Florilegio*
La anciana riega sus macetas, que adornan
orgullosas el alfeizar de la ventana de su dormitorio. En cada tiesto un pene,
una polla que ella alimenta una vez al día con el mimo húmedo de su regadera y
el beso tierno de sus labios de pergamino. Al recibir la caricia del agua, los
penes, las pollas reviven desde su languidez, se alzan enhiestas sobre la
tierra mojada. En primavera, una feliz lluvia de semen salpica a los viandantes
desde las alturas llenas de tiestos.
Mira la vieja sus macetas después de regarlas. Las mira y las cuenta con
aprensión, una vez y otra, durante el resto de la tarde. Así escrutan los
viejos sus cosas inocentes, las destinadas a rendirse antes que ellos, las que
quizá les pertenezcan sólo como un recuerdo lejano, algo que nunca fue suyo.
Ansia
del Índico
He
conocido al rey de Madagascar. He sabido de su célebre colección de clavos,
agujas y punzones. Y que tiene a bien, por cada batalla perdida, perforar sus
carnes nocturnas con una de tan hirientes joyas.
Al
declinar la jornada sobre el litoral de Mahanoro, se ha librado el último
combate, sellando hoy sus oficiales la victoria final de la isla.
Se
lamenta ahora el rey, tiemblan sus ojos de agua al repasar los restos incólumes
de su colección de torturas, martirios aún vírgenes de sangre real.
Y
ordena el monarca con brío, decidido, declaraciones nuevas de guerra ante
enemigos superiores. Rivales que se dicen imbatibles. Ocasiones inéditas para
marcar, con el sesgo de las últimas heridas, cada triunfo del adversario sobre
su cuerpo, su piel, su dermis en monárquico martirio contra las perforaciones
de los postreros punzones, de la aguja final, colección acabada.
Nocturno de niños y hormigas
Las hormigas se afanan con su presa. Centenares
de ínfimos seres hercúleos hacen de la paciencia y el encono una virtud
mecánica: ya sólo resta introducir en el hormiguero la última parte, con el
resto del botín a buen recaudo bajo tierra.
Al
llegar la noche, los padres y la policía siguen buscando a la niña en el
camping. El hermano pequeño, que busca también, atisba en la penumbra un
hormiguero silente. Aplastan sus piececitos un par de hormigas despistadas e
indefensas que pretendían alcanzar el orificio de entrada a su hogar en las
profundidades.
A
ras de suelo, encienden la tiniebla miles de diminutos brillos estáticos. El
hermano pequeño imita el quejido tenue, fraterno y extrañamente familiar que
parece lanzarle la tierra, que sólo él pudiera advertir, divirtiéndose al ver
sus pies orlados de minúsculas luminiscencias, como ojos que le mirasen.
Alza su pie dispuesto a una nueva devastación y ríe como sólo saben reír
los inocentes.
* Una excelente muestra del buen quehacer de este singular granadino.
Miguel A. Zapata nació en
Granada en 1974. Desde 2002 desarrolla su labor literaria y docente en Madrid.
Autor de los volúmenes de cuentos Ternuras interrumpidas. Fabulario casi naif (2003)
y Esquina
inferior del cuadro (Finalista del Premio Setenil, 2012) y los
libros de microrrelatos Baúl de prodigios (2007) y Revelaciones y Magias (2009).
Ha recibido numerosos premios de narrativa breve, e incluido en algunas de las
más relevantes antologías y compilaciones del género: Cuento español actual
1992-2012 (Cátedra, 2014), Antología del microrrelato español 1906-2011 (Cátedra,
2012), Mar
de pirañas. Los nuevos nombres del microrrelato español (Menoscuarto,
2012), entre otros.
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