Alfonso Armada
“Lo que
quedaba pendiente era la vida de la gente de Sarajevo, la vida que había
quedado en suspenso, y por lo tanto el relato de los días, la continuidad del
absurdo, del sufrimiento, de la vida, de la falta de atención”.
Alfonso Armada (Vigo, 1958) estaba, "por
accidente", en la sección de Internacional de El País cuando le propusieron ir a Bosnia. "Nunca
antes había pensado escribir sobre la guerra", cuenta. Después Armada
recaló en África, en países como Ruanda, Zaire, Somalia o Sudán. Ahora escribe
en ABC y dirige la revista FronteraD. Ha publicado, Diccionario de Nueva York (2010), Mar Atlántico. Diario de una travesía
(2012) y Fracaso de Tánger (2013). Veinte años después del que fue su primer
conflicto-"la guerra en la que toda una generación de corresponsales se
formó"-publica, Sarajevo
(Malpaso, 1015), un libro que recupera algunas crónicas de entonces acompañadas
de los diarios íntimos del autor.
¿Existe una clara necesidad de dar a la imprenta un libro como Sarajevo
(Malpaso, 2015)?
Cómo
responder que sí si hace más de veinte años que se publicaron estas crónicas y
se escribieron estos diarios íntimos? En la necesidad se pueden ver razones
íntimas y razones sociales, razones literarias y razones políticas. Tenía
necesidad de publicar este libro, aunque no sé muy bien por qué dejé pasar
tanto tiempo. Acerca de la necesidad literaria, política, social... tengo mis
ideas al respecto, pero creo que no soy yo quien debe decirlo.
Europa, según Vd., ¿sigue mostrándose como esa hermana cruel con algunos
de esos países más desfavorecidos?
Europa es un
ente difícil de encarnar, aunque los griegos clásicos lo hicieron para que Zeus
transmutado en toro la pudiera raptar. Europa ha sido muchas cosas, algunas
extraordinarias, otras no tanto. Cuando voces europeas proponen hundir los
barcos para que los inmigrantes no se ahoguen en sus aguas jurisdiccionales
esgrimen esa peregrina idea bajo el pretexto de acabar con las mafias que se
aprovechan del sufrimiento de la gente, de los inmigrantes. Pero denota una
hipocresía inadmisible. Exigimos muchas cosas de Europa, y la menospreciamos
cuando no se parece a la Europa
que soñamos, o a la que muchos aspiramos. Y sin embargo ha conseguido que
enemigos acérrimos, que se han matado a conciencia, lleven años colaborando,
votando leyes juntos, conviviendo. Ojalá hubiera más voces (desde arriba y
desde abajo) luchando por una Europa más inclusiva, más generosa, más creativa,
más útil, y que estuviera dispuesta a ceder cuotas de soberanía, conciencia
nacional, identidad. Claro que las burocracias también generan monstruos
amparadas en las mejores intenciones.
¿En qué ha cambiado su actitud con respecto al conflicto bosnio, casi
veinticinco años después?
Creo que a
grandes rasgos no ha cambiado. Me parece que en general no nos equivocamos en
la lectura que hicimos del mal en aquellos años, y de la actitud cobarde y
cicatera de Europa y de la
ONU. Se tardó tanto en intervenir que la violencia y la
limpieza étnica consiguieron sus objetivos, y el país que surgió de la guerra y
de la injusticia es uno imposible y desgarrado, y muchos musulmanes bosnios,
que eran en su mayoría cosmopolitas y no tenían conciencia nacional y mucho
menos se definían a través de la fe religiosa, ahora, con la ayuda de capital
saudí y de los emiratos árabes, han desarrollado raíces fundamentalistas, y al
parecer no pocos han ido a combatir en Siria en las filas del Estado Islámico.
Lo de ese “Diario de la guerra” paralelo a las crónicas, ¿fue una forma
de autentificar/ cuantificar su estancia allí?
No lo había
pensado bajo esa óptica. Se escriben diarios por muchas razones. En mi caso,
una de ellas es para ralentizar el paso del tiempo, para que la vida no sea una
raya en el agua. También es una forma de rezar, pero no con las manos juntas.
Cuando uno lee, Sarajevo, desde un principio a fin, siente el horror y
esa herida que aun no ha cicatrizado, ¿es este su otro su propósito con
respecto a los lectores?
Quería lo que
más tarde he sabido que fue el objetivo de casi toda la obra y de toda la vida
de la filósofa francesa Simone Weil: tratar de que el lector se ponga en el
lugar del otro. Compartir parte del dolor de los demás, escuchar a las
víctimas. Que sus historias no se perdieran para siempre.
Los nombres propios se suceden en sus crónicas, ¿obedece a una técnica o
tal vez a sacar del anonimato a centenares y miles de personas que sufrían los
horrores en aquellos momentos?
Creo que el
valor de la crónica es poner rostros a los números. Es la mejor forma de que el
lector se ponga en el lugar del otro. Las cifras son abstractas. Los nombres
son el principio de una biografía, el valor de cada vida es incalculable. Cada
vida es sagrada. Por eso merecen nuestra atención, y más cuando están sometidas
a un cerco implacable, cuando los justos están siendo asesinados.
Existe, sin duda, una cierta animadversión hacia el medio que escribía,
El País, ¿ya se le ha pasado el cabreo de entonces?
No lo formularía en esos términos.
Me siento muy agradecido a ese diario, donde tuve la suerte de compartir
pupitre con grandes periodistas, de los que aprendí buena parte de lo que sé
del oficio. Además, me permitió viajar a muchos lugares, cubrir guerras,
conocer a gente admirable. En la cobertura, en el día a día, hay amarguras,
desencuentros. El enviado especial que se juega la vida cree que lo suyo es lo
más importante, y se desespera cuando su voz no encuentra acogida en la
redacción. Pero forma parte de la dialéctica entre lo importante y lo
interesante, y la lucha por el espacio, un clásico en los periódicos que ha
entrado en una nueva fase gracias a internet, aunque demasiados redactores
jefes que siguen trabajando en medios de comunicación parecen los peores
enemigos de las palabras, sobre todo cuando repiten como una letanía “la gente
no lee”. Deberían probar en otro bazar.
¿Qué lo mantenía allí pese a las dificultades que encontraba desde
Madrid, y concretamente de su periódico?
Como acabo de
responder, las dificultades y desencuentros fueron breves y pasajeros, había
que seguir contando lo que pasaba, y gracias a la perseverancia (otros lo
llamarían terquedad) se consiguen muchas cosas. Me mantenía mi propia
curiosidad, mi deseo de estar allí, de contar lo que veía, de vivir
intensamente.
Y el miedo, ¿cómo se supera?
Escribiendo. Es lo que le daba sentido a estar allí:
escuchar, ver, tratar de entender, contar. El miedo te ayuda a no descuidarte.
Te acabas olvidando cuando te dedicas a tratar de pensar todo el tiempo en la
mejor manera de contar lo que experimentas. Y luego, por la noche, en el hotel,
al escribir los diarios, ocurría algo parecido. Preferí no bajar al sótano, a
la discoteca del hotel, para que quedara en reserva, como una habitación del
pánico, cuando no me quedara más remedio.
Viajó hasta tres veces a Sarajevo y al conflicto bosnio, ¿siempre dejaba
algo pendiente para volver?
Lo que
quedaba pendiente era la vida de la gente de Sarajevo, la vida que había
quedado en suspenso, y por lo tanto el relato de los días, la continuidad del
absurdo, del sufrimiento, de la vida, de la falta de atención. No olvidemos,
como dice Wislawa Szymborska, que cada día cuenta con “sus
buenas 24 horas./ 1.440 minutos de ocasiones./ 86.400 segundos que mirar”.
¿Qué le debemos los lectores a un fotógrafo como Gervasio Sánchez?
El valor de
la constancia, de no desistir, de regresar una y otra vez al lugar del crimen,
pero sobre todo el mantener el pulso de las historias. Lo usual es que entremos
como un vendaval en la vida de la gente, le arrebatemos unas palabras, contemos
su peripecia, su momento, su historia, con mayor o menor precisión, con mayor o
menor talento, pero después seguimos con nuestras vidas, asomados a otros
asuntos, porque el espectáculo debe continuar, como nuestras vidas. Gervasio ha
convertido sus historias en su forma de estar en el mundo, y en ese sentido sus
proyectos sobre los desaparecidos o sobre vidas minadas son ejemplares. Ha
seguido pegado durante años a las vidas de la gente para contar lo que no se
suele contar. Las posguerras son muy largas, y atesoran demasiado olvido. Él
mantiene su compromiso contra viento y marea. No le gusta hablar del coste
anímico, lo asume como su parte alícuota. Suele decir que iría al fin del mundo
conmigo. Yo también con él. Además, sigo sin saber conducir.
Háblenos del periodismo de entonces, y del periodismo de hoy, o ¿qué
considera Vd. la esencia del periodismo?
Es una
pregunta demasiado grande para poder responder sin caer en un lugar común o en
una estupidez. Pero se puede decir que había grandes periodistas entonces como
los hay ahora. Quizás ahora prestemos menos atención a los grandes conflictos
internacionales, las coberturas son más superficiales, más esporádicas, y a
menudo se hacen recurriendo a freelances a los que se les paga tarde y mal pese
a que se arriesgan de lo lindo. Es curioso, es más fácil transmitir fotos y
textos, vídeos y palabras, hay posibilidades de conectarse a internet desde
casi cualquier lugar, y sin embargo me da la sensación de que la gente no está
mejor informada. No me resisto a citar a mi admirado Julio Villanueva Chang,
editor de la estupenda revista peruana Etiqueta Negra, que a su vez cita
a Walter Benjamin: “En tiempos de Twitter, YouTube y
Facebook, en la era de Wikileaks, en que el acceso a tanta información aturde y
corre el riesgo de convertirse en una moderna forma de ignorancia, vale
recordar lo que en la primera mitad del siglo pasado nos anticipaba Walter
Benjamin: ‘Cada mañana se nos informa sobre las novedades de toda la Tierra. Y sin embargo
somos notablemente pobres en historias extraordinarias (…). Ya casi nada de lo
que acaece conviene a la narración sino que todo es propio de una información.
Saturados de información,
los hombres han ido perdiendo la capacidad de comprender’”. La esencia
del periodismo es para mí el reportaje de largo aliento, que trata de contar el
mundo con toda la riqueza que la literatura y la observación proporcionan, la
escucha atenta, la verificación de cada dato, que trata denodadamente de ayudar
a ponerse en el lugar del otro, que busca la forma mejor de contar para
entender y de entender para poder contar. Y sin dejar jamás de lado el pacto
sagrado con el lector: que todo lo que le voy a contar es verdad, no me lo he
inventado, no lo he edulcorado o retocado. Para eso, el trabajo de un fotógrafo
y un plumilla me parece una fórmula tan clásica como inagotable. Como solía
aconsejar a los alumnos del Máster de ABC, que dirigí durante seis maravillosos
años, conviene leer apasionadamente Elogiemos ahora a hombres famosos, de
Walker Evans y James Agee, y aprender.
La imagen de Sontag y Goytisolo en el mundo, ¿marketing o más conciencia
social?
¿Dónde está
la mercadotecnia? ¿En jugarse la vida? Tenían su vida hecha, su obra
prácticamente construida, y fueron allí a jugarse la vida para contarlo, para
compartir con los ciudadanos de Sarajevo los horrores del cerco. Les admiraba
antes de conocerlos, les cogí cariño en Sarajevo.
¿Cree Vd., que la guerra de Bosnia-Herzegovina ha estado bien contada
periodísticamente hablando?
Lo suele
decir Gervasio Sánchez, y estoy de acuerdo. Allí se formó una generación de
reporteros españoles, y sí, creo que ha sido una de las guerras mejor contadas
de nuestra vida.
Una última pregunta, ¿Y… después de Sarajevo qué?
Después de
Sarajevo pensé que estaba vacunado contra el espanto, y llegué a Kigali, la
capital de Ruanda, siete días después de que arrancara el genocidio, y me di
cuenta de que no era así. De que nada te prepara para eso. Estuve cinco años
cubriendo África para El País. De esa experiencia surgieron los Cuadernos
africanos. El esquema, la idea, la estructura, es el mismo que el de Sarajevo.
Diarios de la guerra de Bosnia, la doble mirada, las crónicas para el
periódico intercaladas con las anotaciones de un diario íntimo. Pero a pesar de
haber sido escrito antes de descubrir África, Sarajevo, por un extraño
guiño de la voluntad o del destino, por una extraña carambola del deseo y la
casualidad, no ha visto la luz en forma de libro hasta ahora, cuando se cumplen
veinte años del final de la guerra. Del final de la guerra que dicen los libros
de historia, no de las heridas que siguen abiertas en Bosnia.
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