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EL ÚLTIMO NÓMADA DEL SIGLO XX
La reciente biografía de Bruce Chatwin
(1940-1989), de Nicholas Shakespeare, es un libro que bien puede leerse como la
apasionante novela de un artista que supo hacer de su vida el mejor relato de
su producción. En esta biografía se dan citas personajes y voces que ponen de
manifiesto la fascinación que hoy despierta el viajero Chatwin, considerado
como el último nómada del siglo XX. Tres
rasgos vertebraron la vida de Bruce Chatwin hasta su muerte: su afán por el
coleccionismo, el gusto por los largos paseos que siempre había realizado en
compañía de su abuelo y su pasión por los libros, sobre todo los que hablaban
de viajes y de tierras lejanas. Chatwin se ha convertido con el paso del tiempo
y, sobre todo, desde su desaparición en 1989, en el referente del viajero
vital, mochila al hombro, cuyos desplazamientos por medio mundo no suponían los
trayectos físicos en su sentido estricto sino, el de la imaginación o el mental
que después le llevaban a la literatura, una disciplina que no fue fundamental
en su vida pero que le ha proporcionado toda la fama de la que hoy goza. Su
ambigüedad sexual, su matrimonio no por excéntrico y supuesto, sus fantasías
viajeras, su actitud ante la vida, su despecho de lo cotidiano, es lo que el
biógrafo pone de manifiesto y en lo que redunda la voluminosa biografía en la
que el escritor inglés—según propias declaraciones— ha empleado diez años de su
vida.
Seis libros, en total, dio a la imprenta el
viajero desde 1977 hasta 1989, todos referidos a sus experiencias vividas por
medio mundo, el primero titulado En la Patagonia, en realidad, un libro que viene a
ser el reflejo de esa historia humana que se funde con un paisaje particular,
ese que el escritor pretende recobrar a partir de la teorías darwinianas para
poder viajar a través del tiempo y del espacio, rescatando, al mismo tiempo, la
intrahistoria unamoniana de esos seres humanos, estratificados, y poder dejar
traslucir algunos de sus hechos más significativos, sobre todo de una tierra
aún hoy despoblada y baldía. En ¿Qué hago yo aquí? se convierte en el
sumario de cosas de quien no encontró, en esta vida, su sitio definitivo, ese
hombre en marcha—según la definición de Enzensberger—, tanto en términos de
espacio como de contexto social. Y en este sentido habrá que valorar y ver hoy
la figura de un Chatwin mito, figura para la que ha quedado en la historia
literaria, aunque nunca pensó en ser escritor, antes bien, se había ganado la
vida trabajando en la casa de subastas Sotheby´s, como experto en antigüedades,
no había conseguido terminar la licenciatura en arqueología, tampoco conseguía
publicar sus libros, y antes había dejado la redacción del periódico The
Times para aventurarse en proyectos de viaje que nunca convencieron a
nadie, pero que a él le supusieron su entrada definitiva en un mundo de leyenda
porque, en definitiva, con esa actitud acentuaba el sentido de personaje
aventurero literario para un público lector que jamás había leído alguno de sus
libros. El resto de sus libros, El Virrey de Quidah (1980), Colina
Negra (1982), Los trazos de la canción (1988) y Utz (1988)
hoy enfrentan a críticos de diversos países que ven en estos textos la originalidad
de un género tan valorado en el siglo XIX, aunque le achacan la falta de
reflexiones profundas sobre aquello de que hablan, datos y más datos, sin
ninguna sensación aparente de análisis. La prosa, indiscutiblemente, de
calidad, al menos los libros aquí enumerados, es excelente, como lo pone de
manifiesto el biógrafo Shakespeare, sobre todo porque se percibe ese ejercicio
de fascinación a que sometía el escritor todo lo que veía, capaz de asimilar
una cultura múltiple, merced a su condición de amante de lo sublime, de lo
hermoso, de lo imperecedero, agudo y sutil observador de una realidad que hoy
ya no sería posible. Pero la aparición de la biografía Bruce Chatwin
reaviva, una vez más, la polémica en tono a la autenticidad de este personaje
que, en declaraciones del propio biógrafo, no fue, en absoluto, un favorito de
los dioses. En realidad, la polémica en torno a la autenticidad de este
personaje queda zanjada porque, según el propio Shakespeare, se enfrentaba a su
biografía para iluminar su vida y su obra, para mostrar todo un proyecto de
objetividad del escritor nacido en Sheffield, fallecido en Niza y enterrado en
uno de sus lugares favoritos, después de conocer medio mundo, al pie de un
olivo, cerca de una capilla bizantina dedicada a San Nicolás, en Chora, una
isla perdida de la mítica Grecia.
BRUCE
CHATWIN. BIOGRAFÍA
Nicholas
Shakespeare
Muchnik
Editores, Barcelona, 2000
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