UNA FIESTA FAMILIAR: LA LITERATURA DE SANDRA
CISNEROS
La literatura chicana en E.E.U.U. salta
al panorama editorial mundial de la mano de la narradora, Sandra Cisneros
(Chicago, 1954), autora de algunas novelas de éxito que ahora publica su
voluminosa Caramelo (Seix-Barral, 2003), el relato de toda
una saga familiar.
Un país como México sigue siendo una
obligada referencia para muchos de los simpatizantes que de alguna manera nos
sentimos fascinados tanto por su cultura ancestral como por sus costumbres, su
geografía o su literatura. Visto desde el exterior la extensión y la variedad
de este país puede parecer lo más caótico de los mundos, aunque, literariamente
hablando, sus escritores, desde dentro y desde fuera, se esfuerzan por mostrar
esa variedad de registros que culminan en el mestizaje de lo impresionante de
su mejor cultura. Tanto es así que la lenta colonización chicana lleva años
esforzándose por mostrar en su ficción la tradición literaria de origen hispano
en los Estados Unidos para unir sus voces a las de sus antepasados y saltar al
panorama narrativo mundial para lograr su espacio tanto en la literatura
anglosajona como la hispana. Los nombres de Villarreal, Rivera, Acosta, Arias,
Morales o Miguel Méndez, forman parte de esa interesante nómina con la que ya
habría que contar en el panorama literario contemporáneo y a ellos se han unido
las nuevas voces de Denise Chávez, Ana Castillo o Sandra Cisneros, que se han
convertido, con sus obras, en estas últimas décadas en el fenómeno editorial
que con su rebeldía sirve de punto de unión entre los escritores más
interesantes de la literatura escrita en la Norteamérica actual.
Fenómeno
Cisneros
El fenómeno Sandra Cisneros (Chicago,
1954) es quizá de los más sonados en estas últimas décadas desde que publicara La
casa en Mango Street (1984) o el libro de relatos, Érase un hombre,
érase una mujer (1991), aunque antes había entregado varios poemarios que
datan de los años 80. Cuando se le pregunta acerca de su última novela, Caramelo
( 2002), que ahora presenta la editorial Seix-Barral en una magnífica versión
de Liliana Valenzuela, ella afirma que ha invertido los últimos dieciocho años
en contar la historia de la familia Reyes a través de varias generaciones. En
realidad, se trata de revivir la infancia en esa suerte de encantamientos que
nos acompañan hasta que somos adultos y finalmente los vemos transformados en
literatura. Así con su novela ha tratado, esencialmente, de recuperar ese
espacio de un pasado perdido, pero además ordenarlo como algo común que afecta
a ese numeroso grupo de chicanos en Estados Unidos y sobre todo porque recoge
buena parte de sus ancestrales costumbres que sobreviven pese a la fuerza de la
lengua y las costumbres inglesas en la que se manejan diariamente. No obstante,
cuando uno lee Caramelo, lo mexicano o la mexicanidad aflora en sus
páginas o cuando se regresa al país de la mano de la familia Reyes, cuando
éstos emprenden su viaje desde Chicago hasta el D.F. para visitar a la abuela
Soledad, uno de esos personajes matriarcales que extiende toda su vida
imponiendo su carisma familiar. En realidad, y en palabras de la narradora, es
la historia de una «abuela enojona», cuya vida empieza cuando su padre viudo la
regaló a una prima suya para mejorar la vida de la pequeña. A partir de un
recurso narrativo basado en el recuerdo de su única hija, Lala, será quien se
convertirá en una moderna Sherezade que extenderá su relato a lo largo de las
más de quinientas páginas del libro.
Estructura
La novela está estructurada en tres
partes y se refiere a los continuos viajes que dará la familia Reyes
enumerando, pormenorizadamente, sus orígenes en México. Sobre todo emerge la
figura del padre Inocencio que ha tenido que abandonar su hogar para sobrevivir
en un país cuya lengua y costumbres le son tan ajenas. La novela empieza con un
elegíaco viaje a Acapulco y termina treinta años después en una fiesta de
aniversario. El matrimonio de Zoila e Inocencio han sobrevivido al paso del
tiempo y será su hija Celaya quien ordene y ponga el punto final a toda una
saga. A modo de telenovela por sus páginas desfilan, fruto del recuerdo, todo
el romanticismo de ese país, el sentimentalismo de sus gentes, así como la
miseria, el dolor, la pobreza, ese sobrevivir día a día y su vehemente deseo de
contacto con la cultura del Norte a donde se acude con el único patrimonio de
unos brazos fuertes. Quizá por todo lo visto hasta el momento la novela
engancha desde las primeras páginas y en ella se muestran y perciben los sabores,
las sensaciones, los ritmos que mantienen la vivacidad del relato. También es
cierto que la prosa de Cisneros es festiva, muy viva, arranca de la tradición y
de los dichos populares en todo un alarde de virtuosismo coloquial, anotado en
muchas ocasiones con explicaciones a pie de página que la autora se molesta en
incluir para así ofrecer otro relato paralelo, el de la verdadera historia de
su país, desde la
Revolución, pasando por los difíciles años de las dictaduras,
la emigración y su posterior inclusión en el mundo anglosajón. El universo
narrativo de Sandra Cisneros está recubierto de todo ese rebozo con que se
inicia el relato de esta saga familiar y cubre la historia de toda una vida,
esa que nunca se ha de acabar porque nunca se dieron los últimos puntazos de
ese fino bordado con que la autora nos sorprende en cada una de sus páginas.
Pero sobre todo, como afirma la traductora, se trata de una novela que muestra,
en versión fideligna, el acervo cultural de los muchos latinos que enriquecen
la literatura chicana con sus textos y, por ende, la estadounidense y la
mundial. Aunque como ha afirmado la crítica, Caramelo, es un libro sobre
la memoria—la mala memoria del corazón—y los lazos familiares en torno al amor,
el odio, la lealtad, el rechazo o la aceptación. Y, finalmente, es una novela
sobre el poder conciliador de las historias que se cuentan en nuestro complejo
mundo.
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