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EL
HEREDERO
La
narrativa de José María Merino (La
Coruña, 1941) se caracteriza por el poder de convicción que
muestran sus relatos. Su escritura se sustenta con una sólida arquitectura
donde la mezcla de lo fantástico y de lo extraño resulta tan real como ficticio
y, argumentalmente, se convierte en el recurso para mostrar la atracción a que
nos pueden llevar sus historias, esa otra seducción para reivindicar el valor
del relato, en su esencia misma. Con El heredero (2003), su última
novela, consigue reivindicar el poder de esa ficción que nos lleva a
experimentar con historias que nos hacen vivir, por añadidura, otras vidas. Así
ocurre con el joven heredero quien, más que una herencia al uso,
recibirá a la muerte de su abuela, no la casa familiar y las tierras, sino un
legado más valioso de sus antepasados: su pasado y sus vivencias, sus secretos
y sus silencios, los relatos particulares de todos y cada uno de ellos, una
historia que se extenderá a lo largo del todo el siglo XX.
Así asistimos, como lectores, a
la narración de un relato donde discurren otras muchas historias más,
recuperadas en ese laberíntico mundo de la memoria por el joven Pablo Tomás
quien, después, de una larga ausencia vuelve al lugar para acompañar en sus
últimos días a la abuela. Allí se encontrará con un espacio físico que forma
parte de su lejana infancia, ese paraíso de donde saliera y al que ha vuelto
con la secreta razón de encontrar el rumbo de su propia vida. En Isclacerta
vivirá el pasado ancestral de un bisabuelo que sustentará su propia vida en los
secretos guardados que, entre papeles y testimonios, irá desvelando el biznieto
para así justificar las señas de la identidad familiar. Lo más sobresaliente de
Merino es su capacidad para enlazar las distintas historias, tan
metafóricamente creíbles, puesto que sólo así podemos entender que una casa de
muñecas se convierta en el símbolo con que el protagonista identifique a la
familia y, solamente, cuando al final se destruya este juguete se comprenderá
que el plano de la irrealidad es creíble cuando se sustenta sobre los
sinsabores de la realidad misma. Y, a su vez, ese juguete se convierte en otra
de las muchas historias que salpican a la verdadera novela, fragmentos que el
protagonista va ensamblando, poliédricamente como se señala en la contrasolapa
del libro. Elementos que al final muestran una visión general de la verdadera
historia que, de una forma circular, vuelve a iniciarse en la figura de Pablo
Tomás, el heredero, para así justificar toda la parte de ficción de que se
compone nuestra vida, para explicar la realidad en la que nos movemos y de la
que nos protegemos con esas pizcas de irrealidad con que aderezamos la verdad
de nuestra propia existencia.
EL
HEREDERO
José María Merino
Alfaguara,
Madrid, 2003
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