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jueves, 30 de julio de 2015

John Fante



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La historia de un perdedor
(30  años sin John Fante)


      La obra de la denominada «generación perdida», los «conservadores» o los «vanguardistas», experimentó una perfecta validación como para mostrar que las circunstancias de la situación nacional podían semejarse a una descripción universal y así, estas generaciones de novelistas y de obras escritas entre 1910 y 1945, se convirtieron en una valoración de posibilidades tanto para la vida cotidiana como para el mundo del arte. Las novelas semiautobiográficas de comienzos de siglo habían sido las precursoras de las obras de Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, Henry Miller o de John Fante, durante los años 20 y 30. El atractivo que estas obras podían tener para el público lector no se concretaba en el mérito literario, sino en esa semejanza provocativa con las vidas públicas y particulares de los escritores y de su entorno más cercano, esa alienación esgrimida respecto a los tipos, el lugar y la historia, incluso el lenguaje, características que provocarían una dislocación cultural: el inmigrante que se enfrenta a una sociedad extraña, el negro que procede de un status decadente y, por primera vez, tiene aspiraciones, o el joven talento en pleno proceso de desarrollo en esa incipiente y bulliciosa estructura de poder que supone emigrar a la ciudad. Fue, en palabras de Malcolm Cowly, «una época rápida y plena de aventuras, en la que era bueno ser joven; y, no obstante, al salir de ella uno sentía una sensación de alivio, como al salir de una habitación demasiado llena de conversaciones y de gente...».
        Es cierto que, a algunos escritores, les acompaña una leyenda que, transcurrido cierto tiempo, los salva de una evidente anonimato y ven, de alguna forma, actualiza su obra. Ha ocurrido con no pocos autores cuya trayectoria se ha perdido en el espacio de una literatura que se ha sometido al humillante desconocimiento de los lectores o de los estudiosos y que, por circunstancias, vuelven al espacio literario del que nunca debían haber desaparecido, avalados por la fuerza de una obra que bien merece un reconocimiento universal. Dostoievski, Hamsun, Hemingway o Dos Passos, Wolfe, Steinbeck, Farrell, Saroyan, West, son esas referencias literarias que se citan a propósito de la narrativa de casi un desconocido John Fante, el hijo de unos emigrantes italianos, tras una vida de miseria literaria que conllevó con colaboraciones en Hollywood. Sobrevivió, pese al empeño por inventar una suerte de autobiografía que le abriese el camino de la gran literatura. Las novelas que, inicialmente, hace años se reeditaban en España de la mano de Anagrama, Espera la primavera, Bandini (2001) y Pregúntale al polvo (2001), antes bajo el sello de la editorial Empúries en 1988 y 1989. La empresa de Herralde anunciaba la publicación de la tetralogía completa en su colección «Panorama de Narrativas», esto es, Sueños de Bunker Hill (2002) y La ruta de Los Ángeles (2002). En Ultramar se publicó, en 1990, La cofradía de la uva, aunque su edición original era de 1977, que Anagrama tradujo en 2004, con el título de La hermandad de la uva. El resto Un año pésimo (2005), Al oeste de Roma (2006), Llenos de vida (2008), y la colección de relatos, El vino de la juventud  (2013).



El vino de la juventud
        Este volumen recoge 13 relatos publicados por Fante en 1940 bajo el título Dago Red, y otros siete publicados más tarde en varios medios, y aunque no resulta nada nuevo en la escritura de Fante, tiene una frescura burbujeante a la que nadie se puede resistir. Resulta especialmente valioso porque encontramos en él los temas fundamentales presentes en posteriores obras narrativas. Casi todas las historias de la primera parte, “Vinazo”, tienen como protagonista a Jimmy Toscana, un joven adolescente que preconiza al más genuino alter ego de Fante, Arturo Bandini, protagonista de sus novelas fundamentales, como Espera a la primavera, Bandini o Pregúntale al polvo. Estos relatos tienen su propio sentido, y adquieren una novedosa dimensión al considerarlos en su conjunto. Se trata, en una primera parte, del proceso de aprendizaje de un joven adolescente, y Fante más que la progresión de un héroe pretende retratar un modelo social: la importancia de la familia, el peso del catolicismo, o el desarraigo de la emigración son los temas que van conformando el referente conceptual de los relatos. “Un secuestro en la familia”, la primera historia, como el resto narrada en primera persona, gira en torno a la fantasía del protagonista ante una fotografía de la madre en su época de juventud y a su resistencia a abandonar el mundo de su infancia, como lo veremos en otros relatos sobresalientes, “Monaguillo”, cuando en una infantil travesura vierte tinta en el vino que un sacerdote consagrará en los oficios religiosos. Mayor travesura encontramos en “La canción tonta de mi madre” donde debe enfrentarse a una acusación de robo. Si antes la distorsión de la realidad surgía como una suerte de autodefensa, ahora es el hurto y las mentiras las que cumplen esa función. Las figuras del padre y la madre llegan a convertirse en los verdaderos protagonistas de su vida. “Albañil en la nieve” gira en torno al padre, pero el trasfondo tiene que ver con la complejidad del matrimonio; pero en “El Dios de mi padre” entendemos cómo unos relatos se complementan con otros, adquiriendo así una novedosa profundidad con respecto a la prosa extensa de Fante.

Vida de un perdedor
        John Fante (Denver, Colorado, 1909- Los Ángeles, California, 1983) había conseguido cierto éxito con sus dos primeras novelas escritas en 1938 y 1939, pero hasta 1982 no publicaría Sueños de Bunker Hill y, tras su muerte, en 1986 La ruta de Los Ángeles. Escritor original, sarcástico, orgulloso, incorregible, trasladó buena parte de su vida a las memorias de un adolescente que vive, junto a sus padres y hermanos menores, en un pueblo pequeño del estado de Colorado, donde se iniciará a la vida en una educación católica a la sombra de su madre y de las monjas de instituto local para abrirse camino después, y triunfar como escritor cuando, «transcurridas sus primaveras», inicie su huida hacia la cálida California y empezar a soñar con un futuro de éxitos que llevarían hasta el mismo Premio Nobel. Arturo Bandini /versus John Fante es el hijo de unos emigrantes que siente la humillación de sus raíces y lucha con el mismo odio que ve en un padre frustrado contra su incapacidad para ser incluido en el prometido/no alcanzado sueño americano y surge en él una soberbia esperanza de prosperar, cómo no, en la escritura un hecho que en la época representa dinero y, sobre todo, notoriedad.
        Los libros de Fante—en palabras de Bukowski—«están escritos con el corazón y con las entrañas y no hablan de otra cosa. La vida de Fante, —como la de tantos otros—, corrió un destino horrible aunque pleno de una valentía tan natural como insólita. Su forma de escribir y su forma de vivir contienen las mismas constantes: fuerza, bondad y comprensión». Algo que, indudablemente, se convierte hoy en un milagro capaz de devolver la autenticidad literaria a un autor de la talla de John Fante, a treinta años de su desaparición, con la perspectiva suficiente para señalar lo insólito y lo extraño de una escritura, con la fuerza necesaria para resistir durante mucho más tiempo.












John Fante, El vino de la juventud; trad., de Antonio Prometeo-Moya; Barcelona, Anagrama, 2013.




 

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