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LA
CIUDAD DEL
GRAN REY
La
locura imaginada por Óscar Esquivias (Burgos, 1972) o, quizá resulte más
acertado decir, el ambicioso proyecto, convertido en trilogía «dantesca» que el
escritor iniciaba en Inquietud en el Paraíso (2005), continúa ahora con La
ciudad del Gran Rey (2006), la aventura en el Purgatorio que se iniciaba en
las últimas páginas de la entrega anterior. En realidad, para su primera
novela, Esquivias, inventa un auténtico trastorno que se torna en colectivo
cuando la realidad histórica inicia el conflicto bélico de 1936 en la ciudad de
Burgos, indiscutible bastión y baluarte de la rebelión militar, posterior centro
de operaciones del ejército franquista. Así, un enigmático, don Cosme Herrera
cree poder acceder al Purgatorio a través del sepulcro del primer traductor al
castellano de la obra del florentino, el arcediano Fernández de Villegas, para
poder redimir, de alguna manera, la locura iniciada por el equívoco gobierno de
la República.
La pretensión de Óscar
Esquivias, indiscutiblemente ambiciosa e inteligente, no es otra que novelar
parte de nuestra historia reciente, un tanto maltratada y vituperada en
crónicas y documentos del momento, por la literatura y la realidad del 36, y
las décadas posteriores. Aunque el escritor ensaya un más allá y a golpe de
página va narrando y cincelando el ambiente de una sociedad tan conservadora e
histriónica como la burgalesa, es decir, su rancia actitud ante los
acontecimientos que se pregonaban muy a principios del siglo XX. El sarcasmo,
la ironía, la mofa, del escritor burgalés sobresalían en las mejores páginas de
Inquietud en el Paraíso y por ellas desfilaban párrocos, obispos,
pequeño burgueses, militares, junto a liberales y progresistas que anteponían
la legalidad del régimen constitucional a un conservadurismo caduco. El
planteamiento narrativo ensayado mostraba ya en su primera entrega una visión
expresionista que dotaba al relato de una riqueza de registros que se
concretaban en un ritmo pausado de perfecta consecución y una sutil e irónica
visión de las situaciones descritas. Todo ello narrado, además, con ese rigor
histórico que en la segunda entrega La ciudad del Gran Rey se ha
sacrificado para convertir el relato en auténtica ficción, en literatura
porque, entre otras muchas cosas, ahora sí, ofrece la peripecia divertida de
una visión de conjunto que nos brinda la verdad de la primera y la ficción de
la segunda de la mejor manera posible, fabulando o imaginando como siempre se
espera de la buena literatura.
La ciudad del Gran Rey (2006)
es el sueño de la expedición iniciada en la catedral de Burgos y a ese
desconocido lugar a donde llegan los excéntricos personajes capitaneados por el
sacerdote y el comandante Paisán. Pero,
en realidad, cuando uno avanza en su lectura no llegamos a saber muy bien si
realmente el Purgatorio se parece a Burgos o quizá la propia ciudad
castellana se parece a ese lugar celestial. Aventura tras aventura los
intrépidos visitantes deberán aprender a vivir en una esfera donde
constantemente se pierden en el laberíntico espacio de unas calles y plazas que
cambian de aspecto o de nombre y solo consiguen sobrevivir en un blocao donde,
atrincherados, resisten hasta que don Cosme vuelva de su infortunada enfermedad
y, una vez consciente, logren encontrar la traducción de Villegas y sean
capaces de identificar la puerta de vuelta a su querida ciudad. Resisten,
durante buena parte del relato, porque reciben la orden de no bajar al Infierno
y optan por encontrar la manera de valerse heroicamente en medio de la anarquía
más absoluta, viven situaciones que se parecen a lo que ya conocen en su Paraíso
particular, aunque a medida que pasen los días se verán envueltos en medio de
una serie de lances entre los que tendrán que adivinar, conjurar o valerse de
ungüentos y pócimas para buscar la salida. Entretanto, nuevos personajes se
asoman a un relato que sobresale por su ingenio, por un calculado humor y un ácido
sarcasmo que le sirve a su autor para repasar algunos episodios de nuestra
historia o para poner en tela de juicio ciertos valores, como por ejemplo, la
utilidad y validez del dinero, porque allí lo único valioso que pude tener un
habitante son sus dientes y sus muelas.
Óscar Esquivias consigue
hilvanar una historia repleta de acontecimientos, algunos absurdos y tan
extraordinarios como imposibles, reflejo de una sociedad castigada entonces y
secuela hoy de la mezquindad que caracteriza al ser humano. Solo los limpios y
puros conseguirán sobrevivir en un mundo posible como Esquivias ha querido
imaginar. El resto quizá sucumba en ese Infierno que aún nos tiene que
contar el escritor burgalés, pero esa será una nueva aventura que cerrará una
trilogía sobre nuestra historia con excelentes dosis de humor y la mejor de las imaginaciones.
LA
CIUDAD DEL
GRAN REY
Óscar
Esquivias
Ediciones
del Viento; La Coruña,
2006; 404 págs.
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