Francisco
Bitar
“Con mi literatura pretendo establecer un
diálogo sobre la insuficiencia de la vida. La vida no siempre es breve pero
nunca alcanza”.
Foto de Pablo Cruz
Francisco Bitar nació en Santa Fe, Argentina, en 1981, ciudad en la que actualmente
reside. Se inició en poesía y hasta el momento ha publicado, los libros Negativos (2007), El olimpo (2009), Ropa vieja: la muerte de una estrella (2011)
y The Volturno Poems (2015);
los libros de cuentos Luces de Navidad
(2014) y Acá había un río (2015);
y la crónica Historia oral de la cerveza
(2015). En el año 2012 le fue concedido el premio Ciudad de Rosario por la
novela Tambor de arranque,
de gran aceptación por parte del público y la crítica de su país; y en el 2013,
la Beca del
Fondo Nacional de las Artes. Cuentos y poemas han sido traducidos al
inglés y al alemán. Tambor de arranque, se publica ahora en España, en una
fuerte apuesta de la editorial Candaya.
¿Nuestra vida es una auténtica
metáfora?
Claro que sí. Por lo menos así ocurre entre
los escritores que más me interesan, los que se van a vivir a su obra.
¿Cómo llega usted a la literatura?
Por el camino más difícil. Mis padres
eran libreros, pero solamente cuando mi padre se tomó a pecho mi vocación,
cuando me amenazó con echarme (y lo hizo), fue que la escritura empezó a rendir
sus frutos. Nunca subestimes el poder de lo reprimido.
¿Diez años de creación literaria dan
para escribir poesía, relato y novela?
No estoy seguro de cuánto fue el tiempo
que me tomó escribir lo que escribí: es que la escritura es un trabajo en el
que se vuelca la vida entera. Publicar es como tabicar esa corriente que fluye
sin un comienzo preciso y que siempre vuelve hacia el pasado, al momento en que
la vida tenía un estatuto de nota preliminar.
Usted procede del mundo de la poesía,
¿se considera más poeta que prosista?
Considero que son dos modos de narrar:
en uno, la poesía, prevalece el episodio; en el otro, el cuento, gobierna el
conflicto.
Tras tres colecciones de cuentos, ¿había
llegado la hora de plantearse una novela?
Diría que la cuestión de los géneros
depende de la demanda de la obra, de aquello que el libro necesita para ser
escrito. Pero diría también que siempre que uno ha encontrado cierta comodidad
en determinado modelo es necesario poner a prueba tus propias aptitudes. La
incomodidad, como todo el mundo sabe, es el mejor antioxidante. Yo había
escrito cuentos y poemas desde los quince años. Era momento de dar el gran
salto. ¿Y ahora? ¿Qué viene después de la novela?
Los personajes de sus relatos y de su
novela ¿son esa supuesta “generación perdida” un concepto tan extendido por
nuestro mundo?
No estoy seguro. Me encantaría
pertenecer a una generación pero siempre me sentí un poco viejo al lado de mis
congéneres.
Tambor
de arranque (2015) ¿pretende ofrecer
necesariamente esa visión minimalista de la vida?
La novela muestra por fuera el infierno
que los hombres viven en su interior. Como todo lector más o menos despierto es
capaz de apreciar ese infierno (ya sea porque lo vivió o porque puede
imaginarlo), la tarea del escritor consistirá en mostrar con delicadeza, sin
estertores, el aspecto exterior de la devastación. El lector se encargará del
resto.
La historia de Tambor de arranque empieza y aspira a ser algo diferente, luego nos lleva a un
sorprendente viraje casi sin una trama definida, para terminar de la misma
forma, ¿no hay un final posible?
Me gustaría pensar que no. Parte de los
libros que más me interesan tienen un final que parece caprichoso y que, por lo
tanto, podrían haber sido escritos infinitamente. Por lo demás, Tambor de arranque representa apenas un
capítulo en la vida de Leo Ferro. Hay muchas historias antes y otras tantas
después que visito cada tanto en mi cabeza y en la carpeta que le corresponde,
en mi computadora.
En esta novela, el aspecto geográfico
es importante ¿hasta qué punto se convierte en necesaria la relación del sujeto
con su entorno?
Como
todo el mundo sabe, un escritor escribe sobre lo que conoce, y yo no conozco de
cerca otra ciudad que no sea la mía, Santa Fe. Podría ubicar a mis personajes
en Santiago de Chile si alguna vez hubiera estado ahí. De todas maneras, con el
tiempo descubrí que no me da lo mismo. Como amo a mis personajes, como me
enternece la manera en que se pierden y tratan de encontrarse otra vez, pasé a
amar también el lugar donde sus vidas se torcieron.
¿Lamenta
usted que, algunos críticos, comparen su narrativa con una tradición literaria
norteamericana, la de Dos Passos, Salinger, o Carver?
Solamente en parte. Es un vínculo justo
pero creo también (o quiero creer) que hay algo en mis libros que no está en
esos autores. Creo además saber de lo que se trata pero no seré yo quien lo
diga.
La realidad en la que usted vive ¿es
tan sutil como compleja, y por tanto perfectamente
trasladable a la ficción?
Mi realidad es siempre sutil. Soy yo el
que no siempre estoy tan sutil como para entenderla.
¿Pretende usted, con Tambor de arranque, como se advierte, establecer un curioso diálogo sobre la brevedad de
la vida?
Pretendo,
en todo caso, establecer un diálogo sobre la insuficiencia de la vida. La vida no siempre es breve pero nunca
alcanza. Todo el tiempo queremos estar en dos lados al mismo tiempo y ese es el
gran problema de Leo Ferro.
Leo destruye, buena parte de su
pasado, con el fuego, ¿es la única solución que le queda para la purificación
de su fracaso final?
Por el momento, sí.
Y una pregunta final, ¿estamos
realmente en medio de una absoluta soledad?
No lo creo. Estamos menos solos de lo
que deberíamos, siempre aturdidos por boberías. El otro día leí, en el último
libro de Fabián Casas, que la soledad favorece el equilibrio del hipotálamo. Es
mediante la reflexión, detenida y retirada, en torno a lo que nos ha pasado a
lo largo del día que quedamos a mano con la vida y pasamos a estar preparados
para el día siguiente. De lo contrario, la vida se convierte en un tren
fantasma. Eso también aparece en Tambor
de arranque: no hay otro modo de metabolizar los grandes golpes que la más
extrema soledad.
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