Nuria
Barrios
“Nadie cuestiona si el cuento ha
muerto o no, como sucede desde hace años con la novela. Las modas pasan, pero
el cuento, como el dinosaurio de Monterroso, siempre está ahí”.
Nuria
Barrios (Madrid, 1962) escritora y periodista cultural, se inició en literatura
con la novela, Amores patológicos
(1998), y después ha publicado, El
alfabeto de los pájaros (2011). Ganó el Premio Ateneo de Sevilla con su
poemario, El hilo de agua (2004) y también ha publicado, Nostalgia de odisea
(2012). Autora del libro de viajes, Balearia (2000). Y, también, libros de
cuentos, El zoo sentimental (2000), y acaba de publicar, en Páginas de Espuma,
Ocho centímetros (2015). Ha sido incluida en numerosas antologías, Páginas
amarillas, Vidas de mujer, Cuentos de mujeres solas, Pequeñas resistencias, Tu
nombre flotando en el adiós, Comedias de Shakespeare y Cuentos para ir y venir,
Traducida al holandés, al italiano, al portugués, al croata y al esperanto.
Colabora en algunos suplementos de libros.
-Empecemos por ser prácticos, ¿qué
nos separa hoy de la felicidad?
Esa es una pregunta que llevamos
haciéndonos desde los antiguos griegos. Y aquí seguimos, en el siglo XXI, sin
respuestas.
-No lo considere una obviedad,
después de leer, Ocho centímetros
(Páginas de Espuma, 2015), ¿el libro
pretende ser una dura visión de la realidad?
Yo no hablaría de una “dura” visión de
la realidad, sino de abrir de par en par una realidad mucho más amplia. Ocho centímetros aspira a hacer visible
lo invisible, “ver con ojos nuevos”, como decía Borges, y eso siempre resulta
perturbador.
-Volvamos al principio, usted alterna
novela y cuento, ¿le marca la extensión de la historia a contar?
También escribo poesía, además de novela
y relatos. Lo que deseo contar exige una voz determinada y también un género
concreto. En mi caso, es la historia la que determina el género y nunca al
contrario.
-E insistiendo, ¿establece
diferencias en ambos géneros, por decirlo de alguna manera?
Por supuesto, cuento y novela comparten
la narratividad, pero el cuento requiere una intensidad sostenida que no tolera
la novela. En el cuento no hay espacio para lo gratuito, la precisión y la
tensión narrativa son muy importantes.
-¿Piensa, como alguien ha señalado,
que “el cuento es el retrato literario de una situación crítica” y quizá, por
eso, valdría en todos los tiempos?
Es curioso, pero nadie cuestiona si el
cuento ha muerto o no, como sucede desde hace años con la novela. Las modas
pasan, pero el cuento, como el dinosaurio de Monterroso, siempre está ahí. El
género posee un poder extraordinario para radiografiar la sociedad y a las
personas; es dinamita en buenas manos.
-Desde sus comienzos sus personajes
viven y sueñan gobernados por la pasión, ¿sigue siendo esa una de sus características?
Sí, la vida sin pasión no me interesa
nada ni personal ni literariamente.
-¿Habría que decir entonces que su
literatura se inscribe en un estado desmesurado, trágico, casi infernal?
Habría que decir más bien que yo, como
autora, poseo una clara conciencia de la muerte y de nuestra vulnerabilidad,
que dota de una intensidad especial a mi literatura y que me hace apreciar
mucho el humor.
-Aunque, por otra parte, permítame
calificarla de eminentemente lírica y hermosa en el tratamiento de algunos
aspectos significativos, ¿y si es así cuándo?
Escribo poesía, como le decía antes, y
eso forma parte de mi voz y de mi mirada literarias. La poesía comparte además
con el cuento la búsqueda de lo esencial y la exigencia de precisión y de
intensidad.
-Para la estructura de este libro, Ocho
centímetros, ¿ha recurrido usted a un
clásico concepto de contracción y de situación?
No teorizo nunca mi trabajo cuando estoy
escribiendo. Sólo me guío por un criterio muy básico: funciona o no funciona; y
si no funciona, me pregunto qué falla y cómo debo cambiarlo. Normalmente, son
los lectores quienes me indican aspectos muy interesantes cuando el libro ya ha
sido publicado.
-Algunos cuentos están, de alguna
manera, encadenados en su propia historia, ¿técnica o necesidad de extenderse
sobre el tema?
Hay historias que siguen rondándome con
especial insistencia una vez terminado el cuento. Nunca hay un deseo de retomar
cronológicamente lo ya contado, sino de abordarlo desde otro escenario, a veces
incluso tangencialmente. Dejo pasar tiempo para poner a prueba la historia y a
mí misma y, si el deseo persiste, si tengo la certeza de que lo que quiero
narrar es distinto, no una mera prolongación de lo anterior, y, sobre todo, si
tengo claro cómo quiero contarlo, inicio un nuevo relato.
-¿El mundo de la droga visto desde
una perspectiva amable y con posible solución?
No conozco ninguna perspectiva amable
para abordar el mundo de la droga, y las soluciones no forman parte de mi
escritura. Pienso que casi nada tiene explicación y casi nada tiene solución.
Como dice Wolf Erlbruch, somos pequeños seres haciendo preguntas difíciles
sobre nuestra pequeña existencia. En Ocho
centímetros, más que interesarme el submundo de la droga, me interesaba el
efecto que la adicción de una persona provoca en su entorno familiar: esa
sensación de impotencia de quienes ven hundirse un barco desde el puerto.
-La enfermedad nos acompaña durante
todo nuestra vida y nos hace fuertes, ¿es quizá ese el mensaje de algunos de
sus cuentos?
No hay mensaje en mis cuentos, pero sí
la constatación de que el dolor forma parte de la existencia. La vida duele. Y
no me refiero al dolor fulgurante y trágico que es la esencia del drama, sino a
ese otro dolor seguro e ineludible que forma parte de la vida, al que por nacer
estamos predestinados. Por algo será que lo primero que hacemos al nacer es
llorar. Los relatos de Ocho centímetros hablan
de cómo la normalidad y el desastre caminan a la par y hablan del profundo
desasosiego que eso provoca. La vida continúa, es cierto, pero igual que un río
que, tras un vertido tóxico, prosigue su curso aunque con otro color.
-Y otros temas salpican este libro y
su literatura, el desamor, el reencuentro, la difícil convivencia, y la muerte
¿es otra mirada sobre problemas similares?
Sí, los relatos de Ocho centímetros colocan el foco sobre nuestra vulnerabilidad. La
literatura y el arte son tan interesantes porque nos animan a cuestionar lo que
ya conocemos, nos colocan en un estado de falta de familiaridad y nos hacen ver
las cosas desde puntos de vista inusuales
-Hay un estupendo cuento, “Un puente
de cristal”, que resume buena parte de los temas, la enfermedad y el dolor, el
amor y el sacrificio, ¿qué pretende usted con ese cuento?
En “Un puente de cristal”, como en casi
todos los demás, me interesaba hablar de cómo el sufrimiento crónico de una
persona, en este caso enfermo de una pancreatitis, afecta profundamente la vida
de su pareja. Sobre cómo el dolor nos reescribe a todos.
-Al final de estas historias, queda
un buen sabor de boca y no dejan a nadie indiferente, ¿ha sido lo mismo en su
caso cuando terminó de escribirlo?
Trabajo con una idea de la literatura
como juego, un juego muy serio, eso sí. Y me gusta que el humor, al igual que
la poesía, esté siempre presente en lo que cuento. El humor permite tomar
distancia y reírse de uno mismo en las peores situaciones. Hace mucho mejor la
vida.
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