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VEINTE AÑOS Y UN DÍA
Una
maldición se extiende, veinte años después, sobre el crimen que los braceros y
jornaleros de la finca, La
Maestranza, llevaron a cabo en la figura del joven José María
Avendaño, uno de los dueños del lugar. Y, un día de 18 de julio de 1956, como
en años anteriores se le exige a esos mismos hombres, una vez más, que revivan
y representen en forma de ceremonia el asesinato como si de un acontecimiento
vivo y recurrente se tratara. La Guerra Civil y la derrota, los crímenes y las
atrocidades del pasado, son el punto de partida de la nueva novela de Jorge
Semprún (Madrid, 1923) que titula Veinte años y un día (2003). En
realidad, una historia de muerte y de sangre que persiste, en una larga
postguerra, guardada en la memoria de sus descendientes y de quienes vivieron
el trágico episodio. Será un nuevo encuentro o, tal vez, una reconciliación
cuando se celebre, por última vez, el ritual de una muerte y todo acabe con el
entierro conjunto de la víctima, el señorito Avendaño, y del verdugo, Chema
Pardo el Refilón, que llevó a cabo la atrocidad. Pero en esta ocasión los
testigos que se unen al espectáculo serán personajes tan dispares como Michael
Leidson, un historiador americano amigo de Hemingway y Domingo Dominguín o el
comisario Sabuesa que llega a la finca tras la pista de Federico Sánchez, un
subversivo comunista que preconiza esa reconciliación nacional desde la
clandestinidad y de unos movimientos intelectuales y universitarios.
Semprún fracciona su relato con
abundantes datos sobre el pasado y el presente de la familia y de su entorno.
Así se irán mezclando y confundiendo en las páginas de la novela nombres reales con otros de ficción: Múgica
Herzog, López Pacheco, Javier Pradera, Sánchez Ferlosio, Sánchez Dragó o
Ridruejo, Alberti, La
Pasionaria, Carrillo, Zambrano; junto al testimonio creíble y
veraz que otorga la Satur,
la criada de toda la vida, que realizará una exposición lineal, al hilo de la
historias particulares de algunos de los personajes, como la del Avendaño asesinado, sus juveniles correrías
parisinas con sus hermanos o el viaje de
bodas y los devaneos sexuales a que se ve incitado por su propia mujer, sobre
todo tras la contemplación del cuadro de «Judit y Holofernes», pintado por la
italiana Artemisa Gentileschi. Subrayar la no menos histriónica presencia de
José Manuel, el hermano mayor, que le exigirá a su cuñada viuda el derecho de
pernada durante los años posteriores o el incesto de los gemelos nacidos poco
después de la terrible muerte en la finca y que acabarán, cuando se conocen
muchos de los datos de la historia familiar, en un suicidio que convierte a la
novela en la inequivocable muestra de esa tesis por la que aboga el novelista:
la autodestrucción de unos vencedores que no consiguieron superar sus propias
angustias. Otras lecturas se suman a esta excelente novela de Jorge Semprún: su
inequívoco ajuste de cuentas a un partido como el PCE que, en la figura de
Federico Sánchez, ha multiplicado su presencia en la realidad española de los
últimos años y en la ficción del novelista.
VEINTE AÑOS Y UN DÍA
Jorge
Semprún
Tusquets,
Barcelona, 2003
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