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CARTA BLANCA
Lorenzo
Silva (Madrid, 1966) ensaya, una vez más, con su narrativa, fragmentos de una
crónica histórica poco tratada en la literatura española reciente y continúa
ofreciendo, en esas sorprendentes intrahistorias, la memoria de unos héroes
anónimos que sufrieron y vivieron una guerra como la del protectorado marroquí.
Un episodio que, lejos de haberse solucionado, aún levanta encendidas voces con
el vecino país y nos lleva a estar en permanente vigilia con el pueblo
musulmán. Parte de su particular visión sobre el norte de África y las secuelas
del conflicto bélico de principios del siglo XX, lo ofrecía el novelista en el
documento Del Rif al Yebala. Viaje al sueño y la pesadilla de Marruecos
(2001), novelaba episodios en El nombre de los nuestros (2002) y vuelve
al tema, en una nueva narración, con Carta blanca (Premio Primavera de
Novela, 2004). Este es un relato en cuya primera parte, esencial, se relatan
los avatares del joven legionario, Juan Faura, en el lejano otoño marroquí de
1921.
La novela ofrece algo más que
esos episodios de la biografía anónima de un personaje o de sus vivencias
bélicas y personales; inicialmente es, su bautismo de fuego en el Rif español
durante la campaña de 1921, situada geográficamente en Zeluán-Segangan-Yebel
Harcha; la justificación de aquella osadía juvenil en tierras marroquíes, en
una segunda parte, localizada en la península, en su tierra valenciana, la Alzira primaveral de 1932,
cuando, una vez reintegrado en la vida civil, viaja desde su destino de oficial
de aduanas en Santander hasta allí para enterrar a su madre y reencontrarse con
los fantasmas del pasado; y finalmente, en un tercer episodio, que transcribe
los primeros meses de la guerra civil de 1936, en el marco de la caída de
Badajoz, donde ya un desencantado Faura volverá a vestir el uniforme, esta vez,
de miliciano para enfrentarse, ahora, a los enemigos que antaño fueron sus
correligionarios. Se trata, por consiguiente, de la novela de un personaje que
a lo largo de quince años de su vida sufrirá, de una forma u otra, el desgarro
y el dolor que provoca y otorga no solo vivir en el mismo infierno sino también
en el cielo. Así desde la sutileza que confiere un buen planteamiento
literario, Silva ofrecerá, poco a poco, ese exiguo perfil que le permite la
narración sobre su personaje, un hombre decepcionado por su propia
circunstancia vital, que revivirá los errores de su pasado en brazos de quien
fuera en otro tiempo su amante, el desdibujado personaje de Blanca; alguien
que, una vez más, le otorgará esa «carta blanca» horas antes de su despedida,
cuando, entregados a un furibundo encuentro amoroso, se despidan de una posible
vida en común. Esta segunda parte, es el obligado eslabón que justifica en
buena medida la historia a contar y lleva a su protagonista a enfrentarse, aún
años después, a esos repetidos momentos de una crueldad sinsentido para
certificar como, se percibe a lo largo del relato, que esta es una historia de
perdedores, donde unos y otros seres están condenados a sufrir en lo esencial
de sus vidas parte de la ilusión, la totalidad del amor o, incluso, la dignidad
humana.
CARTA BLANCA
Lorenzo
Silva
Premio
Primavera de Novela
Madrid,
Espasa, 2004
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