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AJUAR FUNERARIO
El
hecho de la muerte o la realidad física y palpable del morir ha provocado en
los hombres de todos los tiempos un sentimiento de impotencia. El hombre del
medievo, el del XVII o del siglo XXI, tiene que enfrentarse a la muerte y su
forma de hacerlo está íntimamente ligada al sentido de la vida y a su
concepción de la inmortalidad. La existencia terrenal como valle de lágrimas
lleva a considerar la muerte como el tránsito al descanso y a la paz anheladas.
Las antiguas civilizaciones, tanto del viejo continente como de nuevo,
contemplaban ese otro mundo como el lugar donde sus seres queridos echarían en
falta algunas de las cosas que les habían acompañado durante toda su vida y
así, muchos años después, hemos descubierto y reconstruido su forma de vivir,
de vestir, sus alhajas y abalorios, herramientas y los utensilios que
conformaron su existencia. La muerte, pues, preocupa, turbia y hacer sentir
escalofríos a quienes de una u otra forma se enfrentan a ella. No es el caso
del peruano Fernando Iwasaki (Lima, 1961), un autor que ya ha demostrado, en
anteriores ocasiones, su maestría en abordar hechos cotidianos universales,
aportando una especial sutileza para expresar, en su literatura, con una fina e
irónica vena los perfiles y las actitudes humanas.
En su último libro Ajuar
funerario (2004) o bisutería de la muerte para investir y vestir a los cadáveres,
Iwasaki, afincado además desde hace años en Sevilla, realiza un homenaje a la
literatura sobre eterno tema de la muerte, y de los variados conceptos que
sobre ésta existen; escribe, también, colateralmente sobre la esencia misma del
terror. A lo largo de un centenar de microrrelatos, de una variada extensión,
como exige el canon, el autor propone de una forma milagrosa contar,
humorísticamente, muchas de esas historias orales que formaron buena parte de
su infancia y de su adolescencia; historias orales que el escritor no hace más
que pulir, limar y darles ese formato con una dignidad literaria final. Una
infancia que, precisamente, está bien representada en estos relatos y se
traduce en esas otras historias de terror que dejaban algo de desasosiego y
bastante de escalofríos durante un tiempo en el niño Iwasaki y más tarde se
transformaban en eventuales años de pánico que la mente ha ido alimentando con
visiones sobrenaturales. Así en ese especial ajuar del peruano aparecen muertos
y fantasmas, niños y moribundos, habitaciones malditas o carreteras
desconocidas, reliquias, libros esotéricos o seres desconocidos, en suma, que a
la hora de la muerte se confabulan para producir esa sensación física del miedo y sus consecuencias últimas. Lo más
insolente de estos relatos, desde el más breve al más extenso, es que todo lo
que cuentan es verdad y este hecho se convierte en esa cualidad que autentifica
a la literatura.
AJUAR FUNERARIO
Fernando
Iwasaki
Madrid,
Páginas de Espuma, 2004
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