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MALEZA
VIVA
Sobrevivimos a cualquier movimiento, y
nuestra vida se convierte en una auténtica metáfora de la mutabilidad de la
existencia humana, de la apariencia y del artificio como esa cualidad
intrínseca del ser. Gemma Pellicer (Barcelona, 1972) muestra una auténtica
operación de búsqueda a través de los sugerentes microrrelatos que componen Maleza viva, el segundo libro de la
escritora, tras La danza de las horas
(2012), su primera incursión en el género que tan bien conoce. Pellicer se
cuestiona la ambigua percepción humana acerca del tiempo, o el prodigio que
palpita bajo lo cotidiano, que en sus textos son tratados con una sensibilidad
y una lucidez asombrosa.
Un breve “Paisanaje”, auténtico prefacio,
abre el libro y enuncia uno de los temas axiales del volumen: el de la
mutabilidad propia de la condición humana, mutabilidad que en este primer texto
toma la forma de una inquietante visión metafórica sobre el microcosmos que se
agita en el interior de la maleza, esa maleza viva, o hierba mala, envuelta en
el suave sonido que proporciona el ruido de la tempestad. Y lo mejor del
volumen, para establecer parámetros comprensibles en el lector, la narradora
divide su obra en dos grandes partes: “Puntos de luz” y “Herbolario”, y en
ellas la autora se interroga con una sutileza más que notable acerca de
cuestiones como el lado irracional y amenazante que esconde la realidad
cotidiana, “Historia de fantasmas” y “Tiovivo enmascarado”, la caducidad de los
días o el tiempo,“En caída libre”, “Consunción” y “El día mengua”, el
sentimiento de vértigo y el vacío “Deseo maquinal”, “Ojos de vaca”,
“Entresueño”), o la incertidumbre que encierra esa noción de una identidad “La
mujer que no era”, como el mejor ejemplo de esa incertidumbre cotidiana, y no
menos insólita.
En la segunda parte se acentúa ese
concepto surrealista del devenir, aunque sobresale en una primera imagen, esa
aguda reflexión sobre la ferocidad inextricable que late bajo la apariencia
tranquilizadora de la naturaleza, “Crestas de gallo”, “Verano” y “Puesta de
luna”), son escenas en las que Pellicer toma partido, aunque más que en el
conjunto anterior la autora articula en esta serie de textos un discurso de
tono más irónico contra los efectos de la intervención humana en el entorno
natural, “Supervivencia” y “Alimaña”, dan fe de ese compromiso, pero también el
mundo de las fábulas o de los mitos completan el trazado de la segunda sección:
bosques, la visión del arca de Noé, Dios y el Diablo, o incluso la figura de
Jesucristo, incluso ninfas y hombres-lobo, constituyen otros tantos nuevos
pretextos para meditar sobre los temas apuntados. Y como puede apreciarse, en
la mayoría de estos textos, los breves y/o los más extensos, se perciben esas
pulsaciones de “la brevedad de la vida” y ofrecen el mejor espejo que refleja
la precariedad, la inmediatez y la urgencia que caracteriza a nuestro tiempo.
Quizá por este, y no otro, motivo, Gemma Pellicer se sirve de la micro-ficción
porque, junto a la lírica representa nuestra capacidad para sintetizar el
tiempo, incapaces de dilatar el instante vivido, y frente a la inseguridad que
se presupone del futuro.
Maleza viva demuestra la
potencia y el valor intrínseco de la palabra, la importancia de una
comunicación calculada, y en igual proporción meditada, entre ese artefacto que
se presupone entre el hecho literario y el lector que propaga con su mente y su
imaginación la posibilidad de un entorno más agradable, y es así como Gemma Pellicer
moldea sus presunciones recurriendo al mejor efecto lírico, microrelato o en
alguna de sus mejores líneas acercándose al aforismo, efectos de una escritura
que se funden con la extrañeza de un mundo donde aun quedan resquicios de una
visión donde el humor se confunde con la dureza y la incomprensión de una
realidad, sin duda la nuestra que ofrece esa variedad de perspectivas de la que
la autora catalana sale tan airosa porque consigue que vida y literatura se
unan en una misma dirección.
Gemma
Pellicer
Maleza
viva
Zaragoza,
Jekyll & Jill, 2016; 124 págs.
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