PAISAJES DE CARVER
Raymond Carver
“cambió —en palabras de Tess Gallagher—nuestra visión del mundo”, contó mejor
que nadie la vida cotidiana de los norteamericanos. Nunca debemos pensar en él
como un escritor fácil de leer, sus narraciones resultan toscas, aunque, en
ocasiones, se empeña en probar que las personas desgraciadas e insensibles
tienen, también, sus sentimientos. Su proceso narrativo fue siempre el
inquebrantable esfuerzo por transformar la percepción humana, pensando que lo
que uno no es capaz de hacer no puede verse de otro modo; si consideramos este
hecho desde una distancia prudente, ese problema que llega a preocuparnos
tanto, puede ocupar «su lugar» en medio de esas otras cosas que nos ocurren a
diario. Esta es la filosofía que inunda los relatos de un Carver cuya esencia
literaria misma de funde con la herencia del realismo americano. Un cambio de
estética propició que en los 70 y 80 se abominara el exceso de un postmodernismo
y el experimentalismo en favor unas formas realistas caducas, aunque
renovadas que ensayarían los más destacados escritores que empezaban a publicar
por entonces: Barthelme, Wolff, Mason, Beattie, Ford, Robinson, Adams,
McInerney, Walker y el propio Carver, inmersos en la búsqueda de un mundo
diario como si de una entidad cambiante y fabulosa se tratara, un espacio cuya
descripción exigía una definición de «realismo» lo bastante flexible como para
acomodar todas las reivindicaciones de los objetivos realistas que plantearon
escritores tan distintos como Robert Coover, Joyce Carol Oates o Toni Morrison.
El minimalismo se convirtió en la
perfecta excusa o el disfraz para la ironía, una forma de exposición tersa,
rígidamente controlada, que convive con el estilizado y meticulo estilo esculpido
por el norteamericano Hemingway y el ruso Chejov, y permite la construcción
económica de escenas de gran viveza, de profundidad emocional, sin requerir un
revestimiento intrusivo e inapropiado. Buena muestra es la colección de cuentos
de Carver, De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981), considerada
la obra maestra de dicha actitud, enfática en las tramas ligeras, el desarrollo
elíptico de conflictos dramáticos y la recreación meticulosa de caprichosos
patrones lingüísticos locales, al tiempo que ofrece una estética realista. La
narración minimalista elabora sus resonancias a partir de la simplicidad del
significado, su estructura hace del todo algo más que la suma de las partes.
Los significados de una narración lineal y sencilla, son verosímiles y los
personajes de estas historias, relatos o novelas, se ven acosados por una
variada gama de problemas —personales en su mayoría—, que los vincula a una
realidad percibida por los lectores en el mundo. Esta tendencia crea una
inquietante atmósfera que se traslada a esos personajes, pero cuya vida se
debate en continuos interrogantes. «El minimalismo —en opinión de
Lindsay Abrams— supone un menoscabo de lo humano, una ruptura de los
sistemas conceptuales, una pasividad literaria ante la confusión moral
existente».
Carver Country
Cuando se cumplen
veinticinco años de su prematura muerte en 1988, su vigencia e importancia como
escritor no ha dejado de crecer durante estos años, once libros de relatos y
poemas lo sitúan como uno de los más influyentes e importantes escritores
norteamericanos del siglo XX. Anagrama, editora de los libros de relatos en
España, publica Carver
Country (2013), donde
se nos muestran los paisajes por los que deambuló en vida el malogrado escritor.
El volumen, formado por textos de Raymond Carver y fotografías de Bob Adelman, muestra
una buena colección de quien fuera el “oficioso” fotógrafo del movimiento de
los derechos civiles a mediados de los 50, que Adelman tomó para ilustrar los
textos escogidos:
pasajes de algunos de sus relatos, poemas y entrevistas donde se aprecian y recogen
las numerosas descripciones de lo que fueron los escenarios de su agitada vida.
En realidad, podríamos hablar de un álbum, que incluye dos piezas fundamentales
porque muestran el significado pleno de la filosofía que ha iluminado la
publicación de esta curiosa obra: una carta inédita del autor al propio Adelman,
escrita en diciembre de 1987 y un epílogo para la ocasión de quien fuera su
compañera los últimos años de su vida, Tess Gallagher.
En la extensa carta a Adelman, describe
como era su infancia en Yakima, y en sus palabras se aprecia a un Carver
entrañable que siente una profunda añoranza por aquellos tempranos años de
inocencia, los lugares de pesca junto a su padre, o la gente del lugar, sus
tíos y excusada que tantas cosas saben sobre la niñez del cuentista. Paralelamente,
las fotografías captan los paisajes de la zona, y los lugares que tuvieron
especial significación en la vida del autor y otros que sirvieron de marco
escénico a algunos de sus relatos más famosos. Casi al final de la carta,
Carver le asegura a Adelman que verá cientos de cosas que también le apetecerá
fotografiar (…) Y lo más probable es que yo las reconozca cuando las vea. La participación de Tess Gallagher resulta conmovedora y afectada, nos
dibuja al Carver más frágil y, al mismo tiempo, más escritor. El
alcoholismo que convirtió su vida en tragedia, es tratado con cierto rigor;
trata de reflejar el lado más humano del escritor, y es verdad que en este
extenso-pequeño homenaje, ella lo consigue. Una interesante
cronología cierra el volumen, para curiosos en datos biográficos.
Carver minimalista
Raymond Carver (Oregón, 1939-Port
Angeles, Washington, 1988) llevó una vida de continuo desplazamiento por la
geografía norteamericana durante parte de niñez y juventud. Su padre se pasó la
vida buscando un buen empleo, fue alcohólico y estaba arruinado cuando, su
hijo, se casó a los dieciocho años con Maryann, que tenía dieciséis y esperaba
un niño. La pareja vivió casi veinte años de trabajos ocasionales, mientras
Carver empezaba a escribir relatos y poemas. En 1967 trabajaba en una librería,
acababa de licenciarse en Artes, y obtuvo una beca para la Universidad de Iowa,
donde conoció al novelista John Gardner, de gran influencia para el joven
narrador que, por entonces, se debatía entre el alcohol y la sintaxis. Aunque
había publicado algunos poemas y algún relato en la revista Esquire, hasta
que aparece su colección, ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? (1976),
no el éxito de crítica y de lectores, pero los meses que siguieron a su
publicación los pasará en el hospital hasta que decide ingresar en Alcohólicos
Anónimos, y el 2 de junio de 1977, convencido deja de beber para siempre;
conocerá, entonces, a la poetisa y narradora, Tess Gallagher, con quien
convivirá los mejores años de su vida, y formalizó su matrimonio pocos meses
antes de su muerte. En poco más de diez años aparecen sus mejores relatos en el
libro, De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981), y un
reconocimiento público; Catedral (1983) lo consagraría como el padre del
«realismo sucio» y uno de los escritores que mejor retomará la tradición
norteamericana del relato breve. Los últimos días de su vida, Carver, los pasó
contemplando desde el porche de su casa, su jardín de rosas, un hermoso motivo
que daría lugar al título de una hermosa selección de sus relatos, Tres
rosas amarillas (1989).
Carver Country; textos de Raymond Carver y
fotografías de Bob Adelson; Barcelona, Anagrama, 2013, 198 págs.
No hay comentarios:
Publicar un comentario