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INSUMISIÓN
Lo más importante es la manera de contar
las historias—afirma Hipólito G. Navarro (Huelva, 1961)—porque, entre otras
cosas, todas las historias están ya contadas. La mejor consideración que
podemos tener con respecto a este narrador es que su escritura parece doblar
los pliegues de la imaginación y se ofrece como si no estuviera sujeta a
ninguna convención, aunque en sus cuentos la sombra de Cortázar y Monterroso,
entre los hispanoamericanos o de Kafka y Chejov, entre los europeos, planea por
los 32 relatos que componen, Los tigres albinos (2000), su más reciente
entrega.
La fantasía y el absurdo recrean
el mundo particular de este narrador onubense que es capaz de escribir sobre
las cosas cotidianas viéndolas desde su esquina más absurda. Parte de este
mundo estaba ya en su anterior entrega, El aburrimiento, Lester (1996),
esa colección que le abrió las puertas a un nuevo concepto de relato donde la
composición, de una forma libre, le permitía improvisar todo tipo a acciones
para llegar a la conclusión de que nuestra vida se compone de pequeñas muestras
cotidianas sin aparente explicación alguna. Sus historias combinan,
perfectamente, una asociación verbal y unas ideas que parten de formas
diferentes, por hablar de un modelo textual que es capaz de excitar a un lector
inteligente que siempre verá en estos cuentos itinerarios tan imprevisibles
como anárquicos y, por supuesto, que no están exentos de un sutilísimo humor.
El libro se compone de dos partes
bien diferenciadas, una primera que bajo el título de «Inconvenientes de la
talla L», recoge 16 cuentos más extensos, aquellos que pertenecen a ese mundo
del absurdo y de esa nueva convención y una segunda, la que da el título al
conjunto, «Los tigres albinos» que recoge, bajo el subtítulo de «Un libro
menguante», el resto de cuentos calificados de micro-relatos y sobre los que quiero
llamar la atención. Es este concepto, ya ensayado por autores como Darío,
Borges, Cortázar, Monterroso, incluso J. R. Jiménez y Aldecoa, Sánchez
Ferlosio, Matute o Fraile, por citar los más cercanos, y consiste en ofrecer
una reducción tipográfica extrema, por su extensión se trata de narraciones de
una o media página, a veces de tan solo algunas líneas y no admite mayor
complejidad argumental o diálogos. Su estructura pretende ser simbólica, el
inicio y el final adquieren una dimensión relevante porque se sugiere más que
se cuenta, la economía artística radica en su mensaje, cada palabra en ellos
pertenece al mundo de la totalidad, donde la connotación en su expresión más
explícita. Hipólito G. Navarro ensaya esta sección con un planteamiento
decreciente, de las cuatro breves páginas del primer relato, Plano abatido,
una metáfora arquitectónica sobre el suicidio amoroso, hasta las siete palabras
y treinta y seis caracteres del último titulado «El dinosaurio», en el que
leemos, «El dinosaurio estaba ya hasta las narices». La concisión, la manipulación de
situaciones, la reflexión sobre las flaquezas humanas, el hábil manejo del
absurdo que ejerce Navarro certifican esa búsqueda de la originalidad con que
había calificado la crítica su anterior obra. Los tigres albinos
muestra, en definitiva, la puesta en práctica de su rebelión particular.
Hipólito
G. Navarro
Pre-Textos,
Valencia, 2000
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