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La historia de un perdedor
(30 años sin John Fante)
La obra de la
denominada «generación perdida», los «conservadores» o los «vanguardistas»,
experimentó una perfecta validación como para mostrar que las circunstancias de
la situación nacional podían semejarse a una descripción universal y así, estas
generaciones de novelistas y de obras escritas entre 1910 y 1945, se
convirtieron en una valoración de posibilidades tanto para la vida cotidiana
como para el mundo del arte. Las novelas semiautobiográficas de comienzos de
siglo habían sido las precursoras de las obras de Ernest Hemingway, Francis
Scott Fitzgerald, Henry Miller o de John Fante, durante los años 20 y 30. El
atractivo que estas obras podían tener para el público lector no se concretaba
en el mérito literario, sino en esa semejanza provocativa con las vidas
públicas y particulares de los escritores y de su entorno más cercano, esa
alienación esgrimida respecto a los tipos, el lugar y la historia, incluso el
lenguaje, características que provocarían una dislocación cultural: el
inmigrante que se enfrenta a una sociedad extraña, el negro que procede de un
status decadente y, por primera vez, tiene aspiraciones, o el joven talento en
pleno proceso de desarrollo en esa incipiente y bulliciosa estructura de poder
que supone emigrar a la ciudad. Fue, en palabras de Malcolm Cowly, «una época
rápida y plena de aventuras, en la que era bueno ser joven; y, no obstante, al
salir de ella uno sentía una sensación de alivio, como al salir de una habitación
demasiado llena de conversaciones y de gente...».
Es cierto que, a algunos escritores, les
acompaña una leyenda que, transcurrido cierto tiempo, los salva de una evidente
anonimato y ven, de alguna forma, actualiza su obra. Ha ocurrido con no pocos
autores cuya trayectoria se ha perdido en el espacio de una literatura que se
ha sometido al humillante desconocimiento de los lectores o de los estudiosos y
que, por circunstancias, vuelven al espacio literario del que nunca debían
haber desaparecido, avalados por la fuerza de una obra que bien merece un
reconocimiento universal. Dostoievski, Hamsun, Hemingway o Dos Passos, Wolfe,
Steinbeck, Farrell, Saroyan, West, son esas referencias literarias que se citan
a propósito de la narrativa de casi un desconocido John Fante, el hijo de unos
emigrantes italianos, tras una vida de miseria literaria que conllevó con
colaboraciones en Hollywood. Sobrevivió, pese al empeño por inventar una suerte
de autobiografía que le abriese el camino de la gran literatura. Las novelas
que, inicialmente, hace años se reeditaban en España de la mano de Anagrama, Espera
la primavera, Bandini (2001) y Pregúntale al polvo (2001), antes
bajo el sello de la editorial Empúries en 1988 y 1989. La empresa de Herralde
anunciaba la publicación de la tetralogía completa en su colección «Panorama de
Narrativas», esto es, Sueños de Bunker Hill (2002) y La ruta de Los Ángeles (2002). En Ultramar se publicó, en 1990, La cofradía
de la uva, aunque su edición original era de 1977, que Anagrama tradujo en
2004, con el título de La hermandad de la
uva. El resto Un año pésimo (2005),
Al oeste de Roma (2006), Llenos de vida (2008), y la colección de
relatos, El vino de la juventud (2013).
El vino de la juventud
Este volumen recoge 13 relatos publicados
por Fante en 1940 bajo el título Dago
Red,
y otros siete publicados más tarde en varios medios, y aunque no resulta nada
nuevo en la escritura de Fante, tiene una frescura burbujeante a la que nadie
se puede resistir. Resulta especialmente valioso porque encontramos en
él los temas fundamentales presentes en posteriores obras narrativas.
Casi todas las historias de la primera parte, “Vinazo”, tienen como
protagonista a Jimmy Toscana, un joven adolescente que preconiza al más genuino
alter ego de Fante, Arturo
Bandini, protagonista de sus novelas fundamentales, como Espera a la primavera, Bandini o Pregúntale al polvo. Estos relatos tienen su propio
sentido, y adquieren una novedosa dimensión al considerarlos en su conjunto. Se
trata, en una primera parte, del proceso de aprendizaje de un joven
adolescente, y Fante más que la progresión de un héroe pretende retratar un
modelo social: la importancia de la familia, el peso del catolicismo, o el
desarraigo de la emigración son los temas que van conformando el referente
conceptual de los relatos. “Un secuestro en la familia”, la primera historia,
como el resto narrada en primera persona, gira en torno a la fantasía del
protagonista ante una fotografía de la madre en su época de juventud y a su
resistencia a abandonar el mundo de su infancia, como lo veremos en otros
relatos sobresalientes, “Monaguillo”, cuando en una infantil travesura vierte
tinta en el vino que un sacerdote consagrará en los oficios religiosos. Mayor
travesura encontramos en “La canción tonta de mi madre” donde debe enfrentarse
a una acusación de robo. Si antes la distorsión de la realidad surgía como una
suerte de autodefensa, ahora es el hurto y las mentiras las que cumplen esa
función. Las figuras del padre y la madre llegan a convertirse
en los verdaderos protagonistas de su vida. “Albañil en la
nieve” gira en torno al padre, pero el trasfondo tiene que ver con la
complejidad del matrimonio; pero en “El Dios de mi padre” entendemos cómo unos
relatos se complementan con otros, adquiriendo así una novedosa profundidad con
respecto a la prosa extensa de Fante.
Vida de un
perdedor
John Fante (Denver, Colorado, 1909- Los
Ángeles, California, 1983) había conseguido cierto éxito con sus dos primeras
novelas escritas en 1938 y 1939, pero hasta 1982 no publicaría Sueños de
Bunker Hill y, tras su muerte, en 1986 La ruta de Los Ángeles. Escritor
original, sarcástico, orgulloso, incorregible, trasladó buena parte de su vida
a las memorias de un adolescente que vive, junto a sus padres y hermanos menores,
en un pueblo pequeño del estado de Colorado, donde se iniciará a la vida en una
educación católica a la sombra de su madre y de las monjas de instituto local
para abrirse camino después, y triunfar como escritor cuando, «transcurridas
sus primaveras», inicie su huida hacia la cálida California y empezar a soñar
con un futuro de éxitos que llevarían hasta el mismo Premio Nobel. Arturo
Bandini /versus John Fante es el hijo de unos emigrantes que siente la
humillación de sus raíces y lucha con el mismo odio que ve en un padre
frustrado contra su incapacidad para ser incluido en el prometido/no alcanzado
sueño americano y surge en él una soberbia esperanza de prosperar, cómo no, en
la escritura un hecho que en la época representa dinero y, sobre todo, notoriedad.
Los libros de Fante—en palabras de
Bukowski—«están escritos con el corazón y con las entrañas y no hablan de otra
cosa. La vida de Fante, —como la de tantos otros—, corrió un destino horrible
aunque pleno de una valentía tan natural como insólita. Su forma de escribir y
su forma de vivir contienen las mismas constantes: fuerza, bondad y
comprensión». Algo que, indudablemente, se convierte hoy en un milagro capaz de
devolver la autenticidad literaria a un autor de la talla de John Fante, a treinta
años de su desaparición, con la perspectiva suficiente para señalar lo insólito
y lo extraño de una escritura, con la fuerza necesaria para resistir durante
mucho más tiempo.
John Fante, El vino de la juventud; trad., de
Antonio Prometeo-Moya; Barcelona, Anagrama, 2013.
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