset, este último, como pone de manifiesto Nigel Dennis, prestó
especial importancia al proyecto, según recoge en un estudio el profesor canadiense
sobre la relación de Bergamín y Ortega, y en la serie de declaraciones que hizo
el primero a propósito de la inestimable ayuda que le prestó el gran filósofo:
(...) el primero a quien pedí consejo
y apoyo fue a José Ortega y Gasset, que dirigía su Revista de Occidente. Y lo
encontré tan generoso que me añadió su propia colaboración personal para uno de
los primeros números, colaboración extraordinariamente significativa, por serlo
suya y por el contenido del texto elegido por él para dármelo. Otros detalles
de su apoyo a Cruz y Raya podría contar, que lo fueron hasta en lo más
insignificante y administrativo.
Ortega había actuado del mismo
modo antes de lanzar su Revista de Occidente, realizando consultas
esencialmente a Juan Ramón Jiménez, quien le sugirió el nombre de muchos
jóvenes escritores como primeros colaboradores, aquellos que, según el poeta,
representaban «la juventud con pasión, novedad y fe» y que fueron, entre otros,
Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Jorge Guillén, Federico García Lorca, Antonio
Espina y Antonio Marichalar, entre otros. El primer número de la Revista de
Occidente se publicó en julio de 1923 y se consideró, desde el principio,
una publicación abierta, sin ningún objetivo político, porque Ortega pretendió
reactivar el mundo intelectual de la época o mejor, reconstruir el ambiente
cultural español y ejercer su influencia en aquellos medios intelectuales
inquietos.
Son,
pues, evidentes los minuciosos preparativos para el lanzamiento de Cruz y
Raya, cuyo primer número apareció el 15 de abril de 1933 y cuya
desaparición se vio unida a la del proyecto republicano, en el mes de junio de
1936, unos días antes del levantamiento militar. Pero la publicación tuvo,
también, sus detractores una vez que apareció y así, Antonio Sánchez Barbudo,
arremetió con una crítica feroz denunciando su «refinamiento odioso». Cruz y
Raya adopta, no obstante, una postura vigilante y crítica frente a lo que
Bergamín llamaría «la compleja y difícil vida actual española y del mundo». A
diferencia de Revista de Occidente, el joven director calificó su
publicación de política e íntimamente ligada con el destino político-histórico
de la Segunda
República.
Con respecto al contenido, en
sus páginas se expresan las opiniones de aquellos colaboradores que
representaban la más palpitante actualidad y se profundizaba en los problemas
de España; recuperó la obra de clásicos y modernos, extranjeros y españoles,
además de dar generosa cabida a los escritores más jóvenes, Muñoz Rojas,
Maravall o Rosales.
Durante estos años Bergamín es
incansable: en 1926 publica Caracteres, y en 1930 su tratado de
aforismos titulado El arte de Birlibirloque, que Azorín calificó de
«estética del deporte y del juego», «teoría y práctica (...)», aunque para
Bergamín se reduce a lo que podríamos llamar «una intelectualización del
deporte (...) o del toreo como inteligencia pura». En 1933 aparece otro de sus
libros más emblemáticos, La cabeza a pájaros, otra colección de
aforismos que dedica a don Miguel de Unamuno, «místico sembrador de vientos
espirituales»; del libro se ocupan Miguel Pérez Ferrero, Ramón Sijé, Pedro
Salinas y Guillermo de Torre. La reseña que Sijé publica en su revista El
Gallo Crisis lejos de afianzar la amistad existente entre Bergamín y el
oriolano, abre unas discrepancias sobre todo de tipo ideológico, como afirma el
estudioso del tema José Antonio Sáez en un esclarecedor ensayo, y en el que
pone de manifiesto las recriminaciones de Sijé contra la postura del ensayista
y editor de Cruz y Raya, sobre el que se pregunta, ¿qué hacer con los
hombres cuya cabeza vive sin pájaros?
Consciente y responsable del
momento histórico que le tocó vivir, Bergamín denunció el ascenso del fascismo,
una lucha que tuvo su resonancia en el Primer Congreso Internacional de Escritores
Antifascistas en Defensa de la
Cultura celebrado en París en 1935, evento que continuó como
presidente del Segundo Congreso, celebrado en Valencia en julio de 1936, y
reunió a un centenar de intelectuales llegados de todas las partes del mundo. Dado
su prestigio internacional, el socialista Luis Araquistáin reclamó al escritor
en octubre de 1938 para ocupar un puesto de agregado cultural libre en París,
pero el curso de la guerra llevó a Bergamín a convocar una reunión que
planificara el futuro de cara al posible exilio de gran parte de la
intelectualidad española. El 13 de marzo de 1939, acogidos por Marcel
Bataillon, se reunieron Josep Carner, Juan M. Aguilar, Roberto F. Balbuena,
Corpus Barga, Pedro
Carrasco Garronesa, Gallegos Rocafull, Rodolfo Halffter,
Emilio Herrera, Manuel Márquez, Agustín Millares, Tomás Navarro Tomás, Isabel de Palencia, Augusto Pi i Sunyer,
Enrique Rioja Lobianca, Luis Santullano, Ricardo Vinós, Eugenio Ímaz y Joaquín
Xirau que constituyeron la Junta
de Cultura Española, agrupación abierta y antisectaria que aprobó a instancias
del embajador de México, Fernando Gamboa, unos estatutos de funcionamiento.
Al
otro lado del mar
El 6 de mayo emprendió Bergamín
la ruta hacia México vía Nueva York para recalar, poco más de un mes más tarde,
el 13 de junio, en el puerto de Veracruz, una fecha que se ha señalado como de
la diáspora republicana en Hispanoamérica. Pero, a tenor de lo expuesto hasta
el momento, ¿qué justificaría aún hoy día su verdad personal y literaria?
Indiscutiblemente, esa conexión directa entre lo vital y lo verdadero en su
capacidad de acción y de creación, su lealtad a los principios en los que
siempre ha creído y su firmeza de actitud ante los paradigmas de la
construcción política, cultural y social de la época que le llevarían a esa
posición de crispado encono, a abandonar su país y a una negación total. El
resto pertenece al propio desasosiego del escritor y a su condición de hijo de
su tiempo, una muestra a seguir de vida y combatiente.
El 27 de octubre, Bergamín y
Enrique Rioja, en cumplimiento del tercer punto de los Estatutos de la Junta, ya habían constituido
la Editorial Séneca,
que elegía el nombre del filósofo latino-cordobés porque representaba la
renovación profunda de la doctrina estoica tradicional y evocaba el rigor de un
moralismo de carácter ascético y esa ansiedad del ser humano que triplicaba la
faz intelectual en trágica, filosófica y retórica. La Editorial fue inscrita
en el Registro de la
Propiedad de México el 11 de diciembre de 1939. La labor
llevada a cabo por Bergamín en la Editorial Séneca (1939-1949) ha sido puesta de
manifiesto en el excelente ensayo de reciente aparición Al otro lado del mar,
que pone en manos del curioso lector el documento en el que se anotan los
orígenes editoriales de la
España peregrina y, en el caso de la presente, puso en
circulación un amplio catálogo de obras que, hoy por hoy, muestran y
constituyen la fructífera labor intelectual de aquellos exiliados españoles.
Anotamos la espléndida labor llevada a cabo por Santonja en su ensayo, en el
que pone de manifiesto la pretensión de revitalizar la política cultural
española en el exilio con diversas publicaciones que, aun acabando mal,
lograrían satisfacer el objetivo fundamental, devolver el pulso intelectual a
la diáspora y acabar con el aislamiento y el desarraigo para salvaguardar la
autenticidad de la cultura tradicional en una nueva España.
Al frente del Consejo Editorial
de Séneca figuraba Enrique Rioja Lobianco, un biólogo de prestigio que
desempeñó importantes cargos en la
Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma
de México; Eduardo Ugarte, nombrado Secretario, un dramaturgo de prestigio y
guionista de cine que, en España, había desempeñado una activa labor
antifascista; el resto se completaba con dos vocalías a cargo, respectivamente
de el propio José Bergamín y de Octavio G. Barreda, un intelectual mejicano,
gestor de algunas de las mejores revistas literarias del momento.
El primer proyecto que se llevó
a cabo fue la publicación de España peregrina, una publicación mensual
que, entre 1940 y 1941, editó nueve números;
además, se fundaron las distintas colecciones que conformarían el
catálogo de Séneca: «Laberinto», «Estela», «Árbol» y «Lucero» (en cuyo acróstico
se leerá «leal»), aunque, posteriormente, pusieron en marcha proyectos muy
distintos. Dos primeras obras figuraron muy pronto entre los primeros
proyectos, las Obras completas, de Antonio Machado y Poeta en Nueva
York, el poemario póstumo de Federico García Lorca.
Las Poesías completas de
Machado, publicadas por Séneca, han sido calificadas por el erudito italiano
Oreste Macrí como una de las menos incorrectas de las publicadas por entonces;
carecen, no obstante, de notas y contienen algunas variantes sin indicación de
la fuente y de la cronología, pero pronto se convirtieron en una rareza
editorial que añadiría unas «Obras sueltas» y «Variantes». La edición estuvo al
cuidado tipográfico de Emilio Prados y en ellas solo se excluyeron las obras
teatrales escritas en colaboración con su hermano Manuel; Bergamín fue su
prologuista y consideró que en el autor universal «fue siempre la poesía la
que dio expresión verdadera a su pensamiento; mas fue también siempre este
pensamiento suyo, hondo, vivo, español, el que dio raíces filosóficas u morales
a su poesía». Séneca contrató una edición de tres mil ejemplares que vendió
entre 1940 y 1946.
Una truculenta historia, hoy
conocida, encubrió la obra más singular del poeta granadino: hasta el despacho
de Cruz y Raya había llevado Federico García Lorca a su amigo José
Bergamín, una noche del mes de julio de 1936, el manuscrito de un nuevo
poemario, Poeta en Nueva York, y no habiéndolo encontrado le dejó una
nota, junto a un manojo de papeles, asegurándole que volvería al día siguiente.
Pero los acontecimientos llevaron al original a la incivilidad de su silencio y
el proyecto volvió a retomarse estando Bergamín en Nueva York, cuando llevó a
cabo su entrevista con Norton, el 22 de agosto de 1939, para que la obra fuese
editada en español e inglés, en la famosa traducción de Rolfe Humphries, que
aparecería en mayo de 1940, en la ciudad de los rascacielos, donde el poemario
había nacido, y un mes más tarde lo haría en la imprenta de Séneca, con un
prólogo bergamesco y un poema de Antonio Machado. Se respetaban así los deseos
de García Lorca y su especial empeño en que la edición primera de Poeta...
saliese de la mano de Bergamín, como así constaba en la nota que la Editorial Séneca
difundió:
El
original que conservamos como una reliquia de este libro, Poeta en Nueva
Yok, lo dejó Federico García Lorca en manos de su amigo José Bergamín para
las ediciones del Árbol que inició en España la revista Cruz y Raya. El
poeta tenía especial empeño en que la edición primera de este libro
fuese hecha según el gusto del director de las ediciones españolas del Árbol, a
quien igualmente había entregado la edición de todo su teatro y la promesa de
las de sus poesía completas. Se habían iniciado en España estas publicaciones
de Federico García Lorca con el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías y el
primer volumen de teatro: Bodas de sangre. Hoy, las ediciones del Árbol,
reaparecidas en la
Editorial Séneca, y dirigidas por su mismo iniciador, cumplen
la voluntad del poeta publicando este original suyo, hasta ahora, en su total
conjunto, inédito. Solamente algunos de sus poemas publicados antes y otros
—muy pocos— después, no serán enteramente desconocidos de los lectores de
Federico García Lorca. Entretanto la disputa de los intereses particulares, no
siempre respetables, cesa de enturbiar mezquinamente el nombre glorioso del
poeta, nosotros adelantamos hoy esta publicación con pleno derecho, puesto que
responde al deber que personalmente contrajimos con Federico García Lorca.
Pero la labor de Bergamín en
Séneca no solo consistió en poner en marcha las distintas colecciones y
salvaguardar la autenticidad de la cultura española tradicional , como hemos
venido anotando, sino en publicar al amparo de la editora, cinco de sus obras
mayores, reeditar algunas de ellas ya aparecidas en Cruz y Raya, además
de escribir prólogos y notas en nombre de la empresa. Algunas de estas obras se
había ido esbozando en los años de la desesperanza y antes de la derrota final;
en marzo de 1940 publicó un tercer volumen de la serie «Disparadero español»,
que tituló El alma en un hilo y cuyas dos entregas anteriores, La más
leve idea de Lope y Presencia del espíritu, habían aparecido en
1936, bajo el sello de Cruz y Raya. La continuación de la serie
significaba la voluntad reemprendedora de la obra de Bergamín y su vuelta a un
tono de normalidad, como establece el propio Santonja.
Detrás de la cruz y El
pozo de la angustia, dos nuevas obras, muestran la «burla y pasión del
hombre invisible»; ambas aparecieron en 1941 y fueron reunidas, más tarde, bajo
el título de El pensamiento perdido (1976), y representan una apasionada defensa del sentido católico
de la existencia. El pasajero. Peregrino español en América (1943),
recoge en tres volúmenes, un epistolario transparente por el laberinto de la historia
literaria española desde el Siglo de Oro hasta el siglo XX. Por último, La
voz apagada es una obra que, erróneamente, se atribuye al sello de Séneca y
aunque fue publicada en México, apareció en la Editora Central,
en 1945, y más tarde fue reeditada en Cuba, en 1964 por el Consejo Nacional.
En realidad —y coincidiendo con
Gonzalo Santonja—, la aventura editorial de Bergamín en México significó un
proceso de verdad nuevo que reivindicaba, una vez más, la intensidad de una voz
tradicional peninsular que enriqueciese las culturas hispanoamericanas y marcara esa trascendencia cultural que desde
entonces se viene viviendo allende los mares.
Reintegrado a la vida española
(en la primavera de 1970 puede volver una vez que Fraga ha abandonado el Ministerio
de Información), su visión política respecto a la forma de Estado fue siempre
la misma: un radicalismo a ultranza, partidario de un gobierno republicano como
lo demuestra el hecho de uno de los últimos guiños de su vida, cuando en 1979
presenta su candidatura para Senador por la coalición de Izquierda Republicana.
Tras su incorporación al
panorama intelectual español, su literatura compleja, depurada y barroca,
experimentó un auge que se plasmó en una avalancha de reediciones y nuevas
ediciones de obras: De una España peregrina (1972), Beltenebros y
otros ensayos de literatura española (1973), La importancia del demonio
y otras cosas sin importancia (1974), El clavo ardiendo (1974), La
confesión reinante (1978) y Al fin y al cabo (1991). De igual manera
se muestra su vena lírica, truncada durante la guerra civil, y que por primera
vez se recoge en Rimas y sonetos rezagados (1962), La claridad
desierta (1973), Del otoño y los mirlos (1975), hasta sus Poesías
casi completas (1980), que responden, frente a su obra restante, a un verso
sencillo, clásico, depurado, orientado hacia temas eternamente líricos: el amor, el tiempo, la realidad y el
sueño, la vida y la muerte, o como el mismo Bergamín pensara, «la poesía
supone una muestra de percepción delicada, sutil sensibilidad de sismografía
espiritual», o mejor aún baste con releer ese espléndido aforismo suyo que
dice: « La mano del poeta no tiembla, tiembla su corazón», o afirmar
que, todas sus obras están llenas de los temblores de esa pasión por la literatura.
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