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DESEO
DE UNA MEMORIA
Pocas veces puede sorprendernos tanto
una colección de relatos como la que acaba de publicar Carlos Castán
(Barcelona, 1960), calificado por la crítica en su anterior obra, Frío de
vivir (1997), como excepcional prosista y heredero de la vena irónica de
Cortázar. Una prosa sabia, que se demora en los detalles y es capaz lo mismo de
resultar irónica que lírica, escribía Juan Bonilla a propósito de los primeros
quince relatos que contiene el libro. La presente obra titulada, además, tan
acertadamente como Museo de la soledad (2000), insiste en al arte de
ofrecer al lector el mundo cotidiano, una actualidad acertadísima, aunque
tamizada de fantásticas apariencias, sólo aquellas que son capaces de descubrir
las trivialidades de un mundo que bien puede ser mágico, además de convertirse
en un excepcional recorrido por el laberíntico sendero de la soledad donde
caben los sueños, el silencio y su densidad o el amor en el mundo de unos
personajes solitarios que, pese a todo, ven venir de cara ese aire de esperanza
capaz de trasmutar su vida en otra realidad o quizá la posibilidad de
inventarse una nueva que les satisfaga.
Castán se sirve de la memoria para
enhebrar un hilo argumental en estos doce relatos que cuentan cómo muchos de
estos personajes recurren al paisaje de la memoria para reconstruir unas vidas
rotas y que conforman este museo particular de la soledad del narrador
barcelonés. Poco importa que muchos de estos cuentos sean o pretendan ser
autobiográficos o incluso recurran a personajes como Antonio Machado, como el
titulado Cenizas en los labios, cuyo heterónimo pareció ejercer la
docencia y vivir en la ciudad de Huesca, donde además murió. El narrador
inventa esta historia para recrear la existencia de una sociedad secreta que
recuerda no sólo al poeta sevillano sino también al portugués Pessoa. Otros se
valen del descubrimiento de un pequeño museo, El aroma de lo oscuro,
localizado en un pueblo perdido del Pirineo, un lugar repleto de un sinfín de
cosas inútiles aunque ordenadas según el tipo de soledad a que hagan
referencia. Todo para relacionar la locura del personaje que se enfrenta a lo
horrible de una pesadilla, la de sus recuerdos que siempre vuelven a la
oscuridad de tantas noches de insomnio, aunque si pensamos en lo que afirma
Argullol, la memoria se convierte en un tribunal permanente que premia
gratuitamente o castiga con generosidad. De esta sentencia parece servirse
Carlos Castán para contar la vida de sus personajes alternando la primera y la tercera
persona, fragmentos de historias sobre hombres y mujeres que dudan,
insoslayablemente, ante una realidad que a veces se asemeja a un sueño y otras
a una pesadilla. Por sus páginas se asoman pueblos y ciudades de una geografía
por la que se mueve perfectamente el autor, capaz además de dosificar, en el
difícil arte del relato, una información que resulte lo más creíble posible
porque, en definitiva, de lo que se trata es de que el lector se crea aquellos
aspectos con los que se va identificando, instantes en muchas vidas que sólo de
mano sólida del narrador Castán cobran vida y justifican su manera peculiar de
ver el mundo, también obliga a meditar sobre esos aspectos que pueden resultar
tan sorprendentes que caminen por ese espacio que va entre el corazón y la
metafísica.
MUSEO
DE LA SOLEDAD
Carlos
Castán
Espasa-Calpe,
Madrid, 2000
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