Camilo
José Cela, un autor carpetovetónico
Fue
un escritor único. Estilista, burlón y polémico como pocos, funció su vida y su
obra literaria, que permanece fresca y vigente.
Camilo
José Cela ha sido una de las figuras imprescindibles de las letras españolas
del pasado siglo XX, y uno de sus escritores más prolíficos: novela, cuentos,
fábulas, memorias, poesía, teatro, libros de viajes, artículos, apuntes carpetovetónicos,
tratados lexicográficos y adaptaciones de obras y traducciones, completan su
legado. El hispanista Antonio Vilanova consideraba a “Camilo José Cela
el creador del nuevo realismo español, fruto de una reacción paródica y
burlesca contra la falta de sentido de la realidad de la literatura altisonante
y jactanciosa del momento vivido por la Generación del 36. (…) Carente, en sus inicios,
de verdadero alcance y significación sociológicos (…) posteriormente, su visión
esencialmente pesimista y negativa de la existencia española dará paso a una
preocupación humana y social que señala el comienzo de una nueva época en la
novela española de posguerra”.
Biografía
Camilo José Cela Trulock nació en Iria
Flavia, Padrón, A Coruña, el 11 de mayo de 1916, no consiguió terminar ninguna
de las tres carreras universitarias emprendidas: Derecho, Medicina y Filosofía
y Letras. Fue torero, soldado, poeta, periodista, funcionario, viajero
incansable, consiguió dedicarse a su vocación nacida con sus primeros versos y un
libro de poemas que publicó en 1936: Pisando la dudosa luz del día,
texto al que nadie hizo caso, hasta que tras la guerra se dedicara a la
narrativa e irrumpiera con un libro que le depararía toda clase de suerte y
fortuna: La familia de Pascual Duarte (1942) que, junto a Nada (1945) de Carmen Laforet,
inauguraba una nueva etapa en la novela española. Desde entonces se dedica a
escribir y a viajar, durante el verano del 46 recorre La Alcarria, experiencia que
publicará: Viaje a La
Alcarria y El cancionero de la Alcarria, 1948. Mientras
prepara su versión definitiva de La
Colmena que aparecerá en 1951, en Buenos Aires. La
censura española prohíbe la novela y es expulsado de la Asociación de la Prensa. Viaja por
Chile y Argentina, medita sobre la posibilidad de permanecer en este último
país donde su obra es bien acogida. En 1953 una nueva obra sorprende por el
lirismo de sus páginas, Mrs. Caldwell habla con su hijo. Viaja de nuevo
por América y en Caracas se le propone escribir una novela de tema venezolano.
A su vuelta a España fija su residencia en Palma de Mallorca, será en 1954, y La Catira aparece 1955. Un año después
comienza a publicar Papeles de Son Armadans, una singular revista independiente
que acogerá a los principales autores del país y del exilio, poetas y
novelistas, pintores e ilustradores, filósofos y pensadores en libertad, hasta que en 1979
desapareció, tras veintitrés años al servicio de la cultura española. El 26 de
mayo de 1957 ingresa en la
Real Academia Española con un discurso sobre la obra
literaria del pintor Solana. En la década de los 60 su actividad se multiplica
con nuevas publicaciones: libros de cuentos, ensayos y memorias. Nuevas
entregas de viajes: Viaje al Pirineo de Lérida (1965), Madrid
(1965), Vagabundo por Castilla (1965) y Páginas de geografía
errabunda (1965), nuevos viajes por estados Unidos que darán fruto a Viaje
a U.S.A (1967). Entre 1968 y 1971 publica su Diccionario Secreto y
algunas de sus obras fundamentales, San Camilo, 1936 (1969), Oficio
de tinieblas, 5 (1973), Mazurca para dos muertos (1983).
Durante los días 5 al 14 de junio de
1985, Cela se embarca en un Nuevo viaje a la Alcarria (1986),
ahora en un lujoso Rolls-Royce. Esta aventura se convierte en otro libro
lírico, emotivo, de una sencillez impresionante que cala, como la anterior, en
el corazón, por su prosa sencilla en apariencia, anotada en el camino,
trascrito en el orden en que se realizó el viaje. Aparece Cristo versus
Arizona (1988), y año más
tarde, tras la concesión del Nobel, se suceden los homenajes a su persona y a
su obra. La cruz de San Andrés fue
Premio Planeta en 1994, y en 1999 publicó su novela sobre la Galicia marinera titularía
Madera de boj.
La forja de un escritor
Adolfo Sotelo Vázquez afirma que el
universo de donde proceden los artículos del volumen La forja de un escritor (Fundación Banco Santander, 2016), “alumbra la obra creativa de Cela, a
la par que contiene semillas de lo que el maestro Darío Villanueva llamó el
otro Cela, es decir, el filólogo, geógrafo, pensador del oficio literario e
incansable editor de revistas”. La edición divide los artículos publicados por
Cela entre 1943 y 1952, “Experiencias vitales”, que formarían parte de su
posterior libro de memorias, La rosa
“El escritor y la escritura”, reflexiones de una madurez publicadas
originariamente en Papeles de Son
Armadans y muestra su preocupación por la responsabilidad social del
escritor; “se trata, como afirma Sotelo Vázquez, de una ética-estética de los
años en que se anda fraguando su personalidad y su obra; y un tercer y último
apartado, “La pintura y otras artes”, se concreta en su acercamiento a una
vocación no cumplida, al talento del joven Cela para definir la naturaleza de
la producción de una docena de pintores y para adelantar una de las líneas
maestras de Papeles de Son Armadans,
su interdisciplinariedad, porque a lo largo de los años, Papeles, dedicó extraordinarios a Picasso, Miró, Tápies, Solana, o
el grupo El Paso.
Lo curioso de esta selección, esa imagen
que Cela ya entonces proyectaba y que con los años lo confirmarían como el más
importante escritor del siglo XX, cuando allá por 1957 ya afirmaba, “Nadie sabe
—nadie supo jamás—si es bueno o malo esto de detenerse, volver la vista y reparar,
medio nostálgica y medio resignadamente, el calendario del tiempo que hemos ido
quemando”.
De La familia
de Pascual Duarte a La Colmena
A punto de cumplirse sesenta y cinco años
de la publicación de La familia de Pascual Duarte sería justo separar
los valores ocasionales que la novela pudo contener en la época, de esos
transitorios que pudieran verse como más auténticos y duraderos. Importante que
la novela arrancase de una acción bronca, repleta de violencia y desgarro, o
empleara un lenguaje crudo que sonó entonces ensordecedor porque hablaba de
unas realidades que no podían nombrarse. La crítica acuñó pronto el término de
«tremendismo» para calificar la novela, un hecho que tuvo admiradores y
detractores que se dieron cuenta como Cela tan sólo había reinventado el
término que había aparecido en la literatura española de entreguerras. En la
novela se muestra esa rara habilidad del autor para describir la realidad
humana, la escenografía violenta de una sociedad que ha caracterizado a buena
parte de su obra. Sus siguientes obras, Pabellón de reposo (1943),
describe la tremenda aventura de morirse, Nuevas andanzas y desventuras de
Lazarillo de Tormes (1944), resucita la actualidad de un género, hasta
llegar a La Colmena
(1951), una obra sinfónica, sin protagonistas ni personajes destacados, todos
forman un conjunto. La novela refleja el panorama de la vida española que se
concreta en el Madrid de los primeros años de posguerra y contiene, por este
motivo, una ambición desmesurada. La
Colmena sabe a poco una vez leída, ninguno de sus
personajes tiene entidad como para que los lectores podamos intimar con él: son
bocetos, siluetas sugerentes que se cargan de vida a medida que avanzamos en
sus páginas, algo que el autor manifiestamente no se propuso desarrollar puesto
que, como si de una auténtica colmena se tratara, Cela tan solo muestra el
esquema.
De San Camilo, 1936 a Oficio de tinieblas,
5
Cuando aparece San Camilo, 1936, en
1969, la crítica ya había hablado del costumbrismo de Cela, incluso del
fragmentarismo de algunas obras publicadas en la misma década, Gavilla de
fábulas sin amor (1962), Toreo de salón (1963), Once cuentos de
fútbol (1963), Izas, rabizas y colipoterras (1964), pero sobre todo
en esta novela el escritor se enfrenta al joven que celebra su onomástica
precisamente la víspera de 1936 y, en realidad, está haciendo el relato de toda
una generación en beneficio de otras muchas posteriores. En 1973 apareció Oficio
de tinieblas, 5, en realidad, una obra compuesta de 1.194 párrafos sin
punto alguno, de diverso contenido y estructura. Cela retrata la muerte, una
muerte domesticada que se adentra en el ánimo de las personas con toda
naturalidad, y lleva a pensar en ella como si de un espectáculo de
autocomplacencia se tratara. Es, por consiguiente, una visión escatológica en
el sentido cristiano del término y de ese otro sentido de la ultratumba,
conceptos lo suficientemente ensayados como para poder ofrecer una resignación
total. «Una purga del corazón», señaló el propio Cela ante ese juicio final por
cuyo tribunal pasan todas las miserias de este mundo.
De Mazurca para
dos muertos a Madera de boj
Tras una década de silencio narrativo, Mazurca
para dos muertos (1983) reavivó el panorama literario en torno a la figura del
escritor gallego, porque con esta nueva novela la lengua castellano-galaica
alcanza las cotas más altas del idioma español. De nuevo Cela salpica su obra
de barbarie, violencia física, sexualidad y muerte. El escenario el medio
rural, concretado en los límites de las provincias de Orense, Pontevedra y Lugo
con frecuentes incursiones en A Coruña y como telón de fondo, la violencia que
recuerda a su primera obra La familia de Pascual Duarte. Sobresale en Mazurca
el virtuosismo léxico y sintáctico, mezcla que se acopla para dar el tono a una
narración que precisa impulsos significativos y brillantes. A lo largo de sus
páginas desfilan los fantasmas familiares de muchos de los españoles del
pasado, quizá porque en realidad el escritor retrata la envidia, la rivalidad,
la mezquindad que se convierte en el odio que termina por destruir la especie
humana. Tal vez Cristo versus Arizona (1988) sea una novela de más
difícil clasificación que las anteriores, quizá por el espacio elegido por el
escritor: el duelo en el OK Corral, entre los años 1880 y 1920, cuarenta años
en la vida del lejano Oeste americano, con alusiones que no resultan
familiares. La cruz de San Andrés, obtenía en 1994 el Premio Planeta, y esta
nueva novela cuenta la historia del suicidio colectivo de toda una secta. Y la
esperada Madera de boj, en 1999, el testamento literario del autor
desaparecido y que, de alguna manera, cierra su trilogía de Galicia.
Sacristanes, hombres lobo, alucinados, pescadores de sardinas y cazadores de
ballenas, sordomudos, suicidas, curanderas, fornicadores, sirenas, y vírgenes,
en realidad toda una galería de vidas y de andanzas que se desenvuelven en un
ir y venir por los territorios de lo que se conoce como el fin del mundo, es
decir, el Finis Terrae, que se
localiza en la Costa
de la Muerte
gallega, un lugar que da fe por los numerosos naufragios ocurridos durante los
últimos cien años.
Adiós al
gallego y su cuadrilla
Tal vez nadie como Camilo José Cela supo
instalarse entre las páginas de sus libros como el mejor de los personajes,
nadie supo ingresar desde un aspecto tan carpetovetónico en la Academia, ajustar la
lengua desde su escaño de Senador por designación Real, salpicar nuestro idioma
de diversas enciclopedias y contribuir a la expansión de nuestra lengua por el
mundo. Cela proporciona esa estela que dejan los grandes hombres cuando lo son
y ahora, que ha dejado de ocasionar no pocas polémicas, a los estudiosos de la
literatura y a los lectores, en definitiva, nos corresponde calibrar su amplio
legado literario. Los nombres de la narrativa contemporánea están vinculados a
la obra de este gallego universal cuya provocación y genialidad queda patente.
A Cela se le ha admirado tanto por su carácter como por su literatura; se lee a
Cela o se le rechaza y se hace por unos sentimientos encontrados, o tal vez más
que por unos razonamientos, sean estos verdaderos o falsos. La muerte siempre
nos sorprende, la muerte de un escritor lo convierte en un ser inmortal. La
historia de la literatura española está plagada de nombres inmortales, de
quienes traspasan la barrera de lo esencialmente físico para, a través, de su
obra convertirse en clásicos sobre los
que siempre se vuelve. La historia de la literatura es ingrata y olvida e
ignora a sus más genuinos representantes. La muerte de Camilo José Cela el 17
de enero de 2002 no fue una muerte anunciada porque desde algunos años antes se
había convertido es un escritor inmortal. Su adiós fue la constatación de que
su obra pertenece a la
Historia de la
Literatura, esa que se escribe con mayúscula, otra cosa será
su vida y cuanto se cuenta de ella, su discutida biografía, sus polémicas
declaraciones y actuaciones en prensa y televisión, sus improvisadas
actuaciones y manifestaciones en contra de esto o aquello. El premio Príncipe
de Asturias en 1987, la concesión del Nobel en 1989 y, definitivamente, el
Cervantes en 1995, lo consagraron como el escritor español vivo más
representativo del siglo XX. Su narrativa cubre ampliamente el panorama
novelístico de los últimos cien años, tras una dolorosa guerra civil y el
panorama desolador de los 40 y 50. Cela se convertiría con el paso de los años
en la autoafirmación de la literatura en su sentido más literal. Setenta años
de ejercicio avalan toda una vida dedicada al noble arte de hilvanar las letras,
quizá por eso nunca ha parecido extraño que en los escaparates de las librerías
casi siempre apareciera algún que otro libro del novelista gallego, ya fuera
reedición o novedad. Desde siempre se ocupó de fabricar una identidad, característica
propia conque siempre trató de fundir los términos de literatura y vida en un
sólo concepto que desembocaría, con el paso de los años, en un costumbrismo tan
variado y rico, tan característico de la producción celiana.
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