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LA ISLA
Un
hombre enfermo pide a su hijo que le acompañe, quizá por última vez, a la isla
adriática donde nació. Una vez allí se reencuentra con el paisaje luminoso de
su infancia y de su juventud y, tras una breve estancia, el lugar resultará
decisivo para ambos personajes. Este podría ser el resumen de un libro casi
perfecto, La isla, en realidad, «una historia, como señala Claudio
Magris, de vida y muerte», aunque, también, una obra festiva, el reverso de
toda una tradición literaria triestina.
Giani Stuparich (Trieste 1891-Roma 1961)
forma parte de un curioso y brillante grupo de jóvenes escritores: Scipio
Slataper, Carlo Michelstaedter, Enrico Mreule, Carlo y Giani Stuparich, una
generación marcada por una situación histórica, en un convulsionado comienzo
del siglo XX, que llevaría a alguno de ellos al suicidio o a la muerte en la Primera Guerra
Mundial: Michelstaedter y Slataper, respectivamente. Stuparich hereda esa
madura responsabilidad de continuar el compromiso de sus desaparecidos amigos,
y se convierte, de alguna manera, en el auténtico punto de referencia ético y
cultural en aquellos años terribles de la mejor expresión de la literatura en
Trieste.
Elvio Guagnini califica La isla
como una de las cimas de la obra de Stuparich, cuya medida más fecunda es el
relato breve, y entre otras muchas virtudes, por esa búsqueda del sentido de la
vida tras la cual se descubre la nada, una nada de la que se extrae un
significado indestructible. En la isla fluyen los días, se saborea el ambiente,
el viento anuncia la destrucción, llega el final pero se aventura un futuro.
Las distancias se acortan entre padre e hijo cuando, ambos, empiezan a saber algo
más el uno del otro; es en esta escueta relación donde Stuparich despliega la
mejor síntesis prosística de su producción narrativa, donde el sentido lírico
adquiere sus mejores momentos, aquellos en los que el padre intenta darse una
explicación a la situación vivida hasta el momento y el hijo empieza a sentir
un inmenso cariño por alguien a quien siempre ha visto pleno de vitalidad, esa
misma que él mismo perderá con el paso del tiempo. Tal vez se trata de una de
las mejores y más sutiles meditaciones sobre la muerte, calificación de Ennio
Emili, cuando hablaba de una triestinidad negra de estos escritores, ese lado
oscuro que tan bien sabe desarrollar Stuparich, aunque en este caso se habla de
un concepto de la muerte vital, positivo tras una visión más moralista y
sublime.
Stuparich distribuye su narración de una
forma magistral, pese a la linealidad narrativa de la misma. La concentración
poética señalada ayuda a esa secuenciación de las imágenes, tan excelentemente
traducidas por González Sainz, que nos descubren el cielo y el mar, sobre todo
la luz de una forma despiadada, aunque con ese significado inconmovible que
acompaña al viajero en su esencia última. La obra escrita en 1942 ofrece ese
concepto de literatura europea humanizada que con el paso del tiempo ha perdido
su valor más intrínseco, seguimos alejados de esa nobleza espiritual que ofrece
al lector la mejor de las lecciones: una visión del mundo, el centro de todas
las cosas con esa frescura matinal que nos invita a encarar un futuro, repleto
de luz casi espiritual: vida y muerte, sol y aire.
LA ISLA
Giani
Stuparich
Barcelona,
Minúscula, 2008; 119 págs; 12´50 €
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