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TODO ESTÁ EN ORDEN
Manuel Hidalgo (Pamplona, 1953) es un
periodista que ha dedicado sus esfuerzos a escribir jugosas columnas literarias
y a ejercer la crítica cinematográfica durante las últimas décadas; pero ha
sido, además, guionista de cine y novelista con títulos como El pecador
impecable (1986), Azucena, que juega al tenis (1988), Olé
(1991), La infanta baila (1997) y Días de agosto (2000). Ahora
justifica su mayor atrevimiento, en el mundo de la buena literatura, con un
puñado de cuentos y, como si de una autoexculpación se tratara, los titula Cuentos
pendientes (2003). El cuento —ha escrito Manuel Hidalgo— es algo así como
una cuestión de carácter o, tal vez, ese dominio que un autor debe tener para
utilizar con una precisión casi sincrética la economía de los elementos y los
recursos medidos de una narración breve.
Si algo caracteriza a estos Cuentos
pendientes es precisamente ese fuerte carácter, tanto en su planteamiento
como en su ejecución, y ambos como recursos capaces de señalar en toda su
extensión la capacidad de Hidalgo para hablar de la vida cotidiana con todas
sus miserias y sus obsesiones. A algunos
de los temas planteados a lo largo de sus relatos, el mundo del sexo y el amor
o la vida y la muerte, incluso ese destino imprevisto que nos atormenta, se
añaden esas otras inseguridades que provocan una aguda observación sobre la
realidad vivida por muchos de sus personajes y, en ocasiones, plasmado en las
situaciones más absurdas, fantásticas e inverosímiles que nadie pueda imaginar.
Hay un profundo sentimiento de tristeza no exenta de abundantes dosis de
acritud en muchas de estas historias, aunque el autor sabe resolverlas desde un
prisma humorístico que salpica lo efímero de muchas de las existencias
narradas. Solo así se consigue que lo transitorio y lo perecedero se
prolonguen, en el futuro, en la memoria del lector. Para sobrevivir a algunas
contundentes historias de un realismo tradicional, léase, por ejemplo, «La
chica del ascensor». Por otra parte, la concisión y la expresividad buscadas
por el autor se consiguen con una economía lingüística como no podía ser de
otra manera, necesariamente elíptica; el mejor ejemplo, es el relato en forma
de diálogo, «Cama blanca». Supersticiones, guiños del destino, incluso
esperanzas en el azar de la vida, hacen que algunos de sus personajes concreten
sus deseos, como ocurre en «La ironía del destino». Trece historias, siete de
las cuales publicadas anteriormente y revisadas para el libro; el resto
inéditos. Coincido con una mayoría de lectores, el cuento que cierra el volumen
«El portero», resume la belleza o la ternura que Hidalgo, pese a todo, logra
infundir a sus relatos. Esa otra batalla que se logra con alguna u otra pasión.
CUENTOS
PENDIENTES
Manuel
Hidalgo
Madrid,
Páginas de Espuma, 2003
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